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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia ficción, #spanish

A través del mar de soles (24 page)

BOOK: A través del mar de soles
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Se había dejado la ropa puesta durante todo el tiempo que llevaba en la balsa y ahora eran andrajos. Seguían evitándole el sol pero estaba apelmazada por la sal y le rozaba las heridas, provocándole escozor al moverse. Tenía manchas negras en el cuello y en las manos, donde la piel se había despellejado y había vuelto a quemarse. Antes se había cubierto con una especie de sombrero que hiciera con piel y huesos de Pululante, y le había dado una buena sombra, pero se fue por la borda durante la tormenta.

Warren meditó sobre el mensaje sin conseguir extraerle ningún sentido. Se rascó la barba y descubrió que había en ella una costra de sal parecida a escarcha. También había sal en sus pestañas, se inclinó sobre el costado boca abajo en el agua y se la sacudió. Escudriñó las briznas descendentes de luz verde y la sombra oscura de la balsa ahusándose como una pronunciada pirámide en la lóbrega oscuridad semoviente.

Creyó ver algo que se desplazaba allí abajo, mas no podía estar seguro.

La debilidad le atenazaba ahora. Cogió unas cuantas algas más y las utilizó como cebo en los sedales. El esfuerzo le dejó tembloroso. Fijó el curso y se sentó a la sombra.

Se despertó sobresaltado y percibió chapoteos cerca de la balsa. Espumeantes. Saltaban a la luz del mediodía y más allá de ellos se veía una calígine amarronada. Parpadeó y resultó ser una isla. Se había levantado viento y la lona, plenamente hinchada, impelía hacia la isla.

Se sentó aturdido y exhausto junto a la caña del timón y enfiló la balsa en dirección a la isla, corriendo veloz delante del viento, cortando las olas y lanzando espuma sobre la cubierta. Había una laguna. El oleaje rompía en los arrecifes de coral que circundaban la isla. La tierra parecía estar como a un kilómetro del otro lado, con colinas boscosas y playas de blanco resplandor. Los Espumeantes se marcharon por la izquierda, y Warren vio un espacio despejado en la laguna que se asemejaba a un pasaje.

Giró la caña del timón hasta el tope, la balsa guiñó y se escoró contra las olas que ahora venían con más fuerza. La cubierta crujió y la lona se orzó, pero la balsa entró en la cavidad del espacio despejado y, entonces, las olas la hicieron cruzar impetuosa y velozmente. Sobrepasado el batir de las olas en los corales, bogó ciñéndose al viento para mantenerse alejado de las manchas oscuras de las aguas poco profundas, y luego viró hacia la orilla. Los Espumeantes se habían ido, aunque no se percató hasta que la balsa topó con un banco de arena y miró en derredor, calculando la distancia hasta la playa. Se encontraba débil y sería una estupidez correr ningún riesgo estando tan cerca. Se irguió con un gruñido y saltó pesadamente sobre el lado libre de la balsa. Se escoró, zafándose a continuación del banco de arena, y el viento la arrastró otros cincuenta metros. Cogió sus utensilios y permaneció de pie en la balsa, titubeando como si el abandonarla después de todo este tiempo fuese difícil de imaginar. Luego se increpó a sí mismo y descendió.

Nadó despacio hasta que sus pies tocaron arena, encaminándose entonces con andar pausado hasta la playa, manteniendo el equilibrio cuidadosamente, por lo que no vio al hombre salir de entre las palmeras. Warren se arrojó hacia adelante sobre la arena y trató de levantarse. Sintió contra sí la arena dura y caliente. Volvió a levantarse con punzadas en las piernas. El hombre se hallaba cerca. Chino o quizá filipino. Le dijo algo a Warren, éste le formuló una pregunta y se miraron mutuamente. Warren aguardó una respuesta y, al ver que no iba a producirse, extendió la mano derecha con la palma hacia arriba.

En el silencio, se estrecharon las manos.

