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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (30 page)

BOOK: Área 7
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—¡Pero qué hace! —exclamó Libro II—. ¿Piensa quedarse ahí sentado…?

Y entonces Schofield hizo algo de lo más extraño.

Apretó el gatillo de su palanca de mando.

Mientras el misil Sidewinder volaba hacia ellos, y a solo un escaso segundo de que impactara, la ametralladora Gatling del Super Stallion cobró vida y comenzó a disparar una ráfaga de balas trazadoras de un refulgente color naranja.

Schofield apuntó hacia el misil y, justo cuando este se colocó a menos de veinte metros de su helicóptero, ¡bum!, las balas impactaron en el morro del Sidewinder, haciendo que estallara en el aire, a trece metros del Super Stallion.

—Pero qué… —dijo Libro II.

Pero Schofield no había terminado.

Con el Sidewinder neutralizado, apuntó hacia el Penetrator.

A tan corta distancia, vio que los dos pilotos del Penetrator se disponían a lanzar otro misil, pero era demasiado tarde.

Las balas trazadoras de Schofield impactaron en la cubierta transparente del Penetrator, una tras otra, golpeándola, resquebrajándola, haciendo que el helicóptero de ataque retrocediera en el aire sin poder hacer nada para evitarlo.

La ráfaga incesante de balas de Schofield debió de atravesar la cubierta de la cabina del Penetrator porque, un segundo después, los depósitos de combustible se prendieron y el helicóptero estalló hasta convertirse en una enorme bola de fuego. A continuación, el helicóptero en llamas desapareció de su campo de visión y se estrelló contra el agua.

Con el Penetrator ya fuera de juego, Schofield pilotó su Super Stallion hacia el cañón oeste para acceder al estrecho cañón por el que el biplaza había desaparecido.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Libro II.

—¿Eh?

—No sabía que pudiera abatirse un misil con balas trazadoras.

—Solo los Sidewinder —dijo Schofield—. Los Sidewinder detectan el calor, se valen de un sistema de infrarrojos para fijar su objetivo. Pero, para ello, la parte delantera del misil tiene que permitir que la radiación de infrarrojos la atraviese. Eso implica la utilización de otro material que no sea el acero. El morro del Sidewinder es de un plástico transparente muy frágil. Es el punto débil del misil.

—¿Disparó a su punto débil?

—Sí.

—Una estrategia un tanto arriesgada.

—Lo vi. No todo el mundo puede ver un Sidewinder de frente. Merecía la pena correr el riesgo.

—¿Siempre es tan arriesgado? —preguntó Libro II sin alterarse.

Schofield se volvió al oír la pregunta.

No respondió inmediatamente. Observó al joven sargento que tenía ante él.

—Intento no serlo —dijo—. Pero en ocasiones… es inevitable.

Llegaron al cañón por el que se había escabullido el biplaza sudafricano.

Ese diminuto cañón estaba envuelto en sombras y era mucho más estrecho de lo que Schofield se había imaginado. Las palas del rotor de su Super Stallion a duras penas cabían por entre sus elevadas paredes rocosas.

El helicóptero siguió sobrevolando el cañón, moviéndose entre las sombras, cuando de repente salió a la brillante luz de la mañana, a una especie de cráter con un lago rodeado por paredes rocosas verticales de noventa metros de alto y una pequeña mesa en el extremo norte.

Al igual que en el otro cráter, la tormenta de arena invadía ese tramo de agua al descubierto. Los remolinos de arena caían en oleadas, cual tromba. Golpearon el parabrisas de Schofield.

—¿Ve algo? —preguntó Schofield.

—¡Allí! —Libro II señaló a su izquierda, a la pared exterior vertical del cráter justo enfrente de la mesa, a un punto donde un cañón especialmente ancho salía al oeste, lejos del minilago circular.

Allí, Schofield vio que una diminuta embarcación fluvial en la superficie del agua resistía los embistes de las olas de tamaño medio generadas por la tormenta de arena.

Era el biplaza sudafricano.

Y estaba solo.

El Super Stallion de Schofield sobrevoló bajo y rápido sobre el cráter, mientras sus rotores retumbaban.

Schofield contempló el biplaza a medida que se iban acercando.

Parecía detenido, anclado, a unos dieciocho metros del lugar donde la empinada pared rocosa del cráter se sumergía en el agua.

Schofield giró el helicóptero y lo detuvo a unos veinticinco metros del biplaza, manteniéndolo inmóvil tres metros por encima de la superficie picada del agua. La arena seguía golpeando el parabrisas.

Observó el biplaza con más detenimiento: una especie de cuerda caía al agua, bajo este.

El biplaza estaba anclado…

Y entonces percibió movimiento.

En el biplaza.

A través del velo de arena voladora vio que un hombre calvo y rechoncho en mangas de camisa se ponía de pie en el lado izquierdo del biplaza, el del conductor.

