Authors: Laura Gallego García
—Si así es como educa mi madre a la gente —dijo Zor, con rencor—, me alegro de no haberla tenido nunca cerca.
Ubanaziel le lanzó una mirada severa.
—No hables así de ella. No sabes nada.
—¿No sé nada? —se rebeló él—. ¡Me dejó solo cuando no era más que un bebé! ¡Se marchó de Gorlian y se olvidó de todos nosotros! ¡Incluso te ha abandonado a ti! ¡No creas que no lo he visto! ¡Huyó volando de la Sala de las Invocaciones y, si no hubiese sido por nosotros, esos locos te habrían matado! ¡Tú mismo lo has dicho!
El ángel no se enfadó. Escuchó con paciencia el estallido de Zor, lo dejó volcar su ira sobre él y, cuando el muchacho guardó silencio por fin, respondió, con gravedad:
—Ahriel ha ido a alertar a los otros ángeles de que se preparen para la batalla. Alguien tenía que hacerlo, pues desconocen los planes de Marla y no tienen ni idea de la catástrofe que se ha abatido sobre nuestro mundo. Y no pienses ni por un momento que abandonó a los presos de Gorlian, muchacho. Hemos venido hasta aquí para buscar esa esfera. Tendrías que haber visto la cara que puso Ahriel cuando Marla la estrelló contra el suelo. Creía que aún estabas dentro y que te había perdido para siempre.
—Yo...
—Tu madre ha ido hasta el mismo infierno para recuperarte —concluyó Ubanaziel.
Zor tragó saliva.
—Entonces, ¿por qué me abandonó cuando era un bebé?
—Eso tendrás que preguntárselo a ella. Si es que tenemos la oportunidad de volver a encontrarnos.
Ubanaziel le contó, en pocas palabras, todo lo que Zor no sabía. Le habló de cómo Ahriel había regresado de Gorlian para enfrentarse a Marla, de cómo frustró sus planes al vencer al Devastador en Vol-Garios y de cómo el líder de la Hermandad, Fentark, y la propia Marla, habían acabado en el infierno como consecuencia de aquella derrota. Le relató la audiencia de Ahriel ante el Consejo de Aleian y que él mismo la había acompañado hasta el mundo de los demonios para interrogar a Marla. Le habló de sus experiencias allí, y del trato que habían hecho con Furlaag. Le contó que habían regresado con Marla para recuperar la esfera de Gorlian, pero que ésta los había engañado y conducido a una trampa.
—Creímos que estábamos rescatando a Marla de Furlaag —concluyó Ubanaziel—, pero ellos dos habían hecho un pacto previamente. Ese joven partidario suyo, Shalorak, había negociado con Furlaag la liberación de Marla. Y el demonio accedió, con la condición de que abrieran las siete puertas del infierno. Dado que una de ellas sólo puede ser abierta con intervención angélica, tuvieron que esperar a que nosotros acudiéramos a buscar a Marla. Pero habían previsto que iríamos, y que nos la llevaríamos con nosotros. Lo tenían todo planeado.
—¿Entonces, ahora...?
—... Ahora, la Hermandad se ha salido con la suya. Las siete puertas del infierno se han abierto, y los demonios están invadiendo nuestro mundo. Por eso se derrumbó la Sala de las Grandes Invocaciones: ellos la hicieron estallar al cruzar en masa a nuestra dimensión.
—Y abrieron un boquete en la pared para salir al aire libre como un puñado de enormes y feos murciélagos —gruñó el Loco Mac—. Pero gracias a eso se creó bastante confusión y pudimos escapar.
—Así que, ya ves —añadió Ubanaziel, con una torcida sonrisa—. No dudes del cariño que siente tu madre por ti, ni subestimes su voluntad de recuperarte. Ha provocado el fin del mundo por ello.
Zor se sintió fatal. Objetivamente no era culpa suya, pero no podía evitar sentirse responsable. Todavía seguía sin tener claro que Ahriel fuera un ángel lleno de amor y bondad, pero estaba empezando a temer que tenía la mala fortuna de destruir todo lo que tocaba, empezando por la conciencia de Marla y terminando por el mundo entero.
