Read Ash, La historia secreta Online

Authors: Mary Gentle

Tags: #Fantasía

Ash, La historia secreta (54 page)

BOOK: Ash, La historia secreta
9.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Entonces, si no es más que un rumor —comentó su hermano George—, no se puede destruir, de la misma forma que no puedes partir el humo con una espada.

Tom de Vere añadió:

—Y si es cierto que existe, ¿está en Cartago o con esa mujer-general? ¿O en alguna otra parte? ¿Quién sabría decirlo?

Ash oyó que el pájaro carpintero paraba. Entre las tiendas y por encima de las empalizadas vio a varios muchachos con hondas que habían bajado al río.

Dijo con viveza:

—Si la máquina de guerra estuviera con ella, a estas alturas ya habríamos podido comprar esa información. No está con ella. Si está en algún otro lugar, entonces es que es tan valiosa para ellos que solo puede estar justo en medio del corazón del imperio visigodo, tras un número descomunal de guardias, en el centro de su capital. —Ash hizo una pausa y esbozó una amplia sonrisa—. La ciudad que yo sugiero que asaltemos.

Lacónico, el Conde de Oxford dijo:

—Si.

—Algo así de único, ahí es donde va a estar, vuestra Gracia. ¿Os imagináis al Rey Califa dejándolo salir de la ciudad? Pero podemos comprar esa información, confirmarla; Godfrey tiene contactos con los Medici exiliados. Se puede averiguar cualquier cosa de un banco.

Irónico, John de Vere dijo:

—En general, nunca los he encontrado muy dispuestos a cooperar con los miembros de la casa Lancaster en el exilio. Le deseo mejor fortuna a vuestro escribano. Señora, ¿qué hace la
machina rei militaris
por los visigodos? ¿Es un objetivo vital?

—Esta invasión la dirige la Faris; ella es vital pero no podéis capturarla a ella y ella cree que su máquina es vital. Lo miréis como lo miréis —dijo Ash sacando un taburete con respaldo y sentándose otra vez—. Ella cree que le dio instrucciones precisas para derrotar a los italianos, los alemanes y los suizos en el campo de batalla.

Levantó una de las copas sucias con un gesto automático, olvidaba que no había pajes. Bajó el recipiente. Estiró el brazo y cogió ella misma la jarra de cerámica, vertió en la copa una generosa cantidad de vino aguado y se lo bebió de golpe, consciente de que su rostro debía de estar tan acalorado como el de Anselm y el de Oxford.

¿Voy a salirme con la mía?
, pensó.
¿Esto y nada más
?

—Estáis muy ansiosa por salir a morir —murmuró el Conde de Oxford.

—Estoy ansiosa por luchar, vivir y que me paguen. La cantidad de dinero que tengo en el cofre de guerra es aterradoramente pequeña y... —Ash señaló con un movimiento brusco del dedo las tiendas borgoñonas y mercenarias visibles en la confluencia de los ríos de Dijon—, hay muchos otros lugares, demasiados, a los que pueden ir mis chavales y firmar por una paga mejor. Necesitamos luchar. Nos patearon el culo en Basilea; necesitamos responder con otra patada.

El Conde de Oxford insistió:

—¿Luchar por algo que quizá sea un rumor, un fantasma, nada?

No, no voy a conseguir solo esto y nada más
.

—De acuerdo. —Ash hizo girar el vino en su copa y contempló las ligeras ondas que hacía. Levantó los ojos y le disparó una mirada a de Vere, consciente de que el noble la estaba retando en silencio—. Si voy a hacer lo que planeo, tengo que tener una autoridad que me respalde con dinero. Y vos no vais a darme autoridad ni dinero a menos que os convenzáis. Las cosas son así, su Gracia.

La mano morena de Godfrey Maximillian acarició la Cruz de Espinos. Ash leyó el rostro de Godfrey con tanta claridad que la asombró que nadie más lo hiciera. Solo la presencia del Conde de Oxford evitaba que el escribano de la compañía estallara «¿le vas a contar que has oído su voz? ¿Que oyes voces desde siempre?».