Gunther Botha.

Botha había estado agachado, haciendo algo, cuando el helicóptero de Schofield había llegado oculto tras la rugiente tormenta de arena.

En la sección derecha del biplaza, sin embargo, Schofield vio a alguien más.

Era la diminuta figura de Kevin, que parecía muy pequeño y completamente fuera de lugar junto a aquella ametralladora.

Schofield sintió que una sensación de alivio recorría todo su cuerpo.

Lo habían encontrado.

La voz de Schofield resonó por los altavoces exteriores del Super Stallion:

—¡Doctor Gunther Botha, somos marines de Estados Unidos! ¡Queda usted arrestado! ¡Denos al niño y ríndase de inmediato!

Botha no pareció inmutarse. Tiró a toda prisa algo cuadrado y metálico por el lateral del biplaza. El objeto cayó al agua y se hundió.

¿Qué demonios está haciendo?
, pensó Schofield.

En el interior de la cabina de mando del Super Stallion, Schofield se volvió hacia Libro.

—Abra la rampa de carga. Luego gire el helicóptero y coloque la parte trasera delante.

El Super Stallion giró lateralmente, rotando en mitad del aire mientras la rampa de carga trasera se desplegaba.

La sección posterior del helicóptero giró hasta colocarse mirando al biplaza, a unos tres metros por encima del agua. Schofield estaba ya en esos momentos en la rampa de carga abierta, con la Desert Eagle en la mano y un micro de mano en la otra, mientras los remolinos de arena giraban frenéticamente a su alrededor.

Se llevó el micrófono a los labios.

—El niño, Botha —resonó su voz amplificada.

Pero Botha siguió sin inmutarse.

Kevin, sin embargo, se volvió sobre su asiento y vio a Schofield, en la parte trasera del Super Stallion. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro. Lo saludó con la mano (el saludo de un niño, agitando el brazo de lado a lado).

Schofield le devolvió brevemente el saludo.

Pero le preocupaba más lo que estaba tramando Botha, pues en esos momentos podía ver al científico sudafricano con muchísima más claridad.

Botha tenía una botella de aire comprimido en la espada, sobre su camisa blanca. Le pasó una máscara de buceo a Kevin y le hizo gestos para que se la pusiera.

Schofield frunció el ceño.
¿Un equipo de buceo?

Era el momento de detener a Botha.

Schofield alzó la pistola y estaba a punto de disparar a la proa de Botha para atraer su atención cuando de repente se oyó un ruido amortiguado por encima de él y, sin previo aviso, vio que el rotor de cola de su Super Stallion estallaba en mil pedazos y se separaba por completo del resto del helicóptero.

Como una rama de árbol al partirse, el pilón de cola del Super Stallion se separó del cuerpo del helicóptero y cayó al agua, lo que hizo que el helicóptero comenzara a girar fuera de sí y a alejarse del biplaza.

Sin el rotor de cola, el helicóptero perdió el control y comenzó a descender frenéticamente hacia la superficie de las aguas.

Libro II forcejeó con la palanca de mando, pero era inútil. El helicóptero giró bruscamente en el aire, directo de morro al agua.

En la zona de carga, Schofield salió despedido hacia el interior del helicóptero y se golpeó contra la pared lateral, pero logró agarrarse a un asiento.

El Super Stallion cayó al lago, levantando una considerable cantidad de agua.

El morro del helicóptero siguió descendiendo durante diez segundos hasta que su flotabilidad lo irguió y comenzó a ascender lentamente a la superficie.

Libro II pulsó el interruptor de seguridad y los motores del helicóptero se apagaron al instante. Las palas del rotor comenzaron a detenerse.

El agua comenzó a entrar rápidamente por el compartimento de carga.

No entró por la rampa de carga, puesto que esta había sido diseñada para permanecer por encima de la superficie en caso de un aterrizaje en agua, pero sí por la trampilla de acceso que Schofield y Libro II habían abierto para acceder al interior del helicóptero instantes antes.

Los Super Stallion permanecen a flote durante un breve periodo de tiempo en caso de estrellarse en el agua, pero como Schofield y Libro habían abierto el acceso del suelo del helicóptero, ese Super Stallion ni siquiera iba a hacer eso.

Se estaba hundiendo. Y a gran velocidad.

Schofield corrió a la cabina de mando.

—¿Qué demonios ha sido eso? ¡Algo nos ha golpeado!

—Lo sé —dijo Libro II. Señaló al exterior del parabrisas—. Creo que han sido ellos.

Schofield escudriñó a través del cristal.

Inmóviles, sobre las aguas, delante de su helicóptero a punto de hundirse, parcialmente ensombrecidos por la tormenta de arena y flanqueando al biplaza sudafricano anclado, estaban los dos Penetrator restantes de la Fuerza Aérea.

