Aral exhaló un suspiro de fatiga.
—¿Crees que esta vez hablaba en serio? —preguntó Cordelia—. Todo eso de «nunca más».
—Tendremos que estar en contacto por cuestiones de gobierno. Él lo sabe. Deja que se vaya a casa y escuche el silencio un buen rato. Luego ya veremos. —Sonrió con tristeza—. Mientras vivamos, no podremos separarnos.
Cordelia pensó en el niño cuya sangre ahora los unía: ella a Aral, Aral a Piotr y Piotr a ella.
—Eso parece. —Miró a Bothari, con expresión de disculpa—. Lo siento sargento. No sabía que Piotr podía despedir a un Hombre de Armas bajo juramento.
—Bueno, técnicamente no puede —le explicó Aral—. Bothari acaba de ser asignado a otro sector de la casa. A ti.
—Oh. —
Justo lo que siempre he querido, mi propio monstruo. ¿Qué voy a hacer con el ahora? ¿Guardarlo en el armario?
Cordelia se frotó la nariz y luego se miró la mano. Era la misma mano que acompañó a la de Bothari con la espada. Una y otra vez—. Lord Miles necesitará un guardaespaldas, ¿verdad?
Aral la miró con interés.
—Ya lo creo.
De pronto Bothari pareció tan esperanzado que Cordelia contuvo el aliento.
—Un guardaespaldas —dijo—, y un apoyo. Nadie le hará pasar un mal rato si… si me permite ayudar, señora.
«Me permite ayudar.» Rima con «te quiero», ¿verdad?
—Sería… —
Imposible, una locura, peligroso, irresponsable
—: ideal, sargento.
Su rostro se iluminó como una antorcha.
—¿Puedo empezar ahora?
—¿Por qué no?
—Estaré dentro, entonces —dijo mientras se volvía hacia la puerta del laboratorio. Cordelia se lo imaginaba, apoyado contra una pared, siempre alerta… sólo esperaba que su malévola presencia no pusiera tan nerviosos a los médicos como para dejar caer su preciosa carga.
Aral respiró hondo y la estrechó entre sus brazos.
—¿Vosotros los betaneses tenéis cuentos infantiles sobre el regalo de las brujas en el día del cumpleaños?
—Parece que en este caso tanto las hadas buenas como las malas brillan por su ausencia, ¿verdad? —Se reclinó contra la tela áspera de su uniforme—. No sé si Piotr nos entregó a Bothari como una bendición o una maldición. Pero apuesto que mantendrá a raya a cualquier enemigo. No importa de qué enemigo se trate. Son extraños los obsequios de nacimiento que entregamos a nuestro hijo.
Regresaron al laboratorio para escuchar atentamente la disertación de los médicos sobre las necesidades especiales de Miles, convenir cuáles serían los primeros tratamientos que le efectuarían, y arroparlo bien para el viaje a casa. Era muy pequeño, pesaba menos que un gato. Cordelia lo descubrió cuando al fin lo tuvo entre sus brazos, piel contra piel por primera vez desde que lo separaron de sus entrañas. Tuvo un momento de pánico.
Colocadlo otra vez en la réplica, durante unos dieciocho años. No sabré qué hacer con esto
… Los niños podían ser una bendición o no, pero crearlos para después defraudarles sin duda merecía un castigo eterno. Hasta Piotr lo sabía. Aral les abrió la puerta.
Bienvenido a Barrayar, hijo mío
. Aquí estás: tendrás un mundo de riqueza y pobreza, de cambios profundos y de historia arraigada. Tendrás un nacimiento y un nombre. Miles significa «soldado», pero no te dejes abrumar por la sugestión. Tendrás una figura retorcida en una sociedad que odia y teme a las mutaciones que tanto dolor te han causado. Tendrás un título, riqueza, poder, y todo el odio y la envidia que estos dones atraerán. Tendrás un cuerpo que deberán abrir varias veces para acomodar tus huesos. Heredarás una colección de amigos y enemigos que nada tendrán que ver contigo. Tendrás un abuelo del infierno. Soporta el dolor, encuentra la alegría y descubre un sentido propio para todo, porque no podrás esperar que el universo te lo proporcione. Siempre serás un blanco móvil. Vive. Vive. Vive.
