Read Betibú Online

Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Humor, Policíaco

Betibú (17 page)

BOOK: Betibú
5.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Y luego, sin decir una palabra, los tres salen del escritorio y dan por terminada la visita. En el jardín los espera el comisario Venturini, que salió un rato antes a fumar un cigarrillo. El guardia conversa con un vecino de La Maravillosa. El hombre, con equipo deportivo Nike completo desde las zapatillas hasta el gorro, parece atento a la salida del grupo, más aún, los observa con detenimiento y poco reparo. Sin embargo, antes de que terminen de pasar por debajo de la cinta plástica, saluda al guardia con una palmada en el hombro y se va. Unos metros más adelante el hombre se detiene a elongar. Chau, querido, le dice el comisario Venturini al guardia. ¿Y?, ¿no me va a contar la historia esa de San Martín y el soldado?, le pregunta el guardia. Ah, sí, te la voy a contar, pero sólo el concepto porque estoy apurado, un resumen: el soldado tenía que cuidar el polvorín y era orden de San Martín que nadie entrara con botas de suela, por las chispas, ¿viste?, chispa más pólvora, explosión, ¿entendés?; pero esa noche el que quiso entrar calzando botas fue el propio San Martín y aunque insistió y peló chapa, el soldado no lo dejó. ¿Qué te parece? El guardia no responde. ¿Vos habrías hecho lo mismo? El guardia duda. ¿Sabés que hizo San Martín al día siguiente? Lo condecoró, eso hizo. ¿Te das cuenta?, lo condecoró. ¿Te gustó la anécdota? Sí, sí, dice el guardia, gracias. El comisario Venturini se está por ir pero vuelve y le dice: Otros tiempos, querido, otros tiempos, ésa es la lección, que los tiempos cambiaron. Y luego lo saluda alzando la mano y arranca la marcha junto al grupo con el que vino. Pero entonces es Nurit quien se detiene, va hacia donde está el guardia y le pregunta: ¿Quién es ese hombre?, señalando en la dirección hacia donde el vecino enfundado en Nike elonga. Luis Collazo, un amigo de Chazarreta, responde el guardia, pasa todos los días por la casa, se ve que no se acostumbra. Nurit se queda mirándolo, entonces el vecino, como si lo presintiera, gira y la descubre con los ojos clavados en él. Sin embargo, ella no baja la mirada, se queda así, intentando registrar esa cara con la que sabe que ya se cruzó otras veces desde que está en La Maravillosa. El hombre gira y se pone en marcha con torpeza y apuro. Parece un hombre nervioso, le comenta Nurit al guardia. Y… desde que mataron a Chazarreta, las cosas cambiaron acá, no para todos, algunos andan como si no hubiera pasado nada, pero para otros la cosa cambió. Entiendo, cambiaron más aún que después de que mataron a Gloria Echagüe, ¿no?, pregunta Nurit. Sí, la verdad que sí, bastante más, dice el hombre.

Nurit se queda un instante allí, mirando la casa. Jaime Brena va a buscarla, se acerca a donde ella conversaba con el guardia: ¿Otra piedra?, le pregunta. Sí, o un garbanzo verdadero, ya veremos, dice Nurit Iscar. Y se ponen en marcha otra vez.

CAPÍTULO 15

De camino a la casa que Nurit Iscar ocupa, Jaime Brena le cuenta al comisario Venturini su inquietud acerca del portarretrato vacío. Pero el comisario es terminante: Me parece una bobada, querido, ¿vos no tenés un portarretrato vacío en tu casa? Ni vacío ni con foto, no hay portarretratos en mi casa, contesta Brena. Bueno, yo sí, hace tres meses que tengo uno sobre mi mesa de luz al que no le encuentro qué foto ponerle, ¿me estarán por matar, che? A Nurit Iscar también le pareció que ahí puede haber algo. ¡Ay, escritores, ustedes y sus fantasías! Yo no soy escritor, soy periodista. Lo mismo, Brena, no, no pierdan tiempo siguiendo pistas falsas, ustedes dedíquense a escribir que es lo que hacen bien y déjennos a nosotros lo que sabemos hacer nosotros. Al César lo que es del César, ¿no es así, querido?

