Authors: Greg Egan
Diez años más tarde, era dueño de una de las mayores redes de televisión por cable del país.
John Shawcross estaba en la universidad, a punto de matricularse en paleontología, cuando el SIDA empezó a figurar de forma importante en las noticias. A medida que la epidemia crecía, y las celebridades espirituales que más admiraba (incluyendo a su padre) empezaban a proclamar que la enfermedad era la voluntad de Dios, comenzó a obsesionarse. En una época en la que la palabra
milagro
pertenecía a la medicina y a la ciencia, aquí teníamos una plaga sacada directamente del Viejo Testamento, destruyendo a los corruptos y perdonando a los justos (exceptuando ocasionalmente a algún hemofílico o receptor de transfusión), demostrándole a Shawcross más allá de toda duda que los pecadores recibían su castigo en esta vida, así como en la siguiente. Era, decidió, valioso de al menos dos formas: no sólo los pecadores, a los que la condenación les había parecido una amenaza remota y sin demostrar, tenían ahora una razón potente y mundana para reformarse, sino que los rectos verían reforzada su decisión por medio de una señal inequívoca del apoyo y la aprobación de los cielos.
En resumen, la simple existencia del SIDA hacía que John Shawcross se sintiese
bien
, y gradualmente fue convenciéndose de que alguna forma de implicación personal con el VIH, el virus del SIDA, le haría sentir todavía mejor. Se quedaba despierto por la noche, reflexionando sobre los caminos misteriosos de Dios, y preguntándose por dónde podría empezar. La investigación médica sobre el SIDA iría encaminada hacia una cura, por tanto, ¿cómo podría justificar implicarse con
eso
?
Luego, durante la madrugada de una mañana fría, le despertó el ruido de la habitación junto a la suya. Risas, gruñidos y el gemido de unos resortes de mala calidad. Se cubrió las orejas con una almohada e intentó volver a dormir, pero era imposible obviar el ruido, ni tampoco del efecto que estaba cargando sobre su carne falible. Se masturbó durante un rato, con el pretexto de intentar controlar manualmente su erección indeseada, pero se detuvo antes de alcanzar el orgasmo, y se quedó tendido, estremeciéndose, en un estado de percepción moral ampliada. Cada semana la mujer era diferente; las había visto irse por la mañana. Había intentado aconsejar al estudiante, pero sólo había recibido mofas por su preocupación. Shawcross no se lo tenía en cuenta al joven; ¿era de extrañar que la gente se riese de la verdad, cuando todas las películas, todos los libros, todas las revistas, todas las canciones de rock, santificaban la promiscuidad y la perversión, convirtiéndolas en normales y positivas? ¡Puede que el temor del SIDA hubiese salvado a millones de pecadores, pero otros millones más seguían sin oír la advertencia, convencidos absurdamente de que la pareja que habían
escogido
jamás se infectaría, o confiando en que los
condones
frustrasen la voluntad de Dios!
El problema era que grandes segmentos de la población
habían
, a pesar de su desenfreno, permanecido sin infección, y el uso de condones, según los estudios que había leído,
efectivamente
reducía el riesgo de transmisión. Esos hechos afectaban profundamente a Shawcross. ¿Por qué un Dios omnipotente iba a crear una herramienta imperfecta? ¿Era una cuestión de misericordia divina? Era posible, lo admitía, pero le resultaba de bastante mal gusto: una ruleta rusa sexual estaba lejos de ser la imagen adecuada de la capacidad divina para el perdón.
¿O —Shawcross se estremeció por completo a medida que la posibilidad cristalizaba en su cerebro— podría ser el SIDA poco más que una simple sombra profética, presagiando una plaga futura mil veces más terrible? ¿Una advertencia para que los pecadores modificasen su conducta mientras todavía había tiempo? ¿
Un ejemplo para los rectos sobre cómo cumplir Su voluntad
?
Shawcross comenzó a sudar. Los pecadores de la habitación de al lado gemían como si ya estuviesen en el infierno, con la delgada pared divisoria vibrando, el viento alzándose para agitar los árboles oscuros y estremecer las ventanas. ¿Qué idea alocada era esa que tenía en la cabeza? ¿Un verdadero mensaje de Dios o el producto de su comprensión imperfecta? ¡Necesitaba guía! Encendió la lámpara de la mesa de noche y cogió la Biblia. Con los ojos cerrados, abrió el libro al azar.
Reconoció el pasaje al primer vistazo. Como debía ser; lo había leído y releído un centenar de veces, y casi se lo sabía de memoria.
La destrucción de Sodoma y Gomorra.
Al principio, intentó negar su destino: ¡no era digno! ¡Él mismo era un pecador! ¡Un niño ignorante! Pero todos eran indignos, todos eran pecadores, todos eran niños ignorantes a los ojos de Dios. Era el orgullo, no la humildad, el que argumentaba contra la elección de Dios.
