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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

Anécdotas de Enfermeras (3 page)

BOOK: Anécdotas de Enfermeras
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Hay que entender la enfermería como una ciencia ecléctica, lo que quiere decir que absorbemos constantemente conocimientos de la mayoría de las disciplinas posibles: Psicología, Filosofía, Biología, Nutrición, Pedagogía, Ética, Humanismo...

El otro día hice una revisión a un niño de quince días y a las pocas horas le estaba poniendo morfina con una palomilla subcutánea a un señor que se acabó muriendo a las doce de la noche. Eso requiere aportar mucho humanismo al sistema sanitario. Se trata de entender que la mayoría de los efectos terapéuticos no se deben a la técnica terapéutica en sí, sino a que todo lo que le hacemos al paciente tiene un efecto placebo, a la relación que tienes con el paciente, a cómo socializa con su entorno y genera habilidades sociales para vivir en armonía y ser capaz de crear un entorno favorable.

Desde el punto de vista de lo que los enfermeros podemos aportar en atención primaria, habitual—mente hemos trabajado un modelo de resolver la demanda al menor coste posible administrando los medicamentos pertinentes en cada caso, conforme al esquema biomédico. En cambio, ahora estamos trabajando más según el esquema biopsicosocial. Cada centro estará en su punto entre ambos esquemas, pero en el Consejo de Salud seguimos la Guía de capacitación de promoción de la salud y otro libro sobre cómo iniciar un proceso de iniciación comunitaria, que orienta sobre el modo de trabajar con la comunidad, en lugar de con el individuo, para crear un entorno social saludable. Creo que ése es el reto social hoy en día.

Para que se entienda por qué, pondré un ejemplo: teníamos un paciente psiquiátrico que estaba convencido de que era una gallina. Y todo el mundo a su alrededor le alimentaba la idea siguiéndole la bola, con bromas del tipo: «Venga, te vamos a dar pienso». Vamos, que sufría la típica estigmatización del paciente psicológico. Pero se curó, se convenció de que no era una gallina, se le pasó la paranoia; sin embargo, la gente por la calle le seguía diciendo: «José, va, ¿quieres un poco de trigo?». O sea, que podemos trabajar mucho en el cambio de las personas, pero si no somos capaces de interactuar en los círculos en los que se mueven, seguirán viviendo en un ambiente hostil, porque no te perjudica alguien que vive en Australia, sino tu compañero de trabajo, un familiar...

Es por ello que resulta muy interesante trabajar en grupos, aprovechando la catarsis que se genera al hablar de cosas que, inmersos en la hipocresía cotidiana, no se atreven a decir pero que allí, en la intimidad del grupo, surgen porque saben que todo el mundo les respeta, que no se hacen juicios de valor o que se comparten los mismos miedos. Por ejemplo, un enfermo le dice al otro: «Yo soy muy perfeccionista». Y el otro le responde: «Pues en el curso precisamente nos han dicho que los perfeccionistas tenemos mucho miedo a no valer, que no aceptamos nuestras debilidades ni sabemos cultivar nuestros potenciales y que al final eso nos causa problemas y estrés». El estrés, aunque no se crea, es tres veces más importante que el tabaquismo como generador de enfermedades cardiovasculares. Y hace falta un cambio de vida radical para superarlo o se seguirá en la misma dinámica.

El cambio es posible; de hecho, asistí al de un hombre que era directivo de un banco, cobraba mucho dinero y estaba muy bien situado pero estalló por estrés y sufrió una angina de pecho. Cuando me preguntó qué se lo había causado y le aseguré que el estrés es un factor más determinante que el tabaquismo o el colesterol tanto en episodios cardiovasculares como en otras enfermedades, y que sólo tenía dos alternativas, a saber, medicarse de por vida o cambiar de hábitos, dejó el banco y se puso su tiendecita, porque lo que le hacía verdadera ilusión era abrir un negocio de material de artes plásticas, manualidades, etcétera, para poder tratar con gente del mundo del arte.

En general, hay dos tipos de personas entre las que sufren episodios muy traumáticos, como infartos o accidentes de coche: la que hace florecer y exagera los miedos —a la muerte, a no vivir...—, que tiende a la aprensión; y la que de repente hace un cambio radical en sus valores. Por mi experiencia, las posibilidades de supervivencia dependen más de la capacidad para enfrentarte a esos miedos y de cambiar esos valores. Es decir, no vas a vivir mejor por ser más perfeccionista en un intento de superar el miedo a no valer, que precisamente es lo que te ha hecho enfermar, ni por ser más acaparador y dedicar más tiempo al trabajo, convirtiéndote casi en un adicto a él; sino replanteándote el cultivo de las relaciones sociales, dedicándote a actividades que te resulten más satisfactorias...

Al final, se trata de encontrar un sentido a tu existencia, saber qué es lo que te merece la pena: estar constantemente luchando con tus miedos y sentirte frustrado por no hacer lo que deseas, o reconocer que los miedos están ahí pero ser valiente para vivir el tipo de vida que te gusta. Eso te da una sensación de tener el control sobre tu vida, y te da más seguridad en ti mismo.

