—¡Abre o llamo a la policía inmediatamente y te acuso de secuestro! ¡Sé que tienes ahí a mi amiga retenida sin su consentimiento!
Es el último grito de Alan, antes de que escuche el ruido de un cerrojo y vea cómo la puerta se abre lentamente. Delante de él aparece Ricky; lleva una navaja en la mano derecha y su expresión es de no estar muy contento.
—Mira, capullo: esta chica está conmigo porque quiere. Así que es mejor que te vayas por donde has venido.
—No me pienso ir hasta hablar con ella.
—Ella no quiere hablar contigo.
—¿Estás seguro de eso? No me ha dado esa impresión —comenta el francés, alejándose poco a poco de la puerta, caminando de espaldas, hacia atrás.
—Me importan muy poco tus impresiones. ¡Largo de aquí!
—¿Y si no quiero?
—Pues…
En ese instante, Alan sale corriendo y, con el martillo que Diana le dio antes, golpea una de las ventanas del cuatro por cuatro, ante la mirada aterrada de Ricky que ve cómo uno de los cristales de su todoterreno estalla en mil pedazos.
—¿Quieres que siga, calvito? —pregunta con una sonrisa el chico, desafiándole con la herramienta.
—¡Serás hijo de perra! ¡Te voy a matar! —exclama enloquecido por la rabia, corriendo hacia él con la navaja alzada.
Parece que está poseído. Su rostro desencajado infunde terror, pero Alan no puede pararse a pensar en eso. Rodea el vehículo y se refugia en el otro lado. Ricky lo observa a través de la ventana rota. Sus ojos están inyectados en sangre.
—¡Ahora, chicos! ¡A por Miriam! —grita el francés lo más fuerte que puede.
Cris y Mario escuchan la orden que esperaban y corren hacia dentro de la nave. Cuando entran, cierran la puerta.
Ricky no puede creer lo que está sucediendo. Se ha visto sorprendido y no sabe hacia dónde ir. Ha vuelto a meter la pata. Pero ¿cómo iba a suponer que había más gente? Fabián, cuando se entere de esto, no se lo perdonará. Debe arreglarlo como sea. Primero tiene que hacerse cargo del que le ha roto la luna del todoterreno.
—¿Qué, calvito? ¿Estás muy enfadado?
—Muchísimo.
—Es una pena lo de la ventana de tu precioso coche. ¿Te lo cubre el seguro?
Los dos van caminando lentamente alrededor del vehículo. Ninguno deja de observar al otro ni un solo instante. Alan tampoco pierde ojo de la puerta de la nave. En cuanto salgan, deberá hacer algo… para que el rapado no vaya a por ellos.
Esa noche de diciembre, en un lugar apartado de la ciudad
Escuchan el grito de Alan y los dos corren hacia el interior de la nave. ¡Es su oportunidad!
—¡Cierra la puerta, Cris! —dice Mario, que va delante.
La chica obedece y da un portazo cuando entra. ¡Lo han conseguido! El plan del francés ha funcionado. Tal y como imaginó, irían a por él. Además, ha sido sencillo porque solo estaba Ricky en la nave. Eso ha facilitado las cosas. Aunque su novia está muy preocupada porque su chico se ha quedado a solas con ese delincuente.
—¡Miriam! —grita su hermano cuando la ve.
Está tumbada en el suelo, con las manos y las piernas atadas con cables. Le ha tapado la boca con papel de embalar. Además, tiene un golpe en el pómulo derecho reciente y una herida sobre la nariz que, aunque no sangra demasiado, es bastante aparatosa.
—¡Joder! ¿Qué te ha hecho ese bestia? —exclama Cris, agachándose junto a ella y quitándole la mordaza. Está tiritando.
La chica no da crédito a lo que ven sus ojos. Es ella. ¡Es ella! Después de tanto tiempo sin dirigirse la palabra está allí. Ayudándola. ¡Cuánto la ha echado de menos todos estos meses! Su orgullo impidió llamarla, escribirle, a pesar de que había dejado de odiarla por haberse liado con aquel impresentable de Armando.
—Cristina, lo siento. —Es lo primero que dice cuando puede hablar.
—Shhh… Tranquila. Luego. Ahora tenemos que salir de aquí.
—Lo siento.
Mario desata a su hermana y sonríe cuando esta se fija en él. También le pide disculpas mientras le quita los cables de las manos.
—Vaya lo que nos has hecho pasar…
—Yo…, no sé que me pasó… Perdí… los papeles… No era yo.
—Sí eras tú, pero distinta.
—No me daba cuenta de lo que hacía. Perdón.
—Ya tendrás tiempo de pedir perdón, sobre todo a papá y a mamá.
—Tengo muchas ganas de verlos.
—Eso significa que te vienes con nosotros, ¿no?
—Sí, sí. Esos… están… locos… —dice en voz baja, sin parar de tiritar—. Están muy locos.
Eso es algo que Mario ya sabía. Y en su brazo hay una gran prueba de ello. Le daría una bofetada a su hermana ahora mismo por estúpida. Pero también un beso y un abrazo. Se alegra de que por fin haya recuperado la sensatez. No sabe hasta qué punto, ni por cuanto tiempo, aunque es un paso que quiera marcharse de allí.
