América (43 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: América
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45

(Blessington, 12/5/60)

–Ya sé cómo debía de sentirse Jesucristo -proclamó Jimmy Hoffa-. Los jodidos faraones se auparon al poder aprovechándose de otros igual que los condenados hermanos Kennedy lo están haciendo a costa de mí.

–A ver si te aprendes bien la historia -intervino Heshie Ryskind-. Fue Julio César quien mandó matar a Cristo.

–Joe Kennedy es un hombre con el que siempre se puede razonar -apuntó Santo Junior-. La mala hierba es estrictamente Bobby. Si Jack alcanza el cargo, Joe le explicará ciertas cosas de la vida.

–J. Edgar Hoover detesta a Bobby -sentenció Johnny Rosselli-. Y sabe que no puede enfrentarse a la Organización y ganar. Si el muchacho sale elegido, se impondrán cabezas más frías que la de ese pequeño mamón de Bobby.

Los muchachos estaban tumbados en unas butacas de cubierta en el embarcadero de las lanchas rápidas. Pete mantenía frescas las bebidas y dejaba que soltasen la lengua.

–El jodido Jesús convirtió los peces en panes -continuó Hoffa- y eso es casi lo único que me queda por intentar. He gastado seis mil pavos en las primarias y he comprado a todos los condenados policías, alguaciles, concejales, alcaldes, grandes jurados, senadores, jueces y fiscales y jodidos investigadores judiciales que se han dejado untar. Soy como Jesús intentando separar el jodido mar Rojo sin conseguir pasar más allá de algún motel en la playa.

–Cálmate, Jimmy -dijo Ryskind-. Ve a echar un polvo y relájate. Tengo algunos teléfonos de confianza. Son chicas que conocen su oficio y estarán encantadas de complacer a un tipo famoso como tú.

–Si Jack es elegido -comentó Rosselli-, Bobby entrará en liza gradualmente. Apuesto a que se presenta a gobernador de Massachusetts y a que Raymond Patriarca y los muchachos de Boston tienen que lidiar con él.

–Eso no sucederá nunca -afirmó Santo Junior-. Raymond y el viejo Joe se conocen desde hace demasiado tiempo. Y, en último término, es Joe quien corta el bacalao, y no sus hijos.

–A mí lo que me preocupa son las actas de acusación de los grandes jurados. Según mi abogado, no es probable que pueda quitarme de encima el asunto de Sun Valley, lo cual significa que habrá acusaciones formales a finales de año. Por lo tanto, no hables de Joe Kennedy como si te refirieses a Jesús entregándole a Dios los Diez Mandamientos en el condenado monte Vesubio.

–Santo sólo hacía una observación -protestó Ryskind.

–El monte de marras es el Ararat, Jimmy -señaló Rosselli, casi al mismo tiempo-. El monte Vesubio está en el parque Yellowstone.

–Vosotros no conocéis a Jack Kennedy -insistió Hoffa-. Ese jodido Kemper Boyd os ha convencido de que es un anticastrista entusiasta, cuando en realidad es un rojillo, conciliador con los comunistas y amante de los negros, un jodido marica disfrazado de donjuán.

La espuma de las olas alcanzó el embarcadero. A unos cincuenta metros se escuchó una cuenta cadenciosa: Lockhart daba instrucción a los reclutas en formación cerrada.

–No me vendría mal un polvo -dijo Ryskind.

–¿Cómo van las cuentas, Hesh?-preguntó Rosselli.

–Alrededor de diecisiete mil pavos gastados -respondió Ryskind.

–¡No me jodas! – exclamó Santo Junior-. Yo diría que unos ocho mil como mucho. Un dólar más y estarías demasiado ocupado para hacer dinero.

Sonó el teléfono del embarcadero. Pete inclinó la silla hacia atrás y descolgó el auricular.

–Bondurant.

–Me alegro de que seas tú, pero vosotros, los soldados, ¿no sabéis decir hola?

