Read Antes bruja que muerta Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (24 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
3.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Es probable que sea yo —admití, obligándome a no sacudir la mano—. No reservo energía luminosa en mi familiar.

Lee enarcó sus cejas.

—¿En serio? No pude evitar darme cuenta de que observabas el sistema de seguridad.

Ahora estaba verdaderamente avergonzada, y tomé un sorbo de mi bebida antes de apoyar mis codos sobre la barandilla superior que había junto a la mesa.

—Eso fue un accidente —expliqué mientras hacían rodar los dados ambarinos—. No pretendía hacer saltar las alarmas. Solo estaba intentando mirar con más detenimiento a… eh… a ti —concluí, con el rostro tan rojo como mi pelo. Oh, Dios, estaba fastidiándolo todo de una manera bestial.

Pero Lee pareció encantado, y mostró sus blancos dientes en su bronceado rostro.

—Yo también.

Su acento era muy bonito. ¿Quizá de la costa este? No pude evitar sentirme atraída por su comportamiento natural pero, cuando dio un trago a su vino blanco, mis ojos se fijaron en su muñeca, que asomaba bajo la manga y mi corazón pareció detenerse.

—Tienes una marca demoníaca… —Sus ojos contactaron con los míos, deteniendo en seco mis palabras—. Perdón.

Lee miró con atención hacia los clientes cercanos. Ninguno parecía haberlo oído.

—No pasa nada —dijo en voz baja, entornando sus ojos marrones—. La tengo por casualidad.

Recliné mi espalda sobre la barandilla, comprendiendo ahora por qué mi aura endemoniada no le había intimidado.

—¿No la tenemos todos por casualidad? —repliqué, sorprendida cuando él sacudió su cabeza. Mis pensamientos volaron hacia Nick, y me mordí el labio inferior.

—¿Cómo obtuviste la tuya? —inquirió, y llegó mi turno de ponerme nerviosa.

—Me estaba muriendo. El me salvó. Se lo debo por el salvoconducto a través de las fronteras. —No creí necesario contarle a Lee que yo era el familiar del demonio—. ¿Y qué hay de ti?

—La curiosidad. —Con los ojos entornados, frunció el ceño ante un recuerdo lejano. Al sentir yo misma la curiosidad, le volví a examinar con más detenimiento. No pensaba pronunciar el verdadero nombre de Al y romper el acuerdo al que habíamos llegado cuando le compré un nombre para invocarlo, pero deseaba saber si era el mismo demonio.

—Oye, eh, ¿el tuyo viste de terciopelo verde? —pregunté.

Lee se agitó. Sus ojos marrones se ensancharon bajo su flequillo recortado, y entonces dejó escapar una sonrisa de complicidad.

—Sí. Habla con acento británico…

—¿Y tiene una debilidad por el glaseado y las patatas fritas? —le interrumpí. Lee asintió al tiempo que reía nerviosamente.

—Sí, cuando no se transforma en mi padre.

—¿Qué te parece? —exclamé, sintiendo una singular afinidad—. Es el mismo.

Tras estirarse la manga para cubrir la marca, Lee se apoyó de lado contra la mesa de los dados.

—Pareces tener talento para las líneas luminosas —comentó—. ¿Te está enseñando él?

—No —respondí enérgicamente—. Soy una bruja terrenal. —Giré mi dedo con el anillo amuleto y lo llevé hasta tocar el cordel del que había alrededor de mi cuello; el que se suponía que debía alisar mi cabello.

Él paseó su mirada desde la cicatriz en mi muñeca hasta el techo.

—Pero tú… —articuló.

Sacudí mi cabeza y tomé un sorbo de mi bebida, dando la espalda a la partida.

—Te dije que fue un accidente. No soy una bruja de líneas luminosas. Tan solo recibí una clase. Bueno, media clase. La profesora murió antes de que hubiera terminado.

Parpadeó con incredulidad.

—¿La doctora Anders? —balbuceó—. ¿Diste una clase con la doctora Anders?

—¿La conocías?

