DOCUMENTO ANEXO: 15/10/60.
Memorándum del FBI: del director J. Edgar Hoover al jefe de Agentes Especiales de Chicago, Charles Leahy.
Señor Leahy:
No aborden al agente Littell hasta que yo dé la orden.
(Chicago, 16/10/60)
La resaca era brutal. Las pesadillas lo habían vuelto esquizofrénico: cada uno de los hombres del local le parecía un policía.
Littell revolvió el café con mano temblorosa. Mal Chamales jugueteaba con un bollo y temblaba casi tanto como él.
–Mal, tú intentas decirme algo, ¿verdad?
–No estoy en situación de pedirte favores.
–Si se trata de algún favor oficial del FBI, debes saber que me retiro dentro de tres meses exactos, en tal fecha como hoy.
–Como te dije, el Partido siempre necesita abogados -comentó Mal con una leve risa.
–Primero tendría que inscribirme en el Colegio de Abogados de Illinois. Eso, o trasladarme a Washington a practicar Derecho Federal.
–No eres un gran simpatizante izquierdista…
–Ni un admirador del FBI. Mal…
–He solicitado un empleo como enseñante. Corre la voz de que el Consejo Nacional de Educación va a romper la lista negra. Quiero cubrir mis apuestas y he pensado que podrían pulir tus informes para que demuestren que he dejado el Partido.
El tipo alto de la barra le resultaba familiar. El que remoloneaba en la calle, también.
–Ward…
–Claro, Mal. Lo haré constar en mi próximo informe. Diré que has dejado el Partido para aceptar un empleo en la campaña de Nixon.
Mal reprimió unas lágrimas. Luego, casi volcó la mesa en su esfuerzo por abrazarlo.
–Lárgate -lo cortó Littell-. No me gusta que me vean abrazado a comunistas en público.
El local de comidas quedaba enfrente del edificio de apartamentos donde vivía. Littell ocupó un asiento junto a la ventana y mató el tiempo observando las pegatinas adheridas a los parachoques.
Dos coches de Nixon estaban aparcados junto al bordillo. Vio una calcomanía de la candidatura Nixon/Lodge en el parabrisas del coche del casero.
El tráfico era fluido. Littell vio pasar coches con distintivos: seis pro Nixon y tres pro Kennedy.
La camarera le sirvió café. El añadió dos tragos de su petaca.
El resultado de la encuesta rápida estaba claro: Nixon barría en Chicago.
El sol iluminó la ventana del local. El cristal reflejó unas maravillosas distorsiones: eran su nuevo rostro y su nuevo perfil del cuero cabelludo, marcado a cicatrices.
Helen subía los peldaños de la entrada del edificio de apartamentos. Mostraba un aspecto desastrado: no llevaba maquillaje ni abrigo y vestía una blusa y una falda desconjuntadas.
Helen vio el coche de Littell. Dirigió la mirada al otro lado de la calle y lo distinguió tras el cristal.
Cruzó corriendo. Unos papeles de cuaderno volaron de su bolso. Littell se acercó a la puerta. Helen la abrió de un empujón con ambas manos.
Littell intentó sujetarla. Ella le cogió la pistola de la sobaquera y lo golpeó con ella. Lo golpeó en el pecho y en los brazos. Intentó tirar del gatillo con el seguro puesto y volvió a descargar sobre él una lluvia de golpes débiles y femeninos, tan agitada que Littell no podía detenerla.
Se le había corrido el rímel de ojos. El bolso que llevaba cayó al suelo y derramó unos libros. Entonces, se puso a gritar palabras sueltas: «rescindir el fondo de donaciones», «juramento de fidelidad», «FBI» y «TÚ TÚ TÚ».
Varias cabezas se volvieron hacia ellos. En la barra, dos hombres sacaron también sus armas.
Helen dejó de golpearlo.
–¡Maldita sea, éste eres TÚ y lo sé perfectamente!
Littell tomó el coche hasta la oficina. Dejó encajonado el coche de Leahy y se dirigió a toda prisa a la sala de la brigada.
La puerta del despacho de Leahy estaba cerrada. Court Meade lo vio y le volvió la espalda.
Aparecieron dos hombres en mangas de camisa con las sobaqueras puestas y Littell los reconoció: eran los tipos del teléfono que habían estado manipulando las líneas en las inmediaciones del apartamento.
La puerta de Leahy se abrió de pronto y por ella asomó una cabeza. Littell recordó la cara: era el tipo de la oficina de correos del día anterior.
La puerta se cerró de nuevo. Del otro lado se filtraron unas voces: «Littell», «la chica Agee».
De una patada, hizo saltar la puerta de sus goznes. Se encontró con una escena a lo Mal Chamales.
Cuatro fascistas de franela gris, reunidos en conferencia. Cuatro parásitos, explotadores, derechistas…
–Recuerden lo que sé -proclamó-. Recuerden el daño que puedo hacer al FBI.
