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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

Amor y anarquía (16 page)

BOOK: Amor y anarquía
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Turín tiene, desde hace décadas, una municipalidad de izquierda, comunista, producto del peso de los obreros de sus grandes fábricas: la Fiat, sobre todo. Punks y anarcos pedían —y solían conseguir— locales municipales para sus eventos, pero la transa tenía sus problemas: alguna vez las autoridades vetaron un grupo porque su nombre incluía la A anarquista, otras intentaron variadas formas de control y, más que nada, la obligación de pedir permiso cada vez que querían hacer algo entraba en contradicción con sus ideas. Punks y anarcos empezaron a pensar en la posibilidad de conseguir un espacio propio: de ocupar un espacio.

La idea tenía su tradición: el movimiento squatter había empezado en Holanda e Inglaterra a fines de los sesentas: en esos días el margen, la "contracultura" eran el lugar más apetecido por miles y miles de jóvenes occidentales. Lo más importante, para los primeros squatters, era encontrar un lugar donde vivir autónomos, fuera del control de familias y otras instituciones, y no tener que pagar por ello. Las leyes inglesas, sobre todo, eran muy favorables: cualquiera que ocupara una casa durante más de tres meses sin que nadie se quejara o intentara desalojarlo podía conservarla. Algunos eran más explícitamente políticos —comunistas extraparlamentarios, anarquistas—, otros más culturales; en todos los casos, la actitud squatter suponía un desafío, una forma de colocarse fuera de la normalidad burguesa.

Squatter, según el señor Merriam-Webster, es "aquel que se instala en una propiedad sin derecho o título o pago de una renta": era muy amplio. El movimiento se politizó más claramente en Berlín y en Hamburgo en la segunda mitad de los setentas. Los squatters alemanes solían ocupar grandes espacios abandonados — fábricas, cuarteles, escuelas, depósitos, complejos de viviendas— y organizaban en ellos un lugar de vida más o menos comunitaria, con pautas y reglas que se oponían a la base mercantil de las relaciones sociales capitalistas. Y solían militar en grupos antibélicos, feministas, antinucleares o ecologistas radicales. Hacia 1980 había focos squatters bien establecidos en Ginebra, Amsterdam, Londres, Barcelona, Nueva York, San Francisco, Hamburgo, Berlín y otras ciudades europeas y norteamericanas.

En Italia el movimiento había sido algo distinto: en los setentas, algunos grupos de la izquierda extraparlamentaria fomentaron toma s de viviendas donde vivirían familias obreras. Pero esas ocupaciones habían desaparecido con la represión de los años de plomo. A mediados de los ochentas, jóvenes izquierdistas y anarquistas retomaron la tendencia, con características más parecidas a las europeas: las casas ocupadas serían lugares de irradiación de una cultura y una política "antagonista", una forma de plantar, en medio de la ciudad enemiga, un campamento de batalla.

"En esos días los anarcos y los punks nos juntamos en un grupo que se llamó Avaria", dirá Mario Frisetti, uno de los históricos del movimiento, que venía del círculo de via Ravenna. A Mario todos sus compañeros le dicen Skizzo —esquizo— porque así firmó sus primeros escritos; Avaria significa avería, daño, deterioro: el grupo tenía algunas cosas claras. "Nos interesaba la síntesis de una práctica de autogestión de la vida cotidiana, donde experimentás tus ideas, junto con una práctica de lucha y de ataque. No queríamos rehacer los errores de las viejas comunas anarquistas, que se compraban un terreno en el campo y se iban a aislar allí, ni tampoco formar el grupo político dedicado solamente a la lucha. Ni la comunidad ni el grupo político, sino una síntesis de ambos".

