Authors: Laura Gallego García
—Mientes —dijo finalmente la Reina de la Ciénaga—. Los protegidos llevan un signo, y tú no lo traes.
—Me lo quitó María —replicó ella—. Es un medallón con una inscripción en angélico y en humano. La inscripción dice: «Guiado por su ángel.»
Vio un brillo de triunfo en los ojos de Ahriel, y supo que había cometido un error, aunque no supo adivinar cuál. El ángel se incorporó y repitió la orden, impasible:
—Matadlos.
—¡No, espera, déjame hablar!
—¿Por qué debería hacerlo? No vas a hacerme cambiar de idea. Sois una pandilla patética, vosotros tres: una damisela, un bufón de corte y un lisiado. No me servís para nada. No sobreviviríais ni un día en Gorlian. Consideradlo un acto de piedad: tendréis una muerte rápida que os ahorrará sufrimientos inútiles.
Las palabras de Ahriel eran crueles, y Kendal parpadeó varias veces, incapaz de creer que aquel demonio con forma de mujer alada fuese el ángel justo y resplandeciente que le había salvado de las garras de Kab, varios meses atrás. Parecía que en Gorlian, por alguna extraña razón, había transcurrido mucho más tiempo, pero, ¿explicaba aquello el brutal cambio experimentado por Ahriel?
—¡Yo no soy una damisela! —chilló Sabina, luchando desesperadamente por librarse de su captor, que la arrastraba lejos de Ahriel—. ¡Soy Kiara, princesa de Saria, hija del rey Ravard!
Kendal suspiró, preocupado. Tobin miró a Sabina con incredulidad. De nuevo, Ahriel hizo un gesto a sus hombres para que se detuvieran y se acercó a ella.
—Buen intento. También yo oí los rumores... Dijeron que había nacido en Saña una princesa, el mismo día en que vino al mundo la que hoy es soberana de Karish. Pero nunca más se supo de esa supuesta princesa sariana. Sin duda nació muerta. ¿Por qué habría de creerte?
—Vino un ángel —susurró la joven—. Ravard era un rey guerrero, mientras que Briand de Karish siempre abogó por la paz. Por eso los ángeles pensaban que yo daría problemas y que María sería una reina justa. ¿No lo sabías? Los tuyos enviaron a dos ángeles ese día. Enviaron a Yarael y te enviaron a ti.
Hizo una pausa, pero Ahriel no movió ni un músculo. Sabina prosiguió:
—Mi ángel me apartó de mi padre y de mi reino, y me educó en los ideales angélicos. Crecí alejada del mundo y aprendí a utilizar los poderes que los ángeles confieren a sus protegidos. Pero, cuando Karish invadió Saria... no pude quedarme escondida un momento más. Acudí a ver a mi padre, pero ya era tarde: había sido apresado por la reina María. Entonces Kendal me habló de ti. Me dijo que eras la única que podía ayudarnos. Yarael tenía sus dudas, por supuesto, porque decía... —vaciló.
—Puedo imaginar perfectamente lo que diría de mí cualquier ángel —respondió Ahriel con sarcasmo—. Y me importa bien poco. Continúa.
—Bueno... lo cierto es que incluso Yarael reconoció que nadie conocía a María mejor que tú. Y luego Kendal contactó con Tobin, que le dijo que seguías viva y en Gorlian.
—Y habéis venido para buscarme. Qué enternecedor.
En realidad, entramos en el palacio para rescatar a mi padre. Pero llegamos tarde. Ya estaba muerto.
Se le hizo un nudo en la garganta al recordarlo, pero contuvo las lágrimas al ver que Ahriel seguía atravesándola con la mirada.
—La reina nos atrapó —concluyó.
—Bonita historia, princesa Kiara. ¿Y dónde está tu ángel, ese tal Yarael?
—Yo... lo dejé atrás.
—Parece que no soy la única que fracasó, ¿eh? Bien —añadió, irguiéndose—, ya te he escuchado. Matadlos —repitió por tercera vez.