—¿Y no hay... no hay nada que podamos hacer? —preguntó con voz débil.
Ubanaziel negó con la cabeza.
—Sólo desear que los ángeles ganen la batalla —respondió, poniéndose en pie—. Y eso me recuerda que debo acudir a unirme a los ejércitos de Aleian. Vosotros, en cambio, estaréis a salvo aquí. Estoy casi seguro de que Shalorak y Marla se han marchado, y los otros tres hechiceros dieron su vida para alimentar la energía del portal y propiciar así su apertura. En cuanto a los demonios, habrán volado hasta la ciudad más cercana... Karishia, tal vez, aunque puede que Furlaag los obligue a respetarla por ser la capital del reino de Marla. En cualquier caso, llevan siglos deseando regresar a nuestro mundo para destrozarlo a placer, así que no habrá uno solo que se haya quedado en estos túneles pudiendo masacrar una aldea entera.
Zor se sentía cada vez peor.
—¿En serio que no hay nada que podamos hacer?
—¿Contra los demonios? —el ángel sonrió amablemente—. Créeme, muchacho: ya habéis hecho mucho. Más de lo que se le podría exigir a cualquier humano. O incluso a un joven medio ángel como tú —añadió, tras una pausa—. Quizá tu sangre angélica alargue tu vida un poco más de lo habitual en un humano corriente, pero juraría que no creces con más lentitud. ¿Cuántos años tienes? ¿Trece, catorce?
Zor no respondió a la pregunta. Sólo los novatos contaban el paso de los días en Gorlian, así que no sabía qué edad tenía en realidad. Pero irguió las alas, con toda la dignidad de la que fue capaz.
—¿No puedo unirme a vosotros?
—¿Al ejército de Aleian? —Ubanaziel negó con la cabeza—. No estás preparado, Zor. Aunque con el tiempo, y con el debido adiestramiento, llegaras a ser más poderoso que la mayoría de los luchadores humanos, será difícil que alcances el nivel de un guerrero angélico, porque eres un mestizo. Además, acabas de salir de Gorlian. Aún no sabes nada del mundo real, no has recibido instrucción y jamás te has enfrentado a un demonio. Ahriel ha provocado todo esto en su deseo de recuperarte —sonrió—. No quiero ser el responsable de tu muerte prematura y tener que enfrentarme a ella después.
—Pero tiene que haber algo...
—... Y puede que lo haya —intervino el Loco Mac—. A ver, el problema es que las dos dimensiones se han unido, ¿no es así? Los acólitos de la Hermandad han abierto las siete puertas del infierno a la vez. Habría que volver a cerrarlas...
—Agradezco tu buena voluntad, Mac, pero no pueden volver a cerrarse —respondió Ubanaziel—. No con todos esos demonios volando libres.
El Loco Mac se rascó la cabeza.
—¿Y cómo lo hicisteis la última vez, entonces?
—Fue más sencillo, porque estábamos al tanto de las intenciones de los magos humanos y, si bien no pudimos evitar que se abrieran las puertas, estábamos aguardando a las hordas infernales y los obligamos a retroceder hasta devolverlos a todos a su dimensión. Pero me temo que en esta ocasión nos ha cogido totalmente desprevenidos. Para cuando el ejército de Aleian les salga al encuentro, estarán tan extendidos por nuestro mundo que la única opción que nos quede será aniquilarlos a todos.
Zor detectó que el ángel se estaba esforzando por ser amable con ellos porque le habían salvado la vida, pero su paciencia se estaba agotando. Lo notaba en la forma en que hacía vibrar las puntas de sus alas.
—Bueno, pero, ¿y si hubiera otra opción?
—Déjalo, Mac... —intervino Zor, incómodo.
