Axiomático (32 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Axiomático
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Río débil, para ocultar la humillación de esa indiferencia total; su negativa a encontrarme siquiera digno de pena.

Digo:

—Vale, la gente se lo toma muy mal. ¿Cómo te lo tomas

?

—Me lo tomo bastante bien —dice, con expresión normal.

Vuelvo a limpiarme la cara.

—Sí, claro, por supuesto. ¿Para eso es el chip que llevas en el cerebro? ¿Para poder dormir por la noche después de hacer esto?

Vacila y luego dice:

—En cierta forma. Pero no es tan simple —agita la pistola—. Muévete. Todavía no hemos avanzado lo suficiente.

Me vuelvo, pensando insensible
:
acabo de decirle al hombre que podría salvarme la vida que es una máquina de matar subhumana con el cerebro dañado.

Empiezo a caminar de nuevo.

Levanto la vista una vez, al idiota cielo vacío, y me niego a aceptar el flujo de recuerdos que mi mente relaciona con el mismo asombroso cielo azul.
Todo eso se ha ido, ha pasado.
Nada de recuerdos proustianos, ni de viajes en el tiempo a lo Billy Pilgrim para mí. No tengo necesidad de huir al pasado: voy a vivir en el futuro, voy a sobrevivir a esta situación. ¿
Cómo
? Puede que Cárter sea inmisericorde e incorruptible: en ese caso, simplemente voy a tener que reducirle. Puede que haya llevado una vida sedentaria, pero él me dobla la edad; eso debe valer algo. Al menos, debo ser más rápido. ¿
Reducirle
?¿
Luchar contra una pistola cargada
? Quizá no tenga que hacerlo; quizá tenga una oportunidad de
correr.

Cárter dice:

—No malgastes tu tiempo intentando encontrar una forma de negociar conmigo. No va a pasar. Te irá mejor pensando en formas de aceptar lo inevitable.


No quiero
aceptarlo.

—No es cierto. No quieres que suceda... pero
sucederá.
Así que encuentra una forma de aceptarlo. En algún momento habrás pensado en la muerte.

Justo lo que me hace falta: consejos sobre la pena ofrecidos por mi propio asesino.

—Si quieres saber la verdad: ni una vez. Otra cosa que no llegué a hacer. Vamos, ¿Por qué no me das una década o dos para ver qué se me ocurre?

—No te hará falta una década. Ni de lejos te llevará tanto tiempo. Considéralo de esta forma: ¿te molesta que haya lugares fuera de tu piel...
y que tú no estés en ellos
? ¿Que acabes de pronto en lo alto de tu cráneo... y que luego no haya más que aire? Claro que no. Por tanto, ¿por qué iba a preocuparte que haya un lugar donde tú no estés... de la misma forma que no te importa que haya lugares que tú no ocupas? ¿Crees que tu vida va a deshacerse... que de alguna forma se cancelará... simplemente porque acaba? ¿El espacio que hay sobre tu cabeza cancela tu cuerpo? Todo tiene
límites.
Nada se extiende por siempre... en todas direcciones.

A pesar de mí mismo, me río; ha pasado del sadismo al surrealismo.

—Te crees esa mierda, ¿no es cierto? ¿Realmente piensas así?

—No. Podría; está a la venta... estoy pensando seriamente comprarla. Es un punto de vista perfectamente válido... pero al final, no me sonaba cierto... y
quería
que me sonase cierto. Escogí algo completamente diferente. Detente aquí.

—¿Qué?

—He dicho que pares.

Miro a mi alrededor, sorprendido, negándome a creer que hayamos
llegado.
No estamos en ningún lugar en especial... encajados, como siempre, entre los feos eucaliptos; las pantorrillas bien hundidas en el sotobosque seco por la sequía; ¿pero qué me esperaba?¿
Un claro artificial
?¿
Una zona de picnic
?

Me vuelvo para mirarle, buscando en mi cerebro paralizado alguna estrategia que me permita acercarme al arma —o alejarme de su alcance antes de que pueda disparar— cuando dice, con perfecta sinceridad:

—Puedo ayudarte. Puedo hacértelo más fácil.

Le miro durante un segundo, para luego pasar a largos y torpes sollozos que me ahogan.

Espera pacientemente, hasta que finalmente toso la palabra:

—¿Cómo?

Mete la mano izquierda en el bolsillo de la camisa, saca un objeto pequeño y lo sostiene sobre la palma para que lo examine. Durante un momento creo que es una cápsula, alguna droga... pero no lo es.

No del todo.

Es un aplicador de implante neuronal. A través de la cubierta transparente puedo distinguir la mota gris del implante.

Tengo la fantasía instantánea y clara de caminar hacia él para aceptarlo: mi oportunidad, al fin, para desarmarle.

—Cógelo —me lanza el dispositivo a la cara, y yo alargo la mano para agarrarlo en el aire.

Dice:

—Evidentemente, depende de ti. No voy a obligarte a usarlo.

