32 colmillos (32 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

BOOK: 32 colmillos
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Pero no se necesitaba una gran consistencia corporal para volarse uno mismo por los aires con una carga de dinamita; de hecho, la poca consistencia de los medio muertos los volvía más peligrosos cuando estallaban. Sus huesos se transformaban en mortífera metralla. Y no resultaría difícil convencer a los medio muertos para que acabaran su vida mediante una explosión. Despreciaban su propia existencia gris, anhelaban la muerte incluso mientras les obligaban a cumplir la voluntad de sus amos vampiros.

El hedor a muerte y sangre ya colmaba el aire, mientras los hombres se revolcaban por el suelo y gritaban. Los otros policías hacían lo que podían por los compañeros heridos, poniendo compresas y vendajes, pero no había tiempo ni instalaciones para ayudarlos de verdad. Si no iban pronto al hospital, morirían en el claro.

—Unidades del SWAT, a retaguardia —llamó Fetlock, gesticulando hacia la carretera que salía de La Hondonada—. Quiero que se mantenga el paso abierto por si necesitáramos retirarnos. Comprueben todos los vehículos, asegúrense de que no han sufrido averías a causa de las explosiones. —Clara sabía que estaba dando el mejor uso a la breve tregua que le proporcionaban los atacantes, pero sus órdenes la enfurecían.

—Va a abortar la operación, ¿no es así? —le preguntó a Glauer—. Hay demasiados. Más de los que él había previsto, y ahora está jodido. Sus planes cuidadosamente trazados están cayéndose a pedazos, y él simplemente va a retirarse… Va a salvar a tantos de sus hombres como pueda… pero nos dejará a nosotros y a los brujetos aquí para que retengamos la atención de Malvern.

—Ajá —respondió Glauer, como si no hubiese esperado otra cosa.

Clara recordó que, cuando ella había sido rehén en la prisión de mujeres por Malvern y sus seguidores, Fetlock la había dejado sufrir durante horas, casi todo un día, porque no quería arriesgar a ningún policía en un intento de rescate. Entonces se había quedado sentado y dejado que fuera Caxton quien se ocupara de la lucha. Era su
modus operandi
.

—Ese hijo de puta… Esto es exactamente lo que Caxton intentó enseñarnos acerca de la lucha contra los vampiros. ¡No se puede elegir!

—También nos enseñó cómo mantenernos con vida durante todo el tiempo posible —replicó Glauer. Se inclinó sobre el cuerpo de un policía muerto y le quitó el arma de las manos frías. Gruñó con desagrado cuando los dedos del cadáver se negaron a soltar el cañón del arma. Tal vez el rigor mortis ya había comenzado, o quizá el hombre había muerto en tal estado de pánico que sus dedos se habían quedado agarrotados—. Ármate, Clara. Esto va a ponerse feo con mucha rapidez.

Clara asintió pero no se movió de donde estaba. Observaba atentamente a Fetlock.

Aún había tiempo para invertir la situación, si era capaz de admitir que estaba equivocado.

Echó a andar hacia él, sin saber si iba a abofetearlo o sólo a llamarlo «cobarde». Estaba tan ocupado gritando órdenes para su inminente huida, que no la vio llegar, pero Darnell sí.

El agente del ojo de serpiente saltó ante ella, con el fusil sujeto delante el cuerpo, sin apuntarla de verdad con el cañón, sino de modo que si ella se lanzaba hacia él, chocara con el arma y no con su brazo, más blando.

—Hasta ahí es suficiente —dijo, y ella se detuvo—. Vuelva atrás —le ordenó.

Ella no le hizo caso y llamó a Fetlock.

—Habrá más de ellos. Muchos más de los que previó. Ya se lo he dicho, ha estado reclutando medio muertos durante meses, tiene centenares de…

—Podemos ocuparnos de cualquier cosa que nos envíe —dijo Fetlock—. Ahora, deje de distraerme, señorita Hsu. Tengo una batalla que dirigir.

—Pero usted es el general equivocado —replicó ella.

Él la fulminó con una mirada que contenía la suficiente furia fría como para hacer que retrocediera un paso.

—Es Caxton quien debería estar al mando aquí. ¡Debería dejarla salir! —dijo Clara—. Caxton es nuestra única posibilidad. Tiene que ponerla en libertad y darle todas las armas que quiera. ¡Usted sabe que es la única que puede detener a Malvern!

Fetlock no le hizo el más mínimo caso. Gritó algunas órdenes más, les vociferó a los policías de cazadora azul que pusieran los vehículos en marcha y los tuvieran preparados para salir.

—¡Maldito sea, Fetlock… sabe que tengo razón! Ella es la que mata vampiros. ¡Usted sólo se limita a hacer el jodido papeleo de después! ¡Déjela salir del furgón!

—Ni hablar —dijo Fetlock. Alzó la mirada hacia las crestas, donde el helicóptero continuaba dando vueltas, buscando a un enemigo invisible—. Darnell, si vuelve a acercárseme, incapacítela. No la mate, porque entonces no sería un buen cebo. Pero no quiero volver a oír su vocecilla chillona.

