Authors: Greg Egan
Agita la cabeza.
—Sueñas.
—¡Que te jodan!¡
Escúchame
! Finn sólo tiene
dinero.
Yo puedo arruinarle, si es necesario. ¡Desde el otro extremo del mundo! —ya ni siquiera sé si estoy mintiendo. ¿Podría hacerlo? ¿Para salvar mi vida?
Cárter dice en voz baja, definitivamente:
—No.
No sé qué decir. No tengo más argumentos, ni más súplicas. Casi me vuelvo y echo a correr, pero no puedo hacerlo. No creo que pudiese escapar, y no puedo obligarle a darle al gatillo un momento antes de lo necesario.
La luz del sol me ciega; cierro los ojos frente al brillo. No me he rendido. Fingiré que el implante ha fallado, eso le desconcertará, ganándome unos minutos más.
¿
Y luego
?
El vértigo me atenaza. Me tambaleo pero recupero el equilibro. Me quedo en pie, mirando a mi sombra sobre el suelo, agitándome lentamente, sintiéndome imposiblemente ligero.
Luego alzo la vista, entrecerrando los ojos.
—Yo...
Cárter dice:
—Vas a morir. Voy a meterte una bala en el cráneo. ¿Me comprendes?
—Sí.
—Pero no será tu final. No será el final de lo que importa. Lo crees, ¿no?
Asiento de mala gana.
—Sí.
—Sabes que vas a morir... ¿pero no tienes miedo?
Vuelvo a cerrar los ojos; la luz les hace daño. Rio con cansancio.
—Te equivocas: sigo teniendo miedo. Mentiste sobre ese punto, ¿no? Eres una mierda. Pero comprendo. Lo que dijiste ahora tiene sentido.
Sí que lo tiene.
Ahora mis objeciones me suenan absurdas; claramente mal concebidas. Me molesta que Cárter tuviese razón, pero no puedo fingir que mi renuencia a creerle no fuese producto de algo más que miopía y autoengaño. Que hiciese falta
un implante neuronal
para permitirme ver lo evidente, no hace más que demostrar lo confuso que había estado.
Me quedo de pie, con los ojos cerrado, sintiendo el calor del sol en el cuello. Esperando.
—No quieres morir... ¿pero sabes que es la única salida? ¿Ahora lo aceptas? —suena renuente a creerme, como si mi conversación instantánea le pareciese demasiado buena para ser cierta.
Le grito:
—¡Sí, que te den! ¡Sí! ¡Así que acaba de una vez!¡
Acaba de una vez
!
Permanece en silencio durante un rato. Luego un sonido apagado y un golpe contra el sotobosque.
Las moscas de mis brazos y cara me abandonan.
Después de un momento, abro los ojos y me hinco de rodillas, estremeciéndome. Durante un momento, pierdo la cabeza: gimiendo, golpeando el suelo con los puños, arrancando puñados de hierba, gritándole a los pájaros para que guarden silencio.
Luego me pongo en pie y camino hasta el cadáver.
Creía todo lo que afirmaba creer, pero aún así le hacía falta algo más. Algo más que la esperanza abstracta de que alguien, en algún momento, en algún lugar del planeta, se alinease con él
—se convirtiese en él—
por puro azar. Necesitaba a alguien más con las mismas creencias, delante de sus ojos en el momento de la muerte; alguien más que "supiese" que iba a morir, alguien que tuviese tanto miedo como él.
¿Y qué creo yo?
Miro al cielo, y los recuerdos que alejé antes comienzan a atravesar mi cráneo. Desde ociosos días de fiesta en la infancia, hasta el último fin de semana que pasé con mi ex-mujer y mi hijo, el mismo azul desgarrador los recorre todos. Los une todos. ¿
No es así
?
Miro a Cárter, le doy un golpecito con el pie y susurró:
—¿Quién ha muerto hoy? Dime. ¿Quién ha muerto realmente?
—¿Por qué nunca quieres hablarlo?
Diane rodó para alejarse de mí y asumió posición fetal.
—Lo hablamos hace dos semanas. Desde entonces no ha cambiado nada, así que no tiene sentido, ¿verdad?
Habíamos pasado la tarde con un amigo mío, su esposa y su hija de seis meses. Ahora no podía cerrar los ojos sin ver la expresión de deleite y asombro en el rostro de esa niña tan hermosa, sin sentir una vez más el extraño vértigo que sentí cuando Rosalie, la madre, había dicho:
—Claro que puedes cogerla.
Mi esperanza había sido que la visita hiciese cambiar de opinión a Diane. En su lugar, sin afectarla a ella, había multiplicado por mil mis propios deseos de paternidad, incrementándolos hasta producir un dolor casi físico.
Vale, vale: estamos programados para amar a los bebés. ¿Y qué? Podrías decir lo mismo del noventa por ciento de las actividades humanas. Estamos programados biológicamente para disfrutar del acto sexual, pero a nadie parece importarle ese detalle, nadie afirma que la malvada naturaleza les engaña para que hagan algo que de otra forma no harían. Algún día, alguien detallará, paso a paso, el fundamento físico del placer de escuchar a Bach, ¿pero eso lo convertirá, de pronto, en una respuesta "primitiva", una estafa biológica, una experiencia tan vacía como el subidón de una droga eufórica?
