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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (14 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—No vine aquí sino por ver fin de esta batalla, y vi tanto, que tendré que contar por donde fuere. Ahora quiero me ir a casa del rey Lisuarte por ver un caballero, mi hermano, que allí anda.

—Amiga —dijo Galaor—, si allí vieres un caballero mancebo que trae unas armas de unos leones decidle que el doncel que él hizo caballero se le encomienda. Y que yo trabajaré de ser hombre bueno y si le yo viere decirle he más de mi hacienda y de la suya que él sabe.

La doncella se fue su vía y Galaor dijo a la otra que pues él había sido el caballero que la batalla hiciera que le dijese quién era su señora que allí la había enviado.

—Si lo vos queréis saber —dijo ella—, seguidme y mostrárosla he aquí a cinco días.

—Ni por eso —dijo él— quedaré de lo saber, que yo os seguiré.

Así anduvieron hasta que llegaron a dos carreteras y Galaor, que iba delante, se fue por la una pensando que la doncella fuera tras él, mas ella tomó la otra y esto era a la entrada de la floresta llamada Brananda, que parte el Condado de Clara y de Gresca y no tardó mucho que Galaor oyó unas voces diciendo:

—¡Ay, buen caballero, valedme!.

Él tornó el rostro y dijo:

—¿Quién da aquellas voces?.

El escudero dijo:

—Entiendo que la doncella que de nos se apartó.

—¿Cómo —dijo Galaor—, partióse de nos?.

—Sí, señor —dijo él—, por aquel otro camino va.

—¡Por Dios!, mal la guarde.

Y enlazando el yelmo, y tomando el escudo y la lanza, fue cuanto pudo donde las voces oía y vio un enano feo encima de un caballo y cinco peones armados con él de capellinas y hachas y estaba hiriendo con un palo que en la mano tenía a la doncella. Galaor llegó a él y dijo:

—Ve, cosa mala y fea. Dios te dé mala ventura.

Y tomó la lanza a la mano siniestra. Y fue a él, y tomándole el palo diole con él tal herida que cayó en tierra todo aturdido, los peones fueron a él e hiriéronlo por todas partes y él dio a uno tal golpe del palo en el rostro, que le batió en tierra e hirió a otro con la lanza en los pechos que le tenía metida la hacha en el escudo y no la podía sacar, que le pasó de la otra parte y cayó y quedó en él la lanza y sacó la hacha del escudo y fue para los otros, mas no le osaron atender y fueron por unas matas tan espesas que no pudo ir tras ellos, y cuando volvió, vio cómo el enano cabalgara y dijo:

—Caballero, en mal punto me heristeis y matasteis mis hombres, y dio del azote al rocín y fuese cuanto más pudo por una carretera. Galaor sacó la lanza del villano y vio que estaba sana, de que le plugo. Y dio las armas al escudero y dijo:

—Doncella, id vos adelante y guardaros he mejor.

Y, así, tornaron al camino, donde a poco rato llegaron a un río que había nombre Bran y no se podía pasar sin barco. La doncella que iba delante halló el barco y pasó de la otra parte y en tanto que Galaor atendió el barco llegó el enano que él hiriera y venía diciendo:

—A la fe, don traidor, muerto sois y dejaréis la doncella que me tomasteis.

Galaor vio que con él venían tres caballeros bien armados y en buenos caballos.

—¿Cómo —dijo el uno de ellos—, todos tres iremos a uno solo? Yo no quiero ayuda ninguna.

Y dejóse a él ir lo más recio que pudo y Galaor que ya sus armas tomara fue contra él e hiriéronse de las lanzas y el caballero del enano le falsó todas sus armas, mas no fue la herida grande y Galaor hería bravamente que lo lanzó de la silla, de que los otros fueron maravillados y dejáronse a él correr entrambos de consuno y él a ellos y el uno erró su golpe y el otro hizo en el escudo su lanza piezas y Galaor lo hirió tan duramente que el yelmo le derribó de la cabeza y perdió las estriberas y estuvo cerca de caer; mas el otro tornó e hirió a Galaor con la lanza en los pechos y quebró la lanza y aunque Galaor sintió el golpe mucho no le falsó el arnés; entonces metieron todos mano a las espadas y comenzaron su batalla y el enano decía a grandes voces:

—Matadle el caballo y no huirá, y Galaor quiso herir al que derribara el yelmo. Y el otro alzó el escudo y entró, por el brocal bien un palmo y alcanzó con la punta en la cabeza al caballero y hendiólo hasta las quijadas, así que cayó muerto. Cuando el otro caballero vio este golpe huyó, y Galaor en pos de él e hirióle con su espada por cima del yelmo y no le alcanzó bien y descendió el golpe al arzón de zaga y llevóle un pedazo y muchas mallas del arnés, mas el caballero hirió recio al caballo de las espuelas y echó el escudo del cuello por se ir más aína. Cuando Galaor así lo vio dejólo y quiso mandar colgar al enano por la pierna, mas violo ir huyendo en su caballo cuanto más pudo y tomóse al caballero con quien antes justara que iba ya acordando y díjole:

—Caballero, de vos me pesa más que de los otros, porque a guisa de buen caballero os quisisteis combatir, no sé por qué me acometisteis que no os lo merecí.