Inesperadamente, habló el menor de los de Vere, Dickon.

—Mi señora capitán, vos oís voces. Se lo he oído decir a vuestros hombres. Como la doncella francesa.

La voz del joven se elevó al final, la insinuación de una pregunta; y se ruborizó bajo la mirada furiosa de sus hermanos mayores.

—Sí —dijo Ash—. Así es.

Entre el estallido de voces de latón, soldados nobles ingleses que gritaban sus puntos de vista en conflicto cada vez más alborotados, Ash ocultó por un momento el rostro entre las manos.

En la oscuridad que sentía tras los ojos pensó,
y si se destruye el Gólem de Piedra, ¿mi voz y mi vida desaparecen con él?

—Miradme, vuestra Gracia —lo invitó la mercenaria y cuando el conde inglés la miró, la joven dijo—: Y cuando veáis a la Faris, estaréis mirando el mismo rostro. Nos parecemos lo suficiente para ser gemelas.

—¿Sois una bastarda de su familia? —Oxford alzó las cejas—. Sí. Es posible, supongo. ¿Qué relación tiene con esto?

—Durante diez años he creído que oía al león hablándome. —Ash, sin darse cuenta, se hizo la señal de la cruz sobre el pecho y con los dedos rozó el trozo brillante de metal perforado de la coraza. Se encontró y sostuvo las miradas de todos y cada uno, el ceño meditabundo de Robert Anselm, la enigmática falta de expresión de Angelotti, la mirada furiosa de Floria, la confusión de Geraint y la mirada fija, evaluadora, intensa, del conde inglés.

«Durante diez años he oído la voz del león hablando en mi alma, en el campo de batalla. Por eso aquí algunos me llaman «Leona». Cuando piensan en ello—. La boca de Ash adoptó una sonrisa irónica—. Ha habido campañas por aquí en las que no se podía uno mover por la cantidad de hombres deslumbrados por Dios que oían voces de santos; no es tan extraño.

Una oleada de carcajadas masculinas recorrió la mesa.

Ash concentró la mirada en aquel hombre despojado de sus privilegios, el conde inglés.

—Esta parte quiero mantenerla en silencio todo el tiempo que pueda —dijo la joven—. No hay forma de mantenerla por completo en secreto; ya sabéis cómo son los campamentos. Mi señor Oxford, sé que la Faris oye una voz, la he oído hablar con ella. No es el león que llevo tantos años escuchando. Es su máquina de guerra. Ella la oye porque la criaron para eso. Y yo la oigo... porque soy su gemela bastarda.

Oxford se la quedó mirando.

—Señora... —Y luego, quedó claro que descartaba las dudas y preguntaba lo que él consideraba esencial—. ¿Lo saben?

—Oh, lo saben —dijo Ash muy seria. Volvió a sentarse en el taburete y apoyó las palmas de las manos en la armadura—. Por eso se molestaron en hacerme prisionera en Basilea.

Oxford chasqueó los dedos. Su expresión decía con toda claridad «¡pues claro!».

Dickon de Vere dijo con ingenuidad:

—Si tus voces están de su lado,
pucelle
, ¿aún puedes luchar?

Los ecos de esa pregunta eran visibles en los rostros de los oficiales de la mercenaria. Ash le sonrió al caballero inglés con los labios apretados.

—Pueda o no pueda, puedo demostrarte que es la misma voz, la misma máquina. Si no lo fuera... —Miró entonces a John de Vere—, no habrían tenido tantas ganas de encontrarme en Basilea, joder. Y no querrían arrastrarme hasta Cartago para interrogarme.

Una brisa de aire húmedo subió del río trayendo consigo el olor a hierba y a agua fresca que cubrió por un momento el sudor y el hedor del campamento. La mercenaria estiró el brazo y se aferró al hombro de Floria y al brazo de Godfrey Maximillian.