Vorkosigan Surleau, cinco años después
.
—Maldito seas, Vaagen —dijo Cordelia, jadeante—, no me advertiste que el pequeño bribón iba a ser
hiperactivo
.
Corrió escaleras abajo, atravesó la cocina y salió a la terraza en el extremo de la residencia de piedra. Su mirada se deslizó por el jardín, entre los árboles, y escudriñó el gran lago que brillaba bajo el sol del verano. Ningún movimiento.
Vestido con el pantalón de su viejo uniforme y una camisa desteñida, Aral se acercó por un lado de la casa, la vio y abrió las manos en un gesto negativo.
—No está por aquí.
—Tampoco está dentro. ¿Habrá subido… o bajado? ¿Y dónde está la pequeña Elena? Seguro que se han ido juntos. Le prohibí que se acercara al lago sin un adulto, pero no sé…
—No creo que hayan ido al lago —dijo Aral—. Han estado nadando toda la mañana. Yo me he cansado de sólo mirarlos. En un cuarto de hora, subió al muelle y volvió a saltar diecinueve veces. Si multiplicas eso por tres horas…
—Entonces, arriba —decidió Cordelia—. Giraron y juntos comenzaron a subir la colina por el sendero bordeado de plantas nativas, importadas de la Tierra, y flores exóticas—. Pensar que recé… —jadeó Cordelia— para que llegase el día en que lo viera caminar.
—Son cinco años de movimientos contenidos puestos en libertad —analizó Aral—. En cierto sentido, resulta un alivio comprobar que toda esa frustración no se convirtió en resentimiento. Por un tiempo temí que así fuese.
—Sí. ¿Has notado que desde la última operación ya no parlotea constantemente? Al principio me alegré, ¿pero tú crees que llegará a volverse mudo? Yo ni siquiera sabía que esa unidad de refrigeración podía partirse en dos. Un ingeniero mudo.
—Supongo que… con el tiempo sus aptitudes verbales y mecánicas alcanzarán un equilibrio. Si sobrevive.
—Aquí estamos, un montón de adultos y él sólito. Deberíamos ser capaces de controlarlo. ¿Por qué siento que nos tiene rodeados?
Llegaron a la cima de la colina. Las caballerizas de Piotr se encontraban abajo, en el valle, y constaban de seis edificios de piedra y madera pintada de rojo, extensiones con cercas y pastos verdes importados de la Tierra. Cordelia vio caballos, pero ningún niño. Bothari ya se encontraba allí, y salía de un edificio para entrar en el otro. Su grito llegó hasta ellos, atenuado por la distancia.
—¡Lord Miles!
—Oh, querido, espero que no esté molestando a los caballos de Piotr —dijo Cordelia—. ¿Te parece que esta vez alcanzaremos una verdadera reconciliación? ¿Sólo porque al fin Miles ha comenzado a caminar?
—Anoche estuvo muy civilizado durante la cena —dijo Aral con tono algo esperanzado.
—Anoche
yo
estuve muy civilizada durante la cena —replicó Cordelia—.
Él
me acusó de matar de hambre a tu hijo hasta convertirlo en un enano. ¿Qué puedo hacer si el niño prefiere jugar con su comida en lugar de comerla? Todavía no sé si aumentarle la dosis de esa hormona del crecimiento. Vaagen no está seguro de sus efectos sobre la fragilidad de los huesos.
Aral esbozó una pequeña sonrisa.
—A mí me pareció ingenioso ese diálogo de los guisantes que marchaban para rodear al panecillo y exigirle la rendición. Uno casi podía imaginarlos como pequeños soldados con sus uniformes verdes.