El comisario Venturini se despide, los demás entran en la casa. ¿Por qué un portarretrato vacío los dejó así?, pregunta el pibe de Policiales cuando ya están los tres, Nurit Iscar, Jaime Brena y él, sentados en el living. Porque rompe la serie, dice Brena. Porque lo que está nos habla y lo que no está nos interroga, dice Nurit y luego pregunta, ¿quién ocupaba ese espacio?, ¿por qué no lo ocupa más?, ¿desde cuándo?, ¿dónde está ahora esa fotografía?, ¿quién la tomó? Preguntas que hace Nurit Iscar sin esperar que nadie conteste. Sin embargo, el pibe intenta una explicación: La respuesta puede ser decepcionante, por ejemplo, que alguien le haya regalado a Chazarreta ese portarretrato a último momento, pocos días antes de su muerte y que él no hubiera elegido aún foto para ponerle dentro. No era nuevo, el vidrio tenía una rajadura en el ángulo inferior derecho, contesta Nurit, y el marco de bronce tenía las manchas esas que se le hacen al metal con el paso del tiempo. Por otra parte, es idéntico al portarretrato que tiene la imagen de Gloria Echagüe y sus compañeras de secundaria, dice Brena. Apostaría a que la relación entre los dos portarretratos también estaba en la imagen, pibe, y que el vacío tenía una foto de Chazarreta y sus compañeros de secundaria. El pibe de Policiales saca su Blackberry y confirma las descripciones que Nurit Iscar y Jaime Brena hacen sin dudar como si tuvieran ahora esos portarretratos delante de ellos. Además, dice Nurit, la casa de Chazarreta es la casa de un obsesivo: las remeras acomodadas por colores, las botellas del bar ordenadas por altura de mayor a menor, las toallas todas de color blanco, los repasadores todos de escocés rojo y verde. Y un obsesivo no pone sobre una mesa destinada a mostrar fotografías un portarretrato vacío, lo deja en su caja, embalado, hasta encontrar qué ponerle dentro, concluye Nurit. Ese portarretrato tuvo una foto que por algún motivo ya no está, estoy seguro, dice Brena, y Chazarreta lo dejó allí porque habla, porque dice algo; si no, no hubiera conservado un portarretrato con un vidrio rajado. El pibe se llama a silencio, tanta argumentación lógica lo apabulla. A pesar de lo que opine Venturini, dice Nurit Iscar, no me gustaría descartar este tema sin explorarlo un poco, no me lo perdonaría. Estoy con vos, Betibú, afirma Brena. Viviana Mansini abre la puerta sin golpear y pregunta: ¿Y el comisario Venturini? Se fue a trabajar, contesta Jaime Brena. Nosotros también estamos trabajando, dice Nurit con intención. Qué lástima, se queja Viviana, preparé unos buñuelos de banana y quería que él los probara, ¿ustedes quieren? Dale, dice Nurit, decile a Anabella que los traiga con algo para tomar. ¿Mate?, pregunta. Mate, asienten el pibe de Policiales y Jaime Brena.

Nurit propone preguntarle a Luis Collazo por la foto que falta. Pide su teléfono en la guardia y llama, pero cuando se presenta —soy Nurit Iscar, estoy trabajando para
El Tribuno
, recién nos cruzamos en la puerta de la casa de Chazarreta—, quien dijo hola del otro lado corta sin más trámite y Nurit se queda escuchando el tono de ocupado. Intenta otra vez: ocupado. Intenta una vez más: nadie responde. Es evidente que Collazo no tiene interés en hablar con nosotros. ¿Quién puede saber qué fotos ocupaban los portarretratos de un hombre que vivía solo?, se pregunta Nurit y le pregunta a los demás, ¿algún pariente?, ¿algún otro amigo más sociable que Collazo? Por lo que sé, parientes le quedaban pocos y lejos, y no creo que Chazarreta hiciera pasar a muchos amigos a su escritorio, dice Brena, pero lo podríamos intentar, si supiéramos qué otros amigos tenía, claro. Por un rato todos se callan, como si necesitaran dejar que sus cabezas trabajaran en silencio. El pibe de Policiales observa el portarretrato vacío en la pantalla de su Blackberry buscando alguna pista. Luego se levanta y va hacia la ventana, le atrae el picado que están terminando de jugar los hijos de Nurit Iscar y sus amigos. Lo tienta. Se le van los pies. Pero aunque por momentos se sienta un estorbo, él está ahí para otra cosa, para trabajar y para aprender. Y en estas últimas horas el curso de periodismo policial al que fue invitado pasó de acelerado a aceleradísimo. La puerta se abre y entra Anabella con los buñuelos y el mate. ¿Necesitan algo más?, pregunta. No, gracias, dice Nurit. Después digamé si me salieron bien, le pide la mujer. Ah, ¿los hiciste vos?, dice Nurit no muy sorprendida. Sí, claro, le contesta Anabella, quién si no, y se dispone a salir. Pero antes de que lo haga el pibe de Policiales la detiene: Sí, algo más, dice, una pregunta, ¿conocés a la mujer que trabajaba en la casa de Chazarreta cuando a él lo mataron? Gladys Varela, contesta Anabella, así se llama, salió en el noticiero. Sí, yo también la vi en el noticiero, pero vos, además, ¿la conocés?, ¿la podés ubicar? La conozco poco, pero tengo su número en mi celular. Llamala, dice el pibe, llamala y decile que nosotros somos periodistas, que trabajamos para el diario
El Tribuno
y que queremos conversar un rato con ella. Nurit y Brena se quedan mirando al pibe de Policiales sorprendidos por su acertada intervención, no porque no lo crean capaz sino porque, por fin, el pibe parece haberse despertado. La llamo, sí, dice Anabella, busco el celular en la cocina y la llamo. La mujer se va a hacer lo que acaban de pedirle. El pibe sonríe con satisfacción por su suerte de principiante. No te agrandés, le dice Brena, pero vas aprendiendo; no hay nada que hacerle, si uno quiere aprender, aprende. Y el pibe, aunque no se agranda, se siente bien.