3

La debilidad hizo mella en él durante un día y no pudo caminar mucho. El chino le trajo comida fría en latas y leche de coco. Hablaron pero ninguno conocía una sola palabra de las dichas por el otro y pronto lo dejaron. El chino se señaló a sí mismo y dijo “Gijan”, o algo parecido, por lo que Warren le llamó así.

Al parecer, Gijan había ido a la deriva hasta aquí en un bote salvavidas pequeño. Vestía prendas semejantes a un pijama gris y tenía dos maletines con comida enlatada.

Warren dormía profundamente y le despertó una detonación lejana. Bajó a la playa trastabillando, buscando a Gijan con la mirada. El chino se hallaba hundido hasta la cintura en la laguna. Apuntó con una pistola en el agua y disparó, produciendo un fuerte estrépito, aunque sin levantar mucha espuma. Mientras Warren observaba salieron a flote delgados peces blancos, conmocionados. Gijan los recogió del agua y los puso en una hoja de palmera que llevaba. Vino a la orilla sonriendo y le mostró uno de los peces a Warren. Tenía los ojos saltones.

— ¿Crudo? —Warren meneó la cabeza. Pero Gijan no tenía fósforos.

Warren señaló la pistola. Gijan cogió la automática de calibre medio y la sopesó, mirándole.

—No, es decir, dame una concha. —Vio que era inútil hablando. Hizo un gesto como de cosas saliendo de la boca del arma, Gijan lo entendió y extrajo un cartucho de un bolsillo. Gijan echó los peces sobre la arena cuando empezaron a agitarse en la hoja de palmera, despertando de la conmoción.

Warren recogió broza seca y ramas, las mezcló y cavó un hoyo con las manos. Aún tenía su cuchillo y un poco de alambre. Abrió el cartucho sirviéndose de ellos. Mezcló la pólvora con la madera. La noche anterior había estado observando a Gijan y éste no estaba utilizando fuego, meramente comía de las latas. Warren encontró un poco de madera y friccionó el alambre a lo largo ante la mirada de Gijan, con el ceño fruncido al principio. Los peces estaban muertos y brillaban al sol.

Ni loco iba Warren a comer pescado crudo ahora que estaba en tierra. Frotó el alambre con más fuerza, sosteniendo la madera entre las rodillas y friccionando el alambre velozmente arriba y abajo. Sintió que le calentaba las manos. Cuando estaba sudando y el alambre le quemaba y laceraba las manos, se arrodilló junto a la madera y le aplicó el alambre candente. La pólvora crepitó y chisporroteó durante un instante para prenderse luego con un estampido, las ramas crujieron y el fuego originó un pálido resplandor propio al sol. Gijan sonrió.

A Warren le había disgustado el uso del arma para conseguir peces. Pensó en ello mientras Gijan y él los asaban en palos, pero la idea se esfumó cuando se puso a comérselos y el suculento sabor crujiente irrumpió en su boca. Se comió cuatro seguidos sin dejar de beber leche de coco de la que Gijan tenía en latas. El hambre le asaltó inusitadamente, como si acabara de acordarse de la comida, y no desapareció hasta que dio cuenta de seis peces y se comió medio coco. Después volvió a pensar en el uso del arma a tal propósito pero no le pareció tan malo.

Gijan intentó describir algo, utilizando las manos y dibujando imágenes en la arena. Una nave, hundiéndose. Gijan en un bote. El sol elevándose en el cielo siete veces. Posteriormente la isla. El bote destrozado en los corales; Gijan, a pesar de todo, nadando junto a él y llevándolo hasta la orilla medio hundido.

Warren asintió y dibujó su propia historia. No mostró a los Pululantes ni a los Espumeantes salvo en el naufragio, porque no sabía cómo contar al hombre la experiencia y, también, porque no sabía qué le parecería a Gijan la idea de comer Pululantes. Warren no estaba seguro de por qué le había rondado la cabeza esta duda pero decidió atenerse a ella y no contarle a Gijan demasiado sobre cómo había sobrevivido.

