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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

Amor y anarquía (13 page)

BOOK: Amor y anarquía
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Desde agosto de 1996, los atentados en el Valle de Susa se sucedían a una cadencia más o menos regular de uno por mes, aunque sus objetivos, métodos y firmantes eran tan variados que nada permitía suponerles un origen único. El 8 de abril de 1997 una bomba muy rudimentaria dañó un nodo de comunicaciones de la Telecom: será la última acción reivindicada por los Lobos Grises. Que, el 20 de mayo, pegaron en la estación de tren de Meana un volante extrañamente pro-francés: "Mejor pagarles impuestos a los franceses —pocos— que a estos tanos macarrones y mafiosos".

El 21 de mayo, desconocidos quemaron una perforadora en las obras de prospección del TAV en Mompantero y, a unos kilómetros de allí, la misma noche, hicieron saltar con dinamita los pilares de un repetidor de la televisión de Berlusconi. Nadie reivindicó las acciones: lo más extraño fue que los dinamiteros conocían la posición de una cámara de video pequeña y escondida que los carabineros habían instalado para filmar posibles agresores. Los dinamiteros empezaron por mantenerse fuera del radio de acción de la cámara; cuando se acercaron, la dieron vuelta para que no los filmara y la volaron de un escopetazo.

Soledad, por supuesto, siguió sin saber nada. En realidad, nadie se enteró del detalle de la cámara: la policía italiana, prudente, lo mantuvo en secreto. Meses después un volante de los Lobos Grises reivindicaría esa acción y diría que habían hecho saltar la cámara porque la vieron sobre un container y temieron que los hubiera filmado; visiblemente los que escribieron ese volante no habían estado allí: la cámara nunca estuvo encima de un container.

María Soledad Rosas juró su título de licenciada en Administración Hotelera en el anfiteatro de la Universidad de Belgrano el 27 de mayo de 1997: cuatro días antes había cumplido, sin grandes festejos, veintitrés años. Esa tarde se puso un pantalón y un suéter elegantes de su hermana Gabriela y sus padres la acompañaron y se emocionaron, pero Soledad tenía la cabeza en otra parte: el 22 de junio saldría para Milán con su amiga Silvia Gramático. Su padre le decía que se llevara su título, que le podía servir; ella lo haría, pero no pensaba que su viaje sería de esos en los que un título así podía tener utilidad.

Su pasaje estaba abierto por seis meses: Soledad tenía que volver a Buenos Aires hacia mediados de diciembre y había planeado su viaje en consecuencia. Los dos primeros meses las dos mujeres trabajarían en los Alpes italianos: los parientes de una vecina de Silvia tenían una hostería en un pueblo llamado Alpe Devero y necesitaban personal para la temporada de verano. De allí se irían a Munich, donde se tomarían un avión hasta Londres y de ahí hasta París. También tenían escalas en Madrid y Amsterdam: un tour casi completo y, aun así, quizás no resultara suficiente.

"Soledad había vivido toda la vida con su mamá y su papá, que la cuidaban como a la luz de sus ojos", dirá su amiga Soledad Echagüe, Sole Vieja. "Cuando salía de la casa de mamá y papá, por más que hiciera bardo y se enganchara con lo que se enganchara, siempre volvía y ahí estaba protegida. Si no eran sus viejos, era yo o su hermana Gabriela. Era una niñita cuidada por todos. Creo que tenía una gran necesidad de cortar el cordón y el viaje era una posibilidad muy fuerte de cortarlo. Entonces yo siempre tuve esa idea de que iba a volver pero que iba a tardar más que lo que les decía a los viejos. Me parece que en ese momento había algunas rencillas con ellos pero no era nada importante: boludeces. Los viejos también en ese momento tenían una posición un poco contradictoria. Probablemente ellos no lo recuerden en su lugar de padres, pero tenían esa cosa de 'andate pero volvé, andate pero quedate, andate para olvidarte de Pablo pero no te olvides de mamá y papá'. Por otro lado, ojo que yo los adoro, pero ellos eran padres muy obsesivos. Y Sole era la eterna rebelde: ella tenía que estar en contra de algo, no importaba qué. Por otro lado, ella muchas veces les decía a los viejos lo que ellos querían escuchar porque estaba en esa etapa en la que los viejos te hinchan las pelotas y no tenés ganas de que te manejen la vida. Por eso si los viejos querían escuchar que Sole volvía en seis meses, Sole les iba a decir que volvía en seis meses. Tampoco lo veo mal. Me parece que es parte de la edad".