Unos minutos después aparece Anabella con su teléfono celular en la mano. Pregunta Gladys Varela que cuánto le van a pagar. Decile a Gladys que nosotros somos periodistas serios y que los periodistas serios no pagan sus notas, se apura a contestar Jaime Brena. Pero a ella para ir a la televisión le pagaron, insiste la mujer. Por eso, dice Brena, porque fue a la televisión, nosotros no, decile que
El Tribuno
no paga por las notas, pero que si nos ayuda le vamos a hacer una foto bien linda y va a salir en unos de los diarios de más circulación en el país, una foto muy grande, un cuarto de página decile. ¿Escuchaste, Gladys?, pregunta Anabella al teléfono y espera la respuesta de la otra mujer. Se produce un silencio corto y luego: Bueno, le digo, dice Anabella al teléfono, después mira a Brena que es el que hasta ahora parece llevar adelante la negociación y sigue: Dice Gladys que viene, aunque no le paguen, por la foto en el diario, que no le gusta cómo la trataron en la tele, ya les va a contar, pero viene, por la foto, y con una condición: que la hagan entrar por «Visitas». Brena se la queda mirando, no entiende lo que la mujer le pide cuando dice «entrar por Visitas». Que la hagan pasar por la entrada de ustedes, intenta explicar Anabella: Gladys va a la ruta, se toma un remís y pasa por la puerta del country por donde entran las visitas; si no, no viene. Porque ella no viene a trabajar como hacía antes, viene porque ustedes se lo piden, porque ustedes la invitan. Y el remís se lo tienen que pagar. Sí, está bien, se apura a contestar Nurit, que después de una semana viviendo allí entiende más rápido que los otros lo que la mujer pide. Pero avise en la guardia, le advierte Anabella, si no, la van a hacer entrar por personal, y si no le cumplen, ella se va y no vuelve. Yo aviso, y le cumplo, tranquila, confirma Nurit. ¿Listo entonces?, pregunta Anabella al teléfono y después confirma: En media hora o un poquito más está por acá. La mujer cierra su celular y se va. ¿Por qué pone como condición entrar por la puerta de visitas?, pregunta el pibe. Para sentir, aunque sea una vez, que a ella le toca la misma puerta que a los demás, contesta Nurit. No te creas que a nosotros nos hicieron sentir muy bien cuando pasamos por la puerta de «Visitas», aclara Brena. No se trata de cómo te traten sino de cómo te nombren, dice Nurit.

