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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ficción, Aventuras, Terror

Alien (30 page)

BOOK: Alien
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Se dio vuelta entonces para arreglar la pila que había hecho. Una voz sonó por el conmutador abierto.

—¡Vamos, Jones, ven aquí! Ven, gatito, ven con mamá, gatito.

El tono de Ripley era suave y acariciador, pero Lambert pudo notar su exasperación contenida.

Parker salió tambaleante de la alacena número 2, oculto bajo una doble brazada de alimentos. Lambert continuaba escogiendo cajas, ocasionalmente escogiendo una por otra. La idea de comer alimentos artificiales crudos no procesados resultaba muy poco alentadora: en la minúscula nave no había autochef. Aquel alimento crudo podía mantenerlos con vida, pero eso era todo, y ella deseaba seleccionar lo mejor que hubiese.

Lambert no notó una débil luz roja en el rastreador que había allí cerca.

—¡Vamos! Jones.

Jones, indignado, se resistía, pero Ripley lo había atrapado firmemente por el cuello. Y sus manazos no le evitaron ser levantado sin ceremonias, e introducido en su presurizada caja de viaje.

Ripley la encendió.

—Allí estás. Ahora respira tu olor reciclado durante un rato.

Los dos lanzallamas estaban fuera de la despensa. Parker se arrodilló cuidadosamente y trató de levantar el suyo. Se inclinó demasiado y una buena porción de las cajas alineadas cayó de sus brazos.

—¡Maldita sea!

Lambert dejó de arreglar cajas y trató de ver detrás de las puertas de la alacena.

—¿Qué te pasa?

—Nada. Traté de llevar demasiado de una sola vez, eso es todo.

—Simplemente, apúrate.

—Ya voy. Mantén la sangre fría.

La luz roja en el rastreador se volvió de pronto de un carmesí brillante, y simultáneamente empezó a sonar. Parker dejó caer sus paquetes, contempló el rastreador y levantó su lanzallamas. Llamó apresuradamente a Lambert.

—Salgamos de aquí.

También ella había oído el ruido.

—Ahora mismo.

Algo produjo un sonido distinto, detrás de ella. Se volvió y profirió un grito cuando una mano la asió súbitamente. El ser extraño aún estaba saliendo del respiradero.

Ripley oyó el grito por el comunicador abierto en el puente, y se quedó helada.

Parker volvió a mirar dentro de la alacena, y estuvo a punto de volverse loco cuando vio lo que el ser extraño estaba haciendo. Parker no podía atacarlo con el lanzallamas sin quemar a Lambert. Blandiendo el incinerador como una masa, cargó dentro de la alacena.

—¡Maldito...!

El extraño dejó caer a Lambert. Ella quedó inmóvil en el piso, en el momento en que Parker descargaba al extraño un sólido golpe con el lanzallamas. El extraño no parpadeó. El ingeniero habría podido estar tratando de fracturar la pared.

Intentó agacharse para evitarlo, pero falló. De un solo golpe, el extraño le rompió la nuca, matándolo instantáneamente. El extraño se volvió entonces hacia Lambert. Ripley aún no se había movido. Apagados gritos le llegaban por el conmutador. Eran de Lambert, y pronto cesaron. Luego, reinó el silencio.

Ripley habló ante su micrófono:

—¡Parker! ¡Lambert!

Aguardó una respuesta, casi sabiendo que no le llegaría ninguna. Y así fue; el significado del continuo silencio pronto entró en su cerebro. Estaba sola. Probablemente había tres seres vivos en la nave: el extraño, Jones y ella misma. Pero tenía que asegurarse.

Eso significaba dejar solo a Jones. Lo deseaba, pero el gato había oído los gritos y estaba maullando frenéticamente. Hacía demasiado ruido.

