Cállame con un beso (64 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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—Te quiero. Y por eso debemos parar.

—No lo comprendo. Si me quieres, ¿por qué me estás diciendo esto?

—Ni yo mismo lo sé explicar muy bien. Pero siento que necesito tiempo y espacio. He estado a tu lado siempre durante todo este año y medio, contra viento y marea. Dependes demasiado de mí. Incluso después de haberte hecho lo que te hecho, sigues dependiendo de mí.

—Porque te quiero.

—Y yo. Pero si hice lo que hice, tal vez fue porque necesitaba algo fuera de nuestra relación. Aunque sé que me equivoqué. No quiero a Claudia, lo tengo clarísimo. Y lo comprobé, cien por cien, cuando me besó. Seguía amándote a ti. Y me sentí fatal cuando te enfadaste conmigo… Fatal. Sin embargo, me lo merecía.

—Te agobio, ¿verdad?

—Pasamos mucho tiempo juntos. Y me encanta. Pero hay veces que… es bueno que tanto tú como yo vivamos otras cosas. Yo he sido un estúpido por ocultarte lo de esa chica. Pero si te lo hubiera dicho, que solo era una amiga, seguro que tampoco te hubiera gustado que hablara con ella, aunque me apeteciera.

—No solo hablabas con ella. La besaste.

—Me besó ella a mí.

Diana se queda en silencio intentando asimilar sus palabras. Retiene las lágrimas y aprieta con fuerza la almohada.

—¿Estamos rompiendo?

—No. Solo te pido tiempo —indica él sentándose a su lado—. El accidente me ha hecho pensar. Ha sido como un toque de atención, una señal para intentar cambiar algunas cosas. Quiero estar solo. No tener que depender de ti, ni que tú dependas de mí tanto.

—¿Y eso no es romper?

—No. Es tomarse un tiempo.

—Cuando un chico le dice a una chica que quiere tiempo, le está diciendo indirectamente que quiere cortar con ella.

—No lo sé. Solo sé que necesito unos días. Estar solo. Ubicarme. Sentir que no dependemos tanto el uno del otro. Y que quiero volver a mirarte a los ojos y decirte que te quiero y nada más.

—¿Y por qué me has dado hoy la estrella?

—Porque creo que este es el momento. Es como una garantía.

—¿Una garantía?

—Sí. De mi amor. De mis sentimientos —comenta, sonriendo—. Pero un amor que ahora mismo necesita espacio y tiempo. Lo siento, de verdad.

Capítulo 97

Ese día de diciembre, en un lugar cercano a la ciudad

—¡Paula! —grita una niña rubia que corre por uno de los pasillos del aeropuerto.

—¡Hola, pequeña!

Las hermanas se abrazan. Llevan tres meses separadas y tanto la una como la otra se han echado mucho de menos. Rápidamente, la pequeña se da cuenta de la presencia de su acompañante. También hace mucho tiempo que no le ve. El chico se agacha y le da un beso.

—Y tú, ¿qué haces aquí?

—Bueno, yo…

Pero a Álex no le da tiempo a dar explicaciones porque Mercedes y Paco también llegan hasta ellos. Los dos se extrañan de ver al escritor al lado de su hija. Sin embargo, es tanta la alegría de volver a encontrarse con ella, después de tantas semanas fuera de casa, que no piden explicaciones al instante. Besos, abrazos y, rápidamente, al coche.

En el camino hasta el aparcamiento, Paula y Álex aclaran qué hace él allí. Aunque no dicen toda la verdad. La palabra la toma la chica, que obvia la parte de la ruptura y la reconciliación en el avión. Simplemente lo dejan en que ha sido una sorpresa que el joven quiso darle. Tampoco incluye en la conversación lo referente a abandonar Londres después de las vacaciones de Navidad. Eso ya habrá tiempo de aclararlo cuando regrese dentro de unos días.

Solucionada la duda, y mientras el chico distrae a Erica, el diálogo de Paula con sus padres se torna más serio.

—¿Hay novedades?

—No.

—Miriam está muy mal, ¿verdad?

—Sí —confirma Mercedes—. La operaron de urgencia anoche y hoy sigue en el hospital sedada.

—Es increíble. Aún me cuesta asimilarlo.

—Nos llevamos un gran susto cuando me llamó su madre esta mañana. Ya había visto la noticia del accidente en la tele, pero no sospechaba que podían ser tus amigos.

—¿El resto está bien?

—Más o menos. Cristina tiene un brazo roto. Y a Diana y a Mario les han dado el alta. El que sigue ingresado es Alan.

—¿Alan?

Esta mañana, cuando su madre le contó lo del accidente, creyó escuchar ese nombre entre los que iban en el coche. Aunque intuyó que se había equivocado o que ella, con los nervios tras recibir la noticia y el ruido de la cafetería, no lo había entendido bien. ¿Es el mismo Alan?

—Sí. El chico francés que conociste en París. Es el novio de Cris.

¡El novio de Cris! ¿Desde cuándo? ¿Cómo es posible? ¡Sí que se ha perdido cosas desde que está en Londres! Sabía que su amiga estaba saliendo con alguien, después de la conversación a tres que tuvieron el otro día por el MSN, pero no podía imaginar que fuera él.

