Con lo difícil que es encontrar a un chico como él, y ella va y lo tira todo por la borda por marcharse a estudiar fuera. ¿No debería estar el amor por encima de cualquier otra cosa? Es muy joven, tiene mucho tiempo para hacer de todo en la vida; sin embargo, amar, querer a alguien, es algo único. Aquella experiencia en Londres, y tal como se está desarrollando, la hará más madura, pero también menos feliz.
¿Y si regresa a España? Tiraría la beca a la basura y perdería un año. Pero, por otra parte, podría empezar a estudiar el curso que viene otra vez primero de Periodismo en la Universidad de su ciudad y aprovechar lo que queda de este para sacar el carné de conducir, dar clases particulares de inglés para ganarse un dinerillo, apuntarse a algún curso… No es un plan tan descabellado. Y así estaría cerca de Álex y las cosas volverían a ser como antes.
Las cosas volverían a ser como antes…
—¡Ah! ¡Estabas aquí!
La doble puerta del comedor, que ya estaba cerrada para que no pasara ningún residente más, se abre de par en par. El que grita es Luca Valor, que se acerca hasta la mesa donde Paula está terminando de comer. La chica contempla inquieta cómo se sienta enfrente de ella y la mira. Ups. ¿Querrá seguir la conversación donde la dejaron antes?
De momento, a disimular.
—Sí. Es que he desayunado mucho y muy tarde. Por eso no he bajado antes.
—Llamé a la puerta de tu habitación y no había nadie.
—¿No estaba Valen?
—Si estaba, no ha querido abrirme.
Esa italiana…
—Habrá salido a hacer alguna cosa.
—Bueno —dice haciendo un gesto con la boca, no demasiado convencido—. ¿Podemos hablar ahora?
¿Otra vez? ¡Qué insistente! ¡Este lo que quiere es declararse! Uff. En fin, no se va a negar. Tarde o temprano tendrá que asumir lo que le tenga que contar.
—Vale —accede y acaba con el último trozo de su tarta de manzana.
—¿Damos un paseo por fuera de la residencia? Así nadie nos molestará.
—OK.
La chica bebe un poco de agua y se levanta de la mesa. Coge la bandeja y la lleva al carrito. No hace falta que se agache esta vez, porque una de las cocineras ya ha retirado el resto y está vacío. La coloca en una balda del medio y acude de nuevo junto a Luca.
Siente algo de pánico. Si le confiesa que está enamorado de ella, le va a dar un patatús. Cada vez le cae mejor y que le pidiera perdón le dignifica. Es un gran gesto por su parte. Es verdad que se lo ha hecho pasar fatal durante muchas semanas, pero hay que saber perdonar. Sin embargo, ella quiere a Álex. A nadie más.
Los dos salen del comedor y suben hasta recepción. Cruzan la puerta giratoria de la entrada y empiezan a andar por la calle. El sol continúa luciendo, a pesar de que hace mucho frío.
—Antes, cuando tu compañera de habitación nos ha interrumpido, te quería decir algo.
Directo. ¿Para qué va a entretenerse en prolegómenos? Paula se estremece. Intenta no mirarle, pero él sí que la está mirando a ella a través de su único ojo sano mientras habla. ¡Qué vergüenza!
—Cuéntame.
—Estoy arrepentido por haberte machacado estos meses.
—No te voy a negar que ha sido duro. Me lo has puesto difícil.
—Ya imagino. No tenía una buena imagen de ti. Pero bueno, eso ya lo sabes. Y no voy a repetirme más.
—Lo hecho, hecho está.
—El caso es que te quería pedir perdón de nuevo por todo… y, además, te quería confesar… una cosa.
—Mmmmm. Dime… —Traga saliva y reza para que no sea lo que piensa que es.
—Me he enamorado.
¡Lo dijo! ¡Lo dijo! ¡Valentina tenía razón! Aquel chico la quiere. Suena muy extraño de su boca. Menudo compromiso.
Los dos siguen caminando por Londres, ahora sin mirarse a la cara.
—¿Estás seguro?
—Bueno, nunca me he enamorado de nadie. Pero creo que sí.
Paula suspira. Luca se detiene y la coge de la mano para que ella también se pare. Uno frente al otro. La verdad es que incluso con el parche en el ojo es un tío muy atractivo. No es tan guapo como Álex, pero tiene algo. Cierto encanto pijo y macarra al mismo tiempo. Y de cuerpo está francamente bien.
—A veces los sentimientos se confunden. Y lo que crees que es amor, simplemente es cariño o devoción hacia alguien.
—Yo creo que es amor.
—Pues…
Se ha empeñado en que es amor. No va a convencerle de otra cosa. Tampoco quiere engañarse y él es el único que realmente sabe lo que siente. Se ha enamorado de ella y ya está. No es algo nuevo para Paula.
¿Qué le contesta? Que no, claro. Que ella sigue enamorada de su exnovio y que, aunque en estos días las cosas entre ellos han cambiado, no siente lo mismo hacia él. Entonces… ¿cabe el riesgo de que vuelva a molestarla otra vez?
No cree. Dice que está arrepentido por lo que ha hecho. No recaerá. ¿No?