—Bueno, ahora tenemos que esperar a que Alan nos haga una señal para salir de aquí dentro —señala el chico, dirigiéndose hacia la ventana que tiene la persiana levantada.
Mira a través de ella pero no ve nada. Allí no están ni el francés ni el rapado. Sube el resto de persianas y los busca por cada una de las ventanas de la nave. No consigue verlos. ¿Dónde se habrán metido?
—¿Los ves? —pregunta Cris, en la que se apoya Miriam para andar.
—No. A ninguno de los dos.
—Joder. No le habrá pasado nada, ¿verdad?
—Seguro que está bien. No te preocupes. Ese idiota es más fuerte, pero tu novio es mucho más listo.
—¿Novios? —pregunta Miriam, asombrada—. ¿Sois novios?
—Sí.
—¿Alan y tú? ¿Desde cuándo?
—Desde hace casi un año.
—Jo… Y yo me lo he perdido.
—Hay muchas cosas que las dos nos hemos perdido.
—Cuando pase esto tendremos que ponernos al día.
Las chicas se miran a los ojos y a ambas se les derrama alguna que otra lágrima. Tratan de sonreír, aunque es un momento difícil para hacerlo.
—Estoy asustada.
—Tranquila…, cariño —le susurra en un oído la que fue la mayor de las Sugus y le acaricia la cara con la mano.
Las palabras de su amiga la calman un poco, aunque sigue inquieta. Es muy extraño que no se les escuche.
—Mario, ¿sigues sin encontrarlos?
—Sí, no sé dónde pueden estar.
Entonces, dando un grito tremendo, por una de las ventanas de la nave aparece Ricky que se ha lanzado contra ella, tapándose la cara y la cabeza con las manos para no cortarse. El ruido de los cristales rotos provoca los chillidos de las dos chicas, que se abrazan con fuerza. Mario apenas se mueve, estupefacto, al verlo.
A pesar de que se ha cubierto, el rapado se ha hecho una herida en la frente por la que sangra copiosamente. Se pone de pie y empuña la navaja amenazando a los chicos. Su mirada es la de un asesino.
—No es justo que peleéis uno contra cuatro, ¿no creéis?
—¿Qué le has hecho a mi novio? —pregunta Cris, que se aleja de Miriam y agarra con fuerza el bate de béisbol.
—¿Ese era tu novio? Puag. Tú te mereces a alguien mejor, muñequita.
—¿Qué le has hecho a Alan? —insiste la chica, sollozando.
Pero Ricky no responde. Sonríe y se acerca a ella lentamente.
—¡Déjala en paz! —grita Mario, que permanece a su izquierda sin poder acercarse a su amiga.
—Veo que te has recuperado bien de lo del otro día, chaval. Eres un tío fuerte.
—¿El otro día?
Miriam entonces comprende rápidamente que aquello que creyó oír no fue un sueño ni el efecto de lo que había consumido esa noche. ¡Su hermano y Diana habían estado allí de verdad!
Mientras, el rapado continúa aproximándose a Cristina, que sujeta el bate de béisbol como le dijo antes Mario. Está horrorizada por lo que ese monstruo pueda haberle hecho a su novio.
—Suelta eso —le ordena Ricky a la joven del pelo corto.
—No.
—Sé buena y suéltalo.
—¿Qué le has hecho a mi chico?
—Vamos, preciosa, suelta el bate. Y vayámonos tú y yo por ahí a dar una vuelta.
—No…
Mario y Miriam no pueden hacer nada por ayudar a Cris. Si se acercan a ella, pueden terminar heridos.
—No te lo voy a decir más veces, bonita. Suelta eso.
—No voy a hacerlo —asegura, muy seria, a pesar de que está muerta de miedo—. ¿Dónde está mi novio? ¿Qué le has hecho?
—Lo he matado.
—¿Có…, có… mo? —tartamudea Cristina.
—¡Que lo he matado! —grita Ricky, fuera de sí.
Y levanta la navaja enérgicamente contra ella. Sin embargo, en el último instante, por sorpresa, cambia su objetivo e intenta clavársela a Mario, que está a su lado. Pero esta vez no coge al chico desprevenido como el otro día y este consigue esquivarle. Algo que, en cambio, él mismo no puede hacer con el bate de béisbol. Cris, empapada en lágrimas y desbordada de ira, tras escuchar lo que aquel tipo ha dicho hace unos segundos, le golpea con todas sus fuerzas en la cabeza, con los ojos cerrados, como si tratara de romper una piñata de cumpleaños.
Esa noche de diciembre, en un lugar de la ciudad
Prepara la maleta para mañana. A Álex le espera un buen madrugón. A las siete tiene que estar en el aeropuerto porque a las ocho tomará un vuelo hacia Londres. Cuanto antes llegue, antes la verá.
Recibe un SMS de Ángel acerca del tema: «A Sandra ya se le ha pasado el enfado y te manda ánimos para recuperar a Paula. Aunque como la exclusiva del segundo libro sea para otros, te matará».