Darnell sonrió y levantó el fusil de asalto como si fuera a desmayarla de un golpe allí mismo. Clara gruñó de frustración y retrocedió. Encontró a Glauer esperándola junto a una de las casas prefabricadas, acuclillado y armado hasta los dientes. Le lanzó una pistola cuando se acercó, y a ella casi se le escapó de las manos porque estaba resbaladiza de sangre.

Gruñendo, ella accionó el mecanismo y metió una bala en la recámara.

—¿Estás preparada? —preguntó Glauer.

—No. ¿Me quedo esperando hasta estarlo?

—No.

Ella asintió y apoyó la espalda contra el lateral de la casa. Y esperó el ataque siguiente.

No tuvo que esperar mucho.

Los agentes del SWAT entraron por la carretera, con una perfecta disciplina, cubriéndose unos a otros a medida que aseguraban cada metro de terreno. Se dirigían a los vehículos, tal vez porque tenían orden de asegurarlos para impedir que los efectivos de Fetlock se encontraran bloqueados dentro de La Hondonada. Ya era noche cerrada, y la carretera era sólo una franja de suelo más pálida en la oscuridad. Tenían linternas de infrarrojos para tener visión nocturna, pero las luces sólo podían iluminar pequeñas zonas del bosque, que era muy cerrado a ambos lados de la carretera.

Aun así, estaban preparados para el primer asalto. Un medio muerto particularmente ágil había trepado a uno de esos oscuros árboles, y, cuando el grupo de agentes pasó por debajo, cayó sobre ellos convertido en un remolino de cuchillos y puñetazos. Cayó sobre la espalda de uno de ellos, a quien le entró el pánico y dejó caer el arma. El cuchillo del medio muerto no pudo atravesar el grueso chaleco de Kevlar, pero la criatura se puso a tirar de la cabeza del agente como si quisiera arrancársela del cuello. El agente intentó con desesperación aferrar al medio muerto que tenía detrás del cuello, mientras no dejaba de pedir ayuda a gritos.

Los otros agentes fueron lo bastante inteligentes como para retroceder y alejarse de él, apuntando con las armas pero sin hacer fuego hasta que pudieron apuntar bien. Recordaban el entrenamiento recibido y siguieron el protocolo al pie de la letra. Pero eso fue un error.

Al retroceder, algunos salieron de la carretera y se metieron entre los árboles… donde los esperaba una docena más de medio muertos.

«¿Cuántos de esos bastardos tiene a su disposición? Esperábamos un pequeño ejército… pero estas cosas no tienen fin», pensó Clara, conmocionada al ver que un medio muerto degollaba a un agente en el mismo momento en que otro abría fuego y lo cortaba en dos mitades que quedaban sacudiéndose. Otro agente cayó cuando un medio muerto le metió la mano por debajo de la visera y le arañó los ojos.

Los policías de cazadora azul que se encontraban de cara a la carretera levantaron sus armas y empezaron a disparar, demasiado asustados para darse cuenta del peligro de herir a uno de sus compañeros de las fuerzas especiales. Éstos llevaban chaleco antibalas, pero servían de poco para absorber la energía cinética de tantas balas golpeándolos al mismo tiempo. Los medio muertos cayeron hechos pedazos por las balas, pero los agentes también fueron golpeados y lanzados hacia atrás por los impactos, cosa que los convirtió en presas fáciles para la siguiente oleada de medio muertos que esperaban en los árboles.

Alguien gritó —medio alarido, medio advertencia—, y de repente, todas las armas del claro despertaron con un estruendo. Al volverse, Clara vio que un pequeño ejército de medio muertos había surgido de los árboles más alejados de la carretera. El ataque contra los agentes del SWAT había sido una maniobra de diversión destinada a enmascarar su llegada, y ahora corrían en línea recta hacia el círculo de policías que rodeaban a Fetlock y su centro móvil de mando.

En línea recta hacia Clara y Glauer.

—¡Acaben con ellos! —chilló Fetlock—. ¡Mantengan el área despejada! ¡Maldición, no permitan que se nos echen encima!

Sus palabras fueron un desperdicio. Los policías ya estaban luchando por su vida, disparando a ciegas contra los medio muertos que llegaban gritando. Había decenas de ellos. Clara no podía contarlos con exactitud y, en cualquier caso, no tenía importancia. Levantó su arma y empezó a disparar como todos los demás, al mismo tiempo que Glauer, a su lado, abría fuego con el fusil.

A pesar de que tenía la certeza de que estaba a punto de morir.

44

Los destellos intermitentes de las armas de fuego hacían que le resultara imposible ver la mitad de los objetivos contra los que disparaba. Retrocedió hacia la posición de Fetlock, pero los medio muertos continuaban avanzando. Algunos tenían ojos brillantes o cuchillos que destellaban, pero la mayoría de ellos eran sólo manchas oscuras, siluetas recortadas sobre la sombra rota de los árboles. Uno la acometió con una llave inglesa, por encima de la cabeza, y ella lo vio justo a tiempo de levantar el arma y volarle la cabeza de un disparo. Otro pasó de un salto por su lado, aullando, e intentó apuñalar salvajemente a un policía de cazadora azul con un cuchillo de cocina. El policía disparó a quemarropa al pecho del atacante, una y otra vez, pero el medio muerto siguió atacando con el cuchillo, y siguió, y siguió, hasta que el policía soltó una exclamación ahogada y cayó. Glauer dio media vuelta y cortó al medio muerto en dos con una ráfaga, para luego volverse hacia al bosque justo a tiempo, ya que otros tres medio muertos corrían hacia ellos.

