Bitterblue (47 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
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—Giddon. Esto ha sido obra de Randa, no de usted.

Alzando el rostro de las manos, Giddon la miró con una expresión torva, irónica y convencida.

—Vale, de acuerdo —continuó Bitterblue, que hizo una pausa para meditar lo que deseaba decir—. En parte, usted es responsable. Su desafío a Randa hizo vulnerables a aquellos de los que usted era responsable. Pero no creo que hubiera podido prevenirlo o que hubiera tenido que preverlo. Randa ha conmocionado a todos con su actuación. Sus gestos simbólicos no habían sido nunca tan extremosos, y nadie habría adivinado que la totalidad de las consecuencias del asunto del Consejo se descargaría contra usted.

Porque eso era otra cosa que Giddon le había contado: Randa había despojado de su capitanía a Oll, todavía en Nordicia, si bien este había perdido la confianza del rey años atrás, así que poco importaba. Contra Katsa se había dado de nuevo la orden de destierro, pero a ella ya la había desterrado y privado de fortuna mucho tiempo atrás. Lo cual no le había impedido entrar en Terramedia cuando quería ni a negarse a que Raffin le adelantara dinero cuando lo necesitaba. Randa vilipendiaba a Raffin, lo amenazaba con no reconocerlo como propio, desheredarlo, renegar de él, pero nunca lo hacía. Raffin parecía ser el principal punto de fricción de Randa; era incapaz de causar a su hijo un perjuicio serio. ¿Y a Bann? Randa tenía una capacidad extraordinaria para fingir que Bann no existía.

Giddon, por otro lado, era el blanco perfecto de un rey cobarde: un noble poseedor de un patrimonio considerable que no se acobardaba con Randa y al que sería divertido destrozar.

—Quizá deberíamos haberlo visto venir, si no hubiésemos tenidos mil cosas más de las que ocuparnos —admitió Bitterblue—. Pero sigo dudando de que usted hubiera podido prevenir que ocurriera; no sin convertirse en un hombre de menos valía.

—Me prometió que nunca me mentiría, majestad —dijo Giddon.

El noble tenía los ojos húmedos y le brillaban demasiado. El agotamiento había empezado a reflejarse en sus rasgos, como si todo —las manos, los brazos, la piel— le pesara demasiado para aguantarlo. Bitterblue se preguntó si la insensibilidad empezaba a quedar atrás.

—No miento, Giddon. Creo que cuando se entregó a la causa del Consejo eligió el camino correcto.

Por la mañana, Bann y Raffin acudieron a desayunar. Bitterblue los observó mientras comían callados, medio dormidos. Bann tenía el cabello húmedo y rizado en las puntas, y parecía estar dándole vueltas a algo, abstraído. Raffin no dejaba de suspirar. Al día siguiente partía hacia Elestia, con Po.

—¿El Consejo no puede hacer nada por Giddon? —preguntó Bitterblue al cabo de un rato—. ¿Ese acto de Randa no lo ha rebajado a la categoría de los peores reyes?

—Es complicado, majestad —contestó Bann tras unos instantes; se aclaró la garganta—. De hecho, Giddon proveía de fondos al Consejo con la riqueza de su patrimonio, al igual que hacen Po y Raffin. Como tal, cometía un delito que podría interpretarse como traición. Está justificado que un monarca se apodere de posesiones de un señor que ha incurrido en traición. La sanción de Randa ha sido exagerada, pero lo ha llevado todo a cabo siguiendo las leyes. —Bann posó los ojos en Raffin, que estaba sentado como si fuese una talla de madera—. Randa es el padre de Raffin. Incluso Giddon se opone a tomar medidas que lo enfrentarían de forma directa con el rey. Giddon ha perdido todo lo que le importaba. Nada de lo que pudiéramos hacer cambiaría eso.

De nuevo comieron un rato en silencio, durante un tiempo. Entonces, Raffin habló como si hubiese tomado una decisión:

—Yo también he perdido algo que era importante para mí. Aún no doy crédito a que hiciera algo así. Se ha convertido en mi enemigo.