—Verdad es —dijo el caballero—, mas aquel enano traidor nos dijo que le hirierais sus hombres y le tomarais a fuerza una doncella que se quería con él ir.

Galaor le mostró la doncella que lo atendía de la otra parte del río y dijo:

—¿Veis la doncella?, y si yo forzara no me atendería, mas viniendo en mi compañía erróse de mí en esta floresta y él la tomó y la hería con un palo muy mal.

—¡Ay, traidor! —dijo el caballero—, en mal punto me hizo acá venir si lo yo hallo.

Galaor le hizo dar el caballo y díjole que atormentase al enano, que era traidor. Entonces pasó en el barco de la otra parte y entró en el camino el guía de la doncella, y cuando fue entre nona y vísperas mostróle la doncella un castillo muy hermoso encima de un valle y díjole:

—Allí iremos nos albergar.

Y anduvieron tanto hasta que a él llegaron y fueron muy bien recibidos como en casa de su madre de la doncella que era y díjole:

—Señora, honrad este caballero como al mejor que nunca escudo echó al cuello.

Ella dijo:

—Aquí le haremos todo servicio y placer.

La doncella le dijo:

—Buen caballero, para que yo pueda cumplir lo que os he prometido habéisme de aguardar aquí, que luego volveré con recaudo.

—Mucho os ruego —dijo él— que no me detengáis, que se me haría mucha pena.

Ella se fue y no tardó mucho que no volviese y díjole:

—Ahora cabalgad y vamos.

—En el nombre de Dios, dijo él. Entonces tomó sus armas y cabalgando en su caballo se fue con ella y anduvieron siempre por una floresta y a la salida de ella les anocheció, y la doncella dejando el camino que llevaba tomó por otra parte y pasada una pieza de la noche llegaron a una hermosa villa que Grandares había nombre, y desde que llegaron a la parte del alcázar dijo la doncella:

—Ahora descendamos y venid en pos de mí, que en aquel alcázar os diré lo que tengo prometido.

—Pues llevaré mis armas, dijo él.

—Sí —dijo ella—, que no sabe hombre lo que venir puede.

Ella se fue delante y Galaor en pos de ella hasta que llegaron a una pared y dijo la doncella:

—Subid por aquí y entrad ende que yo iré por otra parte y acudiré a vos.

Él subió suso a gran afán y tomó el escudo y yelmo y bajóse ayuso y la doncella se fue. Galaor entró por una huerta y llegó a un postigo pequeño que en el muro del alcázar estaba y estuvo allí un poco hasta que lo vio abrir y vio la doncella y otra con ella y dijo a Galaor:

—Señor caballero, antes que entréis conviene que me digáis cuyo hijo sois.

—Dejad vos de eso —dijo él—, que yo tengo tal padre y madre que hasta que más valga no osaría decir que su hijo soy.

—Todavía —dijo ella— conviene que me lo digáis, que no será de vuestro daño.

—Sabed que soy hijo del rey Perión y de la reina Elisena y aún no ha siete días que os no lo supiera decir.

—Entrad, dijo ella. Entrando hiciéronlo desarmar y cubriéronle un manto y saliéronse de allí y la una iba detrás y la otra delante y él en medio y entrando en un gran palacio y muy hermoso, donde yacían muchas dueñas y doncellas en sus camas, y si alguna preguntaba quién iba ahí, respondieron ambas las doncellas. Así pasaron hasta una cámara que con el palacio se contenía y entrando dentro vio Galaor estar en una cámara de muy ricos paños una hermosa doncella, que sus hermosos cabellos peinaba, y como vio a Galaor puso en su cabeza una hermosa guirnalda y fue contra él diciendo:

—Amigo, vos seáis bien venido, como el mejor caballero que yo sé.

—Señora —dijo él—, y vos muy bien hallada como la más hermosa doncella que yo nunca vi.

Y la doncella que lo allí guió dijo:

—Señor, veis aquí mi señora y ahora soy quita de la promesa; sabed que ha nombre Aldeva y es hija del rey de Serolis, y hala criado aquí la mujer del duque de Bristoya, que es hermana de su madre. Desi —dijo a su señora—. Yo os doy al hijo del rey Perión de Gaula; ambos sois hijos de reyes y muy hermosos; si os mucho amáis, no os lo tendrá ninguno a mal.

Y saliéndose fuera Galaor holgó con la doncella aquella noche a su placer y sin que más aquí os sea recontado, porque en los autos semejantes que a buena conciencia ni a virtud no son conformes con razón, debe hombre por ellos ligeramente pasar, teniéndolos en aquel pequeño grado que merecen ser tenidos. Pues venida la hora en que le convino salir de allí, tomó consigo las doncellas y tornóse donde las armas dejara. Y armado se salvó a la huerta y halló ahí el enano que ya oísteis y díjole:

—Caballero, en mal punto acá entrasteis, que yo os haré morir y a la alevosa que aquí os trajo.

