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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (29 page)

BOOK: Área 7
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Libro II gritó de repente:

—¡Se está acercando!

—¿Qué?

—¡El otro torpedo!

Schofield se giró.

El torpedo se acercaba a gran rapidez, acortando la distancia.

Schofield volvió a mirar hacia delante y vio los motores del biplaza sudafricano a unos cuatro metros y medio por delante. ¡Maldición! Cada biplaza medía cuatro metros de ancho, así que el túnel no era lo suficientemente ancho como para poder adelantarlo.

Schofield giró a la izquierda, pero el biplaza sudafricano lo cerró. Probó con la derecha. Mismo resultado.

—¿Qué hacemos? —gritó Libro II.

—¡No…! —Schofield se calló—. ¡Agárrese!

—¿Qué?

—¡Agárrese fuerte!

El torpedo proseguía con su trayectoria, bajo la superficie de las aguas, como una serpiente resbaladiza acercándose peligrosamente a la popa de Schofield.

Schofield aceleró y se pegó más al biplaza sudafricano, de manera tal que las dos embarcaciones estaban recorriendo tan estrecho espacio con apenas treinta centímetros de separación y a ciento sesenta kilómetros por hora.

Schofield vio que el sudafricano que conducía el biplaza se volvía sobre su asiento y los miraba.

—¡Hola! —Schofield lo saludó con la mano—. ¡Adiós!

Y, entonces, cuando el torpedo comenzó a desaparecer bajo la popa de la embarcación de Schofield, este metió a fondo el acelerador y giró con todas sus fuerzas a la derecha.

El biplaza giró rápidamente hacia la derecha, elevándose por completo por encima del agua y subiéndose a la pared derecha curvada del túnel. El biplaza subió tanto que por un instante se colocó en ángulo recto a las aguas.

Al torpedo poco le importó. Perdido su objetivo inicial, rebasó la embarcación de Schofield (que surcaba prácticamente en vertical la pared del túnel) y fijó su mira en el único otro objeto que tenía cerca: el biplaza sudafricano.

La explosión en tan reducido espacio fue tremenda.

El biplaza sudafricano quedó reducido a pedazos, pedazos que volaron por el túnel, seguidos de una bola de fuego que llenó el estrecho túnel cilíndrico.

La embarcación de Schofield, que seguía avanzando a gran velocidad, descendió por la pared curva y voló por encima de los restos del biplaza sudafricano, atravesando el muro de fuego que en esos momentos se extendía por el túnel, antes de salir al exterior, al cañón situado al final del túnel.

* * *

Schofield disminuyó la velocidad y el biplaza se detuvo en medio de ese nuevo cañón.

Tenía el rostro y cuerpo empapados de agua. Libro II estaba igual.

Contempló el nuevo cañón que los rodeaba para intentar orientarse y pronto se percató de que no era un cañón diferente, sino que era el mismo subcañón que habían recorrido antes cuando Libro II y él se habían separado de Lumbreras. De hecho no estaban muy lejos de la bifurcación donde Lumbreras y ellos habían tomado caminos distintos.

Schofield aceleró de nuevo y comenzó a dar la vuelta para proseguir con la persecución al solitario biplaza, cuando de repente oyó un sonido retumbante a su derecha.

Se volvió.

Y vio otro helicóptero, un cuarto helicóptero, ensombrecido por la pared vertical del cañón, cerniéndose inmóvil a quince metros del agua, sobre la bifurcación de los dos subcañones.

Un detalle del helicóptero le llamó inmediatamente la atención.

No era un Penetrator. Era demasiado corpulento, para nada tan aerodinámico como los otros tres.

Observó cómo el helicóptero giraba en el aire. Schofield lo reconoció entonces: era un Sikorsky CH-53E Super Stallion, un helicóptero de transporte pesado similar a los dos que acompañaban habitualmente al
Marine One
. El Super Stallion era conocido por su robustez y resistencia (con su rampa de carga trasera, podía transportar hasta cincuenta y cinco hombres completamente equipados al infierno y llevarlos de vuelta a casa).

Los hombres de la Fuerza Aérea debían de haber portado consigo el Super Stallion para transportar al niño, pues los helicópteros Penetrator, helicópteros de ataque, solo tenían capacidad para una tripulación de tres personas.

Sin embargo, a juzgar por la manera en que sobrevolaba inmóvil la bifurcación de los dos cañones, girando lenta y pesadamente, Schofield se figuró que aquel helicóptero era algo más que un medio de transporte para el prisionero: proporcionaba algún tipo de apoyo.

