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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

Al Mando De Una Corbeta (11 page)

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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—Espero que continúe haciéndolo aún mejor durante el día de hoy, señor Raven.

Recorrió la popa, con las manos a su espalda, y la nueva espada golpeando contra el muslo.

Buckle frunció los labios en un silbido silencioso.

—Éste es de los tranquilos. Se nos mete la muerte en casa y él continúa paseando como si disfrutara.

Con una sonrisa petrificada Bolitho continuó recorriendo la cubierta; aguzó sus oídos al escuchar, a través del cañoneo, que el bergantín había alcanzado el primer transporte. Si su capitán adivinaba el frágil plan, no tendría sentido continuar con él. O bien debería escapar de la pelea y llevar las importantes noticias acerca del
Miranda
al almirante, o permanecer y esperar el enfrentamiento final con el
indiaman
reformado. Algún cañón del
Miranda
continuaba disparando aquí y allá; su boca casi solapaba a las del otro barco. Las cubiertas se habrían convertido en un matadero, pensó desesperadamente.

—¡El bergantín está cruzando su proa! —gritó Tyrrell.

Explosiones más intensas resonaron sobre el agua, y Bolitho supo que el bergantín disparaba su batería de estribor mientras recorría sin dificultad el bauprés del transporte. Antes de que se desvaneciera más allá de la gran mole del
Golden Fleece
, comprobó que la bandera americana oscilaba garbosamente de un garfio. Hubo una súbita andanada de fuego de mosquete, que procedía de las cubiertas bajas, mientras sus tiradores alcanzaban su objetivo.

—¡Ahora! —la voz de Bolitho cortó el aire—. ¡Viren por redondo!

Mientras el timón giraba y a lo largo de las abarrotadas cubiertas del
Sparrow
los hombres se arrojaban a las brazas, el casco pareció tambalearse violentamente por el empuje. Los tablones chirriaron, y sobre las cubiertas las grandes vergas crujieron con tanta violencia que Bolitho percibía cómo todo el ingenio temblaba, protestando. Pero resistió, y mientras se escoraba violentamente para aprovechar el viento de popa, las velas se expandieron y se llenaron bajo su empuje.

Bolitho hizo bocina con las manos.

—¡Señor Graves! ¡Ocúpese primero de los cañones de babor! ¡Usted mismo dirigirá los cañones del treinta y dos!

Vio cómo Graves asentía antes de desaparecer debajo del castillo de proa, en dirección hacia los cañones. El
Sparrow
se movía rápidamente, pese a que sus dos trinquetes se encontraban amarrados a las vergas, por temor al fuego, cuando comenzaran los disparos de los cañones. El juanete de mayor parecía inclinarse hacia delante, y el gallardete del palo de mayor apuntaba directamente hacia la proa, como si señalara el camino.

El bauprés ya debía de estar cruzando un cuarto del transporte en cabeza, y a estribor Bolitho vio al segundo, el
Bear
, que recogía ligeramente el trinquete, como si temiera una colisión con la corbeta, que se acercaba rápidamente, cruzando su trayecto. Se escucharon más disparos que venían de más allá del primer transporte, y atisbo más humo que descendía por su casco, marcando el proceso del bergantín.

Un grito surgió en la parte delantera.

—¡Ahí está! ¡Por la proa, a babor!

La inesperada aparición del
Sparrow
entre los dos transportes parecía haber cogido completamente por sorpresa al capitán del bergantín. El corsario cruzaba el rumbo del transporte al menos a la distancia de un cable, con las vergas cazadas para obligarla a virar por avante, a estribor.

—¡Nos cruzaremos con el enemigo y lo destrozaremos al pasar! —aulló Bolitho. Algunos de sus hombres le contemplaban desde sus cañones, con los rostros tensos y confusos. Aferró la espada y la agitó sobre su cabeza—. ¡Resistid, muchachos! ¡Haced que cada bala llegue a su destino!

El bergantín apenas distaba medio cable, con su bauprés apuntando directamente hacia el mascarón de proa del
Sparrow
. La distancia parecía disminuir a tremenda velocidad, y Bolitho sabía que si lo había juzgado mal, o si el viento decidía calmar en ese instante, el enemigo se arrojaría sobre el costado de la corbeta cómo un ariete, y desfondaría sus costados.

Los grandes cañones del treinta y dos de la proa rompieron el encanto, y el crujido de la explosión se transmitió a través de la cubierta, hasta que alcanzó los pies de Bolitho. Contempló los latigazos al romperse los obenques del bergantín, el remolino de las astillas de madera brillante cuando la bala alcanzó los botes dispuestos en gradas. Entonces, cañón tras cañón, la descarga continuó en el costado del
Sparrow
. Graves parecía reventar en la humareda, agitando su espada y gritando órdenes sucesivamente a cada sector de la tripulación.

