Cállame con un beso (49 page)

Read Cállame con un beso Online

Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
4.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ahora, hasta me da un poco de penilla.

—¿Sí?

—No… —dice burlona—. Sigue siendo un capullo total. Pero, al menos, sé que tiene algún que otro motivo para serlo. De todas formas, todo esto solo significa una cosa.

—¿El qué?

—Que vuestros hijos serán españoles, no solo de madre, sino también por parte de padre. Pedigrí
made in Spain
.

Un nuevo zapato que Paula encuentra a su lado vuela por la habitación, pero no alcanza a Valentina, que se ha escondido en el cuarto de baño cuando ha visto las intenciones de su amiga.

—Eres lo peor. No sé para qué te cuento nada.

—En el fondo deseabas compartir conmigo ese gran secreto.

—Pues no. Pero soy una bocazas. Algo se me ha pegado de ti.

—Ey, Paolita, que la que es incapaz de guardar un secreto eres tú, no yo.

La española se muerde los labios. ¡Qué cara más dura!

—No voy a discutir más, me voy a por un sándwich, que aún no he comido.

—No quedan. Pillé el último.

—Joder…

—Pero aún no han cerrado el comedor —indica Valentina mirando el reloj—. Si te das prisa, puedes llegar a tiempo.

Es cierto. Con tanto lío y los churros con chocolate del desayuno había dejado olvidada la comida. Pero ahora tiene hambre. Rápidamente, se peina, coge el tique y sale corriendo por el pasillo. Llegará antes de que el comedor cierre.

Aunque una gran sorpresa, en forma de inesperada confesión, hará que todo cambie en su mente antes de que regrese de nuevo a su habitación.

Capítulo 73

Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad

—Y así es cómo empezamos a salir juntos.

—Alucinante.

—Sí. Entiendo que para vosotros sea algo totalmente inesperado.

—¿Inesperado? ¡Y tan inesperado! Nunca imaginé que aquel tío de melena rubia que vi en la moto contigo, aquel día, fueras tú.

—Pues sí. Era yo.

Sentados en un restaurante de la ciudad, Cris y Alan les han contado a Diana y a Mario la historia de su noviazgo sorprendente. Aún no pueden creerse que su amiga y el francés lleven tantos meses de relación. Y prácticamente en secreto, sin que ninguno de ellos supiera nada.

Pero se les ve muy bien. Muy enamorados. Ella ha dado un cambio radical en su físico y en su personalidad, y él no tiene nada que ver a cómo era hace un año y medio. Está más calmado, menos prepotente. Mucho más afable. Mario no termina de creérselo, aunque debe reconocer que, si está actuando, lo hace realmente bien.

Los cuatro han salido a comer fuera. Tienen muchas cosas de las que hablar, sobre todo de Miriam y su marcha. Por eso han preferido no estar en casa de la chica, para que sus padres no oigan ni sospechen nada.

El camarero les trae el plato que cada uno ha pedido. Esa pausa sirve para poner un punto y a parte en la conversación que estaban teniendo a cerca de cómo surgió todo y cambiar de tema.

—Le he contado a Alan lo que me dijiste sobre Miriam y su novio, Diana.

—Bien. ¿Y qué opinas?

—Pues que debería alejarse de allí cuanto antes. Aunque no quiera, se niegue o tenga que ser a la fuerza. Pero cuanto más tiempo esté con ese tío, mucho peor.

—¿Y cómo hacemos eso? —pregunta Mario—. La teoría es muy fácil, pero la práctica…

El chico corta el filete que tiene en su plato y se lo lleva a la boca mientras espera a que el francés le responda. Este bebe de su copa y se seca con la servilleta.

—Son dos, ¿verdad?

—Sí. El otro día por lo menos eran dos —responde Diana—. Muy fuertes ambos. Y el rapado lleva una navaja que fue con la que hirió a Mario. Pero imagino que Fabián también irá armado.