—¡Es que sé de qué estoy hablando! —insistió Mac, tozudo, soltando una frenética carcajada—. Dedicad sólo unos minutos a escucharme, por todos los demonios. Que estoy viejo, pero no senil. A ver, todo esto se ha iniciado con un pacto, ¿no? Un pacto entre un humano y un demonio. Eso establece un vínculo entre ambos y refuerza la unión entre ambas dimensiones. No me mires así —le reprochó, incómodo, al ángel, que lo observaba con los ojos entornados—. Formé parte de esta secta y aprendí cosas de las que no me enorgullezco, pero que sepas que jamás aprobé los escarceos de Fentark con Furlaag, y en mis últimos tiempos como habitante de este inmundo lugar me informé sobre el tema, por si había que lamentar accidentes.
—¿Quieres decir que conoces la forma de cerrar las puertas? —preguntó Zor, emocionado.
Mac se removió, inquieto.
—Bien, conocer, lo que se dice conocer... Tan sólo recuerdo haber leído algo al respecto. La forma de romper el vínculo, de deshacer el pacto.
—Eso podría funcionar —asintió Ubanaziel, pensativo—, pero no nos sirve de nada si no sabes cómo ha de hacerse.
—¡Pero lo leí en algún sitio! Y no creas que en aquellos tiempos, con Ahriel husmeando por todas partes como protectora del reino que era, uno podía tener libros de magia negra en el salón de su casa, como si nada. Así que la mayoría terminaron aquí: en la biblioteca de la Hermandad.
Ubanaziel alzó una ceja.
—¿Insinúas que debemos buscar por aquí una biblioteca repleta de tomos sobre magia negra para ver si casualmente damos con el libro que menciona cómo disolver un pacto demoníaco?
De pronto, Mac ya no pareció tan seguro de sí mismo.
—Bueno... si no es mucha molestia...
—¡Yo voy a ayudarte! —saltó Zor—. ¡Esto es algo que nosotros podemos hacer, Ubanaziel! Y, si de verdad no queda nadie en los túneles, no corremos peligro. Pero, si tú nos echaras una mano, tendríamos más oportunidades de encontrar el libro a tiempo.
—Además, seguro que están haciendo planes sin ti. Ahriel sabe que te quedaste a cubrirle la retirada frente a una cuadrilla de hechiceros y cientos de demonios. No te ofendas, pero a estas alturas todo el mundo te habrá dado por muerto.
Ubanaziel le dedicó una torva sonrisa, como queriendo decir que nunca se debe dar por muerto a alguien que ha regresado dos veces del mismo infierno.
—Soy general del ejército angélico —declaró—. No puedo faltar a mi deber. Sin embargo —añadió—, el Consejo tardará aún un tiempo en organizar las tropas y lanzar a los nuestros a la batalla. Me uniré a ellos más tarde.
Mac y Zor sonrieron, satisfechos.
—Confía en Ahriel —dijo Mac—. Tiene un talento extraordinario para meter la pata, pero seguro que será capaz de dar la alarma sin romper nada, ¿no?
—¿Cómo has dicho? —casi gritó Lekaiel; y no solía levantar la voz a menudo.
Ahriel tragó saliva y repitió:
—Los humanos han abierto las siete puertas del infierno. Nos invaden los demonios, comandados por un tal Furlaag. Debemos preparar el ejército para salirles al paso.
Los Consejeros de habían quedado mortalmente pálidos. Lekaiel contempló a la portadora de tan malas nuevas, inclinando apenas su esbelto cuello de cisne.
—Es una broma, ¿verdad?
Ahriel había estado dispuesta a soportar cualquier amonestación o castigo que el Consejo tuviese a bien imponerle, pero no estaba preparada para lidiar con su escepticismo. No cuando la situación era tan grave, cuando los demonios estaban ya haciendo estragos en el mundo de los humanos... cuando, muy probablemente, Ubanaziel hubiese caído en la Fortaleza.
—Sé que tengo fama de ser un ángel muy... peculiar —replicó, tratando de reprimir su ira—. Pero creedme, Consejeros, si os digo que, por muy incomprensible que os parezca mi comportamiento a veces, jamás osaría bromear con un asunto tan grave.
Lekaiel se echó hacia atrás en su asiento, tratando de digerir las noticias. Parecía perpleja y, por un momento, no supo qué decir.