Era Jack Ruby. Resultaba inconfundible. Pete ahuecó la mano sobre el micrófono y bajó la voz.

–¿Qué sucede? Te dije que no llamaras si no era algo importante. – Y ese federal loco lo es, ¿no? Me llamó ayer y le he estado dando largas.

–¿Qué quería?

–Me ha ofrecido cuatro de los grandes para que vuele a Lake Geneva, en Wisconsin, y consiga los planos de la casa que tiene allí Jules Schiffrin. Me parece que eso forma parte de ese jodido asunto del fondo de pensiones…

–Dile que lo harás. Establece una cita en algún lugar tranquilo dentro de cuarenta y ocho horas y vuelve a llamarme.

Ruby tragó saliva y balbuceó. Pete colgó e hizo chasquear los nudillos uno tras otro. Los diez.

El condenado teléfono sonó otra vez. Pete descolgó.

–¿Qué coño haces, Jack?

–No soy Jack -dijo una voz-. Soy un tal señor Giancana y quiero hablar con un tal señor Hoffa; un pajarito me ha dicho que está ahí.

Pete agitó en el aire el auricular.

–Es para ti, Jimmy. Es Mo.

Hoffa soltó un eructo.

–Pulsa el interruptor del altavoz que hay en ese poste de ahí. Sam y yo no tenemos nada que ocultaros, muchachos.

Pete pulsó el interruptor. Hoffa se volvió hacia el poste y dijo a voz en grito:

–¡Hola, Sam!

El altavoz recogió la respuesta, perfectamente audible.

–Tu gente de Virginia Oeste ha maltratado a Lenny Sands, uno de mis muchachos. Que no vuelva a suceder, Jimmy, o harás que te obligue a pedir disculpas en público. Sigue el consejo que te doy: deja en paz la jodida política y concéntrate en evitar que te metan en la cárcel.

Giancana colgó enérgicamente. El ruido hizo vibrar todo el embarcadero. Heshie, Johnny y Santo compartieron un aire pesaroso, casi mareado.

Hoffa se mostró muy locuaz. Los pájaros alzaron el vuelo desde los árboles y cubrieron el cielo.

46

(Lake Geneva, 14/5/60)

La carretera cortaba dos prados cerrados con vallas. Las nubes ocultaban la luna y la visibilidad era casi nula.

Littell detuvo el coche y guardó el dinero en una bolsa de la compra. Eran las 10.06; Ruby se retrasaba.

Apagó los faros. Las nubes se abrieron y la luna iluminó una silueta enorme que se dirigía hacia el coche.

El parabrisas estalló. El tablero de instrumentos le cayó sobre los muslos. Una barra de acero rompió el volante y arrancó de su lugar la palanca del cambio de marchas.

Unas manos lo sacaron por el hueco del parabrisas. Los cristales le cortaron las mejillas y se alojaron en su boca.

Las manos lo arrojaron a la cuneta.

Las manos lo levantaron y lo aplastaron contra la valla de alambre de espino.

Littell colgaba como un pelele. Las puntas aceradas de la alambrada le atravesaban las ropas y lo sostenían en pie.

El monstruo le arrancó la cartuchera. El monstruo lo golpeó y lo golpeó y lo golpeó…

La valla se estremeció. El metal retorcido le penetraba en la espalda hasta los huesos. Escupió sangre y fragmentos de cristal y una gran pieza del adorno de la capota de un Chevrolet.

Captó el olor a gasolina. Su coche estalló. Una oleada de calor le chamuscó los cabellos.

La valla se derrumbó. Littell miró hacia lo alto y vio incendiarse las nubes.

DOCUMENTO ANEXO: 19/5/60.

Memorándum del FBI: del jefe de Agentes Especiales de Milwaukee, John Campion, al director J. Edgar Hoover.

Señor:

Nuestra investigación sobre la agresión que casi cuesta la vida al agente especial Ward Littell continúa, pero los progresos son escasos, debido principalmente a la actitud reacia del agente Littell y a su falta de colaboración.