El capitán enemigo trató de virar frenéticamente, y resistir así la carga creciente del
Sparrow
. Incapaz de emplear sus propios cañones, y con la mayor parte de los obenques delanteros y de la jarcia colgando como fibras negras sobre la cubierta, el bergantín se tambaleaba, como un borracho, bajo la cortina de fuego bien dirigida. Entonces, con el timón y algo de viento aún presente en las velas rifadas, el bergantín recuperó el control. Aquí y allá un cañón disparaba, pero, con la prisa, los corsarios disparaban al azar entre el viento que se arremolinaba.

—¡Carguen y disparen! —gritaba Tyrrell sobre la confusión—. ¡Vamos, rotundamente, con decisión!

—¡No pierdan el tiempo en andanadas! —gritó Bolitho—. ¡Que cada capitán dispare en cuanto haya cargado! —era inútil esperar a que los hombres continuaran disparando a la vez mientras se encontraban bajo el fuego enemigo.

—¡Vamos, estúpido! —gritó Graves. Había arrastrado a un hombre asustado hasta la parte trasera de su cañón—. ¿Estás loco? —empujó al infortunado marinero hacia el arma—. Te encadenaré a los grilletes si te veo…

Bolitho no escuchó el resto. El bergantín giró lentamente hasta que se alineó casi diagonalmente a lo largo de la aleta de babor. Se sintió rodeado por el humo, y escuchó balas del mosquete incrustándose en los maderos de cubierta, junto con el aullido de maníaco de alguien que acusaba el retroceso de un cañón giratorio justamente a un pie de distancia.

—¡Muévase, señor! —gritó Stockdale desesperadamente—. ¡Esos cabrones le acertarán si se queda ahí!

Bolitho le miró, consciente de que su propia cara mostraba una mueca salvaje. Nunca dejaba de sorprenderle que resultara tan fácil perder el control y la razón una vez que la batalla había comenzado. Quizá después… Se obligó a reaccionar. No habría un después cuando chocaran con el barco mayor.

—¡Disparan a ciegas, Stockdale! —aulló. Esgrimió su espada por toda la sobreestructura de popa. Ninguno de los oficiales había encontrado tiempo para aprovisionarse de sus casacas o sombreros, y, como él mismo, vestían camisa y calzones, mugrientos por el humo de pólvora.

—¿Ves? ¡No pueden ni alcanzarnos!

Un marinero que se encontraba en las brazas de la mesana emitió un terrible grito y cayó a su lado, derribado por la fuerza de una bala de mosquete. La sangre salpicó su pecho mientras se retorcía en la agonía.

—¡Atienda a ese hombre, señor Bethune! —gritó Bolitho. Cuando el guardiamarina dudó, con el rostro blanco como la leche bajo las pecas, añadió abruptamente:—Su mamá está en casita, niño, de modo que puede lloriquear sólo después de haber cumplido con su deber.

Bethune se arrodilló, con los pantalones salpicados de sangre, pero con una expresión decidida mientras el marinero moribundo aferraba su mano.

—¡Los yanquis tratarán de atravesarnos por la popa, señor! —aulló Buckle.

Bolitho asintió. El enemigo no podía hacer otra cosa. Con la mayoría de sus velas afectadas por el fuego de cañón, y superado por el enloquecido ataque del
Sparrow
a través de los transportes, el capitán del bergantín debía intentar cruzar por la popa, o virar, y arriesgar su propia popa bajo un infierno de fuego.

—¡Viraremos, señor Buckle! —estalló Bolitho—. Vire por redondo y siga el movimiento del bergantín de parte a parte.

Aún sonreía, pero sentía la boca seca por la tensión mientras los hombres trepaban de nuevo a las brazas, con sus cuerpos tiznados relumbrando en la claridad, mientras se retorcían a gran altura sobre la cubierta, con los ojos fijos en las vergas que se alzaban sobre ellos.

—¡Timón a sotavento! —Buckle añadió su propio peso al timón.

Bolitho observó cómo se mecía el bauprés; escuchó el inmediato estruendo de los cañones mientras Graves dirigía sus baterías, nuevamente cargadas, hacia el otro barco. A través del denso humo de los cañones pudo ver la lóbrega forma del transporte que iba en cabeza, situado ahora a unos dos cables de distancia.

—¡Manténgalo así, señor Buckle! —una bala silbó sobre su cabeza, y cuando volvió la mirada a lo alto vio un limpio agujero en el centro de la gran vela cangreja—. Mantenga la posición del
Golden Fleece
. Hoy le guiará mejor que cualquier compás.

Hizo una mueca de dolor cuando el casco saltó una, dos veces, y aún otra más, al ser alcanzado por algunos disparos enemigos. Pero el bergantín estaba en mala posición y, mientras giraba sobre la popa, su palo trinquete, al completo, se derrumbó sobre un lado, como un árbol caído. Los hombres aceleraban su desplome, con las hachas que relumbraban, mientras los otros continuaban disparando y cargando los cañones, como antes.

—¡El mismo rumbo, señor, nor-noroeste!