Las discusiones y los preparativos fueron largos. En febrero de 1984 los anarco-punx estaban dispuestos a intentar su primera toma: un viejo cine abandonado, el Diana, fue el objetivo, y la ocupación duró tres horas: el desalojo fue rápidamente dispuesto por el intendente, el comunista Diego Novelli —a quien los anarquistas jóvenes llamaban Topo Grigio, ratoncito gris, "por su sintonía con el gris que los patrones habían impuesto a esta ciudad de trabajadores que se iban a dormir todos a la misma hora". El cine desalojado se derrumbó a los seis meses.

En abril de 1985 los anarco-punx volvieron a intentarlo, con otro mecanismo: ocuparon casi en secreto una fábrica abandonada a orillas del río Dora. Nadie lo notó: los ocupantes entraban y salían a escondidas, sin hacer olas. Y decidieron hacer pública su ocupación con un gran concierto programado para el 2 de mayo: la Fiesta contra el Trabajo. Pero ese día los carabineros los echaron a mano armada.

Mientras buscaban la manera, los anarco-punx seguían manteniendo otros intereses: en la primavera de 1986, por ejemplo, participaron en una gran manifestación contra una usina nuclear en la llanura del Po:

—Durante esta manifestación la obra en construcción se incendió: fue un momento de gran unión...

Dirá Mario Skizzo.

—¿Se incendió sola?

—No, la ayudaron. Era un delirio de fuego. La policía no estaba preparada, no consiguió bloquearnos y tampoco pudieron agarrar a ninguno. Fue una belleza.

Poco después los Avaria volvieron a la carga. Una noche de verano organizaron un concierto punk en los Jardines Reales, el centro de Turín. Durante el concierto hicieron una performance con máscaras del Zorro y después marcharon a ocupar un edificio vecino y vacío. La policía apareció enseguida; desde los balcones, los ocupantes les gritaban con megáfonos que estaban filmando una película y que su intervención era parte de ella: los policías no sabían qué hacer. Las acciones de los Avaria siempre tuvieron esa parte de juego, de desconcierto dadaísta. Pero duró muy poco; en cuanto superaron su perplejidad, los policías los echaron a patadas. Burlados, algunos policías decidieron darse un gusto: se llevaron a uno de los ocupantes a un baldío, lo pusieron de rodillas y le tiraron varios balazos a dos dedos de la nuca: el simulacro de ejecución más clásico.

"Mientras tanto, también los comunistas autonómos formaron un grupo, Espacios Metropolitanos, para hacer ocupaciones", dirá Mario Skizzo. "Pero su objetivo era reunir gente, mientras que para nosotros la ocupación era una meta, que también podía abrir nuevas vías pero ya era una meta en sí misma. Una manera de llevar adelante nuestras ideas y experiencias: la música, la habitación, la autoproducción, comer, beber, discutir, escribir". Pero no lo lograban. En el invierno de 1987 el grupo, sin lugar fijo, se había reducido y no llegaba a la veintena. Estaban medio desesperados: se encontraban en plazas y bares y hacía frío. Era el momento de un intento final.

El 5 de diciembre de 1987 los anarco-punx decidieron ocupar una escuela que llevaba muchos años abandonada: estaba en la via Passo Buole y era un caserón de fines del siglo XIX en Mirafiori, el barrio más Fiat de Fiatópolis. La policía apareció a las pocas horas pero los sorprendió: no hizo nada por desalojarlos. El edificio tenía un estatuto legal complicado porque pertenecía a una entidad benéfica que lo estaba transfiriendo a la Municipalidad: la ambigüedad jugó a favor de los okupas. Pasaron los días. Los vecinos los ayudaban, les llevaban muebles viejos, los aceptaban en el barrio. Al cabo de una semana los okupas empezaron a limpiar la cuasi ruina, a poner en marcha los baños, la cocina; al octavo día estaban cenando a la luz de las velas —la única que había — cuando llegó la policía y los desalojó.