—Cartago me busca. —Afirmó Ash—. Y no pienso huir. Tengo aquí ochocientos hombres armados. Esta vez les voy a llevar la lucha directamente a ellos.

Le resplandecían los ojos. La joven es entusiasta, sencilla como el filo de una espada, con esa aterradora sonrisa que esboza cuando va a luchar, aterradora porque es serena, la sonrisa de alguien para quien todo va bien en el mundo.

—¿Me quieren en Cartago? ¡Pues iré a Cartago!

[Copias de correos electrónicos hallados entre las páginas de la 3ª edición:]

Mensaje: #135 [Anna Longman / misc.]

Asunto: Ash, mensaje

Fecha: 15/11/00 a las 7:16 a.m.

De: Ngrant@

Formato borrado

Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable

Anna:

Disculpa esto, no he dormido, llevo la mayor parte de la noche en Internet consultando con universidades de todo el mundo.

Tienes razón. SON todos los manuscritos. El Cartulario de Santa Herlaine se ha perdido en su totalidad. Hay una copia del Pseudo Godfrey en la galería de falsificaciones del Victoria & Albert. El texto Angelotti y la VIDA de del Guiz son un romance medieval y leyendas. No puedo encontrarlos documentados como historia medieval ¡con posterioridad a la década de los años 30!

Por lo que puedo descargar, los manuscritos que tienen en la red son los mismos TEXTOS que yo he estado traduciendo. Todo lo que ha cambiado es la CLASIFICACIÓN, de historia a ficción.

Solo puedo pedirte que creas que no soy ningún fraude.

Pierce.

Mensaje: #80 [Pierce Ratcliff / misc.]

Asunto: Ash, documentación

Fecha: 15/11/00 a las 9:14 a.m.

De: Longman@

Formato borrado

Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable

Pierce:

Te creo. O confío en ti, que quizá venga a ser lo mismo.

Comprobamos tu historial académico antes de firmar el contrato. Claro. Eres bueno, Pierce. Sé que puedes ser bueno y aun así estar equivocado, pero eres bueno.

Los descubrimientos de la Dra. Napier-Grant. Envíame algo. Descárgame imágenes, algo, necesito algo que enseñarle al DE, ¡o esto va a ser un infierno!

Anna.

Mensaje: #136 [Anna Longman / misc.]

Asunto: Ash, descubrimientos arqueológicos

Fecha: 15/11/00 a las 10:17 a.m.

De: Ngrant@

Formato borrado

Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable

Anna:

Isobel no tiene ni la menor intención de permitir que las imágenes fotográficas de la excavación, o de los gólems, se publiquen en Internet. Dice que estarían por todo el mundo en menos de media hora.

Su hijo, John Monkham, vuelve en un vuelo desde Túnez a principios de esta semana. Por fin he convencido a Isobel de que le permita ser nuestro correo. Él te llevará copias de las fotos del gólem que ha hecho la expedición; pero estas estarán en su poder en todo momento. Isobel está dispuesta a autorizarte a que se las muestres a tu DE antes de que John las vuelva a traer a la excavación.

No puedo hacer más.

Pierce.

Mensaje: #81 [Pierce Ratcliff / misc.]

Asunto: Ash, arqueología

Fecha: 15/11/00 a las 10:30 a.m.

De: Longman@

Formato borrado

Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable

Pierce:

Dale a John Monkham mi número de teléfono, iré a buscarlo al aeropuerto.

Estoy deseando ver el gólem de Ash por mí misma. Pero supongo que tendré que esperar. Y mientras espero... ¿has pensado en ALGO que explique lo que está ocurriendo?

Anna

Mensaje: #139 [Anna Longman / misc.]

Asunto: Ash, textos

Fecha: 16/11/00 a las 11:49a.m.