—Además había una chica —comenta Mario.

—Sí, es verdad. Pero ella solo fumaba. Será la novia del tal Ricky ese.

Alan come un poco de pescado y piensa.

—Si alguien consigue hablar directamente y en persona con Miriam y le cuenta cómo están las cosas, ¿creéis que ella aceptaría volver a casa?

—No creo. Ni siquiera ha contestado nuestros mensajes.

—¿Estáis seguros de que los ha leído?

Diana y Mario se miran. Es una posibilidad que tuvieron en cuenta al principio, pero luego la fueron desechando. Sin saber muy bien por qué, se habían hecho a la idea de que la chica no quería responderles.

—¿Tú crees que no?

—Es imposible saberlo. Puede ser… —contesta Alan—. Vosotros la conocéis muchísimo mejor que yo. Pero no veo a esa chica pasando de todo lo que ha sucedido. Además, Cris ayer le escribió. Para bien o para mal, tendría que haberle respondido. No es lógico que no lo haya hecho.

—Miriam ha cambiado mucho —indica Mario.

—Sí. Lleva unos meses muy perdida —subraya Diana—. Aunque es muy raro que no nos haya escrito a ninguno todavía.

—Seguramente su novio le ha quitado el móvil o ha intervenido los mensajes para que no los lea —insiste el francés—. El sitio está en un lugar muy apartado de la ciudad. En las afueras, ¿no?

—Está muy retirado, aunque no exactamente en las afueras. Está bastante más lejos. Es complicado llegar hasta allí y hay que ir en coche o en moto. No hay transporte público cerca.

—Eso significa que si, además, no tiene móvil, estará completamente incomunicada. Por eso no se ha puesto en contacto con vosotros esta semana.

—Todo son suposiciones —comenta Mario algo agobiado—. No creo que mi hermana permita que nadie le quite el móvil. ¡Algo tan importante para ella! Se enfadaría muchísimo. Y cuando la vi, no tenía pinta de estar mal con nadie.

Todas esas cosas que está diciendo el francés ya las había pensado él. Pero, ¿cuáles son reales y cuáles no? Él contempló a través de la ventana de la nave cómo su hermana se reía y fumaba. También estuvo presente cuando se enfrentó a sus padres la noche antes de marcharse de casa y ha convivido con ella durante estos meses en los que se ha ido alejando poco a poco del camino correcto. No es la misma, ya no la conoce. Y así es muy difícil aventurarse a asegurar que algo de lo que puedan intuir sea verdad o no.

—Es cierto. Solo son suposiciones.

—Lo único que sabemos, y que no tiene otra forma de verse, es que Miriam lleva unos días fuera de casa, viviendo con un tío que es de todo menos legal y que, por una razón u otra, no se ha puesto en contacto con nosotros, habiendo o no habiendo leído nuestros SMS o habiéndose o no habiéndose enterado de lo que sucedió aquel día que fuimos a hablar con ella.

Diana observa a su novio. Se le ve cansado, tenso y bastante sofocado. Por un instante siente pena por él y desea abrazarle y darle un beso. Sin embargo, aún está muy presente en ella lo que le ha revelado sobre Claudia, antes de que Alan y Cris apareciesen en su casa. Está todo muy reciente todavía como para olvidarse de ello. Y cuanto más lo piensa, más daño siente dentro.

—Hay otro asunto a tener cuenta —incide el chico del pelo rubio alborotado.

—¿Cuál?

—El de las joyas de tu abuela.

—¿Qué pasa con eso?

—Que intentarán venderlas.

—Si es que no las han vendido ya.

—Sería importante saberlo, aunque no creo. Para eso se tarda un tiempo. Son robadas, así que intentarán colocarlas y eso no es fácil.

—Bueno, ¿y qué importa si las han vendido ya o no? —pregunta Diana, que también se está poniendo nerviosa.