—He oído hablar de ella. —Se inclinó, acercándose hacia mí—. Era la bruja de líneas luminosas con más talento al este del Misisipi. Vine aquí para recibir sus clases. Se decía que era la mejor.

—Lo era —afirmé con tristeza. Ella iba a ayudarme a desvincular a Nick como mi familiar. Ahora, no solo había desaparecido el libro de hechizos, sino que estaba muerta y se había llevado todos sus conocimientos a la tumba. Me recompuse al darme cuenta de que estaba soñando despierta—. ¿Así que eres un estudiante? —pregunté.

Lee apoyó sus codos sobre la barandilla, contemplando el movimiento de los dados a mi espalda.

—Soy un trotamundos —respondió de forma escueta—. Obtuve el título hace años en Berkeley.

—Oh, me encantaría visitar la costa alguna vez —admití, jugueteando con mi collar y preguntándome en qué medida aquella conversación se estaba volviendo exagerada—. ¿La sal dificulta mucho las cosas?

Se encogió de hombros.

—No mucho para las brujas de líneas luminosas. Lo lamento por las brujas terrenales, encerradas en un camino en el que no hay poder.

Me quedé con la boca abierta. ¿Que no había poder? Al contrario. La fuerza de la magia terrenal procedía de las líneas luminosas tanto como los hechizos de las brujas luminosas. El hecho de que se filtrase a través de las plantas la hacía más inocua y quizá más lenta, pero no menos poderosa. No había escrito ningún hechizo de líneas luminosas que pudiera alterar físicamente el aspecto de una persona. Eso sí era poder. Achacándolo a su ignorancia, lo dejé correr para no mandarlo a paseo antes de saber primero lo idiota que podía llegar a ser.

—Mírame —me dijo, plenamente consciente de que había metido la pata tan profundamente que los dedos de sus pies asomaban por el otro lado—. Aquí estoy molestándote, cuando probablemente querrás jugar a algo mientras llega tu novio.

—Él no es mi novio —afirmé, no tan emocionada como podría estarlo por la sutil pesquisa sobre mi estado civil—. Le dije que no podría acompañarme en una cita decente con sesenta dólares, y él aceptó el desafío.

Lee recorrió el casino con sus ojos.

—¿Y qué tal va?

Le di un trago a mi bebida, deseando que el helado no se hubiera derretido. Detrás de mí se oyó una explosión de júbilo, como si hubiera habido una gran jugada.

—Bueno, hasta ahora me han almibarado y he perdido el conocimiento en una discoteca para vampiros, he insultado a mi compañera de piso y he hecho saltar el sistema de seguridad de un casino flotante. —Encogí los hombros a media altura—. Supongo que no está mal.

—Aún es pronto. —Los ojos de Lee seguían el movimiento de los dados detrás de mí—. ¿Puedo invitarte a beber algo? He oído que el vino del local es bueno. Creo que es un merlot.

Me pregunté adonde conducía todo aquello.

—No gracias. El vino tinto… no me sienta muy bien.

Dejó escapar una risita.

—Yo tampoco soy muy aficionado a beberlo. Me produce migrañas.

—A mí también —exclamé con suavidad, sinceramente sorprendida. Lee se apartó el flequillo de los ojos.

—Claro, si yo hubiera dicho eso, me habrías acusado de seguirte la corriente. —Sonreí, sintiéndome repentinamente tímida, y él se volvió hacia el alboroto que reinaba alrededor de la mesa—. No juegas, ¿verdad? —preguntó.

Miré detrás de mí, y luego otra vez hacia él.

—Se nota, ¿no?

Él puso su mano sobre mi hombro y me hizo dar media vuelta.

—Acaban de sacar tres cuatros seguidos y no te has dado cuenta —dijo suavemente, casi en un susurro al oído.

Yo no hacía nada especial para animarle o desanimarle; el súbito latido de mi corazón no me decía lo que debía hacer.

—Ah, ¿es poco habitual? —pregunté, tratando de mantener un tono poco serio.

—Aquí —espetó, dirigiéndose hacia el hombre de los dados—. Nueva lanzadora —clamó en voz alta.

