Buenos días, pereza (10 page)

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Authors: Corinne Maier

BOOK: Buenos días, pereza
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Pero en 2002 entra en quiebra Enron, seguido de cerca por WorldCom, mientras que Jean-Marie Messier, el Mesías de la nueva economía forzado a dimitir, se ve acompañado por Ron Sommer (Deutsche Telekom) y Robert Pittman (AOL-Time Warner). Todos habían vendido ilusiones antes de tropezar con sus trajes de supermán; el resultado fue un preocupante efecto dominó. Cuando se desmoronan Enron y WorldCom, víctimas ambas de las dos mayores quiebras de la historia, todo Estados Unidos se tambalea. En Francia las cosas son un poco distintas: cuando Vivendi, France Telecom y Alcatel pillan un catarro, en último término el que paga la minuta del médico es el Estado, y el contribuyente es el que firma el cheque; de este modo, todo vuelve al orden, a costa de grandes gastos, claro, pero quien quiere el fin quiere los medios.

Desde entonces, las numerosas
start-up
fundadas por jóvenes convencidos de inventar la sopa de ajo han terminado barridas como briznas de hierba. ¿Se ha visto amenazado por ello el sistema económico? ¡Qué va, seguro que se recupera! Hasta ahora siempre lo ha hecho, aunque a veces suceden cosas desagradables mientras el motor vuelve a ponerse en marcha: estoy pensando en la ascensión del fascismo tras la crisis de 1929. Nos haría falta una buena guerra, ese oneroso acontecimiento militar que generalmente impulsa la economía porque después de destruir llega evidentemente un momento en que es necesario reconstruir; ¿por qué privarnos?

Llega el momento de la moraleja. Si la nueva economía ha sido un engañabobos es porque no se puede volver la espalda impunemente al principio de realidad, que nos dice que una empresa sin clientes y sin una cifra de negocios está condenada a desaparecer. Lo que demuestra el
crash
de las tecnologías del futuro (Internet, telecomunicaciones…) es que el mundo de la empresa se mueve por una ilusión: la del dinero fácil, capaz de dar mucho con poco esfuerzo. El psicoanálisis diría que la empresa quiere huir del complejo de castración, y el marxismo podría decir que el gran capital trata de conjurar la tendencia a la baja del índice de beneficios.

Lo que yo digo es lo siguiente: ¿cuándo piensas volver, nueva economía? Porque, como muchos espectadores, aplaudo entusiasmada cuando los perezosos ganan más dinero que los laboriosos, cuando gana el malo, cuando el hijo repudiado se casa con Peggy, la corista del
saloon
, todo ello sobre una música de Ennio Morricone, por favor. «Despierta, Corinne —me dice la voz de la razón—: esto no es una película del oeste, es la vida de verdad…». ¡Quizá sea este el problema de la economía, que sueña poco!

LA GLOBALIZACIÓN: EL GUSANO ESTÁ EN LA MANZANA

Actualmente, el único horizonte es el mundo. René-Victor Pilhes lo profetizó hace décadas en
Imprecaciones
:

«Era el tiempo en que los países ricos, saturados de industrias y rebosantes de comercios, acaban de descubrir una fe nueva, un proyecto digno de los esfuerzos derrochados por el ser humano desde hacía milenios: convertir el mundo en una sola e inmensa empresa».

Esta gran demostración de sabiduría de las naciones nos deja sin palabras. Quien no lo entiende se vuelve inútil y obsoleto: individuos-mundo, empresas-mundo, Estados-mundo. El mundo como único depósito de materias primas o como único vivero de mano de obra, el mundo como mercado común, como vasto terreno para juego financiero. El mundo unificado tras la bandera de un único sueño: el de uno y lo mismo. En todas partes las mismas marcas, los mismos productos, las mismas personas. El siglo XXI será internacional o no será, ese el el lema del liberalismo, que no tiene nada de revolucionario: ¿será una nueva forma de imaginar la lucha final?

Y todo esto, además, es absolutamente necesario. ¿Adoptará el fin de la historia la forma ineludible de la empresa liberal, cuyos tentáculos se extienden cada vez más lejos, atravesando mares y fronteras? Antes nos hemos referido a Hegel: el filósofo alemán creía que la evolución de las sociedades humanas no sería infinita, sino que terminaría el día en que la humanidad habría desarrollado una forma de sociedad capaz de satisfacer sus necesidades más profundas y fundamentales. El problema es que, en el siglo XX, todo lo que se nos ha presentado como necesario ha resultado ser, de hecho, profundamente totalitario. Así pues, se impone la desconfianza: después de la ley de la historia, a la que decía obedecer el comunismo, y después de la ley de la naturaleza, que era la que regía al nazismo, ¿tendremos ahora un capitalismo movido por la ley de la ganancia?

