Antártida: Estación Polar (18 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Antártida: Estación Polar
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Y, antes de percatarse siquiera, Cuvier estaba justo delante de ella blandiendo un cuchillo Bowie. Se acercó con rapidez, con el cuchillo de caza de hoja alargada apuntando hacia la garganta de Gant…

Entonces, se produjo un sonido metálico y la hoja del cuchillo de Cuvier se detuvo.

Había sido interceptado por el cuchillo de Gant.

Los dos soldados se separaron y comenzaron a rodearse entre sí con cautela.

Cuvier sostenía el cuchillo sin levantar el brazo apenas. Gant lo llevaba del revés, al estilo de los
SEAL
. Ambos llevaban gafas de visión nocturna.

De repente, Cuvier la atacó y Gant apartó con un manotazo la hoja. Pero el francés tenía un mayor alcance y, cuando se separaron de nuevo, le dio un golpe a las gafas de visión nocturna de Gant y se las desplazó.

Durante un instante breve y terrorífico, Gant no vio nada.

Solo oscuridad.

Una oscuridad total.

En esa oscuridad, sin sus gafas de visión nocturna, estaba ciega.

Gant sintió la pasarela vibrar bajo sus pies. Cuvier iba a atacarla de nuevo.

A ciegas, se agachó instintivamente, sin saber si era o no el movimiento adecuado.

Lo era.

Oyó cómo el cuchillo de Cuvier cortaba el aire por encima de su casco.

Gant dio una voltereta en la penumbra, por la pasarela, lejos de Cuvier. Se puso rápidamente en pie y apretó un botón situado en un lateral de su casco. Al instante, el visor de infrarrojos del casco se colocó delante de sus ojos.

No era visión nocturna, pero era casi igual de buena.

Ahora Gant veía la pasarela a su alrededor como una imagen electrónica, en azul sobre negro.

Tanto la pasarela como la escalera estaban representadas como contornos azules (cuerpos fríos, inertes). Más allá de la escalera, Gant vio dos figuras multicolores rodando por la pasarela (Schofield y Latissier, que seguían luchando encarnizadamente).

Gant se volvió y en la pasarela, justo delante de ella, vio una mancha en movimiento; una mancha roja, verde y amarilla con forma de hombre que se acercaba a gran velocidad hacia ella.

Era Cuvier.

O al menos una representación gráfica de los patrones de calor en el interior del cuerpo de Cuvier.

El francés blandió su cuchillo. Gant esquivó el ataque con su propio cuchillo y a continuación dio un fuerte golpe lateral al plexo solar del francés. El golpe dio en el blanco y Cuvier cayó, pero mientras se derrumbaba siguió forcejeando y logró agarrar el brazo con el que Gant blandía el cuchillo y tirarla a la pasarela con él.

Los dos cayeron juntos al suelo.

Gant fue a parar encima de Cuvier, rodó por el suelo y se golpeó la espalda contra la pared de hielo que rodeaba la pasarela. Iba a ponerse en pie cuando su mano tocó algo que había en el suelo a su lado.

El Mag…

De repente, la mancha coloreada que era Cuvier se interpuso en su campo de visión.

Cuvier se había lanzado hacia ella con el cuchillo apuntando a su garganta. Gant levantó las manos para defenderse y soltó su cuchillo para poder agarrar con las dos manos la mano con la que Cuvier sostenía el suyo.

Con todas sus fuerzas, Gant agarró el cuchillo de Cuvier y logró frenarlo a escasos centímetros de su garganta.

Pero él era demasiado fuerte.

El cuchillo fue acercándose a su garganta.

El rostro de Cuvier estaba justo delante de Gant y, a través de su visor de infrarrojos, Gant vio sus rasgos faciales (vio la macabra imagen de su cráneo y dientes, rodeados de colores palpitantes). Era como si estuviera siendo atacada por un esqueleto demente.

Y estaba cerca, tan cerca, que Gant sintió como las gafas de visión nocturna le rozaban el casco.

Las gafas de visión nocturna.

Sin pensarlo dos veces, Gant soltó una de las manos que sujetaban el cuchillo de Cuvier y con ella le arrancó con brusquedad las gafas de visión nocturna de la cabeza.

Cuvier gritó. Gant lanzó las gafas por el borde de la pasarela.

Ahora era Cuvier el que estaba ciego.

Pero continuó luchando.

El soldado francés intentó a la desesperada clavarle el cuchillo a Gant en la garganta, pero ella cambió su peso y se deslizó levemente bajo él, de forma que su casco quedaba en ese momento a la altura de los ojos del soldado francés.

—¿Recuerda que me dio esto? —dijo Gant viendo el contorno azul del virote que sobresalía de la parte delantera de su casco—. Bueno, ya puede quedárselo.

Y le dio un cabezazo.

El virote que sobresalía de la parte delantera del casco atravesó el ojo derecho de Cuvier y este dejó escapar un grito espantoso, inhumano. Gant sintió como un estallido de sangre caliente le salpicaba todo el casco.