"Soledad cuando se fue estaba buscando, no sabía qué quería", dirá Gabriela Rosas, su hermana. "No sabía hacia dónde ir, no tenía una conexión con el mundo más allá del cariño que sentía por las personas que la rodeaban. Estaba buscando. No sentía ningún orgullo ni satisfacción por su carrera, era como una obligación más que cumplió. No sé si buscaba conscientemente, pero el espíritu del viaje... No empezó a organizarlo entusiasmada. Pero cuando se iba acercando el momento le iba encontrando sentido y se fue pensando que algo iba a pasar. Como 'no esperen nada más de mí, ahora me voy, soy yo y que nadie me rompa más las pelotas, ni mis novios ni mis padres ni mi hermana'. Como que sabía en algún lado que era un cambio importante. Ella tenía una necesidad enorme de alejarse de la familia, de papá y mamá. Y quizá de mí también, porque yo en ese momento era muy papá y mamá".

Los primeros días de junio Soledad no paraba. Se despidió varias veces de sus amigas y amigos, tuvo que legalizar sus documentos, preparar los detalles de su viaje. Su equipaje tenía que ser ligero: su mochila sería la misma de siempre, la azul y roja, la que usaba para ir de casa en casa esos últimos tiempos. Y la fue llenando de lo mismo de siempre: calzas, remeras, un par de mallas, pantaloncitos cortos, dos jeans, una camisa de colores, un pulóver a rayas, un buzo gris, las alpargatas. Gabriela la ayudaba:

—Pero no, Sole, qué te vas a llevar esa remera. Si es un trapo de piso.

—Gaby, no me rompas.

—¿Y no te vas a llevar ropa de abrigo?

—¿Para qué? En cuanto venga el frío en el norte yo me voy al sur, al Mediterráneo. Ni en pedo voy a pasar frío, yo, allá. Yo no voy para eso.

Sí metió dos cepillos de dientes: Soledad se los lavaba varias veces por día. Y el cepillo del pelo y su walkman y varios cassettes con música étnica de indios del Amazonas y de México y de Mano Negra y los Redondos y el libro de Galeano y varias fotos de su familia y sus amigos y, enrollado en un tubo de cartón, su diploma. También tenía, en un bolsillo escondido, 2.000 dólares en traveller-checks que había comprado en la agencia Thomas Cook: lo suficiente para mantener cierta autonomía durante el viaje. Dejaba, en su caja de ahorros, otros 6.000, por cualquier cosa. Se los había ganado trabajando.

"A ella le encantaba viajar y además tenía facilidad con los idiomas", dirá Marta Rosas, su madre. "Sole no iba demasiado atada a tener que trabajar. Tenía disponibilidad económica como para poder tomarse los seis meses de vacaciones sin ningún problema, pero si podía ir trabajando a medida que conocía era bárbaro. A mí me parece que viajar es lo mejor que te puede pasar, cómo te relacionás, cómo te manejás aprendiendo idiomas, conociendo gente y lugares que realmente te enriquezcan. Para ella ese viaje iba a ser una oportunidad única".

Pablo Rodríguez la buscaba como un alma en pena. Pero cada vez que la llamaba por teléfono alguien le decía que ella no estaba, que le dejara un mensaje, que ella lo llamaría. Hasta una vez en que escuchó su voz en el auricular. Su saludo fue confuso: estaba demasiado nervioso. Después le dijo que necesitaba verla.