Compró cortaalambres, gafas protectoras, cinta adhesiva con recubrimiento magnético, un cortador de cristales, guantes de goma, una escopeta de caza, cien cartuchos de postas del doble cero, una caja de dinamita industrial, trescientos metros de cebador, pantallas acústicas, un martillo, clavos y dos bolsas de lona de gran tamaño.
Guardó su coche en un garaje.
Alquiló un Ford Victoria del 57… con una identificación falsa. Compró tres botellas de whisky escocés; sólo las suficientes para aplacar la sed.
Se dirigió al sur, hacia Sioux City, Iowa.
Devolvió el coche de alquiler y tomó un tren hacia el norte, a Milwaukee.
DOCUMENTO ANEXO: 17/10/60.
Memorándum confidencial: de John Stanton a Kemper Boyd.
Kemper:
He recibido una inquietante llamada telefónica de Guy Banister y he creído que debía compartir la información contigo. Últimamente resulta difícil encontrarte, así que espero que esto llegue a tus manos en un plazo razonable.
Guy es amigo del jefe de Agentes Especiales de Miami, que lo es del comandante de la brigada de Inteligencia del departamento de Policía de la ciudad. Esta brigada mantiene bajo vigilancia no estricta a varios cubanos sospechosos de procastristas y efectúa comprobaciones rutinarias de la documentación del coche de todos los varones latinos con quienes se ve a dichos sospechosos. Nuestro hombre, Wilfredo Olmos Delsol, ha sido visto en dos ocasiones con Gaspar Ramón Blanco, de 37 años, conocido procomunista y miembro del Comité de Entendimiento con Cuba, una pantalla propagandística financiada por Raúl Castro. Esto me preocupa, sobre todo por lo que hizo P.B. con el primo de Delsol, Tomás Obregón. Encárgate de que P.B. lo compruebe, ¿quieres? Nuestras normas de compartimentación prohíben que contacte con él directamente.
Con mis mejores deseos,
John
(Miami, 20/10/60)
El piloto anunció que llegarían con retraso. Kemper consultó el reloj. El tiempo que podía concederle a Pete acababa de evaporarse.
Aquella mañana, Pete se había puesto en contacto con él en Omaha. Tengo algo para ti, le había dicho; algo que querrás ver.
Le había prometido que la cita no duraría más de veinte minutos. Te devolveré a los brazos de Jack en el siguiente vuelo, le había asegurado.
Miami titilaba a sus pies. Kemper tenía un trabajo crucial en Omaha… retrasado por aquel rodeo de seis horas.
La carrera estaba tan ajustada que no se podía asegurar nada. Nixon, tal vez, tenía una levísima ventaja… y quedaban dieciocho días para la fecha.
Llamó a Laura desde la sala de embarque. Ella arremetió contra él y le recriminó sus relaciones con los Kennedy. Según Claire, Laura ansiaba una victoria de Nixon.
Según Claire, unos hombres del FBI la habían interrogado el mes anterior. Y el único tema del interrogatorio había sido las actividades e ideas políticas de Ward Littell.
Los agentes la intimidaron y le advirtieron que no mencionara el encuentro a su padre. Pero Claire faltó a la promesa y lo llamó para contárselo. De eso hacía tres días.
Kemper llamó a Ward inmediatamente. El teléfono sonó y sonó. Por el sonido de los timbrazos, se apreciaba claramente que el aparato estaba intervenido.
Llamó a Court Meade para indagar el paradero de Ward. Meade dijo que Ward había derribado a patadas la puerta del despacho del jefe y se había esfumado.
Claire lo había llamado a Omaha la noche anterior para contarle que el FBI había conseguido que la facultad de Derecho le retirase la beca a Helen.
El señor Hoover había dejado de llamarlo hacía dos días. De algún modo, todo estaba relacionado. La campaña lo hacía ir de acá para allá demasiado deprisa como para sentir miedo.
Los vientos cruzados dificultaron su descenso. El avión rodó por la pista con un cierto zigzagueo de cola.
Kemper miró por la ventanilla. Pete estaba fuera, con la tripulación de tierra. Los hombres estaban recibiendo fajos de dólares y lisonjeaban al grandullón de la pasta.
Las escalerillas se acoplaron al fuselaje y Kemper se acercó a la puerta. El copiloto la abrió parcialmente. Allí estaba Pete con un carro de carga de equipajes en la pista, exactamente debajo de ellos.
Kemper bajó los peldaños de tres en tres. Pete lo agarró y le soltó un grito.
–¡El avión ha llegado con retraso! ¡Tenemos media hora! Kemper saltó al vehículo. Pete aceleró. Sortearon pilas de equipaje y giraron en torno a la garita de un conserje.
Un mozo de equipajes abrió la puerta. Pete le deslizó veinte dólares. Sobre un banco de trabajo había extendido un mantel de lino. Sobre él había ginebra, vermut, un vaso y seis hojas de papel.
–Lee esto -indicó Pete.
Kemper echó una ojeada a la primera página. De inmediato se le erizó el vello.
