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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (22 page)

BOOK: Aleación de ley
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—Oh. Bueno… vas a tener que remendarlo a base de bien esta vez.

Wayne bufó, luego se incorporó y se sentó en el suelo. Gimió varias veces durante el proceso, y finalmente abrió los ojos. Por su cara corrían lágrimas.

—Te lo dije. Siempre hay cosas inocentes explotando a tu alrededor, Wax.

—Esta vez has conservado los dedos.

—Magnífico. Todavía puedo estrangularte.

Waxillium sonrió, apoyando la mano en el brazo de su amigo.

—Gracias.

Wayne asintió.

—Pido disculpas por haber caído encima de vosotros dos.

—Te lo perdono, dadas las circunstancias. —Waxillium miró a Marasi. Ella estaba sentada abrazándose a sí misma, inclinada hacia delante, la cara pálida. Ella se dio cuenta de que lo observaba, bajó los brazos y se obligó a ser fuerte y empezó a levantarse.

—Tranquila —añadió Waxillium—. Puedes tomarte más tiempo.

—Me pondré bien —respondió ella, como si le costara trabajo formar las palabras y su audición estuviera todavía embotada—. Es que… no estoy acostumbrada a que la gente intente matarme.

—Uno nunca se acostumbra a eso. Créeme —dijo Wayne. Inspiró profundamente, y luego recogió los restos de su sobretodo y su camisa. Después volvió su espalda quemada hacia Waxillium—. ¿Te importa?

—Tal vez quieras darte la vuelta, Marasi —dijo Waxillium.

Ella frunció el ceño, pero no apartó la mirada. Así que Waxillium agarró la capa quemada del hombro de Wayne y, de un tirón, soltó la piel de su espalda, que quedó libre casi en una pieza completa. Wayne gruñó.

Una nueva piel se había formado debajo, rosada y fresca, pero no podía terminar de sanar adecuadamente hasta que la vieja capa quemada y acartonada hubiera sido retirada. Waxillium la arrojó a un lado.

—Oh,
Señor de la Armonía
—dijo Marasi, llevándose una mano a la boca—. Creo que voy a vomitar.

—Te avisé.

—Creí que te referías a sus quemaduras. No me di cuenta de que ibas a arrancarle toda la espalda.

—Ahora me siento mucho mejor. —Wayne agitó los brazos, sin camisa ahora. Era delgado y musculoso, y llevaba un par de brazaletes de mente de metal de oro en los antebrazos. Sus pantalones estaban chamuscados, pero parecían intactos en su mayor parte. Extendió la mano y recogió del suelo uno de los bastones de duelo. El otro estaba todavía en su cintura.

—Ahora me deben un sombrero y un sobretodo. ¿Dónde está el resto del personal de la casa?

—Estaba pensando en eso mismo —dijo Waxillium—. Haré una búsqueda rápida para ver si hay alguien herido. Saca a Marasi por la puerta de atrás. Escabulliros por los jardines y salid por ahí: me reuniré allí con vosotros.

—¿Escabullirnos? —preguntó Marasi.

—Quien contrató a ese tipo para que nos matara —dijo Wayne—, estará esperando que la explosión signifique que hemos ido a reunirnos con Ojos de Hierro.

—En efecto —corroboró Waxillium—. Tendremos una hora o dos mientras investigan la casa e identifican a Tillaume… si es que queda algo que identificar. Durante ese tiempo, nos darán por muertos.

—Eso nos dará un poco de tiempo para pensar —dijo Wayne—. Vamos. Tenemos que actuar con rapidez.

Condujo a Marasi por las escaleras traseras hacia los jardines. Ella todavía parecía aturdida.

Waxillium notaba los oídos como si los tuviera cubiertos de algodón. Sospechaba que los tres habían estado gritando durante la conversación. Wayne tenía razón. Nunca te acostumbras a que intenten matarte.

Waxillium realizó un rápido reconocimiento por la casa, y empezó a rellenar sus mentes de metal mientras lo hacía. Se volvió mucho más liviano, la mitad de su peso normal. Un poco más y le costaría trabajo caminar, incluso con la ropa y las armas como lastre. Pero tenía experiencia.

Durante su búsqueda, encontró a Limmi y la señorita Grimes inconscientes, pero vivas, en la despensa. Una mirada por la ventana le mostró al cochero, Krent, de pie con las manos en la cabeza y mirando el edificio en llamas con los ojos muy abiertos. Del resto del personal de la casa (las criadas, los chicos de los recados, el cocinero) no había ni rastro.

Podrían haberse hallado lo suficientemente cerca de la explosión para ser capturados por ella, pero Waxillium no lo creía probable. Seguramente Tillaume (que estaba a cargo del personal de la casa) había enviado fuera a todos los que pudo, luego había drogado a los demás y los había llevado a algún lugar seguro. Eso indicaba el deseo de asegurarse que nadie resultara herido. Bueno, nadie menos Waxillium y sus invitados.