Sonríe. Cuando antes el periodista la llamó desde el Manhattan, tuvieron una pequeña discusión telefónica. No comprendía qué pintaba él en Londres y por qué la dejaba sola en la redacción, embarazada y con tanto trabajo que hacer. Ángel trató de explicarle que su amigo se lo había pedido como un favor personal y que ya estaban los billetes sacados. Lo primero era verdad, lo segundo sucedió unos minutos después. Pequeña mentira piadosa.
No estarán mucho tiempo en Inglaterra. El vuelo de vuelta sale a las cuatro de la tarde. Fue una petición de su compañero de viaje, que le rogó por favor que regresaran pronto para que Sandra no lo echara de casa. «Puede aducir que es un antojo». Y es que, desde hace unos meses, hasta viven juntos.
En el fondo siente algo de envidia de él. Envidia sana. Pero es que la vida de Ángel es perfecta. O esa es la impresión que da. Trabaja en lo que le gusta, tiene un buen sueldo, su relación de pareja está consolidada y pronto va a ser padre. Un padre joven. En lo profesional, no puede quejarse, están empatados; pero en lo familiar y, sobre todo, en lo emocional… ¿En qué punto se encuentra él? Es una respuesta difícil. Piensa que si Ángel no hubiera roto con Paula, tal vez la vida que llevaría sería parecida a la que él lleva ahora. Y es que aquella chica no deja de tener dieciocho años y muchas cosas por experimentar aún.
Introduce unos calcetines negros y una muda de ropa interior en la maleta. Siempre deja esas cosas para el final. Aunque realmente, ¿para qué se lleva nada a Londres si apenas va a pasar unas horas allí? No merece la pena. Con su mochila bastará. Ahí meterá las llaves de casa, el cargador del móvil, el
ipod
y la cartera. Y algún libro, por si acaso Ángel se duerme en el avión, y su ordenador portátil.
Pero antes de hacer la mochila, deberá vaciarla por completo. No quiere tener problemas en el control de seguridad. Son muy pesados en el aeropuerto con estos temas hoy en día. Saca todo lo que tiene en ella y encuentra la carátula de un CD en uno de los bolsillos. Se le había olvidado por completo aquello. Es la primera temporada de Glee completa. Pandora se la dejó para que la viera y él prometió hacerlo. Es su serie preferida. Se siente un poco culpable porque no lo ha hecho. Ha tenido demasiadas preocupaciones esa semana… Solo ha pasado una semana.
Aquella chica, entonces, solo era una cliente de su bibliocafé. Una de las mejores, eso sí. Ese día cantó para él un tema de la serie. Lo dejó boquiabierto. No imaginaba que lo hiciera tan bien. Desde entonces le ha sorprendido mucho. Siempre para bien. Y aunque es una joven bastante rara, le encanta pasar el tiempo con ella. Es una gran ayuda, una estupenda lectora y una muy buena amiga.
Examina nuevamente la carátula y después mira el reloj.
Quizá aún esté a tiempo de cumplir su promesa.
El escritor se sienta en el sofá del salón y coloca sobre la mesa su portátil. Lo enciende y espera a que arranque. Luego abre la disquetera e introduce el CD con la grabación de la serie. En su reproductor los episodios no salen ordenados. Se nota que está bajado de Internet. El que aparece en la pantalla es el número cuatro. Uno titulado
Embarazada
. No hace falta ni que pulse el
play
. El capítulo se activa solo y comienza.
Y para su sorpresa, lo que se oye al principio es el
Single Ladies
de Beyoncé. Un chico y dos chicas lo bailan. Álex sonríe. Le gusta cómo lo hacen, pero no solo sonríe por eso. Aquella canción le trae grandes y muy buenos recuerdos. Recuerdos que algún día espera que pueda volver a revivir con ella.
Una madrugada de un día de enero, el primero de ese año, en un lugar de la ciudad
—¡Casi me atraganto con las uvas! —exclama Paula, aún con la angustia de ver que no era capaz de comerse las doce a tiempo—. ¡Este año las campanadas iban muy deprisa!
—¿Qué iban a ir muy deprisa? ¡Si hasta me ha dado tiempo de robarte una sin que te dieras cuenta!
La chica mira a Álex incrédula. No habrá hecho eso… ¡Eso da mala suerte!
—¿En serio?
—Claro que no, tonta. Solo me he comido las mías y observaba cómo te atragantabas con las tuyas.
—Idiota.
Paula arruga la nariz y mueve la cabeza. Es como un niño pequeño. Y eso que le saca más de cinco años de diferencia. Sin embargo, para otras cosas… agradece que sea mayor que ella y tenga más experiencia.
Álex la agarra por la cintura y la atrae hacia sí. Le aparta el pelo dulcemente y sonríe.
—Feliz año, cariño.
—Feliz año.
Y se dan un beso apasionado, mientras los fuegos artificiales se escuchan atronadores en aquel lugar de la ciudad. Separan sus labios y miran al mismo tiempo por la ventana de la habitación de hotel en la que por primera vez hicieron el amor, hace solo unos días. El cielo está bañado de luces de colores que se dispersan de mil maneras diferentes alrededor de las estrellas.