Read Alien Online

Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ficción, Aventuras, Terror

Alien (29 page)

BOOK: Alien
13.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Sí, puedo oírte.

A Ripley le pareció difícil dirigirse a una cabeza sin cuerpo, por más que supiese que sólo era parte de una máquina, como el tubo o el rastreador. Pero ella había trabajado demasiadas horas con Ash.

—¿Qué era la orden especial 937?

—Eso va contra las reglas y contra mi programación interna. Sabes que no puedo decírtelo.

Ripley se echó hacia atrás.

—Entonces, no tiene objeto hablar. Parker, desconéctalo.

El ingeniero tendió la mano hacia los cables, y Ash reaccionó con velocidad suficiente para demostrar que sus circuitos cognoscitivos aún estaban intactos:

—En esencia, mis órdenes eran las siguientes:

Parker mantuvo la mano amenazadora cerca de la línea de energía.

—Se me indicó desviar el
Nostromo
o asegurarme de que la propia tripulación lo desviara de su curso original para que recibiera la señal; programar a Madre para sacarlos a todos del hipersueño, y programar su propia memoria para contarles a ustedes esa historia acerca de la llamada de emergencia. Los especialistas de la Compañía ya sabían que la transmisión era una advertencia, no una señal de socorro.

Las manos de Parker se cerraron, amenazantes.

—En las fuentes de la señal —continuó Ash—, debíamos investigar una forma viva, casi ciertamente hostil, a juzgar por lo que los expertos de la Compañía habían inferido de la transmisión, y traerla para que la Compañía hiciese una evaluación y observación de cualquier aplicación comercial que tuviese. Todo con discreción, desde luego.

—Desde luego —dijo Ripley, imitando el tono indiferente de la máquina—. Eso explica bastante bien por qué decidieron eso, en lugar de incurrir en los gastos de mandar primero toda una exploración.

Pareció satisfecha de haber descubierto el razonamiento oculto tras las palabras de Ash.

—Está estrictamente prohibida la importación a cualquier mundo habitado, no digamos ya a la tierra, de cualquier forma de vida peligrosa. Haciendo que todo pareciera como si unos simples trabajadores de un remolcador hubiesen tropezado accidentalmente con ella, la Compañía tenía una manera de ver que llegase "involuntariamente" a la tierra. Nosotros, mientras tanto, podríamos acabar en la cárcel, pero algo habría que hacer con la criatura. Naturalmente, los especialistas de la Compañía estarían allí para recibir magnánimamente al peligroso recién llegado de manos de los funcionarios de la aduana, con unos bien repartidos sobornos para facilitar su entrega. Y si teníamos suerte, la Compañía nos sacaría bajo fianza y se encargaría de nosotros en cuanto las autoridades determinaran que realmente éramos tan estúpidos como parecíamos. Y realmente, lo habíamos sido.

—¿Por qué? —quiso saber Lambert—. ¿Por qué no nos advirtieron? ¿Por qué no nos pudieron decir en qué nos estábamos metiendo?

—Porque quizás no hubiesen ustedes estado de acuerdo —explicó Ash, con fría lógica—. La política de la Compañía requería la colaboración a ciegas. Ripley tiene razón cuando habla de su honrada ignorancia.

—¡Tú y la maldita Compañía! —gruñó Parker.

—¿Y qué nos dices de nuestras vidas, hombre?

—No soy un hombre —corrigió Ash, tranquilamente—. En cuanto a sus vidas, creo que la Compañía las consideró arriesgables. Era la forma extraña de vida la que le interesaba principalmente. Se esperaba que ustedes pudiesen contenerla y vivir para recoger sus bonificaciones, pero debo reconocer que esa era una consideración secundaria. Era algo personal, de parte de la Compañía. Tan sólo dependía de la suerte.