Bolitho alzó su espada, y entrecerró los ojos para evitar el resol mientras observaba el cabeceo del bergantín y la visible oscilación de sus vergas.

—¡Vamos, muchachos! —la espada reflejó la luz del sol. Ningún cañón disparó, y a lo largo de la cubierta sólo las armas que aún no habían recargado mostraron algún tipo de movimiento.

Otra bala chocó contra el casco inferior, y en algún lugar un hombre gritó por el dolor que le producía el zarpazo de las astillas que volaban. El sol les deslumbraba directamente, y a través del viento encrespado vio la silueta de la gavia afectada del bergantín, y el brillo del cristal mientras presentaba, indefensa, su popa.

—¡Fuego a discreción!

Conducido por el viento, el humo se dispersaba a bordo porta tras porta, mientras Graves corría por toda la cubierta de artillería, con su voz rompiéndose por la tensión de las órdenes anunciadas.

Una sombra voló fugazmente sobre el humo; a través del estruendo, Bolitho escuchó el demoledor crujido de un mástil completo cayendo, y adivinó que había sido completamente cercenado entre las cubiertas por el bombardeo inmisericorde del
Sparrow
.

Entonces, mientras el
Sparrow
avanzaba constantemente, una vez más escuchó vítores y comprendió que procedían del
Golden Fleece
. Mientras el viento dispersaba el humo, vio claramente el bergantín y cómo alguien ondeaba una bandera en señal de rendición en su destartalada cubierta. Sin mástiles, y con la popa agujereada por la inmensa andanada, era poco más que un carcamán. Dentro del pequeño casco su dotación debía haber resultado salvajemente mutilada.

Tyrrell observaba la situación, con ojos brillantes por la concentración, y a su lado Heyward casi saltaba, con la voz medio ahogada por el humo.

Entonces, casi antes de que la sorprendida dotación del
Sparrow
pudiera degustar su victoria, el aire se incendió en una demoledora explosión. Los palos, secciones completas de cuadernas y maderos de cubierta formaron un remolino ascendente con un núcleo de violento escarlata, y, a través del agua, una inmensa ola descargó contra la corbeta como un tifón en miniatura. Cuando el humo y los fragmentos volantes desaparecieron no quedaba nada del buque corsario salvo unas pocas piezas de deshechos flotantes, y una yola a la deriva que resultó milagrosamente indemne: un súbito chispazo, una lámpara sin apagar, o alguien aterrorizado en las destrozadas cubiertas había encendido una espoleta. El final del bergantín fue terrible por su rotundidad.

—¡Ice la vela mayor, señor Tyrrell! —dijo Bolitho—. Hemos de apresurarnos a ayudar al
Miranda
—esperó hasta que Tyrrell logró romper el estupor de los hombres paralizados, mediante la voz ronca a través del megáfono, y entonces añadió:— Sabrán que aún podemos vender caras nuestras vidas.

Les llevó poco tiempo rebasar al
Golden Fleece
y avistar los dos barcos enzarzados en la pelea a una milla de distancia. Se habían deslizado en la furia del combate, con los cascos envueltos en humo, y a través del mismo resultaba fácil observar el destello del fuego de mosquete y el brillo ocasional de algún cañón giratorio.

La fragata embestía a su pesado adversario como un carcamán ya derrotado, y sin necesidad de catalejo Bolitho pudo ver que la lucha se había extendido a la cubierta de proa, mientras más hombres al abordaje se abrían paso entre los barcos ya entrelazados.

—Viraremos, señor Tyrrell. Abarloaremos por el costado de estribor, una vez que hayamos ganado algún espacio, y prepárese para disparar con la otra batería.

Se mordió los labios para calmar sus disparatados pensamientos. Una rápida mirada a la arboladura le indicó que el gallardete del calcés se mantenía más firme que nunca. El viento continuaba de sur-suroeste.

—Dígale al señor Graves que venga hacia la popa.

Cuando llegó el teniente, con la cara fatigada, Bolitho dijo:

—Quiero que los cañones de la amura de estribor continúen disparando al enemigo. Tan pronto como hayamos virado, espero concentrarme en ese barco, no importa lo que pase.

—Preparados en la popa, señor —dijo Buckle.

Bolitho asintió.

—Gire el timón si le parece.

—¡Timón a barlovento, señor!

Tyrrell ya gritaba a través del megáfono, y en la parte delantera los hombres corrían como demonios hacia las escotas de velas. Con las velas flameando, el
Sparrow
comenzó a aproarse al viento.

—¡Hombres a las brazas!

Bolitho se aferró a la batayola, entornando los ojos, mientras el sol brillaba entre los obenques.

—¡Tirad con todas vuestras fuerzas!

Contra el viento, y esforzándose por girar aún más, las vergas gruñeron al unísono. Entonces, mientras las velas se hinchaban de nuevo y hacían que la cubierta se inclinara hasta posicionarse en el ángulo opuesto, observó los barcos distantes emergiendo muy despacio entre los obenques del palo mayor, como si estuvieran capturados en una red gigante.

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