—Yo te entiendo, Sole, te entiendo, pero me quiero matar. En serio, estoy reangustiado, no te lo digo para amenazarte. Tratemos de que esto sea de otra manera, que podamos vernos, charlar y que pueda encaminar mis cosas más tranquilo.

—Ahora no puedo hablar, hay gente. Pero si querés podemos encontrarnos el jueves, a la salida del geriátrico.

"Ella estaba divina", dirá Pablo. "La invité a comer una pizza, tomamos un par de vinos. Ahí charlamos bien, después de un montón de tiempo, sin familia ni historias de por medio. Le dije que no podía entender que nos esté pasando esto, que debería haber hecho algo terrible para que esté pasando esto, no podés ser tan hija de puta, decime qué pasó. Yo me quería matar. Ella se puso a llorar y me dijo que se había encontrado con Gabriel y se había dado cuenta de que lo amaba".

"Sí, parece que antes de irse se encontró un par de veces con Gabriel Zoppi", dirá Gabriela Rosas. "Él le pidió perdón por todo lo que le había hecho sufrir y ella le dio bola. Sole siempre dejaba todas las puertas abiertas. ¿Viste esas personas que no pueden decir que no a nada, que siempre están dispuestas a proteger, cuidar, atender? Le costaba mucho romper un vínculo con alguien. Generalmente cuando rompía algún vínculo era porque la cagaban a ella o porque sus amigas la peleaban. Si dejaba de ver a una persona era porque el otro había decidido no verla más, si no, ella siempre iba a estar, a volver, iba a llamar por teléfono. Y con Gabriel fue así. No sé exactamente qué se dijeron, pero sé que fue así".

Son puntos de vista, versiones que difieren: "A mí me daba casi envidia, parecía que ella cortaba con un novio y nunca estaba mal", dirá Josefina Magnasco, su amiga del colegio. "Por ahí el que quedaba mal era el otro. Y ella le daba para adelante, y a la semana se enganchaba a otro. Iba pasando de uno a otro. No era una persona que se quedara lamentándose. Era protagonista, hacía que su vida cambiara. Y era demasiado buena. Por eso a veces la pasaban por arriba. Yo la pinchaba para que fuera un poco más mala, porque la gente no es tan buena. Ella si tenía uno, te daba uno. Te invitaba a dormir a la casa y dormía en el piso. Un corazón enorme". Un corazón enorme.

"Él fue el que me contó todo", dirá Marta Zoppi, la madre de su ex novio. "Todo, que ellos se habían prometido cuando se vieron un mes antes de que ella se fuera y como que hicieron las paces, Soledad y Gabriel".