Por la tarde, Warren se hizo un sombrero y paseó por la isla. Era llana en su mayor parte cerca de la playa con un pronunciado afloramiento de roca parda donde el contorno de la isla se adentraba en el mar. Había palmeras y matorrales y hierba y lechos secos de arroyos. Encontró una gran extensión rocosa llena en el extremo meridional de la isla y la contempló durante un tiempo. Luego regresó, trajo a Gijan hasta ésta e hizo gestos de recoger algunas de las pálidas rocas y de acarrearlas.

El hombre captó la idea al segundo intento. Warren garabateó SOS en la arena y se lo mostró. Gijan frunció el ceño, intrigado. Hizo su propio signo con un palo y Warren no pudo entenderlo. Había cuatro líneas como el contorno de una casa y una transversal. Warren golpeó la arena junto al SOS y dijo, “¡Sí!”, y volvió a golpearla.

Muy seguro estaba de que SOS era su símbolo internacional, pero el otro simplemente se le había quedado mirando. El silencio se prolongó. Hubo tensión en el aire. Warren no acertaba a comprender de dónde provenía. No se movió. Al cabo de un momento, Gijan se encogió de hombros y fue a coger más rocas de las de color claro.

Las depositaron por el espacio rocoso, letras de cincuenta metros de longitud. Warren sospechaba que el aeroplano que había visto estaba buscando supervivientes de la nave de Gijan, que se había ido a pique en las proximidades, y no del
Manamix.
Resultaba curioso que Gijan no hubiese pensado en hacer una señal, aunque tampoco había pensado en hacer fuego.

A la mañana siguiente, Warren representó dibujos de pesca y se halló con que Gijan no lo había intentado. Warren supuso que el hombre simplemente estaba esperando a que lo recogieran y que sentía un poco de miedo de la gran isla silenciosa e incluso más del mar vacío. Las manos de Gijan eran más suaves que las de Warren, y presumió que el hombre había sido principalmente oficinista. Gijan habría intentado pescar cuando se agotara la comida enlatada, no antes. Cuanto había hecho hasta ahora era trepar a unas cuantas palmeras y hacer caer cocos. No obstante, aquí las palmeras estaban poco crecidas, y no había mucha leche en los cocos. Necesitarían agua.

Warren trabajó el metal de las latas sobrantes y realizó anzuelos. Gijan vio lo que estaba haciendo y se marchó por la parte norte de la isla.

Warren estaba inspeccionando la laguna, buscando zonas profundas cerca de la orilla, cuando encontró la balsa amarrada en una caleta angosta. Gijan debía de haberla hallado a la deriva, asegurándola allí. La tablazón tenía aspecto gastado y frágil, y el conjunto —la caña del timón resquebrajada, la lona despintada, las ataduras de alambre oxidadas— transmitía la sensación de un antiguo naufragio fútil. Warren la examinó durante un rato y, seguidamente, se marchó.

Gijan le encontró en un tosco refugio rocoso que sobresalía por encima de la laguna. Gijan llevaba una caja que Warren no había visto. Depositó la caja y la señaló, sonriendo levemente, orgulloso. Warren miró dentro. Había un revoltijo de sedales en el interior, algunos anzuelos, una caña, una mascarilla de buceo, aletas, un manual en chino o algo parecido, un destornillador, y algunos cachivaches. Warren miró al hombre y deseó saber cómo formular una pregunta. La caja era del mismo tipo que la que contenía la comida enlatada, así pues, Warren supuso que Gijan había traído todo esto en el bote.

Bajaron a la playa y Gijan dibujó algunas imágenes más, y ésa fue la historia que resultó de ello. No dibujó nada sobre el haber escondido la caja, pero Warren pudo figurarse que lo había hecho. Gijan debía de haber visto la balsa acercándose y, precipitadamente, atemorizado, echó mano a lo que pudo y lo escondió. Después, viendo que Warren no era motivo de preocupación, salió y trajo la comida. Dejó el resto atrás sólo por ser precavido. Todavía estaba siendo precavido cuando utilizó la pistola para pescar. Acaso fuera un modo de enseñársela a Warren sin llevar a cabo amenaza alguna.