—Oye, espera —protesté—. Ni siquiera sé cómo se apuesta.

Sin echarse atrás, Lee cogió mi pequeño cubo de fichas y me acompañó hasta la parte delantera de la mesa.

—Tú lanzas los dados, yo apostaré por ti. —Titubeó, con inocencia en sus ojos marrones—. ¿Te parece bien?

—Claro —respondí sonriente. ¿Qué me importaba? Kisten me había dado las fichas. El que no se encontrase allí para gastarlas conmigo no era mi problema. Se suponía que era él quien debería estar enseñándome a lanzar los dados y no un tipo con esmoquin. Además, ¿dónde se había metido?

Miré los rostros de la gente reunida a mi alrededor mientras cogía los dados. Los notaba resbaladizos, como si fueran huesos en mi mano, y los agité.

—Espera… —Lee se estiró para cogerme la mano—. Primero, tienes que besarlos. Pero solo una vez —me aconsejó, con seriedad en su voz, a pesar de que sus ojos brillaban—. Si creen que los vas a amar siempre, no se esforzarán.

—De acuerdo —respondí, y soltó mi mano cuando la llevé hasta mis labios, pero me negué a entrar en contacto con ellos. Por Dios.
Puaj
. La gente movía sus fichas de un lado a otro y, con el corazón más acelerado de lo que dictaba el juego, lancé los dados. Miraba a Lee, y no a los dados, mientras saltaban y bailoteaban.

Lee observaba con una profunda atención, y pensé que, aunque no era tan guapo como Kisten, era más probable que estuviera en la portada de una revista que Nick. Solo un tipo del montón y una bruja titulada. A mi madre le encantaría que lo llevase a casa. Algún defecto debía tener. ¿
Además de su marca demoníaca
?, pensé lacónicamente.
Dios, sálvame de mí misma
.

Los espectadores manifestaron diversas reacciones hacia el ocho que había sacado.

—¿No es bueno? —le pregunté a Lee.

Sus hombros se levantaron y volvieron a caer mientras cogía los dados que el encargado de la mesa empujaba hacia él.

—Está bien —dijo él—. Pero tienes que sacar de nuevo un ocho antes de que salga un siete para ganar.

—Ah —asentí, fingiendo que le entendía. Desconcertada, lancé los dados. Esta vez salió un nueve—. ¿Sigo? —inquirí, y él asintió.

—Colocaré algunas apuestas de una sola tirada por ti —me informó antes de hacer una pausa—. ¿Te parece bien?

Todo el mundo estaba esperando, de forma que respondí.

—Claro, eso sería genial.

Lee asintió. Frunció el ceño durante un instante y luego colocó un montón de fichas rojas sobre un recuadro. Alguien soltó una risita burlona y se inclinó hacia su vecino de mesa para susurrarle al oído: «Será una muerte dulce».

Sentí la calidez de los dados en mi mano, y los puse a rodar. Rebotaron contra el tope y se detuvieron. Era un once, y se oyó un gemido de disgusto generalizado. Sin embargo, Lee sonreía.

—Has ganado —me dijo, poniendo una mano sobre mi hombro—. ¿Lo ves? —Señaló con su dedo—. Las apuestas están quince a uno para sacar un once. Me imaginaba que serías una cebra.

Mis ojos se quedaron muy abiertos cuando el color predominante de mi montón de fichas pasó de rojo a azul mientras el encargado apilaba un montón de estas sobre el mío.

—¿Disculpa?

Lee puso los dados en mi mano.

—Cuando oigas un galope, busca caballos. Eso sería lo normal en estos casos. Sabía que tú sacarías algo extraño. Una cebra.

Sonreí, bastante satisfecha por la ocurrencia, y los dados salieron disparados de mi mano casi antes de que hubiera movido mis fichas a otro recuadro. Mi pulso se aceleró y, mientras Lee me explicaba los detalles de los porcentajes y las apuestas, lancé una vez, y otra, y otra, y aumentaba el volumen y la emoción de la mesa. No pasó mucho tiempo antes de que le cogiera el tranquillo. El riesgo, la incertidumbre sobre lo que ocurriría y la ansiosa espera hasta que los dados se detenían, era similar a cualquier misión de cazadora, solamente mejor porque allí eran unas pequeñas fichas de plástico lo que estaba en juego, y no mi vida. Lee cambió su lección hacia otras formas de apuesta y, cuando me atreví a hacer una sugerencia, se ruborizó, e hizo un gesto como para indicarme que era mi partida.