Una hora después, Gladys Varela toca el timbre. Nurit Iscar la recibe, la hace pasar y la presenta a los otros. No había remís, tuve que esperar uno como veinte minutos, se disculpa la mujer, así que le dije que se quedara afuera porque si no, para irme, voy a tener otro plantón, ¿ustedes me pagan también la espera y la vuelta, no? Sí, claro, dice Brena. Es evidente que la mujer se vistió con sus mejores ropas: pollera negra, camisa blanca brillosa, zapatos de taco, cartera de símil cuero. Gladys Varela se sienta y, una vez más, se dispone a ser entrevistada. ¿Les cuento de ese día?, pregunta. No, eso ya lo sabemos, dice Brena y aunque no es su intención ser brusco sino acelerar el trámite, la mujer se descoloca por la forma terminante en que él lo dice. ¿Y para qué me hicieron venir acá, entonces? Es el pibe quien pone la cuota de cortesía y manipulación necesaria: Ya la vimos contarlo en la televisión. Ah, me vieron, dice ella con un orgullo que se le nota. Y en YouTube, dice el pibe, yo la vi también en YouTube. Sí, me dijeron mis chicos que estoy ahí, en el cíber lo vieron ellos. Lo vio mucha gente en YouTube, tiene muchas entradas, le cuenta el pibe. Pero los de la tele no me cumplieron, me dieron menos plata y no me pagaron viáticos, se queja la mujer. Y me sacaron un día solo, habíamos quedado en que aparecía tres veces, tres, ¿me entiende?, y una a la noche. A la noche la gente mira más la tele. Con decirle que ni mi marido me pudo ver. Los chicos lo van a llevar al cíber, para que me vea, pero no le llega el momento, a mi marido nunca le llega el momento, dice Gladys Varela y se queda moviendo apenas la cabeza como si ese movimiento reflejara alguna queja que se le queda mordida entre los dientes y que no va a terminar de aclarar. ¿Entonces?, pregunta la mujer, ¿para qué me llamaron? La llamamos porque queremos preguntarte por un detalle, por algo que hay en la casa que nos llamó la atención, dice Jaime Brena. ¿Ustedes entraron en la casa?, pregunta la mujer. Sí, con la policía. ¿Cuándo? Hace un rato. Debe estar todo muy sucio. No tanto, dice Brena. Sí, debe estar muy sucio, nadie limpia ahí desde que yo no voy, y acá la tierra entra y se junta. Los hombres no se fijan, interrumpe Nurit, pero sí, había mucho polvo. No le digo, dice Gladys Varela, acá el polvo entra. Nosotros queríamos preguntarle concretamente por un portarretrato que está en el escritorio del señor Chazarreta, uno que no tiene foto, vuelve al grano Brena. La mujer ahora se pone tensa, tanto que parece que se le cruzara por la cabeza la idea de irse. ¿Sabe de qué portarretrato le hablamos? Pero la mujer no responde. Agarra su cartera, la aferra como si estuviera preparada para salir disparada en cualquier momento. ¿Pasa algo?, pregunta el pibe. ¿Qué les importa el portarretrato?, dice ella. Nos importa la foto, dice Brena. La mujer se pone peor. ¿Son abogados de Chazarreta?, pregunta. No, niega Brena con vehemencia y no entiende por qué a la mujer se le ocurre eso —para él, para Jaime Brena, que lo confundan con un abogado está bien lejos de ser un halago—. Nosotros somos periodistas, ¿por qué piensa que podemos ser abogados de Chazarreta? Él dijo que si no aparecía la foto iba a llamar a su abogado y a la policía. ¿Cuándo dijo eso? Cuando faltó la foto. Pero cuándo fue eso. Hace unos meses, o un año, ya no me acuerdo, yo creí que estaba todo aclarado, o que por lo menos el señor sabía que yo no tenía nada que ver con eso. ¿Con qué? Con la foto que faltaba. Chazarreta primero me culpó a mí, pero un día vino con que se había dado cuenta de que yo no tenía nada que ver, me lo reconoció, pero no me pidió disculpas, eso no, y después no me habló más del asunto. Lo pasé mal, yo no toco nada que no sea mío. Yo no toco nada. ¿Para qué voy a querer una foto? La mujer los mira con preocupación e insiste una vez más: ¿Cómo sé que ustedes no son abogados? Ella es escritora y nosotros dos periodistas de
El Tribuno