Warren sonrió ampliamente, le estrechó la mano e insistió en transportar la caja de vuelta al campamento. Los cangrejos de tierra se escabullían alejándose de sus pies según caminaban, dos hombres con un silencio extraño entre ellos.

Warren pescó por la tarde. Los artículos enlatados no durarían mucho si tenían que comer los dos, y Warren no recordaba haber estado nunca tan hambriento. Su cuerpo estaba despertando después de haber estado medio muerto y deseaba alimentos y agua, más agua de la que podían extraer de los cocos. Tendría que hacer algo al respecto. Pensó en ello mientras pescaba, usando gusanos sacados de las partes umbrías de la isla, y entonces vio sombras que se movían en la laguna. Se trataba de peces grandes pero se contorsionaban en sus giros de una manera que le era familiar. Observó; aunque no salieron a la superficie, estaba seguro.

Comenzó a sentir sed tras haber capturado dos peces. Dejó un sedal con cebo, fue tierra adentro e hizo caer tres cocos, mas no le depararon demasiada cantidad de la dulce leche. Llevó el pescado al campamento don»de Gijan mantenía vivo el fuego. Warren se sentó y contempló cómo destripaba el pescado, sin hacer de ello un buen trabajo. Se sintió como en los primeros días en la balsa. Hechos nuevos, problemas nuevos. Esta isla era únicamente una balsa mayor con más que extraer, aunque primero tenían que averiguar los medios de hacerlo.

La extraña caja de equipamiento de Gijan contaba con un trozo de manguera de goma que había compartido alguna pieza de equipamiento ahora omitida. Warren estudió el amasijo durante un rato. Ociosamente, comenzó a elaborar una cubierta para una de las latas grandes, encajando piezas metálicas. Doblándolas sobre el borde de la lata y en torno al extremo de la manguera, descubrió que constituían un sello excelente. Realizó un asa para la lata, trabajando pacientemente. Gijan le observaba con interés. Warren le mandó a por algas en una lata grande. Aparejó la manguera para pasarla a través de una serie de latas más pequeñas. Llenó la lata grande de algas, selló la cubierta hermética y la puso al fuego. Contemplaron cómo hervía el agua y luego salía vapor por la manguera. Gijan entendió la idea y metió algas en las latas pequeñas. Enfriaban la manguera haciendo que, en el extremo, el fino chorro de vapor se condensara en un reguero de agua fresca.

Se sonrieron mutuamente y contemplaron el lento goteo. Al atardecer bebieron por primera vez. Era salobre, aunque no mala.

Warren se sirvió de gestos y dibujos en la arena para preguntar a Gijan por el surtido del equipamiento. ¿Había estado en un navío de investigación? ¿En una embarcación ligera muy rápida?

Gijan dibujó el perfil de un carguero corriente, añadiendo incluso las botavaras. Gijan señaló a Warren, por lo que hizo un bosquejo del
Manamix.
Mediante pantomima, ademanes y sonidos imitativos, se comunicaron sus oficios. Warren trabajaba con máquinas y Gijan era una especie de comerciante. Gijan sacó un mapa desproporcionado del Pacífico y señaló un punto no lo bastante grande o en el lugar correcto para ser ninguna isla que Warren conociera. Gijan bosquejó redes y bote a motor y Warren supuso que habían estado utilizando un carguero para probar fortuna. Sonaba estúpido. Hasta ahora no se había parado a pensar en las islas aisladas desde hacía años y en cómo obtenían alimentos. No se podía abastecer a una población pescando en la orilla. La mayoría de las cosechas eran escasas en el terreno arenoso. Por lo que imaginó que la isla de Gijan había blindado un carguero, haciéndolo zarpar con redes, a la desesperada. Si se trataba de una isla lo bastante grande, podían tener un aeroplano y algo de combustible en reserva, y quizá fuera ése el que había visto.

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