—Si se me permite —carraspeó Adenael—, no entiendo mucho de estas cosas, pero tenía entendido que los humanos no pueden abrir las puertas del infierno.
—La secta de Marla resucitó la magia negra en el mundo —les recordó Ahriel, apretando los dientes—, y con ella, el conocimiento necesario para contactar con demonios y abrirles las puertas a nuestro mundo. Os lo advertí en su día, y tampoco estaba bromeando entonces, como demuestra el hecho de que no hace mucho invocaron al Devastador en Vol-Garios...
—No estaba hablando de eso, Ahriel —cortó Adenael—. Lo que quiero decir es que no pueden abrir todas las puertas del infierno a la vez. Una de ellas tiene una llave combinada, lo cual significa que requiere la participación de un ángel, como podría confirmarnos el Consejero Ubanaziel si se hallara presente.
—Pues ha sucedido, y el propio Ubanaziel me envía a advertiros.
Lekaiel frunció levemente el ceño.
—¿Y por qué no ha venido él contigo?
Ahriel tragó saliva nuevamente.
—Se... se quedó atrás. Para cubrirme la retirada.
—¿Atrás?
—Tratamos de impedir que esos brujos llevaran a cabo la apertura de las puertas. Nos superaban en número, y Ubanaziel juzgó que no podríamos hacer nada para evitarlo. Nos enteramos... demasiado tarde, Consejeros. Entonces me ordenó que regresara para alertaros, y se quedó para garantizar que yo podría escapar con vida —el nudo de su garganta se hizo más grande, y luchó por contener las lágrimas—. Consideró que era imprescindible que uno de los dos regresara a Aleian cuanto antes para que los demonios no nos sorprendieran con la guardia baja.
Reinó un asombrado y pesado silencio.
—¿Insinúas que el Consejero Ubanaziel... ha caído? —inquirió Lekaiel.
Ahriel parpadeó un par de veces, pero no pudo evitar que se le humedecieran los ojos.
—No puedo asegurarlo —respondió—, pero es... bastante probable.
—Ubanaziel no tendría ningún problema en enfrentarse a un grupo de humanos, Ahriel —objetó Radiel, con escepticismo.
—A un grupo de humanos, no, Consejero: a un grupo de humanos que controlan admirablemente bien la magia negra... y a las docenas de demonios que salieron por la puerta en cuanto ésta se abrió.
Ahriel leyó el horror y el desconcierto en las marmóreas expresiones de los Consejeros a medida que iban asimilando la noticia.
—Pero Ubanaziel... —exclamó Didanel, desconcertada—, quiero decir... ¿cómo es posible que haya sucedido algo así? ¿Cómo pudieron abrir todas las puertas del infierno?
—Es una buena pregunta —dijo Lekaiel con frialdad, y dirigió hacia Ahriel la severa mirada de sus ojos violáceos.
—Fuimos... engañados, Consejeros —reconoció ella, de mala gana—. Ubanaziel y yo traspasamos la puerta de Vol-Garios y regresamos del infierno con la información que habíamos ido a buscar. Sin embargo, hubo un demonio que fue más astuto que nosotros, y se las arregló para que llevásemos con nosotros, sin advertirlo, un objeto procedente de su mundo...
—... Y, si eso sucede, la puerta no queda cerrada del todo —asintió Lekaiel—. Lo sé. Y dime, Ahriel, ¿ese objeto no se llaMarla Marla, por casualidad?
Ahriel enrojeció, de ira, de vergüenza y de frustración.
—No fue por los motivos que sospecháis. Ella... ¡ah, por todos los engendros de Gorlian! —estalló, furiosa—. ¿Qué importan los detalles? ¡Nos invaden las huestes del infierno! ¡Están masacrando granjas, pueblos, ciudades enteras! ¡Están exterminando a todo ser viviente, y si no os habéis enterado todavía es porque aquí, en vuestra blanca ciudad, estáis demasiado alejados del suelo como para escuchar sus gritos de agonía!