—¿Es que no me crees?
Ahriel le dirigió una extraña mirada y se rió.
—¿Qué te hace pensar que no te creo?
Kiara, estupefacta, quiso decir algo, pero no le salieron las palabras.
—Pero, Ahriel —dijo Kendal, desconsolado—. ¿Por qué?
No obtuvo respuesta.
—¡Señora de Gorlian! —gritó entonces Tobin—. ¡Concededme una última gracia!
—Haz que se calle, Gon —dijo Ahriel, hastiada.
El llamado Gon hundió el puño en el estómago de Tobin, pero éste había seguido hablando, y la última palabra que salió de sus labios, con un jadeo ahogado, fue:
—¡... Bran!
Ahriel se volvió hacia él como movida por un resorte.
—¿Cómo has dicho?
Tobin no dijo nada. Había caído al suelo de rodillas« y trataba de recuperar el aliento. Ahriel se acercó a él.
—¿Qué has dicho, tullido? —le preguntó con dureza.
—Quería... preguntaros... —jadeó Tobin— si conocíais... a mi hermano. Yo... he venido aquí... a buscarlo. Se... se llama Bran.
Ahriel respiró hondo. Kiara, que ya había olvidado todo cuanto Kendal le había contado acerca de ella y la consideraba una mujer dura, fría y sin corazón, se sorprendió al observar hasta qué punto habían afectado a Ahriel las palabras de Tobin.
La Reina de la Ciénaga se había inclinado junto a su prisionero. Cogió su rostro entre ambas manos con extraordinaria delicadeza y lo miró a los ojos. Tobin se estremeció.
—Es cierto... —musitó ella—, te pareces mucho a Bran. Tus ojos...me recuerdan mucho a los de él. ¿Eres Tobin?
Él la miró, sorprendido.
—¿Me conocíais?
—Tu hermano me habló de ti, una vez.
Su voz estaba cargada de nostalgia, melancolía y una infinita amargura. Kiara apenas podía creer lo que estaba sucediendo. Por el tono empleado por Ahriel, la joven habría jurado que la señora de Gorlian había sentido algo muy intenso por ese tal Bran. Pero no era posible. Yarael le había dicho que los ángeles no eran capaces de amar.
Pero también le había asegurado que los ángeles luchaban por la justicia y la verdad.
«No soy un ángel», había dicho Ahriel. Kiara empezaba a comprender por qué.
—¿Conocéis, pues, a mi hermano? —preguntó Tobin.
Los ojos de Ahriel brillaban a la luz de las estrellas.
—Lo conocí una vez, Tobin —dijo, con una dulzura que Kiara no había creído que pudiera poseer—. Pero siento decirte que tu sacrificio ha sido en vano. Nunca podrás salir de aquí y, además... tu hermano Bran murió hace ya muchos años.
Se levantó bruscamente y le dio la espalda.
—Soltadlos —ordenó con voz queda.
Algo perplejos, sus subordinados obedecieron. Ahriel alzó la cabeza para mirar a Kiara.
—Largaos —dijo—. Fuera de mi vista.
—Pero... —empezó ella; Ahriel la interrumpió.
—No abuses de tu suerte, princesa. No te estoy haciendo ningún favor. Mi gente no se meterá con vosotros, pero, aun así, no sobreviviréis. Gorlian no es lugar para vosotros. Dentro de tres días, Kiara, lamentarás no haber muerto hoy.
Kiara abrió la boca para decir algo, pero, finalmente, comprendió. Asintió, pesarosa.
—Gracias —musitó.
Kendal no se dio por vencido.
—¿No nos vas a ayudar?
—Creía que había quedado claro, bardo. Quitaos de mi vista antes de que cambie de idea. Y no os molestéis en tratar de escapar: no hay salida.
Tobin rió de manera extraña. Ahriel lo miró fijamente.
—Señora —dijo el joven, con una sonrisa torva—. ¿Creéis de verdad que planearía entrar aquí sin saber cómo escapar?
Los convictos murmuraron entre ellos. Ahriel los acalló con una mirada.