Schofield giró su biplaza y se acercó lenta y cautelosamente hacia el Super Stallion.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Libro II—. El crío está por allí. —Lo sé —dijo Schofield—. Pero, tal como lo veo yo, no vamos a coger al niño en el agua. Es hora de subir a las alturas.

Los tres soldados del séptimo escuadrón que se hallaban en el interior del Super Stallion llevaban todos auriculares. Uno de ellos pilotaba el helicóptero mientras los otros dos hablaban por los micros a gran velocidad, por encima del estruendo del rotor del helicóptero.

Ellos también estaban buscando el biplaza sudafricano que se había escabullido tras la casi colisión en la intersección en equis.

—Penetrator Uno, aquí Espejo —dijo uno de ellos—. Hay un cañón a su derecha, compruébelo. Podría haber ido por ahí…

El otro operador de radiocomunicaciones dijo:

—Penetrator Dos, ataje por el norte y compruebe el cañón a su izquierda…

Un mapa de color verde con el sistema de cañones refulgía en las pantallas de los ordenadores de aquellos hombres.

Los tres puntos iluminados a la izquierda (P-1, P-2 y P-3) eran los tres Penetrator que sobrevolaban los cañones en busca del biplaza. El punto que se hallaba cerca del cráter, «E», representaba al Super Stallion, distintivo de llamada: «Espejo». La línea negra indicaba el recorrido de la persecución hasta el momento.

Mientras los dos operadores seguían dando instrucciones, el piloto escudriñaba el exterior a través de la cubierta transparente en forma de burbuja de la cabina del helicóptero, con los ojos fijos en el cañón que se alzaba ante ellos.

Entre el estruendo de las palas del rotor y el sonido de sus voces en los auriculares, ninguno de los miembros de la tripulación oyó el golpe metálico del Maghook al impactar en la parte inferior del helicóptero.

El biplaza de Schofield se hallaba justo debajo del Super Stallion, sacudiéndose y moviéndose sin cesar por culpa de las aguas revueltas que generaba la corriente descendiente del helicóptero. Se habían acercado al helicóptero de transporte por detrás.

Un fino cable conectaba el biplaza a la parte inferior del Super Stallion, quince metros por encima: el cable de Kevlar negro del Maghook de Schofield.

Y entonces, de repente, una diminuta figura salió como una bala hacia el helicóptero, propulsada por el carrete interno del Maghook.

Schofield.

En cuestión de un segundo pendía ya del bajo vientre del Super Stallion, a quince metros sobre la superficie de las aguas, justo junto a una trampilla de acceso de emergencia dispuesta en la base del helicóptero, aferrado al Maghook, que se aferraba a su vez al helicóptero gracias a su cabeza magnética.

El ruido allí era terrible, ensordecedor. El aire que levantaban los rotores era tan fuerte que la ropa se le pegaba a la piel y el balón nuclear se balanceaba y lo golpeaba sin parar.

Los Super Stallion disponen de un tren de aterrizaje completamente retráctil, así que Schofield se agarró al soporte de un cable grueso y a continuación pulsó un botón del Maghook que hizo que el carrete se desenrollara de nuevo para llegar hasta Libro.

En pocos segundos, Libro II estaba junto a él, colgando del Maghook que pendía de la parte inferior del Super Stallion.

Schofield agarró la manija de seguridad.

—¿Preparado? —gritó.

Libro II asintió.

Entonces, con un tirón firme, Schofield giró la manija y la trampilla de emergencia se abrió.

Los hombres que se hallaban en el interior del Super Stallion sintieron primero la bofetada de aire.

Una ráfaga de viento entró en la cabina trasera del helicóptero un segundo antes de que Schofield se balanceara y subiera por la trampilla, seguido de cerca por Libro II.

Llegaron al compartimento de la tropa, un compartimento de carga separado de la cabina de mando por una pequeña puerta de acero.

Los dos operadores que se hallaban en la cabina de mando se giraron al unísono hacia el compartimento de carga. Fueron a coger sus armas.

Pero Schofield y Libro II ya estaban moviéndose con rapidez, con sus armas en ristre, reflejando a la perfección los movimientos del otro. Un disparo de Schofield y el primer operador cayó. Otro de Libro y el segundo operador era historia.

El piloto del helicóptero vio lo que estaba ocurriendo y pronto fue consciente de que un arma no era la mejor manera de salir de aquella situación.

Empujó hacia delante la palanca de mando, haciendo que el helicóptero diera un bandazo.

Libro II perdió el equilibrio y cayó al suelo.

