Cállame con un beso (27 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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—Le he pedido que me mande un
tuit
con la frase que encontró dentro del globo.

—¿Te ha contestado ya?

—Todavía no, pero me ha hecho mucha ilusión ver que el globo fue a parar a una seguidora del libro. Ves lo que te decía del destino…

—Ya.

Pandora sonríe. Observa su boca perfecta y sus labios tan besables… De pronto, el corazón le va más rápido. ¿Cuántas pulsaciones tendrá por minuto? Mil, dos mil, ¿diez mil? Y lo imagina inclinándose sobre ella, agarrándola por los hombros, rozándose sus rodillas con las suyas…, sonrojándose sus mejillas… y uniendo sus bocas. Un beso de dibujos animados.

—¿Panda? ¿Estás bien? Te has puesto colorada.

—¿Qué?

—Tu cara está muy roja. ¿Está muy alta la calefacción?

—No, no…

Mierda. Se le ha notado mucho. Tiene demasiada imaginación o ve demasiadas series. Y encima no la ha besado.

El chico se encoge de hombros y se dirige detrás de la barra. De un cajón saca un par de folios amarillos que sitúa encima de esta. Pandora les echa una ojeada. ¿Será otra de las ideas de Alejandro para promocionar su novela? No. Esto es algo mucho más sencillo: un cartel en el que pone que se busca camarera o camarero. Y si… La chica coge uno de los folios y lo lee. Trabajo a media jornada, buen sueldo… Ella podría… Incluso tiene un curso hecho de manipulador de alimentos.

—¿Te interesa? —le pregunta Álex, sorprendido por la atención con que su amiga examina el papel.

¿Que si le interesa? ¡Mataría por trabajar allí! Rodeada de libros, aspirando aquel aroma a café que tanto le gusta… Además, ¡estaría junto a él todos los días muchísimas horas!

—No lo sé. ¿Podría trabajar solo por las tardes?

—Imagino que sí. Sergio y Joel siempre prefieren trabajar por la mañana para tener la tarde libre.

—Mmm…

—Aunque tú eres menor de edad, ¿verdad?

—Sí.

—Necesitarías un permiso firmado por tu padre o por tu madre.

—Ah.

¡Adiós a su sueño! Eso sí que es imposible. Su madre jamás la dejaría trabajar allí. Ni allí ni en ninguna parte. De todas formas, ¿cómo le podría ocultar aquello? Llegaría a casa tardísimo y no habría excusas verosímiles que ponerle. ¿Tendrá que decir la verdad y contárselo todo?

—Toma —le dice Álex entregándole el contrato de trabajo que saca del mismo cajón—. Y si realmente puedes, quieres y te apetece colaborar con nosotros en el Manhattan, me lo traes relleno cuando puedas, con la autorización firmada.

—Vale, gracias.

La chica lee la hoja y resopla. Le encantaría trabajar allí. Dobla el papel con cuidado y lo guarda dentro de uno de sus cuadernos.

Pero ¿qué le podría decir a su madre para que le firmase la autorización y le permitiera pasar las tardes allí echándole una mano al chico del que está enamorada? No lo sabe. Sin embargo, a lo largo de la mañana obtendrá la respuesta.

Capítulo 39

Esa mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad

Le gusta cómo mira hacia ninguna parte cuando se distrae y cómo resopla y muerde el lápiz cuando no entiende alguna explicación. Le gusta cómo camina, firme, decidida, elegante, pero al mismo tiempo vergonzosa cuando se siente observada. Le gustan sus ojos oscuros y su pelo, largo y negro, que casi siempre lleva suelto. Le gusta su voz, ni fina ni grave, y cómo sonríe cuando está alegre, torciendo un poco la boca hacia la izquierda. Pero lo que más le gusta a Mario de Claudia es su manera de ser. No es la típica chica guapa que sabe que gran parte de su mundo gira a su alrededor. Ella no es así. Trata de pasar desapercibida, en la calle, en la Universidad, en su clase, en la que la mayoría son chicos que darían un brazo o los dos por disfrutar de una noche apasionada con ella.

—Hola, soy Claudia. ¿Estamos juntos en clase, verdad?

Fue la primera vez que la escuchó. Y tuvo que mirar a un lado y a otro para asegurarse de que solo estaban ella y él. En ese momento sorbía un café, que le quemó la lengua. Hace ya tres meses de aquello.

—Hola… Me llamo Mario. Sí, creo que vamos a la misma clase.

¿Cree? Se ha pasado buena parte de la mañana mirando hacia el otro lado del aula donde ella se había sentado. Y ahora está allí, hablándole a él de entre todos los tíos que hay en la Facultad.

—¿Te importa que me siente? —le pregunta, señalando la silla que tiene delante—. Si es que está libre…

—¿Libre? Sí, claro. Está libre —contesta nervioso.

También lleva una taza de café en la mano. Mario se fija en que no tiene las uñas pintadas y que se las muerde. Aquel detalle la hace más accesible. Seguramente se pone muy tensa antes de los exámenes. Vio la preocupación en su rostro cuando los profesores anunciaban las fechas en las que estaban programados.