La policía se fue en un par de horas; los ocupantes volvieron al lugar. Al otro día, el Consejero de Juventud de la Municipalidad —comunista— les ofreció entregarles el uso del lugar durante seis meses. Los okupas discutieron mucho si tenían que aceptar esa negociación con el poder: había dudas, cuestionamientos. Los anarco-punx practicaban el derecho de veto: uno solo que se negara podía bloquear cualquier iniciativa. Era una forma de darle una importancia central al individuo. Por aquella vez —y sólo por aquella— decidieron hacerlo. Después, durante muchos años, seguirían discutiendo si hicieron bien o mal.

"Éramos muy pocos, tuvimos que hacer un pequeño compromiso una vez para poder seguir adelante", dirá Mario Skizzo. "En cuanto no lo necesitamos más, dejamos de hacerlo: hacer un contrato con el Estado nunca es beneficioso. Tener que hacer un acuerdo para ocupar un espacio vacío es absurdo, implica reconocer su poder".

En esos días los okupas, por fin ocupantes, publicaron una revista del tamaño de un mazo de cartas para presentar la casa ocupada de El Paso en sociedad: "Prendete un vecchio asilo abbandonato. Riempitelo di
bandidos
e calienti
señoritas
", dice la tapa: "Agarren un viejo jardín de infantes abandonado. Llénenlo de bandidos y calientes señoritas...". El libelo explica que "El Paso es un lugar autogestionado donde se desarrollan las más variadas actividades políticas gráficas musicales culinarias, todas practicadas de forma antiinstitucional, todas autogestionadas. En pocos días se ha vuelto un punto de referencia para centenares de jóvenes y no tanto del área anarquista punk rebelde y libertaria, revitalizando muy agradablemente una zona que no ofrecía más que fábricas y heroína. Demasiado, evidentemente, para la autoridad y las instituciones, que prometen echarnos de un momento a otro...".

"La anarquía no es una ideología", dirá Mario Skizzo. "Ideología es el marxismo, el leninismo, que cuando se juntan se convierten en una trampa mortal. La anarquía, al no ser una ideología, se basa en la búsqueda de la libertad, a la cual nosotros le agregamos la búsqueda del placer, que es algo que rompe con las tradiciones católicas o marxistas, acostumbradas a una idea del dolor, del sufrimiento. Una de las prácticas muy difundidas en nuestras casas son las acciones clamorosas, provocadoras, aun cuando las haga poca gente. Que pueden consistir en insertar ciertas prácticas digamos dadaístas en la práctica política habitual: las manifestaciones, el grupo que discute, la pegatina de manifiestos. Esto entra en esa lógica de placer y de libertad: la provocación, la irrisión, la ironía son cosas que derivan de una visión positiva —y no solamente destructiva— del mundo.

"Es una práctica del placer: te divertís haciendo lo que hacés, no es aquello de que lo que debés hacer es un tormento pero lo hacés en nombre de algo superior a vos. Yo no admito nada superior a mí. Los anarquistas que han leído a Stirner no admiten ninguna autoridad superior al individuo. El único juicio que puedo tolerar es el mío; el juicio de los demás me chupa un huevo. Si estoy de acuerdo conmigo me alcanza. Por supuesto que quiero ponerme de acuerdo con los que considero cercanos, pero no reconozco a nadie por encima de mí. Como decía Malatesta: no todos los individualistas son anarquistas, pero los anarquistas son todos individualistas. Nos importa el desarrollo máximo del individuo, ningún reconocimiento de ninguna forma de autoridad, la coherencia entre el pensamiento y la acción, la ruptura de la separación entre trabajo manual y el trabajo intelectual: eso ya lo decían los anarquistas en el siglo pasado; los situacionistas, que son comunistas retardados, lo descubrieron en 1950. Acá tenemos cierto gusto por dejar que el aspecto teórico se desarrolle como consecuencia de la práctica, y que la práctica sirva también como propaganda. En las casas ocupadas la gente hace todo: pueden hacer trabajos de albañilería y también discutir o escribir o salir a la calle, y eso te produce un desarrollo mucho más rico que el que te ofrece la vida de separación, de especialización que tratan de imponernos".