—Pues que la que ha robado las joyas es Miriam. O al menos ha participado en ello. Y mientras tenga las joyas y Miriam esté con él, sabe que tus padres no le denunciarán porque ella sería culpable. Pero ese tipo también sabe que esto no durará toda la vida y que, tarde o temprano, tus padres intentarán localizarla. Al ser mayor de edad, puede que la única manera sea denunciando el robo de las joyas.

—¿Y eso qué quiere decir? Que cuando las vendan, ¿se quitarán de en medio a mi hermana?

—No lo sé. Pero estoy seguro de que les importa más el dinero que ella. Y una vez que lo tengan, Miriam solo es un estorbo que podría hasta denunciarlos.

—Pero si son novios…, ¡cómo va a deshacerse de ella! —exclama Diana.

—Por muchos motivos. Entre otras cosas, porque Miriam puede terminar hablando con tus padres y que estos se enteren de todo y manden a la policía contra él. Y eso sería fatal para Fabián, que es un delincuente.

Aquello es demasiado para Mario, que ha dejado de comer. No puede probar ni un bocado más.

—¿Y la policía o mis padres no se supone que podrían enterarse por Diana o por mí de que estuvimos allí y los vimos juntos?

—Ellos saben que vosotros no habéis dicho nada.

—¿Cómo?

—¿Tú crees que si tus padres supieran dónde está tu hermana no habrían ido ya hasta allí a hablar con ella? Fabián está convencido de que no les dijisteis nada a ellos por miedo a sus amenazas, por no preocuparlos o por el motivo que fuera. Se arriesgaron, aunque quién sabe si no han cambiado incluso de lugar y ahora están viviendo en otra parte.

Esa es otra posibilidad que Mario no había contemplado. ¿Y si ya no están en aquella nave y se han ido a otro sitio? Entonces sí que sería difícil volver a localizar a Miriam.

—Tenemos que regresar allí ya —dice el chico muy serio dejando la servilleta sobre la mesa y poniéndose de pie.

—Tranquilo —le calma Alan, cogiéndole del brazo—. Terminemos de comer. Si se han ido de aquella nave, lo habrían hecho al día siguiente de que pasara todo.

—Pero…

—Siéntate y tranquilízate, Mario. Hay que pensar bien lo que vamos a hacer.

—¿«Vamos» a hacer?

—Sí. Os ayudaremos, ¿verdad? —Y mira a Cris, que ha estado en silencio escuchando todo atentamente.

—Para eso hemos venido —responde la chica sonriente—. Tengo ganas de recuperar a una amiga.

—Además, para sacar a Miriam de allí, cuatro personas son mejor que dos. ¿No creéis?

Esa tarde de diciembre, en un lugar alejado de la ciudad

La pasta que ha preparado Miriam ha llegado para los tres. Han terminado de comer y ahora se están fumando unas hierbas que Fabián ha calificado como «lo mejor y más barato que te puedes encontrar por aquí». Ricky se levanta, algo aturdido, con su plato vacío en la mano y se dirige al lugar en el que está el fregadero. Lo enjuaga y, desde allí, observa a la parejita. Se están dando un morreo después de una calada. Aquella pobre ilusa cree que Fabián se está enamorando de ella. No sabe que él nunca se engancha a ninguna. Lo raro es que todavía continúe allí. Si no llega a ser por las joyas… Aunque no le da lástima. Es muy pesada e infantil. Y a pesar de que está buena, no tiene el nivel de otras que también pasaron por aquella nave.

Fabián es un
crack
y siempre consigue lo que quiere. Y con las chicas, es el mejor. Recuerda con una sonrisa lo que le dijo el día que se conocieron hace ya unos cuantos de años: «Las mujeres son como las nueces: las abres, las comes y te vas a por otra». Desde entonces, como hermanos. Ha hecho mucho por él, por eso le consiente lo que le consiente. A veces, hasta le llega a menospreciar. Sin embargo, daría la vida por su amigo si hiciera falta. O más.