Las moscas se me posan en la cara húmeda mientras miro la cosa.

Las aparto con la mano libre.

—¿Qué me dará? ¿Veinte segundos de felicidad cósmica antes de que me vueles los sesos? ¿Alguna alucinación tan realista que me hará pensar que todo esto fue un sueño? Si querías ahorrarme el dolor de saber que iba a morir, deberías haberme disparado en la nuca hace cinco minutos, cuando todavía creía tener alguna posibilidad…

Dice:

—No es una alucinación. Es un conjunto de actitudes. Una filosofía, si lo prefieres.


¿Qué
filosofía
? ¿Toda esa mierda de...
límites en el espacio y el tiempo
?

—No. Ya te lo dije, no me gustó.

Casi me vengo abajo.

—¿Ésta es
tu religión
? ¿Quieres que me convierta antes de morir? ¿Quieres salvar mi puta
alma
? ¿Así es cómo soportas el matar gente? ¿
Crees estar salvando sus almas
?

Niega con la cabeza, sin sentirse ofendido.

—No lo llamaría religión. No hay dios. No hay almas.

—¿No? Bien, si me estás ofreciendo las comodidades del ateísmo, no me hace falta el implante.

—¿Temes morir?

—¿Qué te parece a ti?

—Si usas el implante, no lo temerás.

—¿Quieres convertirme en infinitamente valiente y luego matarme? ¿O infinitamente
insensible
? Preferiría la felicidad.

—Nada de valeroso. O insensible. Sagaz.

Puede que yo no le resulte digno de pena, pero todavía soy lo suficientemente humano para hacerle el honor.

—¿
Sagaz
? ¿Crees que tragarse alguna patética mentira sobre la muerte es ser
sagaz
?

—Nada de mentiras. El implante no cambiará tus creencia sobre los hechos.

—No
creo
en la vida después de la muerte, por lo que...

—¿La vida de quién?

—¿Qué?

—Cuando mueras, ¿los demás seguirán viviendo?

Durante un momento simplemente no puedo hablar. Lucho por mi vida… y él trata la cuestión como si no fuese más que un debate filosófico abstracto. Casi lanzo un grito: ¡
Deja de jugar conmigo
! ¡
Acaba de una vez
!

Pero yo no quiero que
acabe.

Y mientras pueda hacerle hablar, todavía tendré la oportunidad de correr, la oportunidad de distraerle, la oportunidad de una salvación milagrosa.

Respiro profundamente.


Sí,
los demás siguen viviendo.

—Miles de millones. Quizá cientos de miles de millones en los próximos siglos.

—Claro, Nunca creí que el universo fuese a desvanecerse a mi muerte. Pero si a ti te parece un gran consuelo...

—¿Hasta qué punto pueden ser diferentes dos seres humanos?

—No lo sé. Un montón de putas
diferencias.

—De entre todos esos cientos de miles de millones, ¿no crees que habrá personas que serán
exactamente como tú
?

—¿Ahora de que coño hablas? ¿De la reencarnación?

—No, De estadística. La "reencarnación" es imposible... no hay nada que pueda encarnarse. Pero con el tiempo, por puro azar, alguien llegará que encarnará todo lo que te define a ti.

No sé por qué, pero cuanto más alocadas son sus palabras, más esperanza empiezo a sentir como si las capacidades lisiadas de razonamiento de Cárter le hiciesen más vulnerable de otras formas.

Digo:

—Eso no es cierto. ¿Cómo podría alguien acabar teniendo mis recuerdos, mis experiencias...?

—Los recuerdos no importan. Tus experiencias no te definen. Los detalles accidentales de tu vida son tan superficiales como tu apariencia. Puede que te diesen forma... pero no son una parte intrínseca de ti. Hay un núcleo, una abstracción profunda...

—Un alma con otro nombre.

—No.

Agito la cabeza, vehementemente. No se gana nada siguiéndole la corriente; soy demasiado mal actor para que resulte convincente, y una discusión sólo puede ganarme más tiempo.

—¿Crees que debería sentirme mejor con respecto a la muerte porque... en algún momento del futuro, un extraño total podría compartir conmigo algunas pocas características abstractas?

—Has dichos que desearías haber tenido hijos.

—Mentí.

—Bien. Porque no son la respuesta.

—¿Y debería sentirme más satisfecho con la idea de alguien con el que no tengo ninguna relación, sin mis recuerdos, sin sensación de continuidad...?

—¿Qué tienes en común, ahora mismo, contigo mismo cuando tenías cinco años?

—No mucho.

—¿No crees que debe haber miles de personas que son infinitamente más parecidas a ti, como eres ahora, de lo que lo fue ese niño?

—Quizá. Quizá en algunas cosas.

—¿Y cuando tenías diez años? ¿Quince?

—¿Qué importa? Vale: la gente cambia.
Lentamente. Imperceptiblemente.

Asiente.