No puedes luchar contra tus miedos refugiándote en el placer. Por ejemplo, el placer de comer, si es incontrolado, te va a llevar únicamente a una obesidad que te causará con el tiempo una artrosis y un montón de patologías que te harán tremendamente infeliz. La gente que cree que la felicidad está en el placer yerra. Los hedonistas puros que buscan satisfacción a través de las relaciones sexuales y están continuamente cambiando de pareja y exponiéndose a factores de riesgo al final se dan cuenta de que siguen con la misma insatisfacción en su vida y de que la promiscuidad es tan sólo una forma de llenar sus vacíos y de enfrentarse a sus miedos. En este caso les afecta una falta de autoestima, pretenden encontrar a alguien que les dé valor porque así se autoafirman en su capacidad de seducción. Mientras que si trabajas con ellos la sexualidad, la erótica, el diálogo, pueden mejorar: una mujer me reconoció que había tenido relaciones sexuales con unas veinte personas y siempre había sido igual, pero después había podido descubrir que podía tener treinta relaciones distintas con la misma pareja.

Merece la pena intentar aumentar esa falta de creatividad, habida cuenta de que la gente se mete en un cajón, pero existen muchos más posibles. Por ejemplo, una chica me decía que su novio le había confesado cuando la conoció: «Mira, me gustas tú, pero me gustan todas». Yo le hice valorar que al menos es sincero, que podría encontrarse con otro que no se lo dijera y se fuera con otras de todas maneras. Y que en ella estaba aceptar ese tipo de relación o no, porque hay infinitas posibilidades, todo está en hablarlo.

En el fondo, en muchas consultas de enfermería abordamos la bioética, que es muy amplia. Va desde la ética de la naturaleza de Santo Tomás de Aquino, que aboga por que «lo ético es aquello que se hace de acuerdo con la naturaleza»; la ética utilitarista de Stuart Mill —«Yo hago lo que me es placentero y útil»—, que es la de los obesos o la de los que llevan el libertinaje por bandera; e incluso la ética un poco ambigua de Kant —«Haz lo que sea considerado universalmente moral»—. Nosotros apostamos por la de Habermas, que afirma que es ético aquello que se mueve dentro de un diálogo razonado y bajo un Estado de Derecho y en consideración de los Derechos Humanos y de no perjudicar a los intereses de los otros.

Es decir, dentro de una pareja, una familia o un grupo que dialoga y llega a un acuerdo bajo esos preceptos, nadie ajeno puede dictar qué es correcto o no. Yo, como enfermero, sólo puedo comentar lo que está demostrado científica y biológicamente. Cuando me vino a consultar un chico homosexual al que su familia le decía que eso era pecado, yo le expliqué:

—Ahora está demostrado que hay unos determinantes hormonales, porque la orientación sexual está determinada por hormonas, por genética... Las cosas en la vida no son ni normales ni anormales, sino más o menos frecuentes; por tanto, tu conducta es quizás menos frecuente pero es natural, porque tu naturaleza te ha condicionado así.

Quizás lo más difícil sea lidiar con el patrón religioso con el que vienen, que causa algunos conflictos en la consulta.

Por lo general, trabajamos con planes de cuidados, y lo más importante es transmitir a la gente que los enfermeros hacemos algo más que curas, técnicas, seguimiento de niños sanos... No obstante, el perfil psicosocial es del todo desconocido, y tenemos además una cartera de servicios que incluye todos aquellos que cada centro ofrece a la población según su programa. Desde planificación familiar^ hasta la obesidad, pasando por revisiones y vacunación, asesoría nutricional y de ejercicio físico, etcétera. Nosotros podemos trabajar el autoconcepto, la autoestima, trabajar un duelo después de la muerte o las somatizaciones, los malos tratos...

Cuando una persona acude a la consulta, trabajamos con un modelo de enfermería que trata de abordar de forma científica todos estos problemas. Seguimos un proceso de atención, una valoración inicial por patrones, abordando los temas menos espinosos (la percepción de la salud, la nutrición, el peso, la tensión...) y otros más peliagudos, como el autoconcepto o la sexualidad, logrando que la gente entienda la salud como un todo. Cuando la persona quiere que le ayudemos no es porque se lo digamos ni queramos darle lecciones de lo que tiene que hacer en plan paternalista, sino porque ella toma conciencia de que tiene un problema y de que sus recursos son insuficientes para resolverlo. Es entonces cuando la enfermera adquiere una justificación de intervención y puede hacer un diagnóstico de enfermería con el cual empezar a tirar del hilo con el paciente en sus déficits

2. CATALUÑA
F. C.

Tiene cincuenta y dos años, lleva treinta y cinco trabajando en la sanidad pública catalana y explica a la perfección las vicisitudes y las prácticas cotidianas de la profesión de enfermería, además de relatar anécdotas escalofriantes con las que se encuentra a menudo.