En dos rápidos viajes, Waxillium llevó a las mujeres inconscientes al jardín trasero… cuidando que no lo viera nadie. Con suerte, pronto las encontrarían Krent o los alguaciles. Después, cogió un par de revólveres del armario de la planta baja y una camisa y una chaqueta de la lavandería para Wayne. Deseó poder buscar su viejo baúl, con sus Sterrions, pero no había tiempo.

Salió por la puerta trasera y cruzó el jardín con pies demasiado livianos. Con cada paso del camino, se sentía cada vez más molesto por lo que había sucedido. Era horrible que alguien intentara matarte; era peor que el ataque viniera de alguien a quien conocías.

Parecía increíble que los bandidos hubieran podido contactar tan rápidamente con Tillaume. ¿Cómo podían saber que un viejo mayordomo sería sobornable? El mozo de cuadras o el jardinero habrían sido una opción más segura. Aquí pasaba algo más. Desde el primer día que Waxillium había estado en la ciudad, Tillaume había estado intentando desanimarlo para que no se implicara en el mantenimiento local de la ley. La noche anterior al baile, había intentado claramente hacerle olvidar el tema de los robos.

Fueran quienes fuesen los que estaban detrás de todo esto, el mayordomo llevaba algún tiempo trabajando con ellos. Y eso significaba que habían estado vigilando a Waxillium todo el tiempo.

10

El carruaje se sacudía por las piedras pavimentadas mientras seguía una cuidadosa ruta circular para dirigirse al Quinto Octante. Marasi contemplaba las calles abarrotadas, los brazos cruzados. Caballos y carruajes pasaban, y la gente caminaba por las aceras como los pequeños glóbulos rojos que había visto bajo el microscopio en la universidad. Se detenían en las esquinas o en las secciones donde las piedras pavimentadas estaban siendo reemplazadas.

Lord Waxillium y Wayne estaban sentados al otro lado del carruaje. Waxillium parecía distraído, perdido en sus pensamientos. Wayne dormitaba, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados. Había encontrado un sombrero en alguna parte, una endeble gorra del tipo que solían llevar los chicos que vendían los periódicos. Tras huir de la mansión, habían rodeado la esquina de la calle y cortado por el Parque Dampmere. Al llegar al otro lado, Waxillium llamó a un carruaje.

Cuando subieron al vehículo, Wayne se estaba poniendo la gorra, silbando suavemente para sí. Marasi no tenía ni idea de dónde la había conseguido. Ahora roncaba suavemente. Después de haber estado a punto de ser asesinado, después de haberse chamuscado la piel de la espalda, estaba durmiendo. Ella todavía podía oler el fuerte olor de la tela quemada, y sus oídos resonaban.

«Esto es lo que querías —se recordó—. Tú eres la que le insistió a Lord Harms para que te presentara a Waxillium. Viniste hoy a la mansión por decisión propia. Tú te has metido en esto.»

Si tan solo diera una mejor imagen de sí misma… Viajaba en un carruaje con el vigilante más grande que habían conocido los Áridos, pero en cada ocasión demostraba ser una niña indefensa, tendente a estallidos de emoción inútil. Empezó a suspirar, pero se contuvo. No. Nada de enfurruñarse. Eso solo empeoraría las cosas.

Avanzaban en paralelo a uno de los grandes canales radiales que dividían las ocho partes de la ciudad. Había visto reproducciones de páginas de las Palabras de Instauración, que incluían dibujos y planos para Elendel, aunque el nombre de la ciudad había sido escogido por Lord Nacido de la Bruma. Había un gran parque redondo en el centro con flores todo el año, el aire caldeado por un arroyo caliente subterráneo. Los canales radiaban a partir de allí, extendiéndose hacia las ricas tierras interiores, y el río se dividía a su alrededor. Las calles y manzanas fueron trazadas de manera ordenada, con calles amplias y más grandes de lo que nadie creyó necesario. Sin embargo, ahora parecían casi insuficientes.

El carruaje se acercaba al puente del Campo del Renacimiento; la manta de hierba verde y tupidas flores Marewill se alzaba en una pendiente gradual. Las estatuas del Último Emperador y la Guerrero Ascendente dominaban la cima, adornando su tumba. Allí había un museo. Marasi lo había visitado varias veces de niña, para ver las reliquias del Mundo de Ceniza que habían sido salvadas por los Originadores, los que habían sido criados en vientres de la tierra y renacidos para construir la sociedad.

El carruaje se dirigió al camino a la sombra de los árboles que rodeaba el Campo del Renacimiento. Aquí se utilizaba asfalto pavimentado en vez de piedras para acallar el sonido de los cascos de acero de los caballos, y también para suavizar el paso de algún ocasional coche de motor. Estos eran todavía raros, pero uno de los profesores de Marasi decía que acabarían por sustituir a los caballos.