—Siempre lo ha sido, Raffin —le dijo Bann con suavidad.

—Esto es diferente. Jamás había querido renegar de él como mi padre. Jamás había deseado ser rey con tal de que él no lo fuera.

—Tú nunca has querido ser rey de ninguna manera.

—Y aún soy de la misma opinión —contestó Raffin con repentina amargura—. Pero él no debería serlo. Estaría totalmente perdido como monarca —añadió vocalizando despacio cada palabra—, pero al menos no sería un soberano cruel, maldita sea.

—Raffin —dijo Bitterblue, henchido el corazón de comprensión por saber lo que le ocurría—. Cuando ese día llegue no estará solo, se lo prometo. Yo estaré con usted y también todos los que me ayudaron a mí. Mi tío le acompañará si quiere. Los dos aprenderán cómo ser rey —añadió, refiriéndose asimismo a Bann, por supuesto, y más agradecida que nunca por su capacidad para tener los pies en la tierra, que actuaba como contrapunto a la abstracción de Raffin. Quizás entre los dos conseguirían modelar un buen monarca.

Helda entró en la sala y abrió la boca para hablar, pero no lo hizo; se hizo un silencio cuando oyeron que las puertas exteriores se abrían. Unos instantes después, Giddon los sorprendió a todos haciendo entrar a Zaf propinándole un tirón del brazo. Giddon tenía los ojos enrojecidos y estaba despeinado.

—¿Qué ha hecho ahora? —preguntó Bitterblue, cortante.

—Lo he encontrado en el laberinto de su padre, majestad —respondió Giddon.

—Zaf, ¿qué hacías en el laberinto? —instó Bitterblue.

—No va contra ninguna ley deambular por el castillo —repuso Zaf—. Y en cualquier caso, ¿cuál es la disculpa de él para estar allí?

Giddon le dio un bofetón en la boca, lo asió por el cuello y lo miró a los ojos sorprendidos.

—Habla a la reina con respeto o jamás trabajarás para el Consejo en ninguna comisión.

El labio de Zaf sangraba y él lo tocó con la lengua, tras lo cual esbozó una mueca a Giddon, que lo soltó con brusquedad. Zaf se volvió hacia Bitterblue.

—Qué amigos tan agradables tiene —dijo.

Bitterblue estaba casi segura de que Giddon había ido al laberinto porque Po lo había enviado allí para que descubriera qué se traía entre manos Zaf.

—Basta —ordenó, enfadada con ambos—. Giddon, no quiero que haya más golpes. Zaf, dime por qué estabas en el laberinto.

Metiendo la mano en el bolsillo, Zaf sacó un aro con tres llaves, seguido de un juego de ganzúas que Bitterblue reconoció. Sin ceremonias, le soltó ambas cosas en la mano.

—¿Dónde conseguiste esto? —preguntó Bitterblue, desconcertada.

—Parecen las ganzúas de Raposa, majestad —comentó Helda.

—Lo son —confirmó Bitterblue—. ¿Te las dio ella, Zaf, o se las robaste?

—¿Por qué iba a darme sus ganzúas? —preguntó él con suavidad—. Sabe exactamente quién soy.

—¿Y las llaves? —inquirió Bitterblue con calma.

—Las llaves salieron de su bolsillo cuando le birlé las ganzúas.

—¿Para qué son las llaves? —le preguntó Bitterblue a Helda.

—No sabría decirle, majestad. Ignoraba que Raposa tuviera llaves.

Bitterblue examinó las llaves que tenía en la mano. Las tres eran grandes y ornamentadas.

—Me resultan conocidas —dijo, indecisa—. Helda, estas llaves me son familiares. Ven, ayúdame —pidió mientras se dirigía al tapiz del caballo azul.

Cuando el ama recogió el tapiz entre los brazos, Bitterblue empezó a probar las llaves en la cerradura. La segunda la abrió. Bitterblue miró a Helda a los ojos y vio que las dos se estaban haciendo la misma pregunta: ¿por qué Raposa tenía las llaves de Leck en el bolsillo? ¿Y por qué, si las tenía, había hecho el alarde de utilizar las ganzúas?