Se recoge el vestido por debajo y se sienta enfrente del chico. Coloca su café sobre la mesa y echa dos sobres de azúcar.

—No conozco a nadie todavía en la Universidad.

—Yo tampoco. Eres la primera con quien hablo.

Miente. Ya había charlado con dos chicos de su clase antes, pero eso no importa ahora. Es la primera con quien realmente quiere hablar. En eso dice la verdad.

Claudia cruza las piernas y sonríe. Sabe que no es la primera. Lo vio conversando con un par de compañeros de la misma clase hace un rato. Sin embargo, le da igual que no le haya contado la verdad. Le gusta que la considere la primera.

—¿Qué tal va el día?

—Bien. ¿Y el tuyo?

—Bien.

Los dos se sonrojan y sorben al mismo tiempo de sus tazas de café. Luego se miran a los ojos y rápidamente vuelven a agachar la cabeza y a tomar otro sorbo. ¡Qué vergüenza!

La conversación no dio para mucho más. Se terminó el descanso. Vuelta a clase. Pero aquella taza de café antes de mediodía se convirtió en una costumbre entre ambos. Cada mañana, los dos deseaban que llegara aquel momento para pasar un rato juntos en la cafetería de la Universidad. Así comenzaron a conocerse más, a contarse cosas, a revelar sus secretos…, a ir descubriendo sentimientos que no debían haber aparecido. Claudia se lamentó cuando supo que Mario tenía novia y la quería muchísimo. Su corazón se sintió herido. Sin embargo, no pudo evitar agregarle al MSN. Y las conversaciones siguieron por ordenador. Necesitaba hablar con él todas las noches, contemplar su bella sonrisa por la pequeña cámara de su PC. Los dos sabían que aquello no estaba bien, pero ninguno hizo nada por detenerlo.

—Señor Parra, está usted en la ídem.

—¿Qué?

—¿En qué mundo se encuentra ahora? ¿En el de las variables? ¿En el maravilloso planeta de la astronomía y la geodesia?

—No, no. Perdone, me he despistado.

—No ha cambiado nada desde que lo conozco. Usted es un soñador nato, señor Parra. Y elige siempre mis clases para marcharse a explorar otras galaxias.

—Lo siento. No volverá a pasar.

—Los dos sabemos que no está diciendo la verdad. En cuanto suba a su nave espacial, volverá a abandonarme.

La clase ríe. Mario se sonroja y se toca la nuca avergonzado. El profesor de Matemáticas tampoco ha cambiado nada. Sigue siendo un personaje tan peculiar como cuando le daba clase en el instituto. ¿Quién le iba a decir que se lo volvería a encontrar en la Universidad enseñándole álgebra lineal?

Y una vez más tiene razón: estaba en su mundo. Demasiadas cosas en la cabeza como para prestar atención a sus explicaciones.

Aquella última media hora se hace insufrible, lenta, monótona. Pero cuando la clase llega a su fin, encuentra un premio esperado. Claudia se dirige hasta él y, como cada mañana, le pregunta si quiere ir a la cafetería con ella. El joven sonríe tímidamente y acepta.

—¿Qué te ocurre, señor Parra? —le pregunta la chica burlándose de él en cuanto abandonan el aula—. ¿Te aburre el maravilloso y entretenidísimo mundo del álgebra lineal?

—Lo imitas fatal.

—Ya lo sé. No soy imitadora —contesta poniéndose más seria—. ¿Estás así por tu hermana?

Entre muchas cosas. Por su hermana, por Diana, por ella… Las mujeres van a terminar volviéndole loco.

—Es que aún no sabemos nada de Miriam hoy. Imaginaba que cuando leyera el SMS que anoche le enviamos, respondería.

—Tranquilo, ya has visto que se encuentra bien. Dale tiempo.

La chica instintivamente alarga su brazo y le acaricia cariñosamente el suyo para darle ánimo. Sin embargo, pone la mano justo en la zona donde Mario tiene la herida de la navaja. Este da un brinco y aparta a Claudia. Rápidamente se da cuenta de su reacción y le pide disculpas.

—Perdona, es que me ha dado calambre.

—¿Te ha dado calambre? Qué raro, yo no he sentido nada.

—Pues yo sí.

—Pero la que debía de haber sufrido el chispazo tenía que haber sido yo, ¿no?

¡Cierto! Eso le pasa por mentirle a una chica tan lista.

—Yo qué sé. Será que hoy desprendes electricidad por las manos.

—Ya. Como si fuera Pikachu, ¿no? —protesta frunciendo el ceño—. ¿Te ha pasado algo en ese brazo?

El joven resopla y se remanga el jersey verde que lleva puesto. Le enseña el vendaje a Claudia y le explica lo que sucedió anoche cuando fueron a buscar a su hermana a la nave de Fabián.

—¿Te hirieron con una navaja?

—Sí.

—Pero… No me lo puedo creer. Esos tipos son…

—¿Comprendes ahora por qué estoy más preocupado de lo normal?

No es solo por eso, pero también tiene mucho que ver.

La pareja llega a la cafetería; piden un café para cada uno. Se sientan en su mesa habitual y continúan comentando el asunto.

