Cállame con un beso (63 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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Asunto zanjado: Paula puede viajar hoy a ver a Miriam y a los demás.

Tras sacar los billetes de vuelta y arreglar el tema para que la chica pueda viajar en lugar de Ángel, apenas queda tiempo para nada más. Es casi la hora de embarcar.

El periodista se despide de ellos y promete que los llamará pronto.

—Al final, todo se ha arreglado —indica la chica cuando ocupa su asiento en el avión—. Menos mal.

Álex se sienta en su lugar junto a la ventanilla y mira a través de ella. «Todo no se ha arreglado», piensa. Para él, en realidad, nada lo ha hecho. Viajó a Londres con la esperanza de que Paula aceptara una reconciliación y, sin embargo, hasta ha denegado hablar del tema. Se gira y se encuentra con su rostro. También ella estaba mirando por la ventanilla. Sus ojos de miel siguen cautivándole. La chica le sonríe y luego se sienta recta, evitándole una vez más.

La azafata que tienen enfrente comienza con su explicación de cómo actuar en caso de emergencia. Paula la observa atentamente. Álex, en cambio, solo presta atención a su compañera de vuelo.

El avión ya se mueve, desplazándose por la pista, arrastrando sus enormes ruedas por el asfalto. La explicación de la azafata termina y desaparece detrás de una cortina.

—Tenemos que hablar —dice el joven mientras suena el ruido de los motores. Ella no responde, así que insiste—. Escúchame, por favor. Tenemos que hablar.

—¿De qué? —contesta tras un suspiro.

—De lo nuestro. No quiero que lo dejemos.

—Álex, por favor. Ahora no.

—¿Ahora no? ¿Por qué?

—Porque no.

Pero esta vez no tiene escapatoria. Si quiere huir, tendrá que buscar un paracaídas. El avión acelera y comienza a elevarse a gran velocidad. Poco a poco toma altura y se acerca a las nubes, alejándose de la tierra.

—¿Por qué no intentamos solucionar esto? —pregunta el escritor en un nuevo intento de alcanzar su corazón.

—Porque no hay solución.

—Podemos buscarla entre los dos.

—¿Cómo? ¿Qué hacemos?

—No lo sé. Pero algo debe haber para que no lo dejemos definitivamente. ¿O es que ya te has olvidado de mí?

La joven resopla. ¡Cómo se va a olvidar si no ha hecho más que pensar en él! Ni estudiar ha podido. Y si antes no se concentraba porque no paraba de recordarle, tras la ruptura ha sido todavía peor.

—Me duele la cabeza. Dejémoslo, por favor.

—No puedo dejarlo, Paula. Te quiero. Y necesito saber que lo nuestro no se ha terminado para siempre.

El aparato continúa subiendo y deja atrás las islas británicas. Dentro de unos minutos cogerá velocidad de crucero y en dos horas y pico llegará a España.

—Lo nuestro es imposible, compréndeme.

—Solo son seis meses.

—¿Solo?

—Sí. ¿Qué son seis meses dentro de toda una vida?

—Mucho tiempo, Álex. Si desde que llegué a Londres han pasado tres, y mira cómo estoy, imagina otros seis más.

—Hablaremos más, me conectaré más veces al MSN y me verás… Trataré de pasar más tiempo contigo.

La chica mueve la cabeza de un lado a otro y se toca la nariz nerviosa.

—No lo entiendes.

—Sí que lo entiendo, porque a mí me pasa lo mismo. También te echo de menos y me encantaría estar a tu lado cada minuto del día. Pero sé que esto solo es una prueba. Si la pasamos, nuestra relación será todavía más fuerte.

—Me duele la cabeza.

—Y a mí el corazón, Paula. Necesito que me digas que me quieres y que volvemos a ser una pareja que se querrá a pesar de la distancia.

Los dos se miran fijamente, en silencio. Entrando en sus pupilas iluminadas. En sus almas. La chica no sabe qué decir. A cientos de pies del suelo, se siente perdida en un querer y no poder.

—Lo siento. No puede ser.

Se quita el cinturón de seguridad y se levanta de su asiento. Camina hasta el final del pasillo y se pierde detrás de la cortinilla.

Se apoya contra una de las paredes del avión y toma aire. No se siente bien. Ya no solo es la cabeza. Hay algo más en ella que está sufriendo.

¿No puede ser? ¿Por qué no puede ser?

Si Álex es el chico más increíble que existe. Y la quiere. Ha ido a Londres solo por ella. ¿Por qué demonios no puede ser?

Recuerda la conversación con Ángel por teléfono en la que le decía que se estaba rindiendo muy pronto. Pero no es así. Está luchando contra sí misma. Y contra la distancia. La puta distancia es la que impide que ellos sean la pareja más feliz del mundo. Y la única manera de eliminarla es… volviendo a casa. Con sus padres, con él. Perder la beca y, como había pensado otras veces, abandonar Londres.

¿Merece la pena?