—¡Imperceptiblemente... exacto! ¿Pero eso hace que sea menos
real
? ¿Quién se ha tragado la mentira? La ilusión consiste en ver la vida de tu cuerpo como la vida de
una persona.
La idea de que "tú" estás compuesto por todos los acontecimientos desde tu nacimiento no es más que una ficción útil. Eso no es una persona: es una composición, un mosaico...

Me encojo de hombros.

—Quizá. Aun así, es lo más cercano a...
una identidad...
que puede poseer alguien.

—¡Pero no lo es! ¡Es una distracción de la verdad! —Cárter se está apasionando, pero no hay ni rastro de fanatismo en su comportamiento. Casi deseo que se ponga a ladrar... pero en lugar de eso, se muestra más calmado, más razonable que nunca—. No digo que los recuerdos no importen; claro que sí importan. Pero hay una parte de ti que es independiente de tus recuerdos... y esa parte volverá a vivir. Un día, alguien, en algún lugar, pensará como pensaste tú, actuará como actuaste tú. Aunque sólo sea durante un segundo o dos,
esa persona será tú.

Agito la cabeza. Empiezo a sentirme atontado por esta incesante lógica onírica, y estoy peligrosamente cerca de perder el contacto con lo que está en juego.

Digo rotundamente:

—Eso es una gilipollez. Nadie puede pensar así.

—Te equivocas. Yo
lo hago.
Y tú también puedes hacerlo... si lo deseas.

—Bien, no
quiero
hacerlo.

—Sé que ahora te suena absurdo... pero te prometo que el implante cambiará esa sensación —ausente se masajea el brazo derecho. Debe tenerlo rígido de sostener la pistola—. Puedes morir con miedo, o puedes morir con tranquilidad. La decisión es tuya.

Cierro el puño sobre el aplicador.

—¿Se lo ofreces a todas tu víctimas?

—A todas no. A algunas.

—¿Y cuántas lo han usado?

—Hasta ahora ninguna.

—No me sorprende. ¿Quién querría morir así? ¿Engañándose?

—Dijiste que querías.

—Vivir. Dije que quería
vivir
engañándome.

Aparto las moscas de la cara por enésima vez; ellas vuelven a posarse, sin miedo. Cárter está a cinco metros; sí doy un paso en esa dirección, me disparará a la cabeza, sin un momento de vacilación. Me concentro en oír, y no oigo más que a los grillos.

Usar el implante me ganaría más tiempo: los cuatro o cinco minutos antes de que haga efecto. ¿Qué tengo que peder? ¿
La renuencia de Cárter a matar "sin iluminación
"? al final, eso no importó, en otras treinta y tres ocasiones anteriores. ¿
Mi voluntad de seguir con vida
? Quizá; quizá no. Un cambio en mis enfoques intelectuales sobre la mortalidad no tiene por qué convertirme en totalmente pasivo; incluso se sabe de creyentes en una gloriosa vida póstuma que han luchado por posponer el viaje.

Cárter dice en voz baja:

—Decídete. Voy a contar hasta diez.

¿
La oportunidad de morir con sinceridad
? ¿
La oportunidad de aferrarme hasta el fin a mi propia confusión y temores
?

Que le den a todo eso. Si muero, entonces no importa
cómo me enfrente
a la muerte. Ésa es mi filosofía.

Digo:

—No te molestes —meto el aplicador hasta el fondo del orificio derecho y le doy al disparador. Siento un débil picor cuando el implante atraviesa la membrana nasal, dirigiéndose al cerebro.

Cárter ríe de alegría. Casi me uno a él. De la nada, han surgido cinco minutos más para salvarme.

Digo:

—Vale, he hecho lo que querías. Pero lo que he dicho antes sigue siendo válido. Déjame vivir y te haré rico. Un millón al año.
Por lo menos.

Niega con la cabeza.

—Sueñas. ¿A dónde iría? Finn me encontraría en una semana.

—No tendrías que
ir
a ningún sitio. Yo me iría del país... y te pagaría a una cuenta orbital.

—¿Sí? Incluso si lo hicieses, ¿de qué me valdría el dinero? No podría arriesgarme a gastarlo.

—Una vez que tuvieses suficiente, podrías comprar seguridad. Podrías comprar independencia. Empezar a alejarte de Finn.

—No —vuelve a reír—. ¿Por qué sigues buscando una salida? ¿No lo comprendes?
No es necesario.

A estas alturas, el implante debe haber soltado las nanomáquinas, para crear los enlaces entre mi cerebro y el diminuto procesador óptico cuya red neuronal contiene las extrañas creencias de Cárter. Cortocircuitando mis propias actitudes; recreando esa locura en mi cerebro. Pero no importa, siempre puedes hacer que lo eliminen; es lo más fácil del mundo.
Si sigue siendo lo que quiero.

Digo:

—No hay
necesidad
de nada. No hay
necesidad
de que me mates. Los dos podemos salir de aquí. ¿Por qué actúas como si no pudieses elegir?

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