El Paso funcionaba. Había brutos conciertos punk: la escuela ocupada se convirtió en el gran lugar turinés para la música más o menos alternativa. Mano Negra, Henry Rollins, Dead Kennedys, The Toast tocaron allí. Era un lugar prestigioso y las bandas conocidas iban gratis por el solo gusto de decir que habían estado: les daba prestigio. Y para los grupos locales era La Meca.

Después empezó la autoproducción musical: un pequeño estudio donde algunos grupos grababan sus cassettes o hacían ediciones piratas de música conocida y la vendían por dos con veinte: entre los pirateados estuvieron Tom Waits, B-52, las canciones de la Guerra Civil Española, Fred Buscaglione, Psychic TV, Carmina Burana, Mark Stewart, Killing Joke y Carlos Gardel. También tenían una librería que venía material anarco, libros, revistas, fanzines punk. Organizaron trabajos colectivos para mejorar la casa: albañilería, pintura, plomería. "Recuperaban" material de las obras en construcción, generalmente municipales o provinciales: bolsas de cemento, ladrillos, tejas, caños, lo que fuera. También, a veces, comida en un supermercado: aparecían de a muchos, una masa cromática de fulanos con sus crestas, sus pelos de colores, sus docenas de aros. Una de las funciones de El Paso, decían, era garantizar que hubiera comida para todos, y emp ezaron con la tradición de la "convivialidad": todas las noches los okupas que quisieran se juntaban para cenar en una larga mesa compartida los platos que todos preparaban.

"Pasan un par de meses durante los cuales se rompen lanzas se cambia de año se organizan conciertos de grupos torineses italianos extranjeros proyecciones de video bailes espectáculos teatrales y una infinidad de reuniones", contaba el libelo. "Para los ocupantes es un verdadero tour de force porque además de la organización de las actividades, los problemas son realmente muchos: de la calefacción a las reparaciones para que no llueva adentro a las relaciones humanas e inhumanas con el vecindario el barrio la ciudad las instituciones la cana los demás grupos y el mundo entero para no inventarse sólo un magnífico ghetto, pero también. ¿Tenemos un lugar? No tenemos nada. Estar dentro de El Paso, haberlo ocupado, haber conseguido quedarnos no nos hace sentir más lindos más grandes o más arriba. Seguimos siendo bandidos sin posesiones que reivindican el derecho de existir de reunirse de habitar. Tomamos un lugar que nadie consideraba suyo. Si no podemos estar aquí significará que la próxima vez ocuparemos sus casas". El préstamo estaba pactado por seis meses, y nunca se renovó. En junio de 1988 la ocupación de El Paso volvió a ser ilegal —y así dura hasta ahora.

"Nosotros no queremos inventar una vida perfecta; sólo una vida donde no haya quien te diga dónde está la perfección y dónde no", dirá Mario Skizzo. Ahora Mario es un petiso cuarentón cara de gnomo divertido, un rulito en el mentón a modo de barba interrogante. "Pero no existe que te encierres en tu lugar ocupado y simules estar en una isla feliz, que tampoco es feliz porque en tu lugar recogés todas las contradicciones de afuera, toda la mierda de la vida que te toca vivir afuera. O sea que esto no puede ser el reino de la felicidad: sólo un cretino podría tener esta ilusión. Sin embargo hubo un debate sobre esta cuestión. Es una especialidad italiana: la crítica de los que nunca hacen nada. Desde afuera grupos más o menos intelectuales nos criticaban diciéndonos que nos estábamos aislando, que éramos como los hipposos de las comunidades de los setentas. Nosotros teníamos una práctica de la autogestión cotidiana pero también teníamos una práctica de la acción directa cotidiana, en las calles, hacer quilombo en la ciudad.

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