—¿Crees que tengo alguna posibilidad con ella? —suelta repentinamente.
—¿Con ella?
—Sí, con la
italianini
.
¡Está enamorado de Valentina!
Oh, my God!
. ¡Será tonta! Paula empieza a reírse en medio de la calle como una loca. No puede remediarlo. Su amiga lleva una semana insistiéndole en que Luca Valor la quiere y resulta que de quien está pillado es de ella.
En cambio, el chico empieza a molestarse con tanta risa. La española se da cuenta y se calma. Aunque por dentro se siente muy aliviada. El chaval no está nada mal, pero se alegra de no ser ella la afortunada.
—Valentina es muy rara —responde por fin—. Pero creo que sí, que tienes alguna oportunidad con ella.
Ahora lo entiende todo. Cada vez que iba a su habitación, que se acercaba a las dos, que las miraba… El cambio de actitud en esos días. ¡La cena de anoche en el italiano en la que se presentó de improviso! ¡Nada de eso era por ella, sino por Valen! ¡Pues vaya con las intuiciones de las mujeres y su sexto sentido! Amaga con volverse a reír pero se frena por respeto. Luca parece muy preocupado.
—No sé si decirle algo. A ella no le caigo nada bien.
—Valentina también piensa que ella no te cae bien a ti.
—Tiene un carácter muy fuerte. Pero…
—Pero te gusta.
—Sí.
Aquel chico no se parece en nada al que hasta hace poco tiempo la fastidiaba constantemente. Al de las bromas pesadas y los insultos a todas horas. Aquel «españolito» ha cambiado. Es lo que hace el amor, que nos vuelve a todos un poco más… ¿sensibles?
—Perdona por lo de tu ojo —dice Paula sonriéndole.
—¿A qué viene eso ahora?
—A que nunca te pedí perdón por haberte hecho eso —comenta, señalando el ojo herido.
—¡Ah, esto! Mañana voy al médico y me dicen si ya me lo puedo quitar. En el fondo no ha sido nada.
—Pues es una lástima que te lo quiten. El parche te da un aire… interesante.
—¿Te parece interesante?
—Sí. Estás mono con él.
Los dos se miran. Dan la vuelta y vuelven a caminar hacia la residencia.
—No te habrás enamorado de mí, ¿verdad, españolita?
—Claro que no. Yo ya quiero a un chico.
—¿De aquí, de Londres?
—No. Él está en España. Es mi ex.
—Estás enamorada de un exnovio. ¿Cómo es eso?
—Es una larga historia.
—¿Y por qué estás aquí en Inglaterra y no allí con él?
—Esa es una buena pregunta para la que no tengo respuesta.
La pareja sigue conversando hasta que llegan a la puerta del centro. Pero antes de entrar, Luca se acerca a Paula y le da una palmadita en la espalda.
—Gracias por todo. Nunca había hablado de estos temas con nadie.
—De nada. Espero que tengas suerte con mi amiga.
Y, juntos, entran en la residencia. Los dos se quedan a cuadros cuando ven que en recepción espera Valentina, taconeando con el pie derecho impaciente. Se acerca un nuevo malentendido.
—¡Mira la parejita qué bien se lleva! ¿Qué, venís de una romántica tarde de amor bajo la luz del sol londinense?
—Valen, esto…
—Ya, ya… Esto no es lo que parece, ¿verdad? —Suelta una carcajada—. Luego me lo cuentas. Y, si quieres, me haces unos dibujitos.
—Es que…
Pero la italiana no quiere escuchar más. Se aproxima hasta Luca, lo mira y resopla.
—Tenemos que ir a limpiar —señala resignada—. Margaret os estaba buscando. Aunque ya le he dicho que hoy yo sustituía a
Paola
. Quiere que nos demos prisa con la cocina y el comedor.
—No tengo ganas de limpiar ahora.
—Pues te toca, amigo. Y espero que no me des mucho la lata, que no estoy para tonterías. Tonterías, las justas.
Valentina se gira y se dirige a la escalera que lleva hasta el comedor. Luca la observa embobado.
—Es tu oportunidad —le indica Paula en voz baja—. Aprovecha que vais a estar los dos solos.
—No sé…
—¡Venga, ánimo!
Y lo empuja para que la siga rápidamente.
—Lo intentaré, aunque ya has visto cómo me trata.
—Eso es porque está falta de cariño —apunta Paula con una sonrisa irónica.
—Eso es porque tiene muy mala leche.
—También, también.
Luca por fin se decide. Se despide de Paula y camina hasta la escalera por la que la italiana acaba de bajar. En la cocina ya le espera la chica con la que le encantaría disfrutar de su primer romance de verdad. Solo hay un inconveniente, y es que ella no le soporta.
Ese día de diciembre, en un lugar apartado de la ciudad
Abre los ojos. Tiembla de frío. Es porque está destapada. Y sola. Nadie la acompaña en la cama. Huele a… ¿café? Sí, eso parece. Miriam se incorpora y se sienta sobre el colchón. Observa cómo Ricky está sirviéndose una taza. Luego echa un poco de leche y un chorretón de güisqui. Lo mueve con una cuchara y se dirige hacia donde está ella. Se acomoda en uno de los sillones y da un buen trago.