Ripley llegó sin dificultades al puente B, apretando su lanzallamas con ambas manos. Enfrente se hallaba la alacena. Había cierta posibilidad de que el extraño hubiese dejado atrás a alguien, incapaz de maniobrar con dos cuerpos por los estrechos ductos. Había posibilidad de que alguien aún estuviera con vida.

Ripley espió por la jamba de la despensa. Lo que quedaba le mostró cómo el extraño había logrado meter por la fuerza a sus dos víctimas en el respiradero.

De pronto se encontró corriendo, corriendo. A ciegas, casi locamente, sin pensar en nada. Las paredes parecían alargarse tratando de detenerla, de hacer más lenta su carrera, pero nada podía detener su loca fuga. Corrió hasta que sintió reventar sus pulmones. Le recordaron a Kane y a la criatura que había madurado dentro de él, cerca de sus pulmones. Esto, a su vez, le recordó a su enemigo.

Todas esas ideas le devolvieron la capacidad de pensar. Tratando de tomar aire, casi se detuvo y contempló lo que la rodeaba. Había corrido a lo largo de la nave. Ahora se encontraba sola, en mitad del cuarto de máquinas.

Oyó algo, y dejó de respirar. El sonido se repitió y ella dejó escapar un suspiro cauteloso. Era un sonido familiar, humano. Era un sonido de llanto.

Aún abrazando el lanzallamas, caminó lentamente alrededor del cuarto hasta llegar a la causa del sonido. Se encontró sobre la cubierta de una escalera, un disco redondo de metal. Sin apartar su atención de la cámara bien iluminada a su alrededor se arrodilló y quitó el disco. Una escalera descendía, casi en las tinieblas.

Ripley descendió, tentando las paredes, hasta que puso los pies en algo firme. Entonces activó su barra de luz: se hallaba en una pequeña cámara de mantenimiento. Su luz iluminó recipientes de plástico y herramientas pocas veces usadas. También dio sobre huesos, con pedazos de carne aún unidos.

Sintió que se le ponía la carne de gallina al caminar sobre fragmentos de ropa, sangre coagulada, los restos de una bota. A lo largo de las paredes se hallaban cosas extrañas.

Algo se movió en las tinieblas. Ripley se dio vuelta y levantó el cañón del lanzallamas, mientras su luz buscaba lo que se había movido.

Un gigantesco capullo colgaba del techo, un poco a su derecha; parecía una hamaca transparente tejida con un material blanco sedoso. Y se balanceaba.

Con el dedo tenso en el gatillo del lanzallamas, Ripley se acercó; el rayo de luz le mostró al capullo casi transparente. Dentro había un cuerpo: Dallas.

De pronto, los ojos se abrieron y enfocaron a Ripley. Los labios se separaron, formando palabras. Ella se acercó, al mismo tiempo horrorizada y fascinada.

—Mátame... —susurró a Ripley.

—¿...Qué te hizo?

Dallas trató de hablar nuevamente, y no lo logró. Su cabeza se inclinó ligeramente hacia su derecha. Ripley hizo girar su luz y la levantó ligeramente. Allá colgaba un segundo capullo, distinto del primero en textura y en color. Era más pequeño y oscuro. La cara parecía haber formado una concha gigante. Aunque Ripley no lo supiera, parecía la urna rota y vacía de la nave abandonada.

—Ese es Brett.

Ripley volvió la luz a los labios de Dallas.

—Te sacaré de aquí —prometió Ripley llorando—. Haremos funcionar al automédico, te llevaremos...

Se interrumpió, incapaz de continuar. Estaba recordando la analogía hecha por Ash, de una avispa y una araña. Las crías vivas alimentándose del cuerpo paralizado de la araña, creciendo, consciente de lo que estaba ocurriendo pero...

De algún modo, logró sacudirse aquella horrible línea de pensamientos. La conduciría a la locura.

—¿Qué puedo hacer?

El mismo susurro enloquecedor:

—Mátame.

Ripley lo contempló; por fortuna, los ojos se habían cerrado, pero los labios aún temblaban, como preparando un grito. Ripley no creyó poder soportar aquel grito.