—Sí, y tú no fuiste de gran ayuda al reírte, en lugar de amenazarlo para que comiera, como debe hacer un buen padre.
—No me reí.
—Sí, te reías con la mirada, y él lo sabía. Te tenía en un puño.
El cálido aroma orgánico de los caballos y sus inevitables derivados impregnó el aire cuando se acercaron a los edificios. Bothari volvió a aparecer, los vio y les dirigió un gesto de disculpa.
—Acabo de ver a Elena. Le dije que bajara de ese henal. Me aseguró que Miles no estaba allá arriba, pero tiene que andar por aquí. Lo siento señora, cuando habló de ver a los animales no imaginé que fuera de inmediato. Estoy seguro de que lo encontraré ahora mismo.
—Yo esperaba que Piotr nos ofreciera dar un paseo —suspiró Cordelia.
—Pensé que no te gustaban los caballos —dijo Aral.
—Los detesto. Pero se me ocurrió que de ese modo el viejo comenzaría a hablarle como a un ser humano, en lugar de verlo como a una planta en una maceta. Y Miles estaba de lo más entusiasmado con esas estúpidas bestias. Aunque no me gusta andar mucho por aquí. Este lugar es tan… Piotr. —
Arcaico, peligroso y uno debe vigilar donde pisa
.
Y hablando de Piotr, justo en ese momento el anciano emergió del cobertizo, enrollando una cuerda.
—Ah. Estáis aquí —dijo con tono neutral. Aunque se acercó a ellos con una actitud bastante sociable—. Supongo que no os interesará ver la nueva potranca.
Por su tono, Cordelia no supo si esperaba que dijese sí o no. Aunque de todos modos, aprovechó la oportunidad.
—Estoy segura de que a Miles le gustaría.
—Mm.
Cordelia se volvió hacia Bothari.
—¿Por qué no va a buscar…? —pero Bothari también la miraba, con expresión desanimada. Ella giró sobre sus talones.
Uno de los caballos más enormes de Piotr estaba saliendo del establo sin brida, montura, cabestro ni ninguna otra cosa a la cual sujetarse. Aferrado a su crin venía un niñito de cabellos oscuros, con aspecto de enano. Las facciones de Miles brillaban con una mezcla de exaltación y terror. Cordelia estuvo a punto de desmayarse.
—¡Mi semental importado! —aulló Piotr, horrorizado.
Por puro reflejo, Bothari extrajo el aturdidor de su funda. Pero entonces permaneció paralizado, sin saber qué hacer con él. Si el caballo caía y rodaba sobre el pequeño jinete…
—¡Mira, sargento! —exclamó la voz de Miles con ansiedad—. ¡Soy más alto que tú!
Bothari echó a correr hacia él. Espantado, el caballo se alejó con un medio galope.
—¡… y también puedo correr más rápido! —Las palabras quedaron ahogadas por el sonido de los cascos. El caballo desapareció al otro lado del establo.
Los cuatro adultos salieron disparados hacia allí. Cordelia no oyó ningún otro grito, pero cuando dieron la vuelta Miles estaba tendido en el suelo. El caballo se había detenido un poco más allá y tenía la cabeza inclinada para mordisquear los pastos. Al verlos emitió un resoplido hostil, alzó la cabeza, movió un poco las patas y luego siguió pastando.
Cordelia cayó de rodillas junto a Miles, quien ya estaba sentado y le indicaba que se alejase. Estaba pálido y se sujetaba el brazo izquierdo con la mano derecha en un gesto de dolor demasiado familiar.
—¿Lo ves, sargento? —jadeó Miles—. Puedo montar. Puedo hacerlo.
Piotr, que se dirigía hacia el caballo, se detuvo y lo miró.
—Yo no me refería a que no fuese capaz —dijo el sargento con ansiedad—. Me refería a que no tenía permiso.
—Oh.
—¿Se ha roto? —le preguntó Bothari, mirándole el brazo.