Agentes de las oficinas de Milwaukee y de Chicago han recorrido Lake Geneva en busca de testigos de la agresión y de la presencia de Littell en la zona en general, pero no han conseguido localizar a ninguno. El jefe de Agentes Especiales de Chicago, Leahy, me informó de que Littell estaba bajo vigilancia esporádica por asuntos relacionados con la seguridad interna del FBI, y de que en dos ocasiones recientes (10 y 14 de mayo) los agentes que seguían los movimientos de Littell perdieron su rastro en carreteras que conducían al norte, hasta la frontera de Wisconsin. De momento, se desconoce la naturaleza del interés de Littell por la zona de Lake Geneva.

Con relación a los detalles de la investigación:

1) La agresión se produjo en una carretera rural de acceso, a seis kilómetros al sudeste de Lake Geneva.

2) La inspección de la zona próxima a los restos del coche de Littell indica que el agresor borró todas las marcas de los neumáticos, haciendo imposible su recuperación en moldes.

3) El coche de Littell fue quemado con un compuesto de gasolina nitrosa muy inflamable, como los utilizados en la fabricación de explosivos militares. Tales compuestos se queman muy rápidamente y son utilizados porque minimizan el riesgo de diezmar la zona que rodea el objetivo. Evidentemente, el agresor tiene experiencia militar y/o acceso a material militar.

4) El análisis forense reveló la presencia de restos quemados de billetes de banco mezclados con fragmentos chamuscados de una bolsa de papel. El peso del conjunto de fragmentos indica que Littell llevaba consigo una gran cantidad de dinero en una bolsa de la compra.

5) Unos campesinos rescataron a Littell, que estaba enganchado en una sección de alambrada de espino caída en el suelo. Fue conducido al hospital Overlander, cerca de Lake Geneva, donde lo atendieron de una cantidad impresionante de cortes y laceraciones en espalda y nalgas, fisuras de costillas, contusiones, fractura de nariz, fractura de clavícula, hemorragia interna y cortes profundos en el rostro causados por contacto con el cristal del parabrisas. Contra las recomendaciones de los médicos, Littell firmó su alta catorce horas después y llamó un taxi para que lo llevara a Chicago. Los agentes de la oficina de Chicago asignados a su vigilancia vieron cómo entraba en el edificio donde tenía su apartamento. Nada más pisar el vestíbulo, se derrumbó en el suelo y los agentes intervinieron por propia iniciativa y lo condujeron al hospital Saint Catherine.

6) Littell continúa en el hospital. Se encuentra «en buen estado» y es muy probable que le den el alta dentro de una semana. Un médico supervisor dijo a los agentes que las cicatrices del rostro y de la espalda serán permanentes y que se recuperará muy despacio de las demás lesiones.

7) Los agentes han interrogado repetidas veces a Littell sobre tres asuntos: su presencia en Lake Geneva, la presencia del dinero quemado y la existencia de enemigos que pudieran querer agredirlo. Littell declaró que estaba en la zona buscando una propiedad para su jubilación y negó la presencia del dinero. Dijo que no tenía enemigos y consideró la agresión un asunto de confusión de identidades. Cuando se le preguntó por los miembros del partido Comunista que pudieran buscar venganza por su trabajo en la brigada Antirrojos del FBI, Littell respondió: «¿Bromean? Todos esos comunistas son buenos chicos.»

8) Los agentes han averiguado que Littell ha realizado dos viajes por lo menos a Lake Geneva. Su nombre no aparece en el registro de ningún hotel ni motel, en vista de lo cual suponemos que se registró bajo nombre supuesto o que se alojó con amigos o conocidos. La respuesta de Littell -que echó unas cabezadas en el coche- no resulta convincente.

La investigación continúa. Quedo a la espera de sus órdenes.

Respetuosamente,

John Campion

Jefe de Agentes Especiales

de la Oficina de Milwaukee

DOCUMENTO ANEXO: 3/6/60.