—Es un farol —dijo, muy tranquila.
—En absoluto. Yo he visto Gorlian por fuera. Y estoy seguro de que tú también. Pero no lo has reconocido.
—Explícate.
—Bueno, es sólo una teoría, y para confirmarla debería ver por mí mismo los límites de Gorlian. En cualquier caso, desearía que mantuviésemos una charla privada para hablar del asunto. —Ahriel iba a negarse, pero Tobin añadió—. Y, de paso, tal vez podrías hablarme de Bran.
La Señora de Gorlian vaciló.
Tobin se acercó cojeando a la muralla de cristal y colocó las manos sobre ella, palpándola en busca de grietas o fisuras.
—Ya te he dicho que es inútil —dijo Ahriel—. Es una cúpula completamente cerrada. No se puede salir de aquí.
Tobin esbozó una sonrisa maliciosa, tan parecida a las de Bran que Ahriel sintió una punzada en el corazón. Desechó rápidamente aquella sensación. Hacía mucho tiempo que había rodeado su corazón de una muralla de fuego, una pared de hielo y un impenetrable cerco de espinas. Ahora, nada ni nadie podía afectarla.
Jamás volverían a hacerle daño.
Sintió que Kiara avanzaba un poco, tímidamente, y se situaba a su lado, acompañada por Kendal. Durante el largo y difícil trayecto a través de la Ciénaga, la princesa de Saria había perdido gran parte de su orgullo. Estaba sucia, cansada, hambrienta y maltrecha, y Kendal no se sentía mejor que ella. En cambio Tobin, a pesar de su pierna contrahecha, se había enfrentado a la Ciénaga con una fe inquebrantable, que era, sin embargo, fruto de la terquedad, más que de la esperanza.
—Pero yo tenía razón. Sólo me he equivocado en un pequeño detalle.
—¿Se puede saber de qué estás hablando? —gruñó Kendal—. ¿Hay o no hay una entrada en el palacio de la reina María?
—No exactamente. Veréis... todo Gorlian está en el palacio de la reina María. En su habitación, para ser más exactos.
Ahriel ladeó la cabeza con una breve sonrisa burlona. Kiara suspiró, exasperada.
—¿¡Qué!? —estalló Kendal—. ¡Estás chiflado! Jamás debí hacerte caso...!
Kendal siguió despotricando, pero Tobin no se inmutó. Ahriel les dio la espalda a los tres, indiferente, mientras la mirada de Kiara iba de uno a otro. Sus ojos se detuvieron entonces en el grueso cristal de la gigantesca cúpula bajo la que se ocultaba Gorlian, y la verdad inundó su mente como un rayo de luz hendiendo las tinieblas. Cuando comprendió lo que ello significaba, su cuerpo entero se estremeció de terror.
—No... puede... ser —musitó.
Habló en voz muy baja, pero algo en su tono hizo callar a Kendal. Tobin asintió, solemne.
—Ella lo ha comprendido. Sabe que es verdad. Todo Gorlian está en los aposentos de la reina María.
Kiara se tambaleó, y Kendal se apresuró a sostenerla. Ahriel la miró.
Y entonces, también ella lo entendió, y fue como si algo la golpeara como una enorme maza. Sintió que le faltaba el aliento; se dejó caer sobre una roca musgosa y enterró el rostro entre las manos.
—¿Qué? —murmuró Kendal, confuso—. ¿Qué es lo que pasa?
—Es... este lugar —musitó Kiara con esfuerzo—. Esta cúpula de cristal... no es exactamente una cúpula.
—¿Qué quieres decir?
—Es una bola de cristal. Y nosotros estamos encerrados en su interior.
Ahriel cerró los ojos. Ella no lo habría sabido explicar con tanta claridad.
Gorlian era un mundo en miniatura. Por eso allí el tiempo transcurría más deprisa.
Y estaba contenido en una bola de cristal. La misma que Ahriel había tomado por una esfera de adivinación.
