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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda (19 page)

BOOK: Buenos Aires es leyenda
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Otra de las cosas que se dicen es que la historia del «auto revolucionario de Cipriani» y su récord pueden estar inspirados en «El Halcón de Pronello», un auto que, en 1970, llegó a promediar los 245 kilómetros por hora, pero que según Dante Emiliozzi, su piloto y cuádruple campeón de TC, «andaba en 295». El Halcón quedó destruido en un accidente, con fuego incluido; lo cual también podría llegar a guardar relación con la historia del supuesto accidente fatal de Pepe Cipriani.

Existe una versión que describe dramáticamente y con lujo de detalles el deceso de Cipriani. Algunos dicen que se trata de un viejo cuento «tuerca», una obra de ficción que solía escucharse en los comienzos del automovilismo argentino, y que en épocas posteriores fue atribuida a Pepe Cipriani, para inflar aún más su leyenda.

Sea como fuere, vale la pena comentarla.

La historia relata el desarrollo de la supuesta «última carrera de Cipriani», en la cual marchaba primero cuando faltaban sólo cinco vueltas. En ese momento, repentinamente, su auto se prendió fuego. Pero El Pepe no se detuvo: corrió así las últimas vueltas, envuelto en llamas. Algunos fanáticos dicen que el incendio fue provocado por la increíble velocidad que había alcanzado. Sin embargo, y a pesar del esfuerzo de Cipriani, a metros de la línea de meta el auto no aguantó más y explotó en mil pedazos. Sólo quedaron humo y hierros al rojo vivo. Entonces, el hombre que portaba la bandera a cuadros se acercó a uno de estos restos humeantes. Era el cuerpo carbonizado de Pepe Cipriani. La explosión lo había despedido hacia delante, haciendo que atravesara la línea de meta, dejándolo tirado unos dos metros más allá…

El Pepe había ganado su última carrera.

Haya existido o no nuestro mítico piloto, podemos asegurar que aún viaja a toda velocidad, de boca en boca, en la tribuna «tuerca» de cada domingo.

Palermo

El otro Borges

Augusto Pedrozzi
es un profundo admirador de Borges, y como tal, colecciona cualquier cosa relacionada con el escritor: fotos, retratos, noticias en diarios y revistas, casetes de audio y video, y por supuesto libros, montones de ellos: libros escritos por Borges, libros con algún poema, cuento o artículo de Borges, libros con prólogo de Borges, libros en los que se cita (aunque sea fugazmente) a Borges, libros relacionados con temas que haya abordado Borges en su literatura. Cuatro bibliotecas repletas y volúmenes apilados por todos lados. Sin embargo, todo esto no alcanza para conformar a Augusto.

—Todo fanático que se precie —nos dijo— debe tener lo que yo llamo «objetos especiales» de su ídolo, objetos que no se consigan fácilmente, cosas únicas, sin igual.

Los «objetos especiales» de Augusto se encontraban dentro de un cofre de roble. Cada tesoro descansaba en una cajita individual forrada en terciopelo: una pluma de escribir, un pañuelo, un amarillento y resquebrajado mapa de la provincia de Buenos Aires (supuestas pertenencias de Borges), un trozo de madera (que habría formado parte de uno de los bastones del escritor), y, dentro de un folio plástico, lo que parecía ser la hojita arrancada de una agenda de bolsillo.

Este último objeto debería contener la pista que habíamos ido a buscar a la casa de Augusto.

A través del folio protector se podía apreciar que la cara visible de la hoja pertenecía al 25 de noviembre.

—Se lo compré a un tipo de Barracas —nos comentó el fanático—. Me dijo que él se lo había comprado a otro tipo, y éste, a su vez, a otro, y así; pero que la primera persona que tuvo esta hoja de agenda en su poder la encontró tirada en el piso de un bar de Palermo.

Antes que le preguntásemos nada, Augusto tomó el folio con la delicadeza de quien manipula materiales radiactivos, y, sin sacar el papel de la caja, lo giró y nos mostró la otra cara. Pertenecía al día 26 de noviembre, y en este lado sí podía verse el año: 1989. En tinta azul estaba manuscrita la siguiente leyenda:

Hoy estuvo de vuelta. Se sentó en la mesa de siempre. No hay dudas: es Borges.

El axioma dice: «Cuando muere un grande, nace un mito». Y Borges no fue la excepción.