Hace unos años las enfermeras estábamos en especialidades como reinas, éramos como secretarias del médico y, en cambio, ahora somos más autónomas, formamos equipos independientes pero no somos ayudantes del doctor, y tocamos todos los ámbitos imaginables.

Lo malo es que esta parte, que es la más vocacional, me ha pillado demasiado mayor, porque son las tareas reales de enfermería, tienes criterio propio... aunque estamos mucho más estresadas. Yo estoy en el área básica y la gente cree que no, pero trabajamos mucho.

Las valoraciones sobre el enfermo las hacemos en función de catorce necesidades básicas:

1.Respirar con normalidad.

2.Comer y beber adecuadamente.

3.Eliminar los desechos del organismo.

4.Movimiento y mantenimiento de una postura adecuada.

5.Descansar y dormir.

6.Seleccionar la vestimenta adecuada.

7.Mantener la temperatura corporal.

8.Mantener la higiene corporal.

9.Evitar los peligros del entorno^

10.Comunicarse con otros, expresar emociones, necesidades, miedos u opiniones.

11.Ejercer culto a Dios, acorde con la religión.

12.Trabajar de forma que te permita sentirte realizado.

13.Participar en todas las formas de recreación y ocio.

14.Estudiar, descubrir o satisfacer la curiosidad que conduce a un desarrollo normal de la salud.

Dependiendo de cuántas necesidades le quedan descubiertas al enfermo, nos creamos unos objetivos y unas intervenciones para cumplirlos, en una fecha que acabarás consiguiendo o no. Con la intención de cubrir estas necesidades, por las mañanas realizamos visita domiciliaria y medicina preventiva para la gente que no se puede desplazar a hacerse extracciones de sangre o a la consulta en el ambulatorio, sobre todo a enfermos crónicos; a mediodía volvemos a hacer visita domiciliaria a heridos o enfermos terminales. Es muy duro, y hacemos muchas horas. Cuando vamos por primera vez hemos de realizar una valoración de la situación, y podemos estar hora y media o dos porque has de mirar el colchón de arriba abajo, las condiciones en las que viven, qué tipo de calefacción poseen, si padecen impedimentos físicos para deambular por el piso, su deterioro cognitivo, si les funciona bien la cabeza, y si están depresivos les hacemos gestos específicos... Yo cada mañana trabajo una hora más para poner al día estas evaluaciones, pero lo cierto es que también hay compañeras que, en lugar de hacer todo el trabajo de analizar punto por punto, se lo inventan. Han llegado a poner que un hombre caminaba sin problemas y cuando he ido yo al cabo del tiempo he comprobado que era mentira, que llevaba años inválido. Y eso no puede ser, porque están jugando con la salud de las personas.

Específicamente, tratamos gente mayor, de sesenta en adelante, que está muy sola y vive en casas que jamás te imaginarías que existieran, no hace falta viajar a la India porque aquí, en cualquier barrio al lado de tu casa, hay dramas terribles. Los sábados, cuando toca guardia, vamos a los domicilios y a veces te dicen: «Ya me he curado la herida, sólo quiero que me escuche un rato», y te sientas a escuchar porque nadie lo hace, ni siquiera aunque tengan muchos hijos; algunos pasan un montón y sólo los buscan cuando se mueren para repartirse el piso. Restan muchas cosas por hacer para solucionar la situación de estos abuelos; hay personas que tienen bastante tiempo libre y podrían dedicarse a hacerles compañía, y los gobiernos deberían intervenir en casos como los de los ancianos que están bien pero no pueden salir de casa porque no hay ascensor, y eso les aboca a quedarse enclaustrados en vida.

Me he encontrado de todo: casas en las que están todos muy tocados del ala, casas en las que pasan del enfermo y quieren que acudas tú a cuidarlo cada día, sin tener en consideración que yo atiendo otros cuarenta domicilios y si fuera a diario a los cuarenta no podría hacer nada más... Has de enseñar a los familiares a cuidar a sus enfermos, pero algunos se niegan. En las visitas a domicilio tenemos qué controlarles mucho la medicación, porque abres el armario de las medicinas y aquello es un almacén como si estuviéramos en guerra: medicamentos ya caducados, de todo, tienen necesidad de que no les falte de nada a la hora de automedicarse. También hay enfermos diabéticos, pongamos por caso, que necesitan la insulina y se niegan a inyectarse, con lo que tenemos que ir dos veces al día a ponérsela, incluso los sábados. Hay gente muy especial, porque una cosa es que el enfermo te venga a consulta, que estás en tu terreno, y otra muy diferente es ir a su casa, pues es su reino, su territorio y te lo demuestran porque te indican claramente que allí se hace lo que ellos quieren, y te has de adaptar y tener mucha mano izquierda. Por lo general la gente es agradecida, salvo excepciones. Recuerdo que al principio de hacer la visita, los pobres alucinaban porque íbamos cada semana o cada quince días, lo que necesitara cada enfermo, y no se lo creían. Nos preguntaban: «¿Volverán el mes que viene?». Y les encanta cuando llega el calor que les expliquemos lo que han de hacer para protegerse, o para el invierno las vacunas contra la gripe...

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