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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

Anécdotas de Enfermeras

BOOK: Anécdotas de Enfermeras
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Este libro es la demostración de que las leyendas urbanas, en enfermería, se quedan muy cortas con respecto a la realidad. La imaginación de la mente colectiva no llega a la altura de las anécdotas que las enfermeras de este país viven a diario en los centros sanitarios a los que los enfermos y sus familiares parecen ir en un estado de nerviosismo y despiste que les lleva a protagonizar hazañas verdaderamente surrealistas. La capacidad de sorpresa de estos profesionales es infinita, el ser humano nunca dejará de asombrarles. La misma impresión tendrá el lector: cuando crea que eso es lo más increíble que ha leído jamás, enseguida se topará con una suceso aún más hilarante, desternillante, curiosa, escatológica, bestia, alucinante, inaudita, impensable... Si piensa que nada puede superar que a alguien se le caigan 4 metros de intestino al suelo, todavía alucinará más al leer los extravagantes objetos que la gente se introduce en sus partes íntimas.

Elisabeth G. Iborra

Anécdotas de
Enfermeras

ePUB v1.0

geromar
11.07.11

Título: Anécdotas de Enfermeras

Autor: Elisabeth G. Iborra

Editorial: Styria

Colección: Crónica

Género: Ensayo

Tema: Testimonio

Edición: 1ª (07-01-2008)

Publicación: 07-01-2008

ISBN: 978-84-96626-67-6

Para Soleba,

por ser como es,

para que vuelva pronto

con nosotros...

PRÓLOGO

Este libro surgió después de escribir un reportaje sobre la fuga de enfermeras españolas hacia países del extranjero en los que están mucho mejor remuneradas y valoradas porque consideran que su nivel de profesionalidad es más alto que el de sus propias enfermeras autóctonas. Las enfermeras entrevistadas me plantearon una serie de problemas que afectaban a toda la profesión en general en cuanto a sus condiciones laborales; pero en la conversación iban surgiendo las funciones y tareas intrínsecas a la enfermería. Y me parecieron tan desconocidas para la mayoría de la población que consideré interesante escribir un libro en el que recogiera las vicisitudes y la idiosincrasia de este oficio vocacional con el que todos, alguna vez en la vida, tenemos contacto.

Las enfermeras se lamentan, por lo general, de que están infravaloradas, de que son ellas las que dan la cara ante los pacientes sirviendo como escudo del resto de los trabajadores del sistema sanitario al tiempo que asumen fuertes cargas y responsabilidades. Porque tienen mucho más trato con el enfermo y los familiares que el médico, que está en el nivel superior, y han de apechugar más que las auxiliares, los celadores y otros empleados del escalafón inferior. Esto lo sufren a costa de su propia salud y precisamente por ello en muchas ocasiones no les queda más con suelo que tirar de su sentido del humor para reírse de sus propias miserias y de situaciones muy duras a las que se enfrentan de forma cotidiana, que las podrían dejar bastante trastocadas emocional y psicológicamente.

Si a su capacidad de tomarse con cierta sorna e ironía su rutina se suma la cantidad de historias que es capaz de protagonizar el ser humano, y más aún en momentos críticos en los que el miedo y la preocupación superan a la lógica y al sentido común, el resultado es una ingente cantidad de anécdotas que forman el imaginario colectivo de enfermería. Unas hilarantes, otras emotivas y tristes, muchas alucinantes, otras espeluznantes, ciertas escatológicas; algunas con final feliz y otras tantas con ese final que a nadie le agrada y que a las enfermeras les sigue apenando por mucho que estén acostumbradas.