Afortunadamente, se elevan algunas voces de protesta. En las filas de los ensalzadores de la globalización se multiplican las deserciones. Algunos de los más fervientes defensores del sistema capitalista mundial han cambiado bruscamente de chaqueta en los últimos años. Entre ellos hay personajes de lujo: nada menos que el especulador George Soros, que sin embargo debe su fortuna colosal a la interdependencia de los mercados financieros, y el premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz, ex vicepresidente del Banco Mundial. (Pequeño paréntesis: quién sabe por qué, la opinión y los medios se interesan siempre más por quienes critican aquello de lo que se benefician. Según esta lógica, ¿me traerá éxito
Buenos días, pereza
, que pone verde al mundo de la empresa? A saber…) ¡Parece como si se hubiera puesto de moda criticar la globalización¡ Si inspira desconfianza a los mismos que fueron sus más ardientes defensores o sus protagonistas más implicados, es que «el gusano está en la manzana». Dejemos que se propague: el gusano pequeñito crecerá.

VI
POR QUÉ NO CORRES PELIGRO AUNQUE PIERDAS INTERÉS

Si trabajando no tienes nada que ganar, tampoco tienes gran cosa que perder si no das golpe. Por eso, puedes usar tu pasividad para fastidiar a la empresa sin correr ningún riesgo: sería una pena no aprovechar la ocasión. Se acabaron las especializaciones, se acabó la autoridad y se acabó el trabajo: es una oportunidad que hay que aprovechar, pero fingir que se está ocupado no siempre resulta tan fácil…

TRABAJO: NO MÁS ESPECIALIZACIÓNES

Las profesiones especializadas han desaparecido, y muchos ejecutivos no saben por qué les pagan exactamente. Hay sectores enteros de actividad, además de numerosos cargos (de asesores, expertos o gestores) que no sirven para nada… para nada que no sea «gestionar» el papeleo, presumir en el
paperboard
o fanfarronear en las reuniones. Son legión las tareas absolutamente prescindibles: ultimar una política sobre la redacción de las aplicaciones; participar en un grupo de trabajo sobre el desarrollo de un sistema de sugerencias para mejorar los productos; asistir a un seminario sobre el tema: «Imaginamos soluciones integradas de nivel internacional a escala mundial». Además de diseñar formularios nuevos y procedimientos nuevos, redactar una informe de más de dos páginas —que nadie leerá— o, más sencillo aún, «encauzar» proyectos: la mayoría fracasan o terminan por no tener nada que ver con la idea de partida.

Para colmo, los nombres absolutamente opacos de algunos cargos contribuyen a la confusión: ¿qué entiende el gran público por «responsable de exploración», «delegado de calidad» o «encargado de normalización»? Pruébalo: intenta decir simplemente «Trabajo en una gran empresa» en la próxima reunión social, y verás como nadie te pregunta: «¿Y qué haces?», o «¿En qué empresa estás?», ni siquiera por cortesía.

Hasta las secretarias han perdido su función; eso cuando las hay, porque son una especie en vías de extinción. Solo Michel Houellebecq, autor que logra introducir lirismo incluso en los pintorescos despachos de nuestras hermosas y competitivas empresas francesas, puede escribir aún: «
Les cadres montent vers leur calvaire /Dans des ascenseurs de nickel / Je vois passer les secrétaires / Qui se remettent du rimel
" (‘Los ejecutivos suben al calvario / en ascensores de níquel /veo pasar a las secretarias / que se retocan el rímel’). Pero la dactilomecanógrafa de los años sesenta, con sus gafas y su minifalda, dócil y obediente detrás de su máquina de escribir, ya no es más que un recuerdo lejano. Con la «reducción» de este tipo de personal, se han perdido numerosas ocasiones de adulterio, según me cuentan, en beneficio de un discreto puritanismo burocrático que se vuelca por entero en los placeres de la pantalla. Las secretarias que sobrevivieron al gran movimiento de informatización de las oficinas son tituladas universitarias y hacen lo mismo que tú: escogen, clasifican y producen papeles.

Pensar que están a tu servicio no sería tanto un error como una falta de tacto que nunca te perdonarían. Es conveniente mostrarse amable con las secretarias, porque sufren un gran complejo de inferioridad que tiene que ver con el injusto desprecio con que la sociedad francesa ve las tareas denominadas «serviles». Estar directamente al servicio de una persona se considera poco digno, y la sensación de fracaso ligada a estas tareas es tan grande, que las personas que las llevan a cabo no acostumbran a mostrarse demasiado solícitas ni eficaces con los clientes porque no quieren ser sus «criadas». El problema es que todos estamos, poco o mucho, al servicio de alguien… Prestar un servicio sin ser servil: ese es el reto, el desafío, qué digo, ¡el «challenge»!

Aunque la mecanógrafa ha desaparecido, su trabajo no: en parte, lo haces tú. Apuntar las citas, controlar la facturación, contactar con los clientes, reservar hoteles o aviones, el pequeño mantenimiento, el correo: un incordio. Las tareas nimias son tantas, que de medios pasan a ser fines. Está demostrado; reducir el número de empleos solo sirve para desplazar el trabajo, que a partir de entonces recae en otras personas, las cuales, de este modo, se convierten en ejecutivos «dos por uno». Cuando no es «tres por uno», porque la reducción de los niveles jerárquicos ha hecho que cada vez haya menos jefes, con lo cual toca ser a la vez el ejecutivo de nivel medio, su superior y su secretaria. ¡Santísima Trinidad de la empresa, escucha nuestras súplicas de ejecutivos sobrecargados de papeleo!