Por la mañana ya no había rastro de duda.
Abandonar la paleontología fue un gran alivio; defender el creacionismo con cierta convicción exigía cierta forma de pensar, muy especial, y nunca había estado muy seguro de poder dominarla. Por otra parte, la bioquímica la dominó con facilidad (confirmación, por si le hiciese falta, de que había sido la decisión correcta). Todos los años acababa el primero de la clase, y obtuvo un doctorado en biología molecular en Harvard, luego un postdoctorado en el NIH y estancias en Canadá y Francia. Vivía para su trabajo, esforzándose sin piedad, pero preocupándose siempre de no destacar excesivamente en sus logros. Publicó muy poco, normalmente como modesto tercer o cuarto co-autor, y cuando al final regresó a casa desde Francia, nadie en su área sabía, o le hubiese importado saberlo, que John Shawcross había regresado, listo para empezar su tarea real.
Shawcross trabajó solo en el reluciente edificio blanco que le servía simultáneamente como laboratorio y hogar. No podía arriesgarse a contratar un empleado, por mucho que compartiesen creencias. Ni siquiera le había contado el secreto a sus
padres
; les había contado que se había ocupado de la genética molecular teórica, lo que sólo era una mentira por omisión, y no tenía necesidad de pedir a su padre dinero semana a semana, ya que por razones de impuestos, un veinticinco por ciento de los impresionantes beneficios del imperio Shawcross le llegaban rutinariamente a su cuenta.
El laboratorio estaba repleto de relucientes cajas grises, de las que salían cables que serpenteaban hasta los PCs; la última generación, totalmente automatizados, de sintetizadores y secuenciadores de ADN, ARN, y proteínas (todas disponibles en las tiendas, para cualquiera que tuviese dinero para comprarlos). Media docena de brazos robóticos se encargaban del trabajo pesado: dosificando y diluyendo reactivos, etiquetando tubos, cargando y descargando las centrifugadoras.
Al principio Shawcross pasó la mayor parte de su tiempo trabajando con ordenadores, buscando en las bases de datos la información de secuencia y estructura que le ofreciese un punto de arranque, contratando más tarde tiempo de superordenador para predecir las formas e interacciones de moléculas todavía desconocidas.
Cuando la difracción de rayos X acuosa fue posible, el trabajo se aceleró en un factor de diez; sintetizar y observar las proteínas y los ácidos nucleicos con mayor rapidez, y de forma mucho más fiable, que el proceso horrorosamente complejo (incluso con los mejores atajos, aproximaciones y trucos) de resolver la ecuación de Schrödinger para una molécula compuesta por miles de átomos.
Base a base, gen a gen, el virus Shawcross fue creciendo.
A medida que la mujer se quitaba el resto de la ropa, Shawcross, sentado desnudo en la silla de plástico del motel, dijo:
—Debes mantener contacto sexual con cientos de hombres.
—Miles. ¿No quieres acercarte más, cariño? ¿Puedes ver bien desde ahí?
—Perfectamente.
Se tendió, inmóvil durante un momento con las manos agarrándose los pechos, para luego cerrar los ojos y comenzar a deslizar las palmas por el torso.
Era la ducentésima vez que Shawcross había pagado a una mujer para que le tentase. Comenzar el proceso de insensibilización, cinco años antes, le había resultado casi insoportable. Esta noche sabía que se quedaría sentado tranquilamente observando como la mujer alcanzaba, o imitaba con habilidad, el orgasmo, sin que él sintiese ni un destello de lujuria.
—Tomas precauciones, imagino.
Ella sonrió, pero siguió con los ojos cerrados.
—Vaya si lo hago, Si el hombre no se pone un condón, se puede ir a otra parte, Y se lo pongo
yo
, no lo hace él mismo. Lo que yo pongo se queda puesto. ¿Por qué, has cambiado de opinión?
—No. Simple curiosidad.
Shawcross siempre pagaba la tarifa completa, por adelantado, del acto que no iba a realizar, y siempre le explicaba a la mujer, con mucha claridad, que en cualquier momento podría ceder, levantarse de la silla y unirse a ella. Ningún simple impedimento circunstancial podría llevarse el crédito de su inacción; entre él y el pecado mortal no había nada excepto su libre albedrío.
Esta noche se preguntó por qué seguía. La "tentación" se había convertido en un ritual formal, sin ningún tipo de duda sobre el resultado.
¿
Sin duda
? Eso era el orgullo hablando, su enemigo más astuto y persistente.
Todos
los hombres y mujeres caminaban continuamente por el borde del precipicio que daba al infierno, con mayor riesgo de caer a esas llamas ansiosas cuando él o ella menos lo consideraba posible.
Shawcross se puso en pie y caminó hasta la mujer. Sin vacilar, la agarró por el tobillo. Ella abrió los ojos y se sentó, observándole con diversión, luego le agarró la muñeca y comenzó a arrastrarle la mano por la pierna, apretándola con fuerza contra la piel cálida y suave.