—Muy tranquilizador —dijo Ripley, burlona. Pensó un momento y luego añadió:

—Ya nos has dicho que el propósito de enviarnos a ese mundo era investigar una forma de vida casi ciertamente hostil. Y que unos expertos de la Compañía todo el tiempo supieron que la transmisión era una advertencia, no una señal de socorro.

—Sí —respondió Ash—. Según lo que determinaron los expertos, era demasiado tarde para que la llamada de auxilio sirviera para algo a quienes la enviaron. La otra señal era terriblemente explícita, muy detallada. La nave abandonada que encontramos había aterrizado en el planeta, al parecer en el curso de una expedición normal. Como Kane, sus tripulantes encontraron una o más de las esporas. La transmisión no decía si los exploradores tuvieron tiempo de determinar si las esporas se habían originado en ese mundo en particular, o si habían emigrado allí desde otra parte. Antes de ser abrumados, lograron enviar una advertencia para que los habitantes de otras naves que pensaran llegar a ese mundo no corrieran su misma suerte. Llegaran de donde llegaran, fueron seres nobles. Esperemos que la humanidad vuelva a encontrarlos, en circunstancias más gratas.

—Eran mejores que algunos en que estoy pensando —dijo Ripley, tensa—. Por ejemplo, en ese ser extraño que está a bordo; ¿cómo lo matamos?

—Los exploradores que tripulaban la nave abandonada eran más grandes y posiblemente más inteligentes que los humanos. No creo que ustedes puedan matarlo. Pero quizás yo lo logre. Como yo no soy de composición orgánica, el extraño no me considera un peligro potencial, ni como fuente de alimento. Soy considerablemente más fuerte que ninguno de ustedes. Quizás pueda enfrentarme al ser extraño. Sin embargo, en este momento no estoy precisamente en mi mejor condición. Si ustedes quisieran recolocar...

—Buen intento, Ash —lo interrumpió Ripley, sacudiendo la cabeza de lado a lado—, pero eso es imposible.

—¡Idiotas! Aún no se dan cuenta de con quién tienen que enfrentarse. Ese ser extraño es un organismo perfectamente organizado. Soberbiamente estructurado, astuto, esencialmente violento. Con sus limitadas capacidades ustedes no tienen ninguna posibilidad contra él.

—¡Santo Dios! —dijo Lambert, contemplando asombrada la cabeza—. ¿Tú admiras esa maldita cosa?

—¿Cómo no admirar la sencilla simetría que presenta? Un parásito interespecie, capaz de medrar de cualquier forma de vida que respire, sea cual fuere su composición atmosférica. Capaz de permanecer dormido durante periodos indefinidos en las condiciones más adversas. Su único propósito es reproducir su propia especie, y cumple con esa tarea con eficacia suprema. No hay nada en la experiencia de la humanidad que pueda compararse con él. Los parásitos que los hombres están habituados a combatir son mosquitos y artrópodos minúsculos, y similares. Esta criatura es, para ellos, en barbarie y eficacia, lo que el hombre es para el gusano en materia de inteligencia. Ustedes no pueden imaginar siquiera cómo enfrentársele.

—Bueno, ya oí bastantes estupideces —dijo Parker, bajando la mano hacia el cable de energía.

Ripley levantó una mano, advirtiéndole, y contempló la cabeza.

—Se supone que tú, Ash, eres parte de nuestra tripulación. Eres oficial en ciencia, así como instrumento de la Compañía.

—Ustedes me dieron la inteligencia. Y con el intelecto viene la inevitabilidad de la elección. Yo sólo soy leal al descubrimiento de la verdad. Una verdad científica exige belleza, armonía y, sobre todo, sencillez. El problema de ustedes contra el extraño producirá una solución sencilla y elegante. Sólo uno sobrevivirá.

—Supongo que eso nos pone a los humanos en nuestro lugar ¿verdad? Dime algo, Ash. La Compañía esperaba que el
Nostromo
llegara a la estación de la tierra tan sólo contigo y con el ser extraño vivo, ¿verdad?