Sin embargo, en realidad nunca hemos sido más libres que en este laberinto de papel, precisamente por la imprecisión que rodea a la naturaleza de las tareas que nos corresponden. Nadie sabe exactamente qué es lo que haces: si te lo preguntan, nunca digas que te dedicas a recoger hojas secas con la pala.

SE HA PERDIDO LA AUTORIDAD: APROVÉCHALO

«¡Ya no nos gobiernan, esto es un desastre, se ha perdido la autoridad, no se respeta nada, esto acabará mal, necesitamos un hombre fuerte!»: una frase habitual entre quienes añoran otros tiempos. La autoridad no solo se ha perdido en las familias; sencillamente, ya no es de recibo. Los psicoanalistas se han interesado por esta dehiscencia (sí, me gustan las palabras raras, esas que a mis superiores les parecen incomprensibles), los educadores están preocupados, y los maestros y profesores se mesan los cabellos.

Yo, por mi parte, me froto las manos: es una oportunidad de oro. Si eres ejecutivo, nadie te dará órdenes de forma directa, nadie te dirá nunca que eres idiota o un inútil. En las empresas reina un ambiente permisivo y siempre cordial. Pero cuidado, no por eso la opresión es menor: ahora se ejerce por consenso, el sacrosanto consenso. Lo importante es respetar los reglamentos, los rituales el status quo: que las cosas funcionen bien es más importante que la empresa y su función; la relación entre fines y medios se invierte.

¿Cómo se manifiesta todo esto en la vida cotidiana? El jefe expresa una opinión imprecisa, todo el mundo opina vagamente o comenta cuestiones secundarias, los que no tienen opinión piensan en qué van a cenar esa noche, y al final todo el mundo se pone de acuerdo. Es central la voluntad de no perjudicar la cohesión del grupo. La empresa, tan
ultra-soft
, no es lugar donde se diga al pan, pan y al vino, vino; además, la aquiescencia es una condición necesaria para ascender a las esferas superiores. La unanimidad cristaliza mediante reuniones. ¡Reuniones, más reuniones, reuniones hasta terminar con dolor de cabeza! Ahora bien, comulgar con el espíritu de grupo y sacrificarse frente a la racionalidad colectiva (que muchas veces no es tan racional), ¿es trabajar? Vamos, vamos, no nos engañemos… Es una carga pesada, porque entenderse con los demás es difícil por definición; pero maticemos, no es un trabajo.

El objetivo supremo de la empresa es conseguir que el asalariado se imponga por sí solo tareas que, normalmente, tendrían que venirle impuestas desde el exterior. Este nuevo tipo de presión adopta la forma imaginada por el visionario inglés Jeremy Bentham, que en el siglo XVIII inventó un sistema denominado panóptico. Gracias a este sistema, una sola persona, encerrada en una especie de garita central, puede vigilar a cientos o incluso miles de individuos: nadie sabe en qué momento lo vigilan ni si realmente hay alguien vigilando, porque el carcelero invisible puede haber ido un momento al lavabo. Según el filósofo Michel Foucault, el sistema panóptico es un modelo del poder tal como se manifiesta hoy en día, en las empresas en todas partes: inasible y tentacular.

Como no hay una auténtica autoridad, porque esta se encuentra ahogada por un dispositivo omnipresente e impersonal a la vez, tampoco hay debate. Muchas veces, las personas que no están de acuerdo con la línea del partido único impuesta por su jefe, pronuncian frases como estas: «No se lo podemos decir así como así». Y como no se lo podemos decir así como así, nadie dice nunca nada, o lo hace de una forma tan disimulada que el lenguaje pierde su claridad y la crítica su eficacia. Todos firmes. Queremos que haya un solo rostro, y ningún lenguaje.

TAMPOCO HAY TRABAJO: LA BICOCA

Así pues, ¿quién trabaja en las empresas? Confesémoslo: poca gente. Circula una historia muy ilustrativa a este respecto. Un grupo de grandes compañías adoptó la costumbre de organizar una competición interempresarial de remo (cuatro remeros y un timonel). Los equipos están formados por empleados de cada una de las empresas. Pero la dirección de una de ellas advierte que su equipo, desde hace unos años, llega siempre el último. Emoción, vamos a investigar: se contrata a un experto, un asesor deportivo, para ver qué pasa. El experto lleva a cabo una investigación de varias semanas y al final envía su conclusión: en el barco hay cuatro timoneles y
un único
remero. La dirección, preocupada, pide consejo a un consultor. El dictamen del experto se resume esencialmente en lo siguiente: ¡hay que motivar al remero! Todo parecido con una empresa real es pura coincidencia, naturalmente… De hecho, muy a menudo la empresa parece un ejército mexicano, una organización ineficaz donde todo el mundo quiere ser jefe, «director de proyectos» o «team manager», pero donde nadie quiere ejecutar las órdenes.

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