Ella trató de mantener su mente en la tarea. Había más en los desvanecedores que los secuestros y los robos. ¿Qué había de los cargamentos de los trenes que desaparecieron tan bruscamente, dando a los desvanecedores su nombre? ¿Y las armas extremadamente bien hechas? Y luego estaban los grandes esfuerzos por matar a Waxillium, tanto con veneno como con aquella bomba.

—¿Lord Waxillium? —dijo.

—¿Sí?

—¿Cómo murió tu tío?

—En accidente de carruaje —respondió él, pensativo—. Él, su esposa y mi hermana estaban de viaje en los Estados Exteriores. Fue pocas semanas después de que mi primo, su heredero, sucumbiera a la enfermedad. Se suponía que el viaje era para aliviar su pena.

»El tío Ladrian quería visitar un pico concreto para poder ver el paisaje, pero mi tía estaba demasiado débil para hacer el trayecto a pie. Cogieron un carruaje. Por el camino, el caballo se encabritó. Las correas se rompieron. El carruaje cayó por el acantilado.

—Lo siento.

—Yo también —dijo él en voz baja—. No había visto a ninguno desde hacía años. Siento una extraña culpa, como si debiera sentirme más aplastado por haberlo perdido.

—Creo que esa historia implica a suficientes personas aplastadas ya —murmuró Wayne.

Waxillium lo miró con mala cara, aunque Wayne no lo vio, ya que tenía los ojos cerrados y la gorra cubriéndole el rostro.

Marasi le dio una patada en la espinilla, arrancándole un grito. Entonces se ruborizó.

—Respeta a los muertos —dijo.

Wayne se frotó la pierna.

—Ya empieza a darme órdenes. Mujeres —volvió a ponerse la gorra sobre la cara y se acomodó.

—Lord Waxillium —dijo ella—. ¿Te has preguntado alguna vez si…?

—¿Si alguien pudo matar a mi tío? Soy un vigilante. Me pregunto, aunque sea brevemente, por todas las muertes que oigo. Pero los informes que recibí no indicaban nada sospechoso. Una de las cosas que aprendí al principio de mi carrera fue que a veces, simplemente, ocurren accidentes. A mi tío le gustaba correr riesgos. Su juventud de jugador condujo a una madurez donde buscaba emociones. Acabé por considerar que la tragedia había sido un accidente.

—¿Y ahora?

—Y ahora me pregunto si los informes que me enviaron eran un poco demasiado limpios. En retrospectiva, todo pudo haber sido cuidadosamente preparado para no levantar mis recelos. Aparte de eso, Tillaume estaba allí, aunque se quedó en la mansión el día del accidente.

—¿Por qué querrían matar a tu tío? —preguntó Marasi—. ¿No les habría preocupado que tú, un vigilante experimentado, volvieras a la ciudad? Eliminar a tu tío y poner accidentalmente a Waxillium
Disparo al Amanecer
en su pista…

—¿Waxillium
Disparo al Amanecer
? —preguntó Wayne, abriendo un ojo. Bufó suavemente y se limpió la nariz con un pañuelo.

Ella se ruborizó.

—Lo siento. Pero es así como lo llaman los informes.

—Así es como deberían llamarme a mí —dijo Wayne—. Yo soy a quien le gusta un buen disparo de whisky por la mañana.

—Para ti la «mañana» es pasado el mediodía, Wayne —dijo Waxillium—. Dudo de que hayas visto nunca el amanecer.

—No seas injusto. Lo veo continuamente, cuando me acuesto demasiado tarde… —Sonrió bajo su sombrero—. Wax, ¿cuándo vamos a ver a Ranette?

—No la vamos a ver. ¿Qué te hace pensar eso?

—Bueno, estamos en la ciudad. Ella también… se mudó aquí antes que tú. Nuestra casa explotó. Podríamos ir a verla, ya sabes. Ser todos amigos y eso.

—No —dijo Waxillium—. Ni siquiera sabría dónde encontrarla. La Ciudad es un sitio grande.

—Vive en el Tercer Octante —dijo Wayne, abstraído—. Una casa de ladrillos rojos. Dos plantas.

Waxillium le dirigió una mirada inexpresiva, cosa que a Marasi le resultó curiosa.

—¿Quién es esa persona?

—Nadie —dijo Waxillium—. ¿Cómo se te dan las pistolas?

—No muy bien —admitió ella—. El club de tiro usa rifles.

—Bueno, un rifle no cabe en un bolso de mano —dijo Waxillium, sacando una pistola de su sobaquera. Era pequeña, con un estilizado cañón. El arma completa era del tamaño de la mano de ella.

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