—Estoy segura de que hay una explicación satisfactoria, majestad —le dijo Helda.

—Yo también lo estoy. Esperemos a ver si se ofrece a facilitar la información por propia iniciativa cuando descubra que Zaf las cogió.

—Confío en ella, majestad.

—Yo no —intervino Zaf desde el otro lado de la habitación—. Tiene agujeros en los lóbulos de las orejas.

—Bueno, eso es porque pasó la infancia en Lenidia, igual que tú, joven. ¿Dónde crees que le dieron el nombre que encaja con el color de su cabello?

—En tal caso, ¿por qué no habla conmigo de Lenidia? —inquirió Zaf—. Si su familia estuvo lo bastante despierta para mandarla lejos, ¿por qué no comenta conmigo cosas sobre la resistencia? ¿Por qué no me cuenta nada de su familia, de su casa? ¿Y dónde ha dejado el acento lenita? Procura hablar lo menos posible de sí misma, y eso me hace desconfiar. Su conversación es demasiado selectiva. Me dijo la ubicación de los aposentos de Leck, pero no mencionó el hecho de que hubiera un laberinto. ¿Acaso esperaba que me capturaran allí?

—¿Acaso te encargó ella que fueras a husmear? —replicó Bitterblue—. Protestas por el comportamiento receloso de alguien a quien has robado, Zaf. Quizá no habla contigo porque no le caes bien. Quizá no le gustaba Lenidia. De todos modos, la lista de gente en la que confías es menor que el número de llaves que hay en ese aro. ¿Qué tenemos que hacer para conseguir que dejes de comportarte como un crío? No siempre vamos a hacer malabarismos para protegerte, ¿sabes? ¿Te ha dicho el príncipe Po que, el día que te salvó la vida en el juicio y se lo pagaste robándome la corona, se pasó horas recorriendo la ciudad bajo la lluvia tras ella, y después cayó gravemente enfermo?

No, saltaba a la vista que Po no se lo había contado. La callada mortificación que apareció de pronto en el rostro de Zaf daba prueba de ello.

—¿Por qué entraste en el laberinto de mi padre? —repitió.

—Por curiosidad —contestó, abatido.

—¿Respecto a qué?

—Raposa mencionó los aposentos de Leck. Entonces le quité las ganzúas y las llaves salieron detrás, enganchadas. Supongo que imaginé para qué servían. Sentía curiosidad por ver personalmente esos aposentos. ¿Cree que Teddy o Tilda o Bren me perdonarían si no hubiera aprovechado la oportunidad de descubrir algunas verdades durante el tiempo que pasase en el castillo?

—Creo que Teddy te habría dicho que dejaras de hacernos perder el tiempo a mí y al Consejo —contestó Bitterblue—. Y creo que sabes que estaría encantada de describir yo misma a Teddy los aposentos de mi padre. Mierda, Zaf. Si me lo pidiera, lo llevaría allí para que los viera con sus propios ojos.

Las puertas exteriores sonaron otra vez.

—Creo que hemos terminado con este asunto —dijo Bitterblue, temiendo por la seguridad de Zaf en caso de que la persona que estaba a punto de entrar no fuera Po o Madlen. O Deceso. O Holt. O Hava.

«Es decir, esas son las personas en las que confío», pensó, y puso los ojos en blanco por su conclusión.

—¿El príncipe Po se ha recuperado? —se interesó Zaf.

Katsa irrumpió en el cuarto.

—¿Recuperarse de qué? —demandó—. ¿Qué ha ocurrido?

—¡Katsa! —Bitterblue sintió tal alivio que la dejó desmadejada y la puso al borde del llanto—. No ha pasado nada. Se encuentra bien.

—¿Es que ha…? —Katsa se dio cuenta de la presencia de un desconocido en el cuarto—. ¿Se ha…? —empezó de nuevo, desconcertada.