—Sí —suspiró el niño. Había lágrimas de dolor en sus ojos, pero no permitió que su voz se quebrase.
El sargento gruñó y le alzó la manga para palparle el antebrazo. Miles lanzó una exclamación.
—Sí. —Bothari le tiró del brazo y lo colocó en su lugar. Entonces extrajo una manga plástica del bolsillo, se la colocó sobre el brazo y la muñeca, y la hinchó—. Eso lo mantendrá firme hasta que consultemos al médico.
—¿No tendría que… mantener encerrado a ese horrible caballo? —le dijo Cordelia a Piotr.
—No es horrible —insistió Miles mientras se levantaba—. Es el más bonito.
—¿Eso crees? —le preguntó Piotr con dureza—. ¿Por qué piensas eso? ¿Te gusta el color?
—Es el que se mueve mejor —le explicó Miles mientras saltaba imitando los movimientos del caballo.
Esto cautivó la atención de Piotr.
—Ya veo —dijo con tono risueño—. Es mi mejor caballo… ¿Te gustan los caballos?
—Son fantásticos. Me encantan. —Miles hizo varias cabriolas.
—Y pensar que tu padre nunca se interesó en ellos. —Piotr dirigió a Aral una mirada resentida.
Gracias a Dios
, pensó Cordelia.
—En un caballo, seguro que podría ir tan rápido como cualquiera —dijo Miles.
—Lo dudo —respondió Piotr con frialdad—, si debemos tomar lo de hoy como un ejemplo. Si quieres montar, tendrás que hacerlo bien.
—Enséñame —pidió Miles de inmediato.
Piotr miró a Cordelia con una sonrisa amarga.
—Si tu madre te da permiso. —Giró sobre sus talones con una expresión irónica, pues conocía la antipatía de Cordelia hacia los caballos.
Cordelia se mordió la lengua para no responder «sobre mi cadáver». Los ojos de Aral parecían querer decirle algo, pero ella no alcanzaba a comprenderlo. ¿Sería éste otro plan de Piotr para matar a Miles? ¿Se lo llevaría y dejaría que el animal lo lanzase, lo pisotease hasta romperle todos los huesos? Vaya una idea.
¿Sería un riesgo? Desde que Miles comenzó a desplazarse al fin, ella no hacía más que correr tras él aterrada, tratando de salvarlo de cualquier peligro físico; en cambio Miles dedicaba la misma energía para escapar de su supervisión. Si continuaban así mucho tiempo más, alguno de los dos se volvería loco.
Si no podía mantenerlo en un lugar seguro, tal vez lo mejor fuese enseñarle a desenvolverse en un mundo de peligros. A estas alturas ya era casi imposible que se ahogase, por ejemplo. Sus grandes ojos grises le suplicaban desesperadamente en silencio:
déjame, déjame, déjame
… con la suficiente energía como para derretir el acero.
Yo lucharía contra el mundo entero por ti, pero que me condenen si encuentro una forma para salvarte de ti mismo. Está bien, pequeño
.
—Bueno —accedió Cordelia—. Pero si el sargento te acompaña.
Bothari le dirigió una mirada horrorizada. Aral se frotó el mentón con los ojos brillantes. Piotr pareció absolutamente desconcertado.
—Bien —dijo Miles—. ¿Podré tener mi propio caballo? ¿Puedo tener
ése
?
—
No
, ése no —replicó Piotr, indignado. Entonces agregó—: Tal vez un poni.
—Un caballo —insistió Miles, mirándolo fijamente.
Cordelia reconoció el estilo «negociación», que solía activarse ante la menor de las concesiones. El niño debería elaborar tratados con los cetagandaneses.
—Un poni —intervino ella, brindando a Piotr el apoyo que ni siquiera él sabía cuánto iba a necesitar—. Uno manso… y más bien
bajo
.
Piotr le dirigió una mirada desafiante.
—Tal vez puedas llegar a ganarte un caballo —le dijo a Miles—. Si aprendes bien.