Apartó a Cuvier de ella y, a través de su visor de infrarrojos, pudo ver una fuente generada por ordenador de un líquido amarillo y rojo que salía de la cuenca del ojo de su enemigo.

Cuvier gritó mientras caía hacia atrás, agarrándose la cuenca del ojo ensangrentada.

Gant le había sacado el ojo, pero todavía no estaba muerto. Comenzó a moverse como un loco, intentando golpearla a pesar de su ceguera total.

Gant cogió el Maghook de la pasarela y apuntó a la cabeza ensangrentada del francés. Este se movía de manera errática, pero Gant disponía de todo el tiempo que precisara.

Apuntó cuidadosamente a la cabeza de la mancha multicolor que representaba a un hombre que gemía sin cesar.

Y entonces disparó.

El Maghook alcanzó al francés justo en el rostro y en menos de un segundo cayó a la pasarela. Gant escuchó cómo el cráneo de Cuvier se partía en dos.

Mientras Gant luchaba con Cuvier, Schofield y Latissier rodaban por la pasarela.

Según forcejeaban, Schofield escuchó ruidos por todas partes. Voces que hablaban a toda velocidad por el intercomunicador de su casco:

—¡…Van por el otro lado!

—¡… Yendo por la otra escalera!

Las pisadas resonaban en la pasarela situada encima de él.

Alguien disparó una ballesta.

Schofield escuchó un chasquido repentino cuando Latissier logró colocar otro virote en el carril acanalado de su ballesta. Schofield dio un codazo al francés en la cara, justo debajo de sus gafas de visión nocturna, que le rompió la nariz. Su sangre salpicó en todas direcciones: por el brazo de Schofield, en los cristales de las gafas de Latissier.

El francés gimió de dolor mientras lanzaba a Schofield lejos de él, hacia el borde de la pasarela. Los dos hombres se separaron y Latissier (que todavía yacía en la pasarela, medio ciego por las manchas de sangre en sus gafas de visión nocturna) apuntó furioso a la cabeza de Schofield con la ballesta.

Schofield estaba justo en el borde de la pasarela, contra la barandilla. Pensó con rapidez.

Cogió la mano de Latissier que sostenía el arma cuando este se acercó a él y, con un movimiento brusco, rodó fuera de la pasarela.

Latissier no había pensado ni por un instante que fuera a hacer eso.

Schofield siguió aferrándose a la mano de Latissier con la ballesta mientras caía y, colgando de ella, se impulsó hacia el nivel inferior, que estaba desierto. Como un felino, Schofield aterrizó sobre sus pies apuntó rápidamente con la ballesta de Latissier a la parte inferior de la pasarela del nivel D y disparó.

Latissier estaba tumbado boca abajo sobre la pasarela, con el brazo extendido sobre el borde, cuando la ballesta disparó. El virote atravesó un agujero de la rejilla de acero, perforó las gafas de visión nocturna de Latissier y se alojó justo en mitad de la frente del francés.

En la sala de perforación, Quitapenas se topó con el soldado francés y su ballesta.

El francés pensó que tenía las de ganar, que Quitapenas ya estaba muerto. Pero había olvidado una cosa.

La visión nocturna era una visión periférica.

Estaba demasiado cerca.

Razón por la que no vio el Maghook que Quitapenas sostenía a la altura de la cadera.

Quitapenas disparó. El Maghook salió disparado del lanzador e impactó contra el pecho del francés a menos de un metro de distancia. Se produjo una serie de crujidos instantáneos cuando la caja torácica del soldado francés cedió sobre su corazón. Murió antes de caer al suelo.

Quitapenas respiró profundamente, suspiró aliviado y miró a la sala de perforación que tenía ante sí.

Vio lo que había estado haciendo el francés y casi se le desencaja la mandíbula. Y entonces recordó lo que el francés había dicho antes.

Le piège est tendu.

Quitapenas miró a la sala de nuevo.

Y sonrió.

—¡Túnel sur! —dijo la voz de Montana por el intercomunicador del casco de Schofield.

Schofield estaba ahora en el nivel E, tras haberse impulsado hasta allí con el brazo de Latissier. Miró alrededor del tanque y vio una figura negra correr hacia el túnel sur. Era el último soldado francés, salvo por aquel que había bajado en rapel por el eje central antes.

—Lo veo —dijo Schofield saliendo tras él.

—Señor, aquí Quitapenas —dijo de repente la voz de Quitapenas a través de las ondas de aire—. ¿Acaba de decir túnel sur?

—Así es.

—Deje que vaya —dijo con firmeza Quitapenas—.
Y sígalo
.

Schofield frunció el ceño.

—¿De qué está hablando, Quitapenas?

—Solo sígalo, señor. —Quitapenas estaba ahora susurrando—. Es lo que él quiere.

Schofield se detuvo durante un instante.