* * *

El Super Stallion se estaba hundiendo a una velocidad aterradora.

El agua bullía a través de la escotilla de acceso, expandiéndose hacia fuera conforme ascendía por el compartimento de carga y arrastrando la parte posterior del helicóptero hacia el interior del lago.

A medida que iba entrando más agua, más se hundía el helicóptero. En cuestión de un minuto, la rampa de carga trasera quedó por debajo de la línea del agua y, a partir de ese mismo instante, el agua comenzó a inundar el helicóptero.

En la cabina del piloto, a Schofield y Libro II les llegaba ya el agua por los tobillos cuando de repente todo el helicóptero se elevó bruscamente hacia arriba.

—¿Alguna idea arriesgada? —gritó Libro II mientras intentaba agarrarse a algo.

—Ni una.

El Super Stallion siguió hundiéndose lentamente, primero la parte posterior.

Con el balón nuclear colgando aún de su cintura, Schofield miró a través del parabrisas delantero de la cabina de mando.

Vio que uno de los Penetrator se acercaba al biplaza de Botha y se alzaba justo delante de él, cual gigantesco y amenazador buitre.

Schofield vio que Botha se ponía de pie en el biplaza, miraba al helicóptero negro de la Fuerza Aérea y lo saludaba agitando las manos. Parecía una figura patética suplicando a un ave mitológica.

Entonces, sin previo aviso, un misil Stinger salió disparado del ala derecha del Penetrator, trazando una estela de letal humo blanco tras de sí.

El misil impactó en el biplaza de Botha y este salió disparado del agua.

En cuestión de segundos, Botha se había esfumado. En su lugar, un círculo de ondas en ebullición.

La sección de Kevin, sin embargo, permaneció intacta; un corte limpio.

Su sección y los restos de la barra del biplaza siguieron flotando en el agua bajo la férrea mirada del Penetrator.

Desde su posición en el Super Stallion, Schofield palideció.

—¡Acababan de matar a Botha! ¡Santo Dios!

En esos momentos, tres cuartas partes del Super Stallion estaban sumergidas; toda la sección trasera. Tan solo el parabrisas abombado y el extremo de una de sus palas de rotor seguían sobresaliendo de la línea de flotación.

El agua comenzó a chapalear contra el exterior del parabrisas.

Toda la parte trasera estaba llena de un fluido verde oscuro que lo invadía todo, de aguas que querían llegar hasta la cabina y devorar todo el helicóptero.

El helicóptero siguió hundiéndose.

A través de las olas teñidas de verde que golpeaban contra el parabrisas, Schofield vio que el Penetrator de la Fuerza Aérea se colocaba encima de los restos del biplaza y bajaba un arnés de salvamento a Kevin.

—Ah, maldita sea —dijo en voz alta.

Pero el Super Stallion seguía hundiéndose y la última cosa que Schofield vio antes de que el parabrisas quedara completamente cubierto por el agua fue la imagen de Kevin en el arnés ascendiendo a la sección trasera del helicóptero de ataque.

Entonces el parabrisas quedó cubierto por completo y Schofield no pudo ver nada más que las verdes aguas del lago.

Los dos Penetrator de la Fuerza Aérea sabían perfectamente quién se encontraba en el interior del Super Stallion.

Sus intentos por contactar con Espejo en una frecuencia alternativa durante los últimos minutos habían quedado sin respuesta. Había sido el transpondedor del Super Stallion el que los había llevado hasta ese cráter, donde habían encontrado a Botha y al niño.

Los dos Penetrator se cernían inmóviles en el aire sobre el Super Stallion, observando cómo este se hundía.

En el interior de uno de los Penetrator se encontraba Pitón Willis, el oficial al frente de la unidad Charlie. Observaba con atención el helicóptero para asegurarse de que este desaparecía bajo las olas.

La cabina de mando del helicóptero se hundió, seguida del extremo de la pala del rotor, la única parte que aún quedaba por encima de la línea de flotación.

Una legión de burbujas emergió inmediatamente a la superficie cuando cada centímetro del interior del helicóptero fue reemplazado por agua.

Los dos Penetrator esperaron.

El Super Stallion desapareció en las profundidades del lago, dejando tras de sí múltiples burbujas.

Aun así Pitón Willis esperó hasta que las burbujas cesaran, hasta cerciorarse de que no quedara aire en el interior del helicóptero sumergido.

Tras unos minutos, las aguas se calmaron.

Aun así los dos Penetrator esperaron.

Permanecieron otros diez minutos allí, para estar completamente seguros de que nadie salía a la superficie. Si así fuera, acabarían con ellos.

Pero nadie emergió.

Finalmente, Pitón ordenó la retirada y los dos Penetrator giraron en el aire y regresaron al Área 7.

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