La leyenda de un Borges paseando, después de la fecha de su fallecimiento, por las calles de Palermo, surgió y desplegó su abanico de versiones, como una bestia estira sus tentáculos. Las primeras en surgir hablaban del fantasma del escritor: su espectro volvía para vagar por los lugares que había amado. Pero a medida que pasaba el tiempo, un Borges fantasmal no era suficiente para sus seguidores, entonces comenzaron a nacer versiones que incluían un Borges de carne y hueso. Algunas de ellas, haciendo la vista gorda a las evidencias con respecto al deceso del genio, afirmaban que todo se trataba de un error (involuntario o no), que Borges nunca había muerto, que todavía vivía en su querido barrio.

Esta clase de rumores es muy común en estos casos. Los fanáticos de Elvis Presley, James Dean, Carlos Gardel, entre otros, también hicieron caso omiso a la comprobable muerte de sus ídolos, asegurando que seguían vivos, tal como lo demostraban, según ellos, los numerosos testigos que juraban haberlos visto, luego de la respectiva fecha de fallecimiento.

Algunos entienden esto como la natural resistencia a la desaparición de una gran figura.

Ahora bien, en el caso de Borges (como también en el de Carlos Gardel; véase «El mito del Zorzal») existen otras versiones que abren una posibilidad diferente: esquivan las evidencias de la muerte del genio, diciendo que sí, es verdad, Jorge Luis Borges ha muerto… pero ha quedado suelto «otro Borges».

Este «tentáculo» del mito asegura que el escritor siempre sospechó la existencia de un doble, sospechas que quedaron reflejadas en varios de sus escritos, como «El otro»,

… usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.

y «Borges y yo»:

… yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro […] Hace años yo traté de librarme de el y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.

Otras dos «evidencias» que suelen sacar a relucir los defensores del mito del doble (llamémoslos doblistas), son las polémicas que existen en torno a dos textos: la novela
El enigma de la calle Arcos
y el poema «Instantes» (también conocido como «Momentos»).

La novela (que se publicó como folletín en el diario
Crítica
, allá por 1932) fue firmada por un tal Sauli Lostal; y mientras algunos dicen que éste sería un seudónimo del mismo Jorge Luis Borges, otros anuncian que Sauli Lostal es Luis A. Stallo, no un hombre de letras sino un «caballero itálico dedicado a los negocios».

El poema también es atribuido a Borges, aunque se han llevado a cabo investigaciones que señalan que no es así. Algunas de ellas indican como su verdadera autora a Nadine Stair, poetisa norteamericana de Kentucky, fallecida en 1988; hay quienes afirman que Nadine Stair no existió nunca, que sí hubo una Nadine Strain, cuya única ocupación era la música, y que murió en Louisville, en el mismo año que la inexistente Stair. Otras versiones aseguran que el auténtico autor de «Instantes» sería el caricaturista Don Herold, que el texto original se titularía
If I had My Life to Live over
, y que habría sido publicado en la revista
Reader's Digest
de octubre de 1953.

Los doblistas, en cambio, cortan por lo sano: los dos textos pertenecen al otro Borges.

Y además de todas estas supuestas pruebas, ahora consideran la hoja de agenda de Augusto (quien se confiesa uno de los más apasionados defensores del mito del doble) como una última prueba que corrobora sus ideas. La valoran como algunos religiosos veneran el sudario de Cristo. Todos los 26 de noviembre se reúnen en honor a la Inscripción.

—Nosotros —nos dijo Augusto, refiriéndose a los Doblistas— estamos totalmente seguros de que la hoja de agenda perteneció a una especie de diario o crónica que llevaba cierto mozo, el cual solía atender al otro Borges en aquel bar de Palermo.

Con este dato, el último que nos entregó el fanático, recorrimos los bares y restaurantes de Palermo preguntando por el supuesto «mozo cronista».

El testimonio más interesante nos lo entregó uno de los mozos del bar que se encuentra en Paraguay y la ex Serrano, ahora llamada… Jorge Luis Borges:

—Debe tratarse del loquito Gaspar —nos dijo el mozo—, el pobre veía de todo: luces, bichos, fantasmas. Gaspar estaba loco de verdad. Acá trabajó muy poquito. Lo rajaron cuando le escupió en la cara a un cliente porque según él era un marciano disfrazado.

—¿Gaspar llevaba algún registro escrito de aquellas visiones, una especie de diario de experiencias?

—Me parece algo demasiado complicado para el loco. Las únicas anotaciones que le vi tomar fueron los pedidos de las mesas.

—¿Supo algo más de él?

—Me enteré que lo tomaron en un restaurante a dos cuadras de acá. Creo que ahí duró un poquito más. De todo esto hace ya unos seis o siete años. Al loquito le perdí el rastro, y aquel restaurante cerró.