—¿Y ya se sabe cómo pasó todo?

—Nosotros no sabemos casi nada. Cuando hables con ellos, se lo preguntas. Pero es muy raro. Fue en un lugar bastante apartado de la ciudad, por donde apenas pasan coches.

—El joven con el que chocaron ha fallecido —interviene Paco.

—Vaya…

—Una tragedia como esta te marca para toda la vida.

Paula suspira. Pobres. Su padre está en lo cierto. ¡Qué mal lo están teniendo que pasar! Hay muchas cosas de las que tendrá que hablar con sus amigos. Aunque lo más importante es que se recuperen todos, especialmente Miriam, que es la que está más grave.

Llegan al coche y Paula se coloca detrás, junto a Erica y Álex. Se abrocha el cinturón y entonces se le pasa algo por la cabeza. Si ella hubiera estado en España, ¿también habría sufrido el accidente?

Durante el trayecto cambian de tema, para que la pequeña no se entere de lo sucedido. A ella, sus padres no le han querido decir nada. Tienen pensado dejar a Paula en el hospital y a la niña llevársela a cenar a alguna parte.

—¿Qué tal la novela? —le pregunta Mercedes a Álex, girándose hacia atrás y sonriendo.

—Bien. Ya me falta menos para terminarla.

—Espero que sea un éxito, como la anterior.

—Yo también lo espero.

—¿Sabes que nos metemos en Twitter solo para seguir lo que haces y lo que dices? ¡Hasta nos hemos hecho uno!

El chico se sonroja cuando oye aquello. Su vida televisada para sus suegros por Internet. Son los riesgos de las redes sociales.

—¡Qué cotillas sois! —exclama Paula.

—¡Ey! Que la idea fue de tu padre… —señala Mercedes, ante el asombro del hombre que no responde—. Tu novio tiene muchas seguidoras. Algunas le tiran los tejos y todo.

—¿Es verdad eso? —pregunta la chica, arrugando la nariz.

—Eh…, no. Claro que no.

—Tienes que decirles a todos que tú eres su novia y así poner las cosas en su sitio. A ver si me van a robar a mi yerno famoso.

La mujer ríe al tiempo que Paula mira a Álex muy seria y con cara de que aquello no le ha hecho ninguna gracia. Pero eso dura solo un segundo. Luego sonríe y le guiña un ojo. ¿A quién puede extrañar que haya otras que quieran quitárselo? ¡Pero su novia es ella! Y, pese a todo, vuelve a estar feliz a su lado. ¡Son una pareja otra vez!

Tras enrollarse en el cuarto de baño del avión, hablaron del asunto durante el resto del trayecto. La decisión de regresar a España estaba tomada.

—Cuando vuelva mañana, hablaré con el director de la residencia y me pasaré por la secretaría de la Universidad para tramitar mi baja.

—Me sabe un poco mal que renuncies a la beca y a Londres por mí.

—No pasa nada.

—Sí que pasa.

—¿No estás contento de que volvamos a ser novios?

—¡Claro! Mucho.

—Pues ya está.

—¿Estás segura?

—Es la única forma de que sigamos juntos.

—Pero…

No le deja hablar más. Se echa encima de él y le calla con un beso. Dulce, silencioso. Suficiente para que, durante unos segundos, ninguno piense en otra cosa que no sea los labios del otro.

—No me hagas llevarte otra vez al cuarto de baño para convencerte de qué es lo que quiero hacer. Quiero estar contigo.

—Y yo contigo.

—Pues ya está. Solucionado.

Sin embargo, Álex no lo tiene tan claro. Su conciencia no le permite alegrarse totalmente de lo que su chica va a hacer. Él fue a Londres a por una reconciliación y la ha encontrado. Después de sudar mucho, de negativas, de pasarlo mal para afrontar el problema. Y cuando tiene lo que deseaba…, siente que no lo quería de esa manera.

—¿Me puede dejar en esa esquina, por favor? —pregunta el joven al padre de Paula cuando gira a la derecha.

—Claro.

—¿No vas a venir conmigo a…? —interviene la chica, dándose cuenta a tiempo de eludir la palabra hospital para que su hermana no sospeche nada.

—Sí. Luego iré. Pero quiero pasar primero por el Manhattan.

—Algún día vendremos a tomar café a tu local, que me han dicho que es excelente —comenta Mercedes, una auténtica cafeadicta.

—Cuando quieran; ya saben que están invitados.

El coche se detiene y Álex se baja, despidiéndose de la familia García. De Paula, con un beso cortito en los labios, ante la mirada horrorizada de Erica, que continúa pensando que eso es una asquerosidad.

Hace mucho frío y ya es noche cerrada. Camina por la acera y saluda a su amigo el saxofonista que toca incansable bajo la luz de las farolas ya prendidas. Las cosas son muy diferentes desde que lo vio ayer por última vez. Parece que todo se ha solucionado con respecto a la relación con su novia. Ya está. Arreglado. Ella regresa y todo volverá a ser como antes. Como hace tres meses.