Su mirada, su sonrisa, sus palabras, sus manos, sus besos, sus caricias, sus sentimientos… Su amor. ¿Es todo eso más importante que un año de carrera y una experiencia en Inglaterra? Tiene la respuesta, pero ese tipo de decisión no es tan fácil de tomar. ¿Por qué no? Solo es decir: «Regreso a España para estar con el chico al que amo». Sencillo. Sincero. Simple.

—¿Por qué te has ido?

Su voz la sorprende cuando Álex descorre la cortina y aparece delante de ella en aquel reducido espacio.

—Quería ir al baño —contesta sin mirarle.

—¿Y ya has ido?

—No.

Un bote brusco del avión hace que se tengan que sujetar el uno al otro. Ella le tiene cogido por los codos y él la agarra los hombros.

—Turbulencias —indica el chico, mirándola—. Paula, no quiero perderte. Eres lo más importante de mi vida. Estos días han sido horribles. ¿Por qué no intentamos sobrevivir a los kilómetros de distancia?

—Porque no podré soportarlo, Álex.

—Sí que podrás. Si me quieres, podrás hacerlo.

—No. No es tan fácil. Yo…

Una nueva sacudida del aparato hace que casi se caigan al suelo. La chica le indica con la mano que vayan hacia los asientos para seguir hablando allí, pero Álex no quiere perder aquella oportunidad. Abre la puerta del baño y se mete dentro, arrastrando a Paula con él.

—Aquí no nos caeremos —dice el joven sonriente.

Aquel lugar es todavía más estrecho que el espacio entre la cabina de mandos y la de pasajeros. Hacía mucho tiempo que no estaban tan próximos el uno del otro.

—Yo podría volver a España —declara ella, sorprendiéndole.

—¿Qué?

—No voy a poder con la distancia. Lo tengo muy claro. Pero… tampoco voy a poder olvidarme de ti nunca. Aunque lo intente. La única solución es que hable con mis padres y les diga que dejo Londres.

Algo muy extraño les sucede a ambos. Ella, por una parte, se siente liberada, eufórica por ser capaz de dejarlo todo por amor. Pero, por otra, se culpa de abandonar algo que empezó y que debería terminar. Y él también tiene dos sentimientos opuestos: el de felicidad por lo que acaba de escuchar y el de culpabilidad por obligarla a sacrificar algo tan importante para ella.

—¿Estás segura de que quieres hacer eso?

—Sí —miente—. Es lo mejor para los dos. Y la única manera de que volvamos a estar juntos.

—Es una decisión muy importante.

—Bueno, ya soy mayor. Tengo que tomar decisiones de este tipo.

La chica sonríe. Sigue sintiéndose rara. Pero, al mismo tiempo, le invaden unas ganas tremendas de besarlo. Tanta tensión acumulada, tanto tiempo sin estar tan cerca de su boca…

—Si haces eso, por mí, por ti…

—¿Qué?

—Que…, no sé… Sería muy valiente.

—Creo que sería justo lo contrario. Pero…

Y lo besa. Un beso largo que termina con su respiración acelerada. Se miran asombrados, pero deseosos. Y lo besa una vez más y otra. Apasionadamente. Con locura. Dejando escapar todo lo que llevaban soportando durante todas las semanas que no pudieron compartir.

—Pero ¿qué…? —pregunta el joven, cerrando los ojos, sintiendo sus labios recorriendo su cuello y sus dedos clavados en su espalda.

—¿Cómo?

—Has… dicho que sería justo lo contrario a ser valiente. Pero…

—Pero… qué más da —contesta la chica, jadeante—. Lo importante… es que estemos juntos.

—Sí…, eso es… lo importante.

Y entre nubes y turbulencias, Paula y Álex regresaron al pasado, con la promesa de un futuro lleno de momentos como aquel, a cientos de kilómetros del suelo.

Capítulo 96

Ese día de diciembre, en un lugar de la ciudad

Al final, los padres de Mario y la madre de Diana los han convencido para que se vayan a casa unas horas y descansen.

El chico sigue muy serio, pensativo. Y le cuesta muchísimo hablar. Ella, por su parte, tampoco quiere decir nada que pueda molestarle. La situación es la que es y todo lo que se salga de ahí parecerá que está de más. Sin embargo, ese miedo de no saber qué piensa su novio la martiriza.

Ha sido Débora la que los ha llevado hasta la casa de Mario. La mujer les ha ofrecido cenar y dormir en su casa hoy, pero Mario ha declinado la invitación. Luego regresará al hospital y pasará allí la noche. Diana le ha pedido permiso a su madre para estar junto a él y esta ha aceptado. En los malos momentos es cuando tiene que estar más cerca de su novio.

—¿Vas a comer algo? —le pregunta la chica, bajito, con dulzura.

—No. Prepárate tú algo si quieres.

Su respuesta es seca y contundente. Enciende la televisión y se sienta en el sofá. Con el mando a distancia va pasando canales sin detenerse más de cinco segundos en ninguno.

—No, da igual. Espero a la cena.

—Vale.