En múltiples casos, los sexuales sobre todo, cabría pensar que se trata de las típicas leyendas urbanas. Basta con seguir leyendo para comprobar que enfermeras y enfermeros de distintas partes de la Península cuentan casos muy similares sin conocerse en absoluto entre sí, reiterándose de manera tan sospechosa que resulta imposible dudar de su veracidad. En sus testimonios queda demostrado una vez más que las personas podemos hacer cualquier cosa, por exagerado que nos parezca desde fuera. Desde luego, todos los enfermeros entrevistados afirman que los pacientes y sus familiares nunca dejarán de sorprenderles, por mucha experiencia que tengan.

E idéntica impresión le quedará al lector. Cuando parece que una historia es insuperable, llega otro profesional y cuenta una anécdota todavía más increíble. Si bien todas son ciertas, pues no hay ni el menor resquicio de duda de la seriedad de cada uno de los enfermeros interpelados.

A pesar de que no pretende ser un libro graciosillo, porque la salud y el trabajo de este colectivo son muy relevantes para la sociedad, es inevitable reírse en la mayoría de las entrevistas, sobre todo por el tono de los relatos de las y los protagonistas. Pero, además, se puede aprender mucho de ellos, conocer en profundidad la ayuda que nos pueden procurar y, ante todo, sería deseable que fomentaran la empatía de los potenciales pacientes, para que la próxima vez que se encuentren en una consulta comprendan mejor la labor de la enfermera que les atiende.

Por último, he de agradecer la colaboración, el tiempo y el esfuerzo de todos los consultados, y aclarar de nuevo que ellos no se ríen de los enfermos sino que intentan tomárselo todo un poco a la ligera para quitarles hierro a las tensiones que se les acumulan cada día, porque si no se volverían locos y pasarían a ser ellos los pacientes. Por eso conservan el anonimato de los enfermos y evitan dar detalles por los que sean reconocibles.

1. MADRID
A. R.

Lleva ejerciendo su profesión veinticuatro de sus cincuenta años y es jefa de enfermería de un centro de salud de la Comunidad de Madrid.

A mí me gustaría que se escribiera sobre la labor de la enfermería, porque la enfermera de hospital es muy conocida pero a la de atención primaria se le quita toda la importancia, los pacientes conocen muy poco nuestras funciones, muy relevantes en cuanto a prevención y curación. Les pregunto a mis enfermos para qué creen que sirvo y me responden que para ponerles un inyectable, o vacunas, o para curar heridas o hacer extracciones. Sin embargo, yo les informo de que les puedo ayudar si les preocupa cualquier tipo de problemas de pareja, o están pasando un duelo, o quieren dejar de fumar. De normal, puedo ocuparme de estos problemas y, si no encuentro la solución, puedo orientarles y dirigirles hacia el profesional adecuado. De mis sondeos, sólo un paciente me dijo que los enfermeros de primaria le ofrecíamos más confianza para contar sus problemas porque somos las personas más cercanas, y me sorprendió mucho.

Ésta es una profesión apasionante pero desconocida. Yo siempre he luchado mucho por defenderla pero, no sé por qué, creo que no se quiere potenciar tanto como el estamento médico, donde no paran de crearse puestos de trabajo a pesar de resultar mucho más caros.

En nuestras consultas de enfermería veo más problemas del alma que de salud, aquí quizás tenemos más tiempo para escucharles y sacamos mucha información, nos damos cuenta de que hay mucho dolor en el alma por los hijos, por un fracaso matrimonial, por su familia... y todo eso se somatiza. Muchas veces he pensado que ahora nos cuentan lo que antes les contaban a los curas.

Vallecas siempre ha tenido fama de ser una zona marginal. Siempre he trabajado aquí y es una población muy reivindicativa, pide mucho... pero es gente estupenda, hay más mito que otra cosa. Es curioso, porque es más bien un matriarcado: la mujer tiene mucho poder, manda mucho. Y acuden con frecuencia al ambulatorio, son muy demandantes porque les hemos incitado a venir por cualquier minucia. Si el niño se cae y se hace un rasguño, no lo cura la madre con agua, jabón y desinfectante, sino que viene a que le curemos aquí. Creo que eso es generalizado en todos los sitios: no se asume ninguna responsabilidad y se acude al médico por si acaso, lo cual a veces nos desborda cuando te viene un enfermo más urgente y no das abasto con tantos casos intrascendentes.