Fascinada, comencé a ocuparme de las apuestas, dejando las que ya estaban situadas mientras Lee colocaba una mano sobre mi hombro y me susurraba las probabilidades de ganar al apostar a una cosa u otra. Olía como la arena. Podía sentir su agitación a través del fino tejido de mi blusa de seda, y el calor de sus dedos parecía permanecer en mi hombro cuando se movía para poner los dados en mi mano.

Levanté la mirada cuando la mesa jaleó mi última tirada, sorprendida de que todo el mundo estuviera agrupado a nuestro alrededor, y de que, de alguna manera, nos hubiéramos convertido en el centro de atención.

—Parece que ya lo tienes. —Lee sonrió mientras daba un paso hacia atrás.

De inmediato, mi rostro se tornó inexpresivo.

—¿Te vas? —inquirí al tiempo que el tipo con las mejillas coloradas que bebía cerveza me ponía los dados en la mano y me instaba a lanzarlos con urgencia.

—Tengo que irme —afirmó—. Pero no podía resistirme a conocerte. —Inclinándose hacia mí, me susurró al oído—: Me ha encantado enseñarte a jugar. Eres una mujer muy especial, Rachel.

—¿Lee? —Sintiéndome confusa, dejé los dados y la gente alrededor de la mesa refunfuñó.

Lee recogió los dados y los volvió a poner en mi mano.

—Estás en racha. No pares.

—¿Quieres mi número de teléfono? —le pregunté. Oh, Dios, sonaba realmente desesperada.

Pero Lee sonrió, tapándose los dientes.

—Eres Rachel Morgan, la cazarrecompensas de la SI que se despidió para trabajar con la última vampiresa viva de los Tamwood. Apareces en la guía telefónica; cuatro veces, por lo menos.

Mi rostro se puso rojo, pero conseguí contenerme antes de decirle a todo el mundo que no era una puta.

—Hasta la próxima —se despidió Lee, levantando su mano e inclinando la cabeza antes de marcharse.

Dejé los dados y me retiré de la mesa para poder verle desaparecer, subiendo las escaleras al fondo del barco, con un atractivo aspecto en ese esmoquin con fajín morado. Decidí que nuestras auras se compenetraban. Un nuevo lanzador ocupó mi lugar, y renació el murmullo.

Con el humor por los suelos, me retiré a una mesa junto a una fría ventana. Uno de los camareros me trajo mis tres cubos de fichas. Otro me sirvió un nuevo muerto flotante sobre una servilleta de lino. Un tercero encendió la vela roja y me preguntó si necesitaba alguna cosa. Sacudí mi cabeza y se alejó con rapidez.

—¿Qué es lo que falla en esta imagen? —susurré mientras me frotaba la frente con los dedos. Allí estaba yo, vestida como una joven viuda rica, sentándome sola en un casino con tres cubos de fichas. ¿Lee había sabido quién era y había fingido no saberlo? ¿Dónde demonios estaba Kisten?

La emoción en la mesa de los dados cayó en picado, y la gente empezaba a retirarse en grupos de dos y tres. Conté hasta cien, y luego hasta doscientos. Enfadada, me levanté, dispuesta a cambiar mis fichas y a encontrar a Kisten. ¿Al baño? Y un jamón. Probablemente estaba arriba, jugando al póquer; y sin mí.

BOOK: Antes bruja que muerta
3.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Clover by Cole, Braxton
Her New Worst Enemy by Christy McKellen
Feuds by Avery Hastings
03 Mary Wakefield by Mazo de La Roche
The Devil You Know by Victoria Vane
Louisa Rawlings by Promise of Summer
Tornado Allie by Shelly Bell