—¿Tú qué miras? —le pregunta desde lejos, con una sonrisa—. ¿Tienes envidia o qué?

—¿Envidia? ¿De ti? ¿Por comerte la boca con esa? Ninguna.

La chica lo mira de lejos y alza el dedo molesta. Ese calvo, ¿quién se ha creído que es? Sentada en sus rodillas y agarrada a su cuello, espera a que su novio la defienda. Sin embargo, su reacción es distinta.

—Si quieres te la presto un rato.

—¿Cómo?

—Solo unos besos y ya está. Para que se le pase el calentón.

—¿Lo estás diciendo en serio?

Miriam prefiere pensar que aquello es una broma. En cambio, la expresión de Fabián indica todo lo contrario.

—Ricky y yo lo compartimos todo como buenos amigos.

—Me estás vacilando.

—Claro que no… —dice acariciándole el pelo y sujetándola con el brazo por el abdomen—. ¡Pelado! ¡Ven aquí!

—¡Déjame tranquilo! —grita el otro—. No voy a hacer nada con esa.

—Te he dicho que vengas.

La chica intenta zafarse de él, pero la tiene atrapada entre sus brazos. Mientras, Ricky se acerca hasta ellos.

—No pienso besar a esta cosa.

—¿A quién llamas «cosa», capullo? ¡Y claro que no vas a besarme!

—Venga, Miriam. Que su novia le tiene a pan y agua.

La fuerza con que Fabián la sostiene impide que esta huya hacia otro lugar de la nave. Si fuera por ella, saldría corriendo ahora mismo de allí.

—¡No quiero! ¿Es que estáis locos o qué?

—Pelado, cómele la boca, así dejas de babear.

—Venga, tío, que no quiere…

—¡Cómele la boca! —grita enfadado.

—No…

—¡Que lo hagas!

Ricky no quiere más problemas con él y obedece. La chica intenta evitarlo por todos los medios, pero su novio la sujeta y hace lo posible para que su amigo tenga las máximas facilidades. Siente sus labios contra su boca cerrada y cómo este empuja con todo el peso de su cara para que la abra. Termina cediendo ante la presión de la mano de Fabián en su estómago. La lengua del joven juega dentro de su boca y se da por vencida. No lucha más. Cierra los ojos, mareada por el olor a hierba quemada, por lo que ha fumado antes y por la falta de oxígeno.

—Vale ya. Ya has tenido bastante —indica Fabián, apartando a su amigo y entregándole el porro en la mano.

Quita el brazo de encima del cuerpo de Miriam, liberándola, y le acaricia el pelo. Luego sonríe y vuelve a besarla. La chica no hace nada por evitarlo. Continúa con los ojos cerrados, casi inconsciente por la falta de aire.

Unos segundos más tarde, por fin los abre; es su novio quien está sobre ella, lamiéndole el cuello. Ricky mira, sentado a su lado. El olor a maría llega hasta su nariz y lo inspira. Cierra de nuevo los ojos y se deja llevar. Sabe que aquello no es lo que quería, pero ¿qué puede hacer ella para impedirlo?

En ese instante suena el móvil de Fabián. Está esperando una llamada importante, así que deja a Miriam sentada en el sillón y contesta.

—Bien, voy para allá —responde a su interlocutor.

Cuelga y se guarda el teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón.

—¿Quién era? —pregunta Ricky después de dar una nueva calada.

—Uno que me ha localizado al tipo de las joyas. Ya sé dónde está.

—Buenas noticias.

—Sí. Incluso puede que esta noche ya tengamos el dinero.

Other books

Los barcos se pierden en tierra by Arturo Pérez-Reverte
KS13.5 - Wreck Rights by Dana Stabenow
Mickey Rourke by Sandro Monetti
Listen to My Voice by Susanna Tamaro
Off Keck Road by Mona Simpson
This Tender Land by William Kent Krueger
Hallowed Ground by Rebecca Yarros