La joven se sienta a su lado y también mira la televisión, aunque no ve nada. Está muy preocupada por él. No sabe qué hacer para que se anime un poco. Es muy difícil en ese momento. Su hermana está muy grave y él se siente culpable por no haber hecho más y no poder ayudar a que sus padres se encuentren mejor. Eso le duele tanto como las lesiones de Miriam. Aunque, aparte, hay otras cosas que también rondan por su mente. Decisiones por tomar.

—¿No tienes frío? —le pregunta ella, que sí que está helada.

—No.

—¿Puedo ir a tu cuarto a por una manta?

—Claro.

Su voz suena apagada. La chica vuelve a mirarlo entristecida y se levanta del sofá. ¿Hasta cuándo estará así? No tiene ni idea, pero quiere verlo bien cuanto antes. Diana sube por la escalera que lleva hasta la primera planta. Entra en el dormitorio de su novio y del interior del armario coge una manta para taparse. Sin embargo, antes de regresar al salón, se para a observar una foto que Mario tiene en la estantería, entre libro y libro. Son ellos dos, ella bastante más delgada, abrazados y sonrientes. Es del día en el que cumplían medio año como pareja.

Se sienta en la cama con la imagen en las manos y no puede evitar ponerse a llorar. Le quiere tanto que no soportaría perderlo.

¿Qué estará pasando por su cabeza? Necesita averiguarlo. Saber si quiere seguir con ella o si prefiere olvidarse de todo. Lo necesita saber.

Le da lo mismo Claudia y lo que haya pasado en esos meses en los que le ha ocultado sus conversaciones por el MSN. Hasta le da igual el beso que ella le robó. Fue un accidente provocado por esa idiota.

Cometió un error, pero ya lo ha perdonado.

Solo quiere que la quiera y la proteja. Y quererle y protegerle a él. Hacerse otra foto como aquella, cuando cumplan dos años, y cinco y diez. Y cincuenta.

Unos pasos acercándose indican que Mario también ha subido. Diana ve cómo el chico entra en su habitación y la observa confuso.

—¿Te acuerdas de cuando nos hicimos esta foto? —le pregunta, apartando las lágrimas de su cara.

—Claro.

El joven se sienta a su lado y coge el marco que su novia sostenía. La contempla y esboza una tímida sonrisa.

—Estaba más delgada.

—Ahora estás mucho mejor.

—No lo sé.

—Yo sí. Y aunque ahora mismo tengas un montón de moratones y quemaduras, tu salud también ha mejorado.

En eso tiene razón. Por aquel entonces, la bulimia seguía sometiéndola. Fueron unos meses muy complicados para los dos. Sin embargo, Mario siempre estuvo a su lado cuando lo necesitó. La ayudó a salir del problema sacrificándose y dedicándole tanto tiempo que hasta sus notas bajaron.

La chica baja la cabeza y llora de nuevo. Él la observa y se levanta de la cama. Coloca la fotografía donde estaba y se acerca hasta su escritorio. Abre un cajón y saca de él un sobre grande. Diana levanta la mirada y resopla mientras se seca las lágrimas. Mario regresa junto a ella y se lo entrega.

—¿Qué es esto?

—Ábrelo.

La joven obedece. Rasga el borde del sobre y mete la mano dentro. Hay dos documentos. El primero que ve es un certificado. Lo lee en voz baja, sorprendida.

—¿Esto es de verdad?

—Sí, completamente.

—¿Una estrella?

—Eso es. La compré hace tiempo. No es nada oficial, evidentemente. Pero solo lo que significaba ya merecía la pena.

—¿Es mía?

—Sí. Pensaba regalártela el día que te preguntara si te querías casar conmigo.

—Ya me lo preguntaste hace tiempo y te dije que sí.

—Me refiero al día de verdad. A una fecha concreta.

La chica vuelve a examinar aquel papel. «Certificado de Registro». Y debajo pone su nombre como propietaria y el nombre de la estrella, que corresponde con la fecha en la que se dieron el primer beso. También vienen apuntadas las coordenadas en las que se encuentra: «RA 09h47m44.92 +54°29’44.0’’ dec 9.35 mag Uma».

—Yo… no sé qué decir.

—El otro papel es un mapa del cielo —dice, mostrándoselo—. Esa que está señalada es tu estrella. Está en la Osa Mayor.

Diana se coloca las manos en el rostro sin cubrirse los ojos y contempla aquel documento emocionada.

—Es… una idea preciosa —comenta, sollozando—. Gracias.

—Me alegro de que te guste.

—¿Esto significa que… me sigues queriendo?

El joven la mira a los ojos. Está preciosa pese a las heridas que tiene en la cara.

—Te quiero. Ya lo sabes.

—¿Y me vas a pedir que me case contigo?

—No. No te lo voy a pedir.

—¿No? ¿Entonces?

—Diana…, creo que… debemos tomarnos un tiempo.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir? ¿Un tiempo?

Los nervios se apoderan de ella, que tiembla desconcertada. Deja los documentos a un lado, en la cama, y se tapa el vientre con la almohada. No entiende nada.

Mario es ahora quien agacha la cabeza; le cuesta mirarla. Pero la decisión está tomada.

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