Schofield, que ya estaba cerca de la cabina de mando, se tiró al suelo y se deslizó (hacia delante, sobre su pecho), directo a la puerta abierta de la cabina de mando.

El piloto intentó cerrar la puerta de una patada y sellar así la cabina, pero Schofield fue demasiado rápido.

Se deslizó de cabeza hacia la entrada (colocándose boca arriba mientras lo hacía) y se detuvo justo en el umbral; con una mano sostuvo abierta la puerta y con la otra, que blandía una Desert Eagle del calibre 44, apuntó directamente al puente de la nariz del piloto.

—No me obligues a hacerlo —dijo Schofield desde el suelo, con sus ojos fijos en el cañón de la pistola y su dedo en el gatillo.

El piloto estaba estupefacto, boquiabierto. Se limitó a mirar a Schofield (en el suelo, con la pistola en inquebrantable posición de disparo).

—No me obligues a hacerlo —repitió Schofield.

El piloto fue a coger la Glock de su funda del hombro.

¡Blam!

Schofield le descerrajó una bala en el cerebro.

—Maldita sea —dijo mientras apartaba al piloto del asiento y tomaba los mandos—. Te lo dije, imbécil.

* * *

El Super Stallion de Schofield y Libro II atravesaba con gran estruendo ese estrecho cañón, tomando cada curva en dirección a la intersección en equis donde todas las embarcaciones habían estado a punto de colisionar instantes antes.

Schofield recordaba haber visto al biplaza escabullirse por la parte oeste de la intersección para a continuación desaparecer a la derecha, en un cañón muy estrecho situado en el extremo más alejado.

Con la ayuda del mapa de los cañones de que disponía el Super Stallion, en esos momentos estaba contemplando ese cañón: se abría camino al norte hasta salir a otro lago con otro cráter similar y una pequeña mesa en medio.

Ahí era adonde se había dirigido el biplaza en solitario.

Pero ¿qué le aguardaba en ese cráter?
, pensó Schofield.

¿Por qué los sudafricanos se habían dirigido allí?

El Super Stallion rugió con fuerza mientras seguía atravesando el cañón de estrechas paredes hacia la intersección en equis. Dobló una curva…

Y se topó con uno de los Penetrator de la Fuerza Aérea.

Schofield tiró de la palanca y logró que el Super Stallion se detuviera en el aire.

El Penetrator se sostenía inmóvil en el aire, justo encima de la intersección en equis. Giraba lateralmente, controlando así los cuatro callejones rocosos que allí confluían. Parecía un gigantesco tiburón en vuelo buscando a su presa.

Los vio.

—Espejo, aquí Penetrator tres —dijo una voz de repente por el intercomunicador de la cabina de mando de Schofield—. ¿Han obtenido más imágenes en tiempo real del satélite?

Schofield se quedó petrificado.

—Mierda… Libro, rápido. Compruebe las armas.

El Penetrator viró en el aire para mirar de frente al Super Stallion.

—Espejo, ¿me escucha?

Libro II dijo:

—Tenemos una ametralladora Gatling en el morro del helicóptero. Eso es todo.

—¿Nada más?

Los dos helicópteros se miraron frente a frente, inmóviles, por encima de la intersección, como águilas preparándose para luchar, a menos de cien metros entre sí.

—Nada.

—Espejo. —La voz del intercomunicador se tornó cauta—. Responda inmediatamente con su código de autentificación.

Schofield vio las alas del Penetrator y los misiles que pendían de ellas.

Parecían Sidewinder.

Sidewinder…
,pensó Schofield.

Entonces, de repente, pulsó el botón «Hablar» de la consola.

—Helicóptero de reconocimiento ofensivo Penetrator, aquí el capitán Shane Schofield del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, séquito presidencial. En estos momentos estoy al mando de este helicóptero. Solo tengo una cosa que decirles.

—¿Y cuál es?

—Desenfunden —dijo Schofield con total tranquilidad.

Silencio.

A continuación:

—Muy bien…

—Pero ¿qué demonios está haciendo? —dijo Libro II.

Schofield no respondió. Seguía con la mirada fija en las alas del Penetrator.

Un instante después, con un destello de luz, un misil Sidewinder AIM-9M salió disparado del ala izquierda del Penetrator.

—Oh, mierda —murmuró Libro II.

Schofield vio el misil de frente; vio su morro abombado, la forma estrellada de sus aletas estabilizadoras, la estela de humo en espiral que dejaba tras de sí mientras giraba en el aire, ¡directamente hacia ellos!

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