—¿No sentiste
nada
cuando sonrió?
—Frank, calla y déjame dormir.
—Si tenemos un bebé, yo lo cuidaré. Cogeré una baja de seis meses del trabajo y lo cuidaré.
—¡Oh, seis meses, qué generoso! ¿Y luego qué?
—Entonces cogeré más tiempo. Podría dejar de trabajar, si eso es lo que quieres.
—¿Y de qué viviríamos? ¡No voy a mantenerte durante toda la vida! ¡Mierda! Supongo que además querrás casarte, ¿no?
—Vale, no dejaré de trabajar. Podemos mandarlo a la guardería cuando tenga edad. ¿Por qué te niegas tanto? Todos los días millones de personas tienen hijos, es algo muy
normal
, ¿por qué fabricas obstáculos continuamente?
—Porque
no quiero un hijo.
¿Comprendes? Es así de fácil.
Durante un rato miré el techo oscuro, antes de decir con voz no del todo serena:
—Yo podría ocuparme de la gestación. Hoy en día es más que seguro, ha habido miles de embarazos masculinos con éxito. Después de un par de semanas podrían extraer de ti la placenta y el embrión, y podrían fijarlo a la pared externa de mi abdomen.
—Estás enfermo.
—Incluso, si es necesario, pueden realizar la fertilización y la primera fase del desarrollo
in vitro.
En ese caso no tendrás más que donar el óvulo.
—No quiero un hijo.
Lo tenga yo o lo tengas tú, adoptado, comprado, robado o como sea. Ahora calla y déjame dormir.
Cuando llegué a casa a la tarde siguiente, el piso estaba oscuro, silencioso y vacío. Diane se había ido; la nota decía que se quedaría con su hermana. No era sólo lo del bebé, claro; últimamente todos los aspectos de mi persona habían empezado a irritarla.
Me senté en la cocina a beber, preguntándome si habría alguna forma de persuadirla para que volviese. Sabía que era egoísta: sin un esfuerzo consciente y constante, yo tendía a pasar de lo que sintiesen los demás. Y siempre me costaba mantener el esfuerzo durante un periodo de tiempo largo. Pero lo intentaba, ¿no? ¿Qué más se podía esperar de mí?
Cuando estuve bien borracho, llamé a su hermana, que se negó a pasarme con ella. Colgué y busqué algo que romper, pero en ese momento perdí todas mis energías y me quedé tendido en el suelo. Intenté gritar, pero no pasó nada, así que en su lugar me quedé dormido.
Lo curioso de los impulsos biológicos es que podemos engañarlos con facilidad, tenemos mucha habilidad para satisfacer a nuestros cuerpos mientras frustramos las razones evolutivas para las acciones que nos dan placer. Se puede hacer que la comida sin valor nutritivo tenga un aspecto y un sabor maravillosos. El sexo que no puede acabar en embarazo es igual de agradable a pesar de todo. En el pasado, supongo que un animal de compañía era el único sustituto para un hijo. Eso es lo que debería haber hecho: debería haberme comprado un gato.
Una quincena después de que Diane me abandonase, compré un kit de Ricura, de la empresa EFT en Taiwan. Bien, cuando digo "de Taiwan" me refiero a que los tres primeros dígitos del código de EFT simbolizaban Taiwan; en ocasiones eso significaba algo real, en sentido geográfico, pero normalmente no. La mayoría de esas compañías pequeñas no poseen instalaciones físicas; no son más que algunos megabytes de datos, manipulados por un software genérico que corre en la red comercial internacional. Un cliente llama al nodo local, especifica la empresa y el código del producto, y si el saldo bancario o el crédito es bueno, se cursan los pedidos a varios fabricantes de componentes, agentes de envío y firmas de ensamblaje automatizados. La empresa en sí no mueve más que electrones.
Lo que quiero decirles: compré una copia barata. Una pirata, un clon, una imitación, una versión de contrabando, llamadla como queráis. Claro que me sentía un poco culpable, y un poco avaro, ¿pero quién se puede permitir pagar cinco veces más por el producto genuino de EE.UU. fabricado en El Salvador? Sí, es timar a la gente que desarrolló el producto, que invirtió todo ese tiempo y dinero en investigación y desarrollo, ¿pero qué esperaban si pedían esas cantidades? ¿Por qué debería pagar yo la adicción a la cocaína de un montón de especuladores de California que hace diez años tuvieron una corazonada afortunada sobre cierta corporación biotecnológica? Es mejor que mi dinero vaya a un hacker comercial de quince años de Taiwan, Hong Kong o Manila, que lo hace para que sus hermanos y hermanas no tengan que follarse a turistas ricos para sobrevivir.
¿Comprendéis mis grandes motivaciones?