Recordó entonces que el Loco Mac le había dicho en una ocasión que, si cavaba un túnel hacia abajo, toparía con otra barrera de cristal.
«Él lo sabía», pensó Ahriel.
¿Cómo lo había averiguado? ¿Tal vez había visto en su viaje a las alturas algo que le resultara revelador? Ahriel no lo sabía, y nunca lo sabría. El Loco Mac había muerto muchos años atrás. Al igual que Dag, y que muchos otros.
—Pero eso es imposible —murmuró Kendal, pálido, mirando a sus compañeros—. Decidme que no es verdad.
Nadie se lo dijo.
—Si es una bola de cristal —susurró Kiara—, estará completamente cerrada. ¿Cómo hemos podido entrar aquí?
—De la misma manera que hemos encogido para caber en su interior —dijo Tobin—: magia negra.
—De modo que es verdad lo que se cuenta por ahí —musitó Kiara—. La reina María es la protectora de la secta de los Siniestros.
—¿Qué son los Siniestros? —preguntó Kendal.
—Yarael me habló de ellos. Extraen su poder del dolor, del sufrimiento, de todo lo repulsivo, lo monstruoso y lo degenerado. Es un tipo de magia retorcida y desvirtuada que se complace en alterar la naturaleza de los seres vivos y convertirlos en espantosas criaturas mutadas que no son más que una parodia de lo que eran antes. Buscaban un poder que los convertiría en dioses, y sólo lograron controlar la energía que se encuentra en los cuerpos en descomposición, en lo corrupto y lo putrefacto, en la enfermedad y en la muerte. Pero jamás perdieron de vista su objetivo. Ahora que han adquirido más poder, se dedican a transformar a los seres vivientes para volver a crear el mundo a su voluntad.
—En ese caso, Gorlian debe de ser su laboratorio de pruebas —gruñó Kendal—. ¿Por qué se aliaría María con esa gente?
—Porque, hasta el momento, ellos son los únicos seres humanos que han logrado resucitar algún tipo de magia, aunque sea una magia deformada y abyecta —intervino Tobin, sombrío.
—Hay que detenerla —musitó Kiara, pálida.
Ahriel esbozó una sonrisa socarrona.
—¿Se te ocurre alguna manera? Ella está ahí fuera, y nosotros aquí dentro.
—Tobin tenía un plan —intervino Kendal, sarcástico—. Uno de nosotros debía quedarse fuera para sacar a los demás.
—¿Y qué habríais hecho después? —les espetó Ahriel con dureza—. ¿Enfrentaros a ella? ¿Vosotros tres?
—Contábamos contigo. Aunque, después de lo que hemos visto, reconozco que María es mucho más poderosa de lo que pensábamos.
—Pero está Kiara —dijo Tobin pensativo, a media voz.
Ella se volvió hacia él.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno... no sé... la verdad es que entiendo poco de estas cosas, pero... las dos habéis nacido el mismo día y las dos estáis protegidas por los ángeles. Eso quiere decir algo, es una señal. Yo creo que, si alguien puede derrotar a María, ésa eres tú, princesa. Debes de tener los mismos poderes que ella.
—En algunos casos, incluso superiores —añadió Ahriel de mala gana—. Los ángeles os concedieron dones a las dos, pero yo jamás enseñé a María a utilizarlos. Pensaba esperar a que fuese un poco mayor. Aunque, de todos modos —concluyó con aspereza—, de poco te servirán ahora que estás atrapada en Gorlian y has perdido tu medallón y a tu ángel.
—Eso... no puede ser casualidad —dijo Tobin—. Quiero decir que Kiara es una protegida sin ángel guardián, y tú, Ahriel, eres un ángel guardián sin protegida...
—No soy un ángel —cortó ella con brusquedad—. Dejad de decir tonterías y aceptad de una vez el hecho de que nunca podréis salir de aquí.
Tobin no dijo nada, pero la miró, pensativo.
—¿Y si hubiese una manera? Si pudiésemos escapar de aquí... ¿te unirías a nosotros contra María?