El cañón del lanzallamas se levantó, y Ripley oprimió convulsivamente el gatillo. Una descarga envolvió al capullo y a lo que había sido Dallas. Todo se quedó sin un sonido. Luego Ripley lanzó otra descarga contra todo el compartimiento, que se llenó de llamas.

Para entonces, Ripley ya iba subiendo la escalera, sintiendo el calor abrasar sus piernas.

Ripley asomó la cabeza en el cuarto de máquinas. Aún estaba desierto. El humo pareció rodearla, haciéndole toser. Salió de allí; con el pie volvió a poner el disco en su lugar, dejando un hueco para que el aire llegase al fuego. Luego avanzó resueltamente hacia el cubículo de control del cuarto de máquinas.

Aparatos y controles funcionaban adentro pacientemente, en espera de que se les ordenara qué hacer. En un tablero particular, los interruptores estaban en rojo. Ripley los estudió, recordó ciertas frecuencias y empezó a desconectar los interruptores, uno por uno.

Un interruptor doble yacía protegido bajo una cubierta. Ella lo contempló un momento, luego retrocedió y lo soltó, con la culata del lanzallamas lo movió y encendió el doble control.

Tuvo que aguardar una eternidad, las sirenas empezaron a aullar. Una voz llamó desde intercomunicación y Ripley dio un salto, hasta que reconoció la voz de Madre.

¡ATENCIÓN! ¡ATENCIÓN!

"¡Las unidades de enfriamiento de los motores de hiper-impulso no están funcionando. Las cubiertas no están funcionando. Los motores se sobrecargarán en cuatro minutos, cincuenta segundos; cuatro minutos, cincuenta segundos".

Ripley iba a la mitad del corredor B cuando se acordó de Jones. Lo encontró maullando continuamente frente al micrófono, tranquilo y solitario en su caja presurizada, entre el puente y el nivel B. Ripley lo levantó y corrió con la caja azotando sus piernas rumbo a la navecilla, con el lanzallamas asegurado bajo el otro brazo.

Dio vuelta a la última curva que conducía a la navecilla. De pronto dentro de su caja Jones bufó; los pelos de su lomo se pusieron de punta. Ripley se detuvo y contempló fascinada la cerradura abierta. Unos sonidos de metal destrozado llegaron hasta sus oídos.

El extraño estaba dentro de la navecilla.

Dejando a Jones a salvo en la escalerilla del nivel B, Ripley corrió de vuelta al cuarto de máquinas. El gato protestó con todas sus fuerzas por su nuevo abandono.

Mientras ella corría hasta el cubículo de la máquina, una voz paciente y tranquila llenó la habitación:

—¡Atención! Las máquinas estarán sobrecargadas en tres minutos veinte segundos.

Al entrar en el cubículo, una pared de calor la rechazó. El humo dificultaba la visión. La maquinaria parecía quejarse rechinando agudamente a su alrededor; ella trató de enjugarse el sudor que perlaba su frente. De alguna manera logró localizar el tablero de control a través del humo; se obligó a recordar la secuencia apropiada y volver a apagar los interruptores que había encendido unos momentos antes. Las sirenas continuaban con su lamento.

—¡Atención! Las máquinas se sobrecalentarán en tres minutos. Las máquinas se sobrecalentarán en tres minutos.

Boqueando en busca de aire, Ripley se apoyó contra la pared caliente, al oprimir un botón.

—¡Madre, he puesto a toda potencia las unidades refrigerantes!

—¡Demasiado tarde para acción correctiva! El núcleo del impulso ha empezado a fundirse. Reacción irreversible en este punto. Estallido interno incipiente, seguido por sobrecalentamiento incontenible y subsiguiente detonación. Las máquinas se sobrecalentarán en dos minutos cincuenta y cinco segundos.