La Ricura tenía una ascendencia venerable. ¿Recordáis la Muñeca Repollo? Con certificado de nacimiento, defectos de nacimiento opcionales. El problema es que ese objeto se limitaba a permanecer quieto, ya que la robótica de una muñeca era demasiado cara para ser práctica, ¿Recordáis el Video Baby? ¿La Cuna Computerizada? Realismo perfecto, siempre que no quisieses atravesar el cristal y acunar al niño.
¡Evidentemente, no quería una Ricura! ¡Quería un bebé de verdad! ¿Pero cómo? Tenía treinta y cuatro años, y acaba de pasar por otra relación fallida. ¿Qué opciones tenía?
Podría empezar a buscar de nuevo una mujer que (a) quisiese tener hijos, (b) no lo hubiese hecho todavía, y (c) pudiese tolerar vivir con una mierda como yo durante más de un par de años.
Podría intentar desestimar o suprimir mi deseo irracional de ser padre, Intelectualmente (si esa palabra significa algo) no me hacía falta un hijo; es más, era fácil pensar en media docena de argumentos impecables en contra de aceptar esa carga. Pero (antropomorfizando sin vergüenza) era como si la fuerza que antes me hubiese llevado a obtener grandes cantidades de sexo, finalmente se hubiese dado cuenta de la existencia del control de natalidad, y por tanto astutamente había decido trasladar mi atención un eslabón más abajo en la secuencia causal fallida. De la misma forma que un adolescente sueña continuamente con el sexo, yo soñaba continuamente con la paternidad. O...
¡Oh! ¡Las maravillas de la tecnología! ¡No hay nada como una tercera opción para crear la ilusión de una elección libre!
...podría comprarme una Ricura.
Como las Ricuras no son legalmente humanas, el proceso de dar a luz a una, independientemente de tu sexo, se simplifica enormemente, Los abogados son superfluos, no hay que informar ni a un solo burócrata. No es de extrañar que sean tan populares, cuando los contratos de adopción, alquiler o incluso FIV con gametos de donantes tienen cientos de páginas, y cuando las cláusulas sobre hijos en los acuerdos legales entre cónyuges requieren más negociaciones que los tratados de control de misiles.
El software de control se descargó a mi terminal en cuanto se retiró el dinero de mi cuenta; el kit en sí llegó un mes más tarde. Lo que me dio tiempo de sobra para escoger la apariencia exacta que quería, jugando con los gráficos de simulación. Ojos azules, pelo rubio escaso, regordeta, bracitos con hoyuelos, una naricita pequeña... oh, que pequeño querubín más estereotipado construimos el programa y yo. Escogí una "niña", porque siempre había querido una niña, aunque las Ricuras no viven lo suficiente para que el sexo tenga ninguna importancia. A los cuatro años, de pronto, mueren. La muerte del pequeñín es tan trágica, tan devastadora, tan
catártica.
Lo puedes poner en sus ataúdes recubiertos de satén, todavía vistiendo las ropas de su cuarto cumpleaños, y darle un último beso de despedida antes de enviarlo al cielo de las Ricuras.
Claro que era repugnante. Ya
sabía
que era una obscenidad, me estremecía y me retorcía por dentro ante la total asquerosidad de lo que estaba haciendo, Pero era
posible
, y me resultaba muy difícil resistirme a lo posible. Más aún, era legal, era fácil, e incluso era barato. Así que seguí adelante, paso a paso, observándome a mí mismo, fascinado, preguntándome cuándo cambiaría de opinión, cuándo recuperaría la cordura y lo dejaría.
Aunque las Ricuras se originan a partir dé células germinales humanas, el ADN sufre grandes manipulaciones antes de la fertilización. Cambian el gen que codifica una de las proteínas que se emplean para construir las membranas de los glóbulos rojos, y haciendo que las glándulas pineal, adrenal y tiroides (triple protección, para que no haya posibilidad de fallos) secreten, a la edad crítica, una enzima que rompe la proteína alterada, la muerte infantil está garantizada. Por medio de una mutilación extrema de los genes que controlan el cerebro embrionario, se garantiza la inteligencia subhumana (y de ahí la situación legal subhumana). Las Ricuras pueden sonreír y hacer gorgoritos, gorjear, reír, balbucear y babear, llorar, patalear y gemir, pero en su mejor momento son más estúpidas que el perro medio. Los monos las superan con facilidad,
los peces de colores
obtienen mejores resultados en ciertas pruebas de inteligencia (cuidadosamente escogidas). Jamás aprenden a caminar adecuadamente, o a alimentarse sin ayuda. Comprender el habla, y menos aun
usarla
, queda totalmente descartado.
En resumen, las Ricuras son perfectas para la gente que desea los encantos irresistibles de un bebé, pero no quieren acabar enfrentados con un niño arisco de seis años, un adolescente rebelde, o los buitres de mediana edad que se sientan junto al lecho de muerte de sus padres, pensando exclusivamente en la lectura del testamento.
Copia pirata o no, el proceso era ciertamente simple: no tuve más que conectar la Caja Negra a mi terminal, encenderla, dejarla correr durante unos días mientras se ajustaban ciertas enzimas y virus útiles, y luego eyacular en el tubo A.