—¿No deberías llamar a la policía?

—De momento, no.

—¿Por qué?

—Por mi hermana. Le salpicaría y se vería involucrada en cosas que quizá le perjudiquen en un futuro. Además, mis padres lo pasarían peor todavía. Y no quiero eso. Bastante tienen ya los pobres.

—Vaya, es verdad.

—Es un tema muy complicado —indica Mario tomando un poco de su café—. Si Miriam no da señales de vida, solo habrá dos opciones.

—¿Cuáles?

—Olvidarnos de ella un tiempo o… volver a aquel sitio a intentar hablar otra vez con ella.

La chica se queda pensativa. No quiere que regrese a aquel lugar. Ayer fue un pinchazo con una navaja, pero si vuelve quizá las consecuencias sean peores. Por otra parte, es su hermana la que está metida en aquel lío e imagina lo que sus padres deben estar sufriendo. Comprende que Mario haga todo lo posible por que las cosas se solucionen cuanto antes.

—¿Quieres que vaya contigo?

—Claro —responde irónico—. Y con Diana. Vamos los tres.

Claudia baja la mirada y coge su taza. Sopla y bebe. Aunque le ha pedido muchas veces una cita fuera de la Universidad, respeta a su novia. De hecho, la admira. No solo porque es una chica guapísima, sino por todo lo que ha luchado para salir adelante. Mario, un día, le contó sus problemas con la comida y lo que se había esforzado por superarlo.

—Bueno, hagas lo que hagas, te apoyaré. Pero ten cuidado.

—Gracias.

Sonríe y da un último sorbo a su café. Que difícil es su situación. Se ha enamorado de la persona equivocada. Le encanta, pero no se va a entrometer en su relación con Diana. Se seguirá teniendo que conformar con lo que le cuente por el MSN, mirándolo por la
cam
o compartiendo un café en la Universidad a media mañana…., mientras él la deje. Porque sabe que las cosas no serán siempre así.

Capítulo 40

Ese día de diciembre, en un lugar de Londres

—Cuando termine de comer, pásese por la cocina a cumplir con su castigo. ¿De acuerdo?

—OK. Acabo enseguida y voy.

Margaret no ha sido tan desagradable como lo es normalmente con ella. Solo un poco brusca, pero eso no puede evitarlo: es su carácter. Paula cree que nunca la ha visto sonreír. La mujer, a continuación, se acerca hasta la mesa en la que está Luca Valor y le indica lo mismo. El chico del parche asiente con la cabeza y sigue comiendo. Ya va por el postre.

—Yo me revelaría y no limpiaría —dice Valentina, que está feliz porque en el bufé de la comida de hoy han incluido pasta.

—Bueno, por lo menos son solo dos horas al día.

—¿Y qué? ¡Es un abuso de autoridad!

—Casi le dejo ciego, Valen.

—¿Y qué? ¡Fue un accidente!

—Lo sé. Pero ese «accidente» está castigado con la expulsión.

La italiana mueve la cabeza de un lado a otro.

—Eres demasiado buena,
Paola
. Te falta un poco de… mala leche.

—Eso es porque no me has visto enfadada.

—Tú no deberías estar limpiando nada. Para eso están Margaret, Daisy y Brenda. Ellas son las encargadas. Tú estás aquí para estudiar, que para eso te ganaste la beca.

—Ya. Pero son órdenes del señor Hanson.

No puede decirle a su amiga los verdaderos motivos por los que está haciendo aquello. Prometió no contar la historia de Luca, ni su pasado ni quién es en realidad aquel chico que tanto la molesta. Si Valentina supiera que es el sobrino del director de la residencia, hijo de un embajador y que nació en España y fue adoptado, se quedaría boquiabierta.

—Lo que tú digas, lo que tú digas… —comenta llevándose una manzana muy roja a la boca—. Tú sabrás lo que haces.

La española sonríe y se pone de pie. Le da un golpecito con la mano a su amiga en el hombro y coge su bandeja.

—No te preocupes. Me vendrá bien. Así no estaré todo el tiempo encerrada en el cuarto pensando en otras cosas.

—Vas a pensar en otras cosas de todas formas. ¿A quién quieres engañar? Que ya nos conocemos, españolita…

Resopla. Sabe que tiene razón. Durante las clases, ha ido y viniendo constantemente a su mente la conversación de anoche con Álex. Aún no puede creer que hayan roto. ¡Ella tomó esa decisión! ¿Se habrá precipitado? Le ha dado muchas vueltas al tema. Tal vez debería de haber tenido un poco de paciencia y esperar a Navidad para hablar con él, cara a cara, en persona. Aunque posiblemente entonces no habría sido capaz de decirle que su relación tenía que terminar. Después de las vacaciones, son seis meses más los que le esperan en Londres. Demasiado tiempo, demasiada distancia y demasiado sufrimiento.

—¿Tú vas a estudiar ahora?

—Dentro de un rato. Primero subiré a la habitación y hablaré un poco con Marco.

—No puedes vivir sin él, ¿eh?

—¡Qué dices! Marco es solo un entretenimiento más —comenta y después muerde con fuerza la manzana.

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