—No. Sinceramente esperaba que ustedes lograran sobrevivir y contener al ser extraño. Los funcionarios de la Compañía sencillamente no sabían cuan peligroso y eficaz era el enemigo.

—¿Qué crees que va a pasar cuando llegue la nave, suponiendo que todos estamos muertos y que el extraño, en lugar de estar apropiadamente encerrado, domine la nave?

—No lo sé. Hay la clara posibilidad de que el ser logre infectar al comité de recepción y a otros que entren en contacto con él antes de que se percaten de la magnitud del peligro y puedan tomar medidas para combatirlo. Pero para entonces, acaso sea tarde. Miles de años de esfuerzos no han capacitado a la humanidad a erradicar otros parásitos. Nunca ha encontrado uno tan avanzado. Traten de imaginar varios miles de millones de mosquitos actuando en consorcio de inteligencia unos con otros. ¿Tendría la humanidad alguna oportunidad contra ellos?

»Desde luego, si yo estoy presente y en condiciones de funcionar cuando llegue el
Nostromo,
puedo informar al comité de recepción de lo que puede esperar y cómo proceder con seguridad en su contra. Si me destruyen, se arriesgan a desencadenar una terrible plaga sobre la humanidad.

Un silencio reinó alrededor de la mesa, pero no por mucho tiempo.

Parker fue el primero en hablar.

—La humanidad, en la persona de la Compañía, no parece preocuparse mucho por nosotros. Y nosotros correremos nuestros riesgos con el enemigo. Al menos, sabemos dónde se halla.

Echó una mirada a Ripley.

—Ninguna plaga va a preocuparme si yo no estoy allí y tengo qué vérmelas con ella; digo que lo desconecten.

—De acuerdo —dijo Lambert.

Ripley rodeó la mesa y empezó a desconectar el cable.

—¡Una última palabra! —se apresuró a decir Ash—. Un legado, si ustedes quieren.

Ripley vaciló.

—¿Y bien?

—Quizás sea realmente inteligente. En realidad, debieran tratar de comunicarse con él.

—¿Lo hiciste tú?

—Por favor, permitan que me lleve algunos secretos a la tumba.

Ripley desconectó el cable.

—¡Adiós, Ash!

Volvió entonces la atención a sus compañeros.

—Cuando se trata de escoger entre parásitos, prefiero enfrentarme al que no miente. Además, si no podemos vencer a esa cosa, podremos morir felices sabiendo que va a clavar sus garras en los expertos de la Compañía...

Ripley se había sentado ante el tablero de la computadora central en el anexo principal, cuando Parker y Lambert fueron a unírsele.

Ripley habló, desalentada.

—En una cosa tenía razón. No tenemos gran oportunidad.

Indicó entonces unos datos que brillaban en la pantalla.

—Sólo nos queda oxígeno para doce horas.

—Entonces, todo se acabó —dijo Parker, mirando al suelo—. Reconectar a Ash sería una forma más rápida de suicidio. ¡Oh! Estoy seguro de que él podría enfrentarse al enemigo, pero no nos dejaría con vida. Esta fue una orden de la Compañía, que no quiso revelarnos porque habiéndonos dicho todo lo demás, no podría dejarnos con vida para informar de los planes de la Compañía a las autoridades del puerto.

Luego rió.

—Ash fue una leal máquina de la Compañía.

—Yo no sé qué opinen ustedes —dijo Lambert, seria—. Pero creo que prefiero una muerte sin dolor, pacífica, a las demás alternativas que se nos ofrecen.

—Aún no estamos en esas.

Lambert mostró un pequeño frasco con cápsulas. Ripley reconoció las cápsulas para el suicidio, por el color rojo y por el cráneo y las tibias en miniatura impresas en cada una.

—Todavía no. ¡Uf!

Ripley se dio vuelta en su silla.