Entonces dio voces:

—Salid, caballeros, salid, que un hombre sale de la cámara del duque.

Galaor subió en la pared y acogióse a su caballo, mas no tardó mucho que el enano con gente salió por una puerta que abrieron, y Galaor que entre todos le vio, dijo entre sí:

—¡Ay!, cautivo muerto soy, si me no vengo de este traidor de enano, y dejóse a él ir por lo tomar, mas el enano se puso detrás de todos en su rocín. Y Galaor con la gran rabia que llevaba metióse por entre todos. Y ellos lo comenzaron a herir de todas partes; cuando él vio que no podía pasar, hiriólos tan cruelmente que mató dos de ellos en que quebró la lanza, después metió mano a la espada y dábales mortales golpes, de manera que algunos fueron muertos y otros heridos, mas antes que de la prisa fuese salido, le mataron el caballo. Él se levantó a gran afán, que le herían, por todas partes. Pero desde que fue en pie escarmentólos de manera que ninguno era osado de llegar a él. Cuando el enano lo vio ser a pie, cuidólo herir de los pechos del caballo y fue a él lo más recio que pudo, y Galaor se tiró un poco afuera y tendió la mano y tomóle por el freno y diole tal herida de la manzana de la espada en los pechos, que lo derribó en tierra, y de la caída fue así aturdido, que la sangre le salió por las orejas y por las narices, y Galaor saltó en el caballo y al cabalgar perdió la rienda y salióse el caballo con él de la prisa y como era grande y corredor antes que lo cobrase se alongó una buena pieza y como las riendas hubo quísose tirar a los herir, mas vio a la fenestra de una torre su amiga que con el manto le hacía señas que se fuese. Él se partió dende, porque la gente mucha había ya sobrevenido y anduvo hasta entrar en una floresta. Entonces dio el escudo y yelmo a su escudero. Algunos de los hombres decían que sería bueno seguirle; otros, que nada aprovecharía, pues era en la floresta. Pero todos estaban espantados de ver cómo tan bravamente se había combatido. El enano que maltrecho estaba dijo:

—Llevadme al duque y yo le diré de quién debe tomar la venganza.

Ellos le tomaron en brazos y lo subieron donde el duque era y contóle cómo hallara a la doncella en la floresta, y porque la quería traer consigo había dado grandes voces y que acudiera en su ayuda un caballero y le había muerto sus hombres y a él herido con el palo, y que él después le siguiera con los tres caballeros por le tomar la doncella y cómo los desbaratara y venciera; finalmente, le contó cómo la doncella le trajera allí y lo había metido en su cámara. El duque le dijo si conocería la doncella, él dijo que sí. Entonces las mandó allí venir todas las que estaban en el castillo, y como el enano entre ellas la vio dijo:

—Esta es por quien vuestro palacio es deshonrado.

—¡Ay, traidor! —dijo la doncella—, mas tú me herías mal y mandabas herir a tus hombres y aquel buen caballero me defendió, que no sé si es éste o si no.

El duque fue muy sañudo y dijo:

—Doncella, yo haré que me digáis la verdad, y mandóla poner en prisión. Pero por tormentos ni males que la hicieron nunca nada descubrió y allí la dejó estar con grande angustia de Aldeva, que la mucho amaba, y no sabía con quién lo hiciese saber a Galaor, su amigo. El autor deja aquí de contar de esto y toma a hablar de Amadís y lo de este Galaor dirá en su lugar.

Capítulo 13

De cómo Amadís se partió de Urganda la Desconocida y llegó a una fortaleza, y de lo que en ella le avino.

Partido Amadís de Urganda la Desconocida con mucho placer de su ánimo en haber sabido que aquél que hiciera caballero era su hermano, y porque creía ser presto donde su señora era, que aunque la no viese le sería gran consuelo ver el lugar donde estaba, anduvo tanto contra aquella parte por una floresta sin que poblado hallase, que en ella le anocheció y en cabo de una pieza vio lejos un fuego que sobre los árboles parecía y fue contra allá pensando hallar aposentamiento. Entonces, desviándose del camino anduvo hasta que llegó a una hermosa fortaleza que en una torre de ella parecía por las fenestras aquellas lumbres que de candelas eran, y oyó voces de hombres y mujeres que cantaban y hacían alegrías. Y llamó a la puerta, mas no le oyeron, y dende a poco los de la torre miraron por entre las almenas y viéronle que llamaba. Y díjole un caballero:

—¿Quién sois que a tal hora llamáis?.

Él dijo:

—Señor, soy un caballero extraño.

—Así parece —dijo el del muro—, que sois extraño que dejáis de andar de día y andáis de noche, mas creo que lo hacéis por no haber razón de os combatir que ahora no hallaréis sino diablos.

Amadís le dijo:

—Si en vos algún bien hubiese, algunas veces veríais andar de noche a los que menos hacer no pueden.

—Ahora os id —dijo el caballero— que no entraréis acá.

—Así me ayude Dios —dijo Amadís—, yo cuido que no querríais hombre que algo valiese en vuestra compañía. Pero querría antes que me vaya saber cómo habéis nombre.

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