A continuación dijo:

—¿Sabe algo que yo no sé, cabo?

—Así es, señor —obtuvo como respuesta.

Montana, Serpiente y Gant se unieron a Schofield en el nivel E, a la entrada del túnel sur. Todos habían oído a Quitapenas por los intercomunicadores de sus cascos.

Schofield los miró mientras hablaba por el micro de su casco.

—De acuerdo, Quitapenas. Es su turno de salir a escena.

Schofield, Montana, Serpiente y Gant avanzaron lentamente por el túnel sur del nivel E. Al final del túnel vieron una puerta y la silueta del último soldado francés desaparecer tras ella; una sombra en la oscuridad verdusca.

Quitapenas tenía razón. El soldado se movía lentamente. Era como si quisiera que lo vieran entrar en la sala de perforación.

Schofield y los demás apretaron el paso y siguieron avanzando por el túnel. Estaban a cerca de diez metros de la puerta cuando de repente una mano surgió de entre las sombras y agarró a Schofield por el hombro. Schofield se volvió al instante y vio a Quitapenas salir de una especie de armario dispuesto en la pared. Parecía haber otro cuerpo en el armario tras Quitapenas. Este se llevó un dedo a los labios y condujo a Schofield y a los demás por el túnel en dirección a la puerta de la sala de perforación.

—Es una trampa. —Quitapenas movió los labios mientras alcanzaba la puerta.

Quitapenas empujó la puerta para abrirla. La puerta chirrió cuando se abrió ante ellos.

La puerta terminó de abrirse y los marines vieron al último francés situado en la parte más alejada de la sala de perforación.

Era Jean Petard. Los miró con tristeza. Se encontraba en un callejón sin salida y lo sabía. Estaba atrapado.

—Me… me rindo —dijo dócilmente.

Schofield se limitó a mirar a Petard. A continuación miró a Quitapenas y a los demás, como si estuviera pidiendo su consejo.

Entonces dio un paso adelante para entrar en la sala de perforación.

Petard pareció sonreír, aliviado.

En ese momento, Quitapenas colocó su brazo delante del pecho de Schofield, frenándolo. Quitapenas no había apartado un instante la vista de Petard.

Petard frunció el ceño.

Quitapenas lo miró y le dijo:

—Le piège est tendu.

Petard ladeó la cabeza, sorprendido.

—La trampa está tendida —dijo Quitapenas en inglés.

Y entonces Petard apartó la vista de repente y miró hacia otra parte, a algo que había en el suelo ante él, y su sonrisa se borró. Alzó la vista horrorizado hacia Quitapenas.

Quitapenas sabía lo que Petard había visto.

Había visto cinco palabras francesas y, tan pronto como las hubo visto, Petard supo que todo había terminado.

Esas cinco palabras eran: «Braquez ce côté sur l'ennemi».

Quitapenas dio un paso adelante y Petard gritó:

—¡No!

Pero era demasiado tarde. Quitapenas rozó el cable trampa situado delante de la puerta y las dos minas cóncavas de la sala de perforación explotaron en toda su terrorífica intensidad.

Tercera incursión

16 de junio, 11.30 horas

La carretera se extendía por el desierto.

Una fina e ininterrumpida línea negra recubría la tierra pardusca del paisaje de Nuevo México. En el cielo, ni una sola nube.

Un coche atravesaba a gran velocidad la carretera desierta.

Pete Cameron conducía, sudando de calor. El aire acondicionado de su Toyota de 1977 hacía tiempo que había dejado de luchar por su vida y ahora el coche era poco más que un horno sobre ruedas. Probablemente había diez grados más en el interior del coche que en el exterior.

Cameron era periodista del
The Washington Post
desde hacía ya tres años. Antes de eso, se había labrado una reputación escribiendo artículos para la respetada revista de reportajes de investigación
Mother Jones
.

Cameron había encajado bien en
Mother Jones
. La publicación tenía un objetivo: sacar a la luz los informes engañosos del Gobierno. Maniobras y actividades ilícitas. Y, en gran medida, había logrado ese objetivo. A Pete Cameron le encantaba, se le daba muy bien ese trabajo. En su último año en
Mother Jones
, había ganado un premio por un artículo que había escrito acerca de la pérdida de cinco cabezas nucleares en un bombardero furtivo B-2. El bombardero se había estrellado en el océano Atlántico, cerca de la costa de Brasil, y el Gobierno estadounidense había efectuado un comunicado de prensa en el que decía que las cinco cabezas nucleares habían sido recuperadas intactas. Cameron investigó la historia y puso en tela de juicio los métodos que se habían empleado para encontrar las armas nucleares perdidas.

La verdad pronto salió a la luz. La misión de rescate no tenía como objetivo recuperar las cabezas nucleares, sino recuperar todas las pruebas del bombardero. Las cabezas nucleares habían sido una prioridad secundaria y nunca fueron encontradas.

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