—Digo que aún no. Permitieron que Ash los convenciera. Afirmó que era el único capaz de enfrentarse al extraño, pero él es quien yace allí desconectado, y nosotros no. Aún tenemos otra alternativa. Creo que podríamos volar la nave.

—¿Es ésa tu alternativa? —dijo Lambert, suavemente—. Yo prefiero los productos químicos, si te parece.

—No, no. ¿Recuerdas lo que propusiste antes, Lambert? Nos íbamos en la nave menor y hacíamos estallar el
Nostromo.
Nos llevábamos el aire restante en tanques portátiles. La navecilla tiene su propio abasto de aire. Con el aire extra, hay una oportunidad de que podamos llevarlo de vuelta al espacio que surcan las naves, y de que alguna nos recoja. Para entonces quizás estuviéramos respirando sólo restos, pero es una oportunidad. Y nos desharíamos del enemigo.

Quedaron todos en silencio, pensando. Parker levantó la mirada hacia Ripley y asintió con la cabeza.

—Eso me gusta más que la química; además, me gustará ver volar en pedazos una propiedad de la Compañía.

Se levantó para partir.

—Empezaremos a meter el aire en botellas.

El ingeniero supervisó la transferencia de aire comprimido de los grandes tanques del
Nostromo
a unos recipientes más pequeños, portátiles, que pudiesen llevarse en la navecilla.

—¿Es todo? —replicó Ripley cuando Parker se recostó cansadamente contra la pared.

—Todo lo que podemos llevar.

Con un ademán, indicó los recipientes.

—Quizás no parezca mucho, pero está realmente bajo presión. Suficiente aire extra para darnos cierto margen.

Luego sonrió.

—Magnífico. Un poco de comida artificial, los motores en marcha y salgamos de aquí.

Luego se detuvo, ante un pensamiento súbito:

—¡Jones! ¿Dónde está Jones?

—¿Quién sabe? —respondió Parker, indudablemente poco interesado en el paradero del gato.

—La última vez que lo vi estaba olfateando el cuerpo de Ash —dijo Lambert.

—Ve a ver. No quiero dejarlo. Aún somos demasiado humanos para eso.

Lambert echó una dura mirada a su compañera.

—Nada de eso. No quiero ir sola a ninguna parte de esta nave.

—Siempre me disgustó ese maldito gato —gruñó Parker.

—No importa —les dijo Ripley—. Yo iré. Ustedes carguen el aire y el alimento.

—Me parece justo —asintió Lambert.

Ella y Parker levantaron los recipientes de oxígeno y se encaminaron hacia la navecilla.

Ripley avanzó hacia el comedor. No tuvo que buscar mucho tiempo al gato. Después de dar vuelta al comedor y de asegurarse que no había tocado al cuerpo decapitado de Ash, enfiló hacia el puente. Allí encontró a Jones. Se había tendido sobre el tablero de Dallas, donde estaba lavándose, con aire aburrido.

Ripley le dedicó una sonrisa.

—Jones, eres afortunado.

Al parecer, el gato no estuvo de acuerdo. Al extender ella la mano hacia él, Jones saltó ágilmente del tablero y se alejó lamiéndose. Ella se inclinó y fue tras él, con voz y ademanes acariciadores.

—¡Ven, Jones! No lo hagas difícil. Esta vez no. Los demás no te esperarán.

—¿Cuánto crees que necesitaremos? —dijo Lambert dejando de apilar cajas, contemplando a Parker y pasándose una mano por el rostro.

—Todo lo que podamos. Sería malo hacer dos viajes.

—Desde luego.

BOOK: Alien
13.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Christmas Choices by Sharon Coady
Easy Motion Tourist by Leye Adenle
Five Days of the Ghost by William Bell
Got Cake? by R.L. Stine
First Light by Michele Paige Holmes
The Exchange of Princesses by Chantal Thomas
The Traveling Kind by Janet Dailey
Cradle of Solitude by Alex Archer
Thong on Fire by Noire