Tenemos, por supuesto, un sector gitano en el que hay de todo, desde el que se quiere integrar hasta el que te roba los cuadros de las paredes, que aún tenemos las marcas del hueco dejado, o el papel de secarse las manos del baño o la escobilla. A una compañera mía le entró a la consulta una chiquita que venía a hacerse un electro y le dijo:

—Mira, voy a salir un momentito, vigílame el chiringuito que aquí hay mucho gitano y no vayan a entrar a robar algo.

—Es que yo soy gitana...

—Ay, maja, lo siento...

—No, si me pasa muchas veces porque no se me nota, y yo comprendo que dentro de mi raza, como de la tuya, hay personas de una manera y de otra.

Lo aceptó como algo normal, pero es que de verdad que en muchas ocasiones sales un momento, dejas la sala abierta y cuando vuelves, algo te ha desaparecido. Hay que cerrar todo con llave.

También tuvimos a un gitano con una infección horrorosa en la pierna porque tenía muchas úlceras y le aconsejábamos venir a curarse todos los días pero no había manera de convencerlo, con lo cual, cuando acudía, le salían hasta gusanos de las heridas y nosotros allá con las batas blancas, los guantes, el desinfectante intentando matar todas esas larvas. Echaba un olor tremendo porque, al fin y al cabo, lo que tenía ahí era tejido necrótico y los gusanos ocasionaban la descomposición del organismo.

Una vez entró a la consulta una señora que acababa de estar en el baño y volvía con la falda levantada por la cintura, con el papel higiénico sucio de caca colgando agarrado de la braga. Pero eso no era más que un despiste, resulta mucho peor cuando te vienen sucios, como un señor que cuando se levantó el jersey no se le veía ni el ombligo, de la cantidad de restos epiteliales que se van acumulando ahí por las secreciones y la descamación de la piel junto con la suciedad, la grasa y el sudor; le salían pelotillas y el olor era insoportable.

En las visitas a domicilio vivimos un caso también muy desagradable de una señora que padecía cáncer de colon y tuvo un crecimiento externo que llegó a convertirse en una especie de coliflor entera saliendo hacia fuera del abdomen. Sorprendentemente, gastaba un apetito atroz, yo no lo podía comprender, con el hedor que aquello impregnaba por toda la casa. Lo positivo fue que tardó más en afectarle al resto de los órganos, por lo que duró bastante tiempo, pero la verdad es que esa cura era para nosotros tan traumática que los compañeros nos turnábamos cada día en lugar de ir siempre el enfermero al que le venía asignada en su cupo.

Igual nos encontramos con chicas que utilizan la píldora del día después como anticonceptivo habitual. Lo sabemos porque la primera vez dicen que se les ha roto el preservativo, pero luego ves que vienen a pedirla una y otra vez.

Los que vienen a solicitar una dieta también son divertidos porque pretenden que les des una pastillita que les adelgace, no quieren hacer el esfuerzo ni reconocen que comen demasiado y mal. Muchos te dicen que comen muy poco, pero es que se lo comen todo en una sola comida. Además, se justifican:

—Uf, es que con el hambre que hemos pasado, ahora que tenemos para comer no vamos a hacer dieta.

La gente está cada vez más informada y cada vez hace menos burradas, sobre todo la gente joven, que no es tan inculta como para pedirte, como antes, cita para el ginecólogo, o comerse un supositorio en vez de ponérselo por vía anal... Sí que algunas le llaman todavía Conchita al pubis de sus hijas, y en vez de «es que esputo» te dicen «es que arrojo...», o «cuando hago mis necesidades, con perdón», o le cambian el nombre a los medicamentos...

BOOK: Anécdotas de Enfermeras
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