—Tranquilízate, Katsa —pidió Giddon—. Cálmate —repitió al tiempo que le ofrecía la mano, que ella asió tras un instante de vacilación—. Estuvo enfermo durante un tiempo, pero ahora se encuentra mejor. Todo va bien. ¿Qué te retrasó tanto?

—Esperad a que os cuente, porque no os lo vais a creer. —Katsa se acercó a Bitterblue y la estrechó sin rodearle el brazo herido.

—¿Quién te hizo esto? —demandó mientras le pasaba los dedos con suavidad a lo largo del brazo enyesado.

Bitterblue estaba tan contenta que no sentía el dolor. Hundió el rostro en la frialdad y el extraño olor de la pelliza de Katsa.

—Es una larga historia, Kat —dijo la voz de Raffin junto a ellas—. Han pasado muchas cosas.

Katsa se puso de puntillas para besar a Raffin, tras lo cual escudriñó con más detenimiento, por encima de la cabeza de Bitterblue, a Zaf y lo observó con los ojos entrecerrados; después miró a Bitterblue, y luego de nuevo a él. Empezó a sonreír en tanto que Zaf, pasmado por su presencia, se quedaba con la boca ligeramente abierta y los ojos graceling más grandes del mundo. El oro le relucía en orejas y dedos.

—Hola, marinero —saludó Katsa. Luego le habló a Bitterblue—. ¿Te recuerda a alguien?

—Sí —contestó, a sabiendas de que hacía alusión a Po, aunque ella se refería a Katsa. Despreocupación por el peligro—. ¿Encontraste el túnel? —preguntó, todavía con la cara apoyada en Katsa.

—Sí, y lo recorrí todo el trecho hasta Elestia. Y también encontré algo más, a través de una grieta. Las había por doquier, Bitterblue, y el aire que soplaba a través de ellas me sonaba raro de algún modo. Y olía diferente. Así que aparté unas cuantas piedras. Me llevó siglos, y en cierto momento provoqué un pequeño desprendimiento de rocas, pero me las arreglé para abrir un acceso a toda una serie nueva de pasadizos. Tome el más amplio, hasta donde podía justificar dedicarle tiempo. Me agobiaba pensar en el regreso. Pero había aberturas a la superficie de vez en cuando y, escucha bien lo que digo, Bitterblue: tengo que volver allí. Había un pasadizo hacia el este por debajo de las montañas. Mira la rata que me atacó.

De nuevo, las puertas exteriores sonaron al abrirse. Esta vez, Bitterblue sabía quién llegaba.

—Fuera —le dijo a Zaf con el índice extendido, porque iba a haber un intercambio privado e impredecible, algo que no estaba destinado a los ojos de Zaf, henchidos de admiración—. Vete —insistió con más contundencia; hizo un gesto a Giddon para que se ocupara de ello mientras Po aparecía en la puerta, jadeante, agarrándose al marco de la puerta con una mano.

—Lo siento —dijo Po—. Lo siento, Katsa.

—Yo también —dijo ella, que corrió hacia él.

Giddon sacó a Zaf casi a rastras. Katsa y Po se abrazaron, lloraron, montaron un número como cualquiera esperaría de ellos, pero Bitterblue había dejado de estar pendiente de esos dos, porque toda su atención estaba volcada en algo que Katsa había tirado sobre la mesa del desayuno cuando echó a correr hacia Po. Alargó una mano hacia aquello.

Después la retiró con brusquedad, como si algo la hubiese impresionado o la hubiera mordido.

Era la piel de una rata, pero había algo que no estaba bien. Era de un color casi normal, pero solo casi. En lugar de gris, tenía un tornasol plateado, con un viso dorado en ciertos ángulos; y aparte de la rareza del color, había algo peculiar en esa piel que no podía determinar. Era incapaz de apartar los ojos de ella. Esa piel de rata plateada era lo más bonito que Bitterblue había visto en su vida.

Se obligó a tocarla. Era de verdad; la piel era de una rata de verdad que había estado viva y a la que Katsa había matado.

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