Memorándum del FBI: del jefe de Agentes Especiales de Chicago, Charles Leahy, al director J. Edgar Hoover.

Señor:

Con relación a Ward J. Littell, le informo de lo siguiente:

El agente especial Littell se ha reincorporado al trabajo parcialmente y ha sido destinado a revisar informes federales sobre deportaciones, en colaboración con la Oficina del Fiscal del Estado. Es una tarea que exige el grado de experiencia grafológica que el agente desarrolló en la facultad de Derecho. Littell se niega a hablar de la agresión con otros agentes y, como quizá le haya contado el jefe Campion, todavía no hemos encontrado testigos de sus visitas a Lake Geneva. Helen Agee dijo a los agentes que Littell no había comentado la agresión con ella. Por mi parte, he interrogado personalmente al agente especial Court Meade, el único amigo de Littell en la oficina de Chicago, y he conseguido la siguiente información.

A) Meade afirma que a fines de 1958 y principios de 1959, después de su expulsión del Programa contra la Delincuencia Organizada, Littell «remoloneó» cerca del puesto de escuchas del Programa y expresó interés en el trabajo de la brigada. Según Meade, este interés acabó por disiparse y resulta sumamente improbable que Littell emprendiera acciones contra la mafia por su cuenta y riesgo. Meade descartó que la mafia de Chicago fuera responsable de la agresión y se burló de la idea de que algún izquierdista vigilado por Littell quisiera vengarse por su trabajo para la brigada Antirrojos. Meade cree que el motivo del ataque fue la «marcada inclinación» de Littell por las chicas jóvenes, que queda de manifiesto en su sostenida relación con Helen Agee. Meade apuntó una idea pintoresca: «Vayan a Wisconsin y busquen alguna muchacha de inclinaciones idealistas con unos hermanos huraños que no acepten de buen grado que su hermanita se enrede con un borracho de cuarenta y siete años, por muy agente federal que sea.» La teoría no me resulta descabellada.

B) Se ha comprobado la lista de detenciones efectuadas por Littell para el FBI desde 1950 con la intención de descubrir delincuentes recién salidos de la cárcel que pudieran tener ánimos de venganza. Se recopiló una lista de doce hombres, pero todos tenían coartadas de peso. Recordé la detención de un tal Pierre «Pete» Bondurant, en el año 52, y recordé que el tipo amenazó a Littell durante los trámites de la detención. Unos agentes investigaron el paradero de Bondurant durante el periodo en que se produjo la agresión y confirmaron que se encontraba en Florida.

El perfil procomunista de Littell continúa detallándose. Se ha confirmado su amistad con Mal Chamales, un conocido elemento subversivo, y los registros de llamadas telefónicas señalan ya un total de nueve conversaciones entre ambos, todas las cuales contienen abundantes expresiones de simpatía por las causas izquierdistas y de desdén por la «caza de brujas» del FBI por parte de Littell. El 10 de mayo llamé a éste y le ordené que iniciara de inmediato una vigilancia estrecha sobre Mal Chamales. Cinco minutos después, Littell llamó a Chamales y lo puso sobre aviso. Esa tarde, Chamales habló en una reunión del partido Socialista del Trabajo a la que asistieron, sin saber el uno del otro, Ward Littell y un informador de confianza del FBI. El informador me presentó una transcripción al pie de la letra de los sediciosos comentarios de Chamales, virulentamente contrarios al FBI y a Hoover. El informe de Littell sobre esa reunión del 10 de mayo consideraba tales comentarios»no incendiarios». Todo el informe estaba lleno de numerosas falsedades más; unas, rotundas mentiras y las otras, tergiversaciones de naturaleza traicionera.

Señor, creo que es hora de pedir cuentas a Littell por su falta de colaboración en el asunto de la agresión y, sobre todo, por sus retientes acciones sediciosas. ¿Tendrá usted la amabilidad de responder? Creo que esto requiere actuar de inmediato.

Respetuosamente,

Charles Leahy

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