Le acertó a uno con una ráfaga de tres disparos en la cara, al siguiente le voló un brazo y le hizo dar vueltas y tropezar con raíces de árboles. El tercero aulló y saltó en el aire con la intención de destrozar el cráneo de Glauer con un tronco. Clara echó una rodilla en tierra y le atravesó un ojo de un disparo, lo que hizo que cayera hacia atrás.

—Gracias —dijo Glauer.

Ella no tuvo tiempo de responder. Llegaban más de aquellos bastardos. Le disparó a uno en la boca, y luego se volvió para encararse con otro que se encontraba a sólo doce metros de distancia.

—Son tantos… —jadeó ella—. Malvern lo ha apostado todo esta vez, ¿no? Y que haya matado a esta enorme cantidad de gente sin atraer la atención de la policía…

Dejó de hablar cuando una cuchilla de carnicero pasó silbando junto a uno de sus oídos. Con cuidado de no soltar la pistola, se apartó a un lado y luego levantó un pie y lo descargó contra la rótula del medio muerto. El ser gritó al caer, pues ya no podía mantenerse de pie. Aun así se arrastró hacia ella, intentando herirle los tobillos con la cuchilla, hasta que ella le metió un tiro en la nuca.

—Creo que a Justinia ya no le preocupa la policía. Fetlock le ha proporcionado la oportunidad perfecta de eliminarnos a todos en una sola noche. Después de esto —dijo Glauer—, no quedará nadie que conozca sus trucos.

Los rodeaba por todas partes un combate desesperado. Los policías aporreaban a los medio muertos con armas de fuego descargadas, o simplemente los golpeaban con los puños desnudos. Los medio muertos tenían una estructura tan débil que un buen gancho de derecha podía arrancarles la cabeza, y si la lucha hubiera sido de uno contra uno, los policías habrían podido derrotar fácilmente a los soldados de Malvern. Pero eran demasiados, y a cada minuto que pasaba había menos policías. Clara vació la pistola en la espalda de un medio muerto, y luego se inclinó para recoger otra arma del cinturón de un policía muerto. Se abrió paso a patadas, puñetazos y tiros a través de un apretado grupo de aquellas criaturas en dirección a una casa prefabricada, para poder al menos apoyar la espalda contra algo y ver venir la muerte cuando fuera a buscarla. Glauer la siguió y la cubrió lo mejor que pudo.

—¡Todos hacia aquí! —gritó ella, con la esperanza de reunir algunos policías. Si pudieran entrar en una de las casas, tal vez podrían atrincherarse en ella, quizá podrían resistir allí un poco más—. ¡Es vuestra única posibilidad! ¡Por aquí!

Uno de los policías alzó la mirada hacia Clara como si deseara desesperadamente creer que sabía lo que estaba haciendo. Alzó una mano hacia ella, pero ya le manaba sangre de la boca. Cayó hacia delante y ella vio el cuchillo que tenía clavado en la parte posterior del cráneo.

Clara tembló de horror, pero sabía que no podía permitirse perder la serenidad. Se sacudió el miedo de encima, al menos por el momento.

—¡Por aquí! —volvió a gritar.

No hubo respuesta. O bien los policías estaban demasiado ocupados en defenderse, o no quedaba nadie vivo para oír su llamada. Se apoyó de espaldas contra la casa prefabricada y miró a su alrededor, en busca de Glauer, aterrada ante la posibilidad de haberlo perdido en la masacre. Entonces apareció ante ella, una sombra enorme que forcejeaba como loca con un medio muerto que se le había aferrado a la espalda. Con una oleada de asco, Clara vio que le faltaban ambas piernas —acababan en unos muñones—, pero sus brazos se cerraban con fuerza en torno a la cintura de Glauer, y sus dientes estaban clavados en el cuello del agente.

Ella se lanzó hacia delante y lo sujetó por la cabeza, momento en que sintió que se rompían unas tiras de piel bajo sus dedos al tocarle la cara. El medio muerto rió como un maníaco cuando ella le separó las mandíbulas para que soltara a Glauer. Continuó riendo incluso cuando le arrancó la cabeza del cuello y la arrojó hacia la oscuridad. También tuvo que quitarle los brazos de encima a Glauer.

—Joder, gracias —dijo Glauer, que jadeaba trabajosamente. Tenía cortes por toda una mejilla y el cuello, y le habían arrancado una manga de la camisa. Presentaba una fea herida en un codo, pero aún estaba en pie.

—No me lo agradezcas —le dijo ella—. Mira.

Él se lanzó de espaldas contra el costado de la casa para protegerse, y luego se fijó en lo que ella ya había visto.

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