, dice el pibe de Policiales, si no nos cree podemos llamar al diario. Gladys Varela lo interrumpe: No, está bien, a usted le creo, le dice al pibe. La mujer pide un vaso de agua. Nurit sale de la habitación y se lo trae. La mujer bebe. Para mí era un asunto terminado, yo me olvidé, no me gustó lo que me dijo el señor, pero me lo olvidé, si uno trabaja en un lugar no puede tener cosas pendientes con el patrón, dice y deja a Jaime Brena pensando cuánto él tiene pendiente con los suyos y desde hace cuánto tiempo. Para qué voy a querer yo esa foto. ¿Y qué era esa foto, qué retrataba?, apura el pibe. Era una foto de hace muchos años, de él y unos amigos, debían ser cuatro o cinco, compañeros del colegio secundario. Jaime Brena y Nurit cruzan miradas. Había dos portarretratos iguales, en uno estaba su mujer con sus compañeras de colegio y en otro el señor Chazarreta con los de él. ¿Sabe a qué colegio secundario fue Chazarreta?, le pregunta Nurit. Y, ahí en la foto decía, pero nunca le presté mucha atención, tenían una bandera adelante, la sostenían entre todos, y era un santo: pero no San Pablo, ni San Pedro, ni San Agustín, no sé, un santo raro. Un santo no muy conocido, ¿me entiende?, por eso no me sale. ¿Y por qué cree que para Chazarreta era tan importante? No sé. Pero para colmo, al poco tiempo se muere un amigo que estaba en esa foto. Una desgracia. Justo uno que estaba en esa foto. ¿Sabe el nombre de ese amigo?, pregunta Brena. Sí, Gandolfini, era socio de acá, de La Maravillosa también, tenía casa de fin de semana. Se mató en la Panamericana. Le gustaba correr, dicen, y un día se la puso contra una columna. Chazarreta estaba mal, imaginesé. No era de hablar, no hablaba nada, pero a veces, después del whisky, algo decía. Y no era para menos. Primero la mujer, después el amigo. A lo mejor, alguien le hizo un trabajo con esa foto. Porque mucha casualidad. Mucho odio hay que tener para hacer un trabajo así, dice Gladys Varela y luego se queda en silencio, apretando algo que lleva sobre el pecho, debajo de la camisa y que ellos no pueden ver. Un trabajo, repite, alguien les debe haber hecho un trabajo, yo le dije. ¿A qué se refiere exactamente cuando dice un trabajo?, pregunta el pibe de Policiales. A eso que hacen los que saben de magia negra, de vudú. Un daño. Se le reza a alguien, se pide, para que a otro le suceda una desgracia. Yo estoy segura de que fue un trabajo; si no, ¿qué? Primero no me di cuenta, porque cuando entré a trabajar la mujer ya estaba muerta. Pero después fue Gandolfini, el mismo Chazarreta, y un poco antes el que se murió en la nieve, en la nieve de Estados Unidos creo, porque acá era verano. ¿Cómo?, dice Nurit, pero la mujer en su entusiasmo no la escucha. Eso no es casualidad, es que alguien reza y te desea el mal, es un daño, concluye Gladys Varela. ¿Quién se murió en la nieve?, insiste Nurit. Otro amigo de Chazarreta, dice la mujer, en un accidente, esquiando. No entiendo, dice Brena, ¿el de la nieve también estaba en la foto? Sí, Chazarreta, Gandolfini y el de la nieve, los tres muertos, dice la mujer. ¿Te acordás el nombre del que murió esquiando?, pregunta el pibe. No, no me acuerdo, dice la mujer, pero tenía casa acá también, fue a los meses de lo de Gandolfini. A lo mejor Anabella se acuerda, y si no le averiguamos, alguien se tiene que acordar. Todos hablaban del asunto, imaginesé, se va de vacaciones con toda la familia y se mata. Y el tipo sabía esquiar bien, tenía premios y todo, dicen, una desgracia. Gladys se detiene, bebe un poco más de agua. Nurit, Jaime Brena y el pibe de Policiales, aunque quieren parecer compuestos y tranquilos, no logran salir de su asombro. Lo intenta el pibe de Policiales: Entonces, resumamos, en la foto dijiste que aparecían cinco compañeros de la escuela secundaria de Chazarreta. Cuatro o cinco como mucho, yo creo que cinco con Chazarreta, debe ser. ¿O seis?, duda la mujer. Y de esos cuatro, cinco o seis, tres están muertos, afirma Jaime Brena, aunque en realidad está preguntando y luego enuncia los nombres: Chazarreta, Gandolfini y el esquiador. Sí, tres muertos, repite Gladys Varela. Tres muertos, dice otra vez Brena. Tres muertos, susurra Nurit. Por eso, es un trabajo, un daño, insiste Gladys; si no, no se pueden morir todos así como así. Sumado a que ya estaba muerta la esposa. Y vaya a saber si esto termina acá, dice la mujer y Nurit se estremece. Alguien les rezó para que les caiga encima una desgracia. Y la desgracia les cayó.

BOOK: Betibú
5.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Crowstarver by Dick King-Smith
Armageddon: The Cosmic Battle Of The Ages by Lahaye, Tim, Jenkins, Jerry B.
Black Onyx by Victor Methos
Company Ink by Samantha Anne
The Child Buyer by John Hersey
Autumn: The City by David Moody
A Winter Awakening by Slate, Vivian