Justo por encima de la rodilla, él empezó a sentir miedo, pero no fue hasta que los dedos tocaron humedad que retiró la mano mientras ahogaba un quejido, y regresó a la silla, sin aliento y estremeciéndose.
Así estaba mejor.
El virus Shawcross iba a ser una obra maestra de relojería biológica (una que William Paley no hubiese podido imaginar, y que ningún evolucionista ateo se atrevería a atribuir al "relojero ciego" del azar). Su única hebra de ARN describiría no uno, sino
cuatro
organismos potenciales.
El virus Shawcross A, VSA, la forma "anónima", sería extremadamente infeccioso, pero totalmente benigno. Se reproduciría en el interior de una variedad de células anfitrión en la piel y las membranas mucosas, sin provocar ni la más mínima alteración en el funcionamiento normal de la célula. Su cubierta proteínica había sido diseñada para que todo punto expuesto imitase alguna porción de una proteína humana que se
producía naturalmente
; como el sistema inmunológico era necesariamente ciego a esas sustancias (para evitar atacar al propio cuerpo), sería igualmente ciego al invasor.
Una pequeña cantidad de VSA llegaría a la corriente sanguínea, infectando los linfocitos T, y disparando la fase dos del programa genético del virus. Un sistema de enzimas realizaría copias ARN de cientos de genes de todos los cromosomas del ADN de la célula anfitrión, y esas copias se incorporarían a continuación al propio virus, Por tanto, la siguiente generación del virus portaría en sí, a todos los efectos, una
huella genética
de los anfitriones donde hubiese aparecido.
Shawcross llamaba a esa segunda forma VSP, con la P por "personalizado" (ya que el perfil genético individual de cada individuo produciría una variante única de VSP), o "puro" (porque en una persona pura sólo habría VSA y VSP.
El VSP sólo podría sobrevivir en la sangre, semen y los fluidos vaginales. Como el VSA, sería inmunológicamente invisible, pero con un truco adicional: su elección de camuflaje variaría mucho de una persona a otra, de forma que si el disfraz resultaba imperfecto, y se pudiesen producir los anticuerpos para una docena (o un centenar o un millar) de variantes
particulares
, la vacunación universal seguiría siendo imposible.
Como el VSA, no alteraría el funcionamiento de los anfitriones, excepto por una pequeña excepción. Al infectar células en la membrana mucosa vaginal, la próstata, o el epitelio seminífero, haría que esas células fabricasen y secretasen varias docenas de enzimas diseñadas específicamente para degradar varios tipos de goma. Los agujeros creados por una breve exposición serían invisiblemente pequeños, pero desde el punto de vista vírico, serían enormes.
Al reinfectar las células T, el VSP podría tomar una "decisión fundada" sobre cómo debía ser la nueva generación. Al igual que el VSA, crearía una huella genética de su célula anfitrión. A continuación la compararía con la copia ancestral almacenada. Si las dos huellas resultaban ser idénticas —lo que demostraba que la variante "personalizada" había permanecido en el interior del cuerpo donde había comenzado— sus hijas serían, simplemente, más VSP.
Sin embargo, si las huellas no eran iguales, lo que implicaba que la variante había pasado al cuerpo de otra persona (y si los marcadores específicos demostraban que los dos anfitriones
no
tenían el mismo sexo), los virus hijas serían de una tercera variedad, VSM, con ambas huellas. La M era de "monógamo" o "certificado de matrimonio". A Shawcross, un gran romántico, le resultaba casi insoportablemente dulce pensar que el amor de dos personas se expresase de esa forma, en lo más profundo del nivel subcelular, y que un hombre y una esposa, por el hecho mismo de hacer el amor, firmasen un contrato de fidelidad hasta la muerte, literalmente con su propia sangre.
VSM sería, externamente, muy similar a VSP. Evidentemente, cuando infectase una célula T, comprobaría la huella del anfitrión contra las
dos
copias almacenadas, y si
alguna de las dos
era la correcta, todo iría bien, y se produciría más VSM.
Shawcross llamaba VSD a la cuarta variante del virus. Podía formarse de dos maneras; directamente a partir de VSP, cuando los marcadores sexuales indicasen que se había producido un acto homosexual, o a partir de VSM, cuando la detección de una tercera huella genética sugería que el contrato matrimonial genético se había roto.
VSD obligaba a sus células anfitrión a secretar enzimas que catalizaban y desintegraban estructuras proteínicas vitales en las paredes de los vasos sanguíneos. Los que padeciesen una infección de VSD sufrirían hemorragias masivas por todo el cuerpo. Shawcross había descubierto que los ratones morían dos o tres minutos después de la inyección de linfocitos pre-infectados, y los conejos en cinco o seis minutos; el tiempo variaba ligeramente, dependiendo de la elección de punto de inyección.