"¡Con Gabriel, hermano, con ese hijo de puta!", dirá Pablo Rodríguez. "Si ella me hubiera dicho que había conocido a otro flaco, yo lo hubiera aceptado. Pero después de todas las movidas era terrible que haya pasado eso. Un poco pienso que ni ella se lo creyó. Le dije que no le creía, no creo que después de esa historia de vio lencia vos vuelvas con él. Tampoco creía que el tipo diera una vuelta atrás. A mí me sonó como una cosa armada desde la familia. Sentí que era por todo el tema de la familia. Le dije que yo había tenido unos sueños, que tenía miedo por ella, que todo en la vida es un ida y vuelta. Creía que indirectamente todo lo que ella me estaba haciendo lo iba a pagar, pero no porque le estuviera tirando mierda, porque yo la amaba. Pero tenía miedo de que a ella le pase algo. Aquella vez la cosa quedó medio inconclusa. Habló por teléfono con la vieja delante de mí, le dijo que estaba conmigo y que ya habíamos terminado de hablar, tipo control. Yo la llevé hasta la casa. Esa fue la última vez que nos vimos. Le dije si quería que nos viéramos de nuevo y ella me dijo que ya íbamos a arreglar. La tenían muy controlada y le habían dicho lo que tenía que hacer. Nos dimos unos besos y no sé ni lo que le dije. Sí sé que intenté hablar con ella después, no hubo caso. Después no sabía si había viajado o no. La llamé a Gaby y no me decía nada. Me decía que hay unas pastillas buenísimas, unas Rivotril que son bárbaras para la depresión. Andá a la mierda. Yo estaba remal. Me quise matar un par de veces: la angustia que tenía era terrible. Y lloraba y pensaba en nosotros y en la isla. Lloraba todo el tiempo, no comía, me bañaba una vez por semana. Un día me decidí y dije que no aguantaba más ese dolor. Cuando lo llamé a mi viejo me dijo 'y bueno, si te pasa eso escribí un tango'. Me quería matar. Hasta pensaba las formas de matarme. Un fierro no tengo, tengo que hacer una movida para conseguirlo. Con pastas no me cabe. Bueno, me tiro debajo de un tren. Un día fui a la casa de una familia de mi barrio y les iba a dejar los documentos. Esas cosas locas. Y cuando iba para tirarme, pensé en mi vieja. Pero ella es adulta y lo va a superar. Mi hermana también. Van a entender que mi vida es mía, que lo que sufro no me lo calma nadie y no puedo vivir así. Tengo dos hermanitos que en esa época tenían nueve o diez años. Pensé en ellos y dije no puedo, les voy a dejar un agujero que no van a entender nunca. Pasó eso. Después me empezaron a decir que vaya a un psicólogo".

Me pregunto qué hubiera sido de ella en la Argentina. En la Argentina, entre tantos caminos que no hay, no hay caminos para la diferencia: aquí sus diferencias pasaban por historias de locura ordinaria, de capricho, de inadaptación. No hay, en la Argentina, esas formas de sublimar la diferencia, de transformarla en ideología y en camino que a veces ofrece el primer mundo. En la Argentina esas maneras de la diferencia suelen llevarte despacito a algún modo de la destrucción personal o del olvido: alguna droga, alguna enfermedad, otros tropiezos, la renuncia y la entrada en el mundo "normal" —que también se cierra más y más. Por eso, entre otras cosas, muchos argentinos quieren irse. Aunque también eso, quizás, deje de ser cierto en estos días en que muchas cosas dejan de ser verdad en la Argentina. Me pregunto qué habría sido de Soledad en la Argentina. Pero me tengo que preguntar en qué Argentina.

El domingo 22 de junio de 1997, el presidente Menem estaba en Nueva York y anunciaba cambios de ministros por las repercusiones del caso Cabezas, pero su jefe de gabinete, Jorge Rodríguez, confirmaba que el martes recibiría a Alfredo Yabrán en la Casa Rosada. En Jujuy miles de personas marchaban para protestar por la represión al primer piquete realizado en la Argentina, unos días antes, y los maestros recibían adhesiones tras su paro y movilización del viernes: 50.000 personas en la Plaza de Mayo. En La Plata, José Bordón y Eduardo Duhalde se encontraban para armar una alianza con miras a las elecciones legislativas de octubre y declaraban su apoyo al modelo económico del gobierno menemista; Chacho Álvarez reforzaba su campaña con una serie de actos en el interior: "tenemos que consolidarnos como la segunda fuerza electoral del país". En las antípodas, Hong Kong se preparaba para pasar a dominio chino; en Hebrón, soldados israelíes herían con balas de goma y plomo a cuarenta palestinos que los habían atacado con piedras. Los líderes de los ocho países más ricos —reunidos en Denver, Colorado—, aseguraban que la economía mundial estaba mejorando; una de las principales compañías alemanas reconocía que durante el nazismo había fundido oro de dientes judíos y fabricado gas para las cámaras de la muerte. En Sucre, Bolivia, la selección argentina de Passarella perdía 2 a 1 con Perú y se caía de la Copa América; en Toronto, Diego Armando Maradona se entrenaba con Ben Johnson para preparar su retorno a Boca Juniors.

BOOK: Amor y anarquía
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