Howard Hughes había prestado 200.000 dólares al hermano menor de Richard Nixon. Las fotocopias de los cheques, las anotaciones contables y los comprobantes bancarios lo demostraban. Alguien había recopilado una lista pormenorizada de las propuestas legislativas de Nixon vinculadas con contratos gubernamentales a las empresas de Hughes. Kemper preparó un cóctel. Le temblaban las manos y derramó Beefeater por todo el banco de trabajo. Luego, miró a Pete.
–No has hablado de dinero.
–Si quisiera dinero, habría llamado a Jimmy.
–Le diré a Jack que tiene un amigo en Miami.
–Dile que nos deje invadir Cuba y estaremos en paz.
El martini estaba soberbiamente seco. La garita del conserje relucía como el Carlyle.
–Vigila a Wilfredo Delsol. Ahora está desengañado, pero creo que puede andar enredando…
–Llama a Bobby -dijo Pete-. Quiero oír cómo me pones en prenda a ese jodido.
DOCUMENTO ANEXO : 23/10/60.
Titular del
Cleveland Plain Dealer :LAS REVELACIONES DE PRÉSTAMOS DE HUGHES A NIXON AGITAN LA CAMPAÑA
DOCUMENTO ANEXO: 24/10/60.
Subtitular del
Chicago Tribune
:KENNEDY CRITICA LA «CONFABULACIÓN» NIXON-HUGHES
DOCUMENTO ANEXO: 25/10/60.
Titular y subtitular del
Los Angeles Herald-Express
:NIXON RECHAZA LAS ACUSACIONES DE TRÁFICO DE INFLUENCIAS
EL ESCÁNDALO DE LOS PRÉSTAMOS DE HUGHES RECORTA LA VENTAJA REPUBLICANA EN LOS SONDEOS
DOCUMENTO ANEXO: 26/10/60.
Subtitular del
New York Journal-American
:NIXON CALIFICA DE «TEMPESTAD EN UN VASO DE AGUA» EL ASUNTO DE LOS PRÉSTAMOS
DOCUMENTO ANEXO: 28/10/60.
Encabezamiento del
San Francisco Chronicle
:EL HERMANO DE NIXON CONSIDERA «NO POLÍTICOS» LOS PRÉSTAMOSnDE HUGHES
DOCUMENTO ANEXO: 29/10/60.
Subtitular del
Kansas City Star
:KENNEDY ATACA A NIXON POR EL PRÉSTAMO DE HUGHES
DOCUMENTO ANEXO: 3/11/60.
Encabezamiento del
Boston Globe
:ENCUESTA GALLUP: ¡LA CARRERA PRESIDENCIAL, AL ROJO VIVO!
(Lake Geneva, 5/11/60)
Littell repasó la lista. Gafas protectoras, tapones para los oídos, cizallas de alambre, cortavidrios: comprobados. Cinta adhesiva imantada, guantes, escopeta, munición: comprobados.
Dinamita con cebador impermeable al agua. Pantalla acústica, martillo, clavos: comprobados.
Comprobado: has limpiado todas las huellas dactilares de la habitación del motel.
Comprobado: has dejado el dinero de la cuenta sobre la cómoda. Comprobado: has evitado cualquier contacto con los demás ocupantes del motel.
Repasó su lista de precauciones de las últimas tres semanas.
Has cambiado de motel cada dos días en un itinerario zigzagueante por el sur de Wisconsin.
Has usado falsas barbas y falsos bigotes en todo momento.
Has cambiado de coche de alquiler de vez en cuando. Has tomado autobuses entre camionetas alquiladas. Y has devuelto los vehículos en lugares distantes: Des Moines, Minneapolis y Green Bay.
Has alquilado los citados vehículos con identidades falsas. Has pagado en metálico.
No has aparcado nunca en las cercanías del motel donde te alojabas.
No has hecho ninguna llamada telefónica desde la habitación y has limpiado de huellas todas las superficies antes de dejarla.
Has empleado tácticas de evasión contra seguimientos. Has limitado el consumo de alcohol: seis tragos por noche para asegurarte de tener los nervios calmados.
No has observado que nadie te siga.
Has observado a los hombres solitarios, has medido sus reacciones y no has podido discernir nada que oliera a policía o a mafia. La mayoría de los tipos se han mostrado incómodos: ahora tienes un aspecto que asusta.
Has vigilado la propiedad de Jules Schiffrin. Has determinado que el tipo no tiene servicio permanente ni guardianes.
Has aprendido la rutina de Schiffrin.
El sábado por la noche, cena y cartas en el club de campo de Badger Glen. El domingo, temprano, un rato en casa de una tal Glenda Rae Mattson.
Jules Schiffrin estaba fuera desde las siete y cinco de la tarde del sábado hasta las dos de la madrugada.
Su finca era patrullada por la policía cada dos horas, en rutinarios controles del camino de acceso.
Has conseguido los planos de las alarmas y la ubicación de las cajas. Has consultado diecisiete servicios para conseguirlos. Te has hecho pasar por un teniente de la Policía de Milwaukee y has reforzado las falsas identidades con documentos y credenciales comprados a un falsificador que detuviste hace años.