—¿Ya te has despertado? —le pregunta, limpiándose la boca con la manga de su camiseta—. Mira que eres vaga. Te pasas el día tirada.
¿Qué hace él allí? ¿Y su novio? Lo último que recuerda es…que le costaba respirar y el ruido de la puerta de la nave cerrándose. ¿Ha pasado eso de verdad? ¿Cuánto tiempo ha dormido? Está bastante confusa.
—¿Dónde está Fabián?
—Ha salido a solucionar unos asuntos.
Es verdad. Le dijo que tenía que ir a la ciudad y que no podía llevarla. Mierda. Se ha marchado sin ni siquiera despedirse. Un momento…. Algo le viene a la cabeza, pero muy difuso. Con muchas lagunas… Antes de dormirse, ¿la obligó a besar a su amigo? ¿O lo ha soñado?
—¿Sabes cuándo volverá?
—Ni idea.
—Vaya, quería ir con él. Necesito avisar a mis padres de que estoy bien.
—Tus padres pasan de ti.
—No lo creo.
—Vale, pues engáñate a ti misma.
—Eres un capullo.
—Y tú una niñata insolente y te tengo que soportar.
—¿Por qué me tienes que soportar? ¿Te has quedado aquí para vigilarme? Como si fueras mi perrito guardián.
Ha dicho eso totalmente en broma. Sin embargo, por la cara que ha puesto, el joven de la cabeza rapada no se lo ha tomado precisamente como un chiste.
—¡Me he quedado aquí porque me da la gana!, ¿te vale?
—Por supuesto.
Su grito la intimida. No añade nada más porque no quiere broncas con él. Miriam se levanta de la cama y se acerca hasta la cocina donde Ricky ha dejado la cafetera. Aún está caliente. Coge un vaso de cristal y lo llena hasta la mitad. Le vendrá bien para despejarse.
—En cuanto a lo que pasó antes…, no nos lo tomes en cuenta; estábamos un poco fumados.
Da la sensación de que Ricky no le ha dicho aquello para disculparse, sino para jactarse de ello. Hasta se le ha escapado una estúpida sonrisilla, presumiendo de su «hazaña».
Entonces no ha sido un sueño. Fue real que Fabián le obligó a darle un beso a aquel idiota. Incluso recuerda que la aprisionó tan fuerte contra su cuerpo que le hizo perder el aire y terminó desvaneciéndose.
Es terrible. Nerviosa, bebe un sorbo de café y piensa en su situación actual. Su novio se ha pasado de la raya. Y aquel individuo, lo mismo. Tiene que salir de allí como sea. Debe hacerlo antes de que no sea solo un beso lo que la obliguen a hacer. Quiere a Fabián, pero está claro que ella no es nada para él, solo un objeto con el que hacer lo que le venga en gana. No le importa lo más mínimo. Ahora lo ve claro.
¡Joder, tuvo que comerle la boca a aquel indeseable! Mierda. Qué mal. Pensaba que en esos días que lleva allí las cosas habían mejorado con Fabián. Pero él solo la usa a su antojo. Solo la quiere en la nave junto a él por las joyas, por el sexo, por diversión… Da lo mismo. Es por alguna razón que no se parece en nada al amor.
¿Qué hace ahora? Siente escalofríos. Está en peligro con aquellos dos. Ya sabe de lo que son capaces. Pero ¿cómo puede abandonar la nave sin que se den cuenta?
Aquel lugar está aislado del mundo. Aunque huyera, tendría que caminar bastante para llegar a la carretera principal. Podría intentarlo de noche, cuando Fabián durmiera. Pero si descubre que quiere marcharse de allí sin avisarle, las cosas empeorarían.
Debe aprovechar su ausencia. Ese tipo es mucho menos listo que su novio. Es su oportunidad para escapar. ¿Cómo? Corriendo no puede ser, la alcanzaría enseguida.
¿Y si pide un taxi? ¡Ya tiene otra vez móvil y puede pedir uno!
Entonces se le ocurre una idea.
Deja el café encima de una mesa y se acerca hasta la cadena de música, una bastante vieja que un día trajo Ricky. Hasta tiene para meter cassettes. Abre la tapa de la disquetera e introduce al azar el primer CD que encuentra a mano. Pulsa el
play
y suena a todo volumen
Decode
de Paramore. Perfecto.
—¿Qué haces?
—Poner un poco de música para ambientar esto —responde, con una mirada pícara y bailoteando insinuante—. ¿Nos liamos algo?
—¿Quieres rollo conmigo?
—Un porro, capullo.
El joven rapado sonríe. Todas son iguales. Seguro que está pensando en el beso con lengua que le dio antes y quiere más.
—Trae papel y siéntate aquí conmigo.
Ella obedece. Se acomoda en el otro sillón y le entrega el papel de liar que ha cogido de la mesa. Ricky se hace con un cigarro de una cajetilla de Marlboro y extrae el tabaco de dentro. Es el momento.
—Mientras lo preparas, voy al baño.