De: Ngrant@

Formato borrado

Otros detalles encriptados con una clave personal no descifrable

Anna:

Francamente, no. NO tengo ni idea de por qué estos manuscritos están ahora clasificados bajo el epígrafe de «Ficción». Me estoy volviendo loco.

TUVE una idea. Pensé, tienes que ser filosófico. La Navaja de Occam, si la explicación más sencilla de un acontecimiento es la que más probabilidades tiene de ser verdad, ¿no podría ser que la RECLASIFICACIÓN de los manuscritos «Ash» fuera el auténtico error? Ya sabes cómo es a veces, con las bases de datos de la red; si una universidad decide que un documento es una falsificación, eso provoca un «efecto cascada» en todas las universidades de la red. Y los documentos SÍ que se extravían y se pierden.

Ese pensamiento me consoló durante la noche pasada, cuando dormir era imposible. Me vi a mí mismo verificado. Por desgracia, esta mañana (con el sonido mundano de los camiones que llegan a la excavación) me di cuenta de que no es más que una mera fantasía. Un error en cascada no afectaría a todas las bases de datos. ¡Tampoco afectaría a esas bibliotecas que no están informatizadas! No. No tengo ni idea de lo que está pasando. Cuando tuve acceso a los manuscritos de la Biblioteca Británica, estos estaban clasificados como «Historia Medieval», ¡así de simple!

Y no tengo ninguna explicación para el hecho aparente de que estos documentos se reclasificaran en la década de los años 30.

No sé lo que está pasando pero sí sé que corremos el riesgo de que Ash se desvanezca en la nada, en una fantasía de la historia; que resulte ser un personaje no más (ni menos) histórico que el rey Arturo o Lanzarote. Pero yo estaba (y sigo estándolo) completamente convencido de que aquí estamos tratando con un ser humano real, por debajo de las añadiduras del tiempo.

Lo que también me deja del todo perplejo es que lo que hemos encontrado en esta excavación autentifica no solo mi teoría de la existencia de una cultura visigoda en el norte de África, sino también los aspectos MÁS EXTRAÑOS de esa cultura, la tecnología post-romana, nueve siglos después. Si bien yo asumía que mis visigodos eran un hecho, ¡la tecnología es algo que siempre creí un mito! Y sin embargo, aquí está.

Aún inexplicable en lo que se refiere a su funcionamiento.

Es suficiente para hacerme pensar con amabilidad en Vaughan Davies. Quizá desconozcas lo extraña que es su Introducción a Ash: UNA BIOGRAFÍA, es algo que se tiende a pasar por alto, dado lo inmenso de sus conocimientos y la excelencia de sus traducciones.

Sugirió, refiriéndose al tema de las «añadiduras» que se han hecho a los textos, que las dificultades surgen no porque Ash ostente mitos añadidos, sino porque los ha diseminado.

Permíteme copiar lo que tengo conmigo:

(....) La hipótesis que yo (Vaughan Davies) me encuentro obligado a aceptar es que, en la supuesta historia de «Ash», este historiador se enfrenta a (entre otras cosas) el prototipo de la leyenda de La Pucelle, Jehanne de Domremy, más popularmente conocida en la historia como Juana de Arco.

Esta teoría quizá parezca que desafía a la razón. Los relatos de «Ash» se sitúan en lo que con toda claridad es el tercer cuarto del siglo XV. Desde luego estos manuscritos no se pueden fechar en ningún momento anterior a 1470. Juana de Arco ardió en la hoguera en 1431. Aceptar que Ash es la prefigura de Juana como arquetipo de la mujer guerrero es sin duda una locura, pues Juana fue la primera.

BOOK: Ash, La historia secreta
9.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Double Mortice by Bill Daly
No Lasting Burial by Litore, Stant
Beneath Our Faults by Ferrell, Charity
Puberty Blues by Gabrielle Carey
Mazie Baby by Julie Frayn
Campfire Cookies by Martha Freeman
The Friends of Eddie Coyle by George V. Higgins
Time Out by Jill Shalvis