Madre siempre le había sido reconfortante a Ripley. Ahora la voz de la computadora estaba vacía de antropomorfismos, implacable como el tiempo que iba contando.

Ahogándose con la garganta ardiendo, Ripley salió dando traspiés del cubículo; las sirenas parecían reír histéricamente en su cerebro. "¡Atención! las máquinas se sobrecalentarán en dos minutos!", anunció Madre por un magnavoz de la pared.

Jones estaba aguardándola en la escalera. Ahora estaba tranquilo; se había desahogado maullando. Ripley avanzó dando traspiés hacia la navecilla, arrastrando la caja con el gato, de algún modo que ni ella misma habría podido explicar, manteniendo listo el lanzallamas. Por un momento pensó que una sombra se había movido detrás, y se dio vuelta, pero esta vez era una sombra y nada más.

Ripley vaciló en el corredor, sin saber qué hacer y terriblemente agotada, pero una voz se negó a dejarla descansar:

"¡ATENCIÓN! LAS MÁQUINAS EXPLOTARÁN DENTRO DE NOVENTA SEGUNDOS!"

Dejando en el piso la caja de Jones, Ripley abrazó el lanzallamas con ambas manos, y corrió hacia la navecilla.

Estaba vacía.

Ripley giró, volvió a correr por el corredor y tomó la caja del gato. No se materializó nada para desafiarla.

"¡ATENCIÓN LAS MÁQUINAS EXPLOTARÁN DENTRO DE SESENTA SEGUNDOS!"

Anunció Madre con toda calma. Un airado Jones se encontró lanzado cerca del tablero principal cuando Ripley se dejó caer en el asiento del piloto. No había tiempo de planear minucias como la trayectoria o el ángulo de despegue. Se concentró en oprimir un solo botón, que tenía una palabra roja grabada encima:

DESPEGUE.

Los soportes de contención volaron con pequeñas y cómicas explosiones, y hubo un rugido de los motores secundarios, cuando la navecilla se apartó del
Nostromo.

Las fuerzas G parecieron desgarrar a Ripley mientras luchaba por asentarse. Las fuerzas G pronto se desvanecerían, resultado de que la navecilla hubiese salido del campo de hipertensión del
Nostromo
y se apartara en diagonal, sobre su propia ruta, por el espacio.

Ripley terminó de atarse; luego se permitió respirar profundamente el aire limpio de la navecilla. Verdaderos aullidos penetraron en su cerebro agotado. Desde su puesto, apenas pudo tocar la caja con el gato. Su cabeza se inclinó sobre la caja y las lágrimas brotaron de sus ojos enrojecidos por el humo al apretarla contra su pecho.

Su mirada se posó en la pantalla que daba hacia atrás. Un minúsculo punto de luz fue convirtiéndose silenciosamente en una majestuosa bola de fuego que iba creciendo, enviando tentáculos de metal retorcido y plástico desgarrado. Fue desvaneciéndose, y entonces fue seguida por una bola de fuego mucho más grande, al explotar la refinería. Dos mil millones de toneladas de gas y maquinaria vaporizada llenaron el cosmos oscureciendo la visión de Ripley hasta que, por fin, empezaron a desvanecerse.

La vibración llegó a la navecilla poco después, cuando el gas sobrecalentado pasó sobre ella. Cuando la nave hubo recobrado el equilibrio, Ripley se desató y fue a la parte trasera de la pequeña cabina. Desde allí vio por una escotilla trasera. Su rostro estaba bañado con una luz anaranjada al desvanecerse el último de los globos de fuego.

Finalmente, Ripley se dio vuelta. El
Nostromo,
sus compañeros, todo había dejado de existir, eran No Más, en aquel momento de quietud y soledad, eso la afectó más de lo que hubiese creído. La condición definitiva de aquello era difícil de aceptar, el conocimiento de que ya no existían como componentes, por muy insignificantes que fuesen, de un gran universo. Ni siquiera como cadáveres, sencillamente eran un NO.

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