También recogimos testimonios de la gente del barrio con respecto al mito:

Alfonso A
.: «Al Maestro lo vi hace un par de años, en el Botánico. Yo solía pasar ahí el descanso del laburo, almorzando. Y aquel día, mientras desenvolvía el sándwich, pasó delante mío. Me quedé como un pavote, inmovilizado. Aunque estaba viejo y andaba con el bastón, no me pareció que le costara mucho caminar. No le grité, no lo seguí, no hice nada. Era Borges, seguro».

Margarita G
.: «Acá en el barrio hay muchos que dicen verlo. Dicen que sigue yendo a los bares a escribir. Que no pide nada y que tampoco los mozos se animan a interrumpirlo».

Silvia O
.: «Algunos lo ven en la Plaza del Lector. Un amigo mío dice que lo vio allí, sentado en el banco cerca del mástil. Me dijo que se lo quedó observando sin animarse a hacer nada. Hasta que Borges se levantó, salió a la calle Galileo, subió la escalera para agarrar Copérnico y por ahí se fue». (Efectivamente, la calle Copérnico termina en una escalera que da a la calle Galileo).

Para estudiar la posible naturaleza de este «otro Borges», debemos analizar el mito universal del doble. Éste dice que cada ser humano tiene su doble en alguna parte. Ahora, si el doble es malo o bueno depende de la versión del mito que consideremos.

Por ejemplo, los judíos consideran que la aparición del doble es merecedora de la más inmensa de las alegrías. Es para ellos la confirmación de que se ha alcanzado el estado más puro, el «estado profético» (el Talmud cuenta la historia de un hombre que, en busca de Dios, se encontró consigo mismo).

Y en la otra cara de la moneda tenemos versiones que aseguran que nuestros dobles nos buscan durante toda la vida, para eliminarnos y reemplazarnos. Un caso reciente que suelen citar los defensores de estas ideas es el del peón rural Rafael Lanizante. En septiembre de 2003, Rafael acudió al hospital Regional de Comodoro Rivadavia porque le dolía una muela. La respuesta que recibió de la mujer que atendía en la mesa de entradas le provocó un escalofrío de terror: «No me puede estar pidiendo un turno, señor. Usted falleció hace veintitrés años».

Y no se trataba de ninguna broma: en la historia clínica del señor Lanizante estaba su certificado de defunción fechado en 1980.

Los doblistas no dudan: Rafael Lanizante, el original, murió en 1980. El que se presentó en el hospital es su doble y asesino. Evidentemente, algo anduvo mal; cuando un trabajo está bien hecho, el doble (según el mito) consigue que nadie se entere de la muerte del original y su posterior reemplazo. Al parecer, los dobles también cometen errores.

Existe una posible explicación que no mete mano en el mundo de lo extraño: en 1979 a Lanizante le robaron una camioneta, y en ella estaban todos sus documentos, los cuales nunca fueron devueltos. Luego, se supone que el ladrón u otra persona murió cuando llevaba los documentos de Rafael encima, siendo así enterrado el cadáver bajo el nombre del peón rural.

De la leyenda del doble que busca, mata y reemplaza, se desprende la idea que guardan algunos de que Borges fue sorprendido a temprana edad por su doble (acontecimiento que, como ya dijimos, inspiró relatos como «El otro»), pero, de alguna manera, consiguió persuadirlo y convencerlo de que ambos convivieran en paz, evitando así el fatal reemplazo. El tiempo pasó, el genio murió por causas naturales y el otro Borges quedó solo en los parajes de Palermo, imitando las artes que su original le enseñó: pasear, leer y escribir.

Darío M. (doblista): «Las dos primeras obras del otro Borges fueron el policial
El enigma de la calle Arcos
y el poema "Instantes", ambas escritas en vida del Borges auténtico. Hay rumores de que andan circulando de manera clandestina un par de supuestos textos del otro Borges escritos luego de la muerte del Maestro. Yo todavía no los vi, ni conozco a nadie que lo haya hecho, pero dicen que su prosa es muy oscura».

Hemos tratado de encontrar alguna pista que nos condujera a estos textos inéditos, pero lamentablemente no hallamos nada.

Al final todo se equilibra: el hombre que inventó un Palermo que no existe, que manipuló la realidad con su genio inconcebible para crear historias que nunca ocurrieron, él, Jorge Luis Borges, un hacedor de mitos, soporta ahora que su nombre sea empapado por una tormenta de leyendas, confundido en un laberinto de fábulas, haciendo de sí mismo un nuevo mito. Un mito que estaba destinado a existir, que no podía eludirse.

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