Al final, su viaje ha dado resultado como Ángel le dijo.

Sin embargo, sigue sin sentirse bien. Y peor se sentirá cuando se encuentre dentro del Manhattan con su camarera más eficaz.

Pandora tiene algo que confesarle.

Capítulo 98

Esa noche de diciembre, en un lugar alejado de la ciudad

—Diana, despierta.

La chica abre los ojos. Tiene delante a Cris, que le sacude delicadamente el brazo. Esta reacciona de inmediato y se da cuenta de que se ha quedado dormida en uno de los sillones de la salita del hospital. Seguramente habrá sido por los calmantes para el dolor de las heridas.

—Dime, cariño, ¿estás bien?

—Bueno, más o menos —señala Cristina, cansada. Tiene los ojos muy hinchados—. Voy a ir un momento a casa, con mi madre, a cambiarme de ropa. Solo serán unos minutos. ¿Te puedes quedar en la habitación con Alan, que está solo ahora?

—Claro, vete tranquila.

—Muchas gracias.

Y se despiden con un beso.

¡Qué sensación más rara…! ¿Ha tenido una pesadilla? Sí, sí… ¡Recuerda algunos fragmentos! Mario le decía que quería tomarse un tiempo. ¡Y le regalaba una estrella! Qué sueño tan extraño, parecía de lo más real.

La chica se pone de pie, cruza la puerta de la salita y se dirige al cuarto donde está el francés. Un enfermero la saluda. Es uno de los que le atendieron antes de que le dieran el alta. Muy guapo y muy simpático. Pero Mario lo es mucho más.

Por cierto, ¿dónde se ha metido?

El pasillo de la planta es muy frío y el olor que se respira allí le recuerda a otros días, en un pasado no muy lejano, en los que recorrió decenas de veces pasillos como aquel.

Le viene a la mente su imagen en el espejo. Muy delgada, huesuda. Y esa angustia por querer ser alguien que no era. Afortunadamente, su chico estaba a su lado.

Pero, lo de antes…, ¿fue realmente un sueño? Cada segundo que transcurre las ideas son más claras y se va pasando el efecto de los tranquilizantes. Algo no va bien. Un sueño se va olvidando, pero aquel le va pareciendo cada vez más real.

Diana empieza a asustarse. Acaba de recordar otra cosa de la pesadilla de hace un rato. La fotografía de los seis meses con Mario. Y… la conversación sentados en la cama de su habitación. Ahora ya no está tan segura de que todo haya sido irreal. Malditas pastillas. ¿Cuándo se las tomó?

En otro lado del hospital, en ese instante

Está llena de vendas por todas partes. Según el parte médico, presenta una gran cantidad de contusiones por todo el cuerpo de diferente gravedad. Pero las que más se ven son las heridas del cuello y las de la cara, que son muy aparatosas. Hay dos que no pertenecen al accidente, sino a sendos golpes que le propinó aquel indeseable. Mario observa a su hermana y se lamenta de no haber podido hacer las cosas de otra manera.

Ha sido un idiota. ¿A qué jugaba? Con aquellos dos criminales, la única manera de solucionar las cosas debidamente era avisando a la Policía. Su imprudencia le ha costado muy cara. No solo a él, sino a todos los que le han rodeado en esta semana.

Está cansado, desolado y somnoliento por la cantidad de medicamentos que le han dado para calmar los dolores de los diferentes hematomas que tiene por todo el cuerpo. Aunque él ha sido el mejor parado de todos, gracias a que iba en el asiento del copiloto. Saltó el airbag y, además, el impacto con el otro coche fue justo en el lado contrario al que viajaba.

—Ma… rio.

¿Ha oído bien? La voz débil proviene de la cama de Miriam. Su hermano, rápidamente, se levanta de la silla en la que está y se dirige hacia ella. ¡Tiene abiertos los ojos! ¡Por fin se ha despertado!

—Hola. ¿Cómo te encuentras?

—Me… duele.

—Shhh. No hables. No tienes que hacer esfuerzos.

La chica vuelve a cerrar los ojos y tuerce ligeramente el cuello hacia un lado. No recuerda nada de lo que ha pasado ni sabe que la han operado hace unas horas. La anestesia parece que ya terminó de hacer efecto.

Mario la mira y resopla. Nunca habría imaginado que se sentiría tan mal por su hermana. Se le humedecen los ojos; después de secarlos con un pañuelo, pulsa el botón para avisar a los encargados de la vigilancia de Miriam. Una enfermera acude inmediatamente. Él le cuenta lo que acaba de suceder, y la joven sonríe y le da ánimos. Todos están al corriente de los problemas tan grandes que tiene aquella chica tras el accidente.

Unos minutos más tarde, en otra habitación de ese hospital

—Tengo ganas de salir de aquí y llevarme a Cristina unos días a París.

Diana escucha lo que Alan le cuenta con una sonrisa a medias. En realidad, sonreír es lo que menos le apetece en esos instantes. Su cabeza no puede estar más confusa. Y es que está prácticamente convencida de que lo que creyó que era un sueño pasó de verdad. Entonces es cierto que Mario le ha pedido un tiempo…

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