Cállame con un beso (3 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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—Hola a todos. ¿Me oís bien? —Más
flashes
que saltan. En esta ocasión, en mayor número—. ¿Sí? Genial. En primer lugar, muchas gracias por venir. Como ha dicho Abril, estamos encantados de estar aquí con vosotros para presentar mi primera novela publicada,
Tras la pared

Álex poco a poco va cogiendo confianza. Empieza hablando de cómo nació la idea de escribir el libro y la acogida que tuvo en Internet. Luego agradece todo el apoyo que ha recibido en esos meses de los seguidores y de la editorial. Termina explicando que, durante los próximos minutos, contestará a cualquier pregunta que quieran hacerle y después firmará los libros. De nuevo aplausos, esta vez más sonoros que antes.

—La primera pregunta te la quiero hacer yo —le dice Abril, que ha vuelto a encender su micro.

—Muy bien. Pregunta —contesta Álex, sonriente. Está mucho más tranquilo.

—¿No es fácil, eh? —Sonríe pícara—. En
Tras la pared
, un chico de veinticinco años se enamora de una chica mucho más joven que él. Una adolescente. ¿Crees que la edad importa en el amor?

El escritor se pasa una mano por el pelo, piensa un instante y responde.

—No. En absoluto —comenta rotundo—. En el amor no importan ni la edad ni la raza ni el tipo de creencias. Solo importan el corazón y los sentimientos. Cuando dos personas se quieren lo único que cuenta es lo de dentro. El resto es completamente secundario.

Abril hace un gesto con los labios, satisfecha por la respuesta. Ella tiene treinta y dos años. Álex, veintitrés. ¿Sería posible algo entre ambos?

—Bien. Siguiente pregunta… ¿Quién se anima?

Nadie dice nada. Álex y la mujer contemplan a los presentes. Ninguno se atreve. Hasta que una de las chicas de la fila del fondo, de las que están de pie, levanta la mano.

—¿Sí…?

—A ver… Yo lo que quería saber es si… tienes novia —pregunta la joven, alzando la voz para que se la oiga bien.

Directa al grano. La sala ríe, pero a nadie le extraña que le hayan preguntado por eso. Aquel joven escritor es francamente guapo, con unos ojos preciosos y una sonrisa maravillosa. Sin embargo, Álex se queda mudo. Su semblante ha cambiado por completo. Y de la tranquilidad ha pasado en un segundo a la tensión. Esa voz le es familiar. No la ha olvidado. Y, aunque está bastante cambiada desde la última vez que se vieron, reconoce a la chica que un día le rompió el corazón en mil pedazos.

Capítulo 3

Una tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad

El taxista aparca al lado de su casa. Son más de las siete de la tarde de un lunes. ¿Desde cuándo no aparece por allí?

—Espere aquí… un momento —indica la chica, asomando la cabeza entre los asientos—. No tengo dinero.

—¿Qué…?

—Que no tengo dinero. Pero no se asuste, que le voy a pagar. Tome.

La joven se saca del bolsillo trasero del pantalón el carné de identidad y se lo entrega al taxista. Este lo mira desconcertado y lee en voz baja el nombre de su cliente: Miriam Parra Raspeño.

—¡Aquí la espero! ¡Pero dese prisa! —grita el hombre, mientras ella camina hasta la casa.

Miriam busca las llaves en su bolso. Revuelve todo lo que hay en su interior pero nada, no las encuentra. Mierda. Seguro que las ha perdido. Ahora le tocará llamar al timbre y dar explicaciones. ¡Vaya fastidio!

No tiene ganas de aguantar una bronca de sus padres. Solo le apetece tumbarse en la cama y dormir veinticuatro horas seguidas. Necesita recuperarse de la paliza que se ha dado el fin de semana.

El taxista se impacienta y hace sonar con vehemencia el claxon. ¡Qué pesado!

Al final, no le queda más remedio que tocar el timbre. Resopla y llama. Escucha una voz que procede del interior y unos pasos dirigiéndose hasta la entrada. Abren.

—¡Vaya! ¡A quién tenemos aquí! ¡Pero si es mi querida hermana!

—Venga, Mario, déjate de estupideces —protesta empujando a su hermano y entrando deprisa en la casa—. ¿Están papá o mamá?

—No, no están.

—Mejor —comenta aliviada—. ¿Tienes dinero?

—¿Dinero? ¿Para qué?

—Para pagar el taxi.

—¿Qué taxi?

—El que me ha traído a casa.

—¿Y no podías haber cogido el autobús?

—¿Vas a hacerme más preguntas? Además, de donde vengo no hay líneas de autobuses.

El chico suspira. Su hermana cada día está peor. No solo no aparece por casa desde el viernes por la tarde, sino que se permite el lujo de coger un taxi para volver. ¡Y tiene que pagárselo él!

—¿Cuánto es?

—Veintitrés euros.

—¡Veintitrés euros! Pero ¿de dónde vienes?

—¡Ya te he dicho que desde un sitio donde no hay autobuses!

—¿Y tú no tienes nada?

Sí que tiene. Treinta euros en su habitación, reservados para otro asunto, con los que pensaba pagar si no hubiera perdido las llaves. Pero ya que su hermano le ha abierto…

—Joder, Mario. ¡Qué pesado estás! ¿Me dejas el dinero o no?

—Sí. Espeeeera —contesta. Voy a mi cuarto. Lo tengo ahí.

—Date prisa, que ese hombre se impacienta.

—Vale, vale…

El chico sube rápidamente la escalera. Miriam lo observa atenta. Sigue siendo muy inocente. Lo ha vuelto a engañar. Sin embargo, no siente lo que está haciendo. Su hermano tiene una vida prácticamente perfecta. Universitario, con el total apoyo de sus padres y… con novia.

—Hola, Miriam.

Una chica morena con un
piercing
en la nariz sale del salón y la saluda con la mano. Ya no hay besos.

—Hola, Diana. ¿Qué tal? —responde, sin mucho entusiasmo.

—Muy bien. Tu madre hace una tarta de manzana increíble.

—Ya.

Las chicas permanecen en silencio unos segundos. No tienen demasiado que contarse. Hace tiempo que dejaron de ser amigas para convertirse en casi familia y su relación se ha enfriado muchísimo. Diana pasa más tiempo en casa de Miriam que ella misma.

—¿Y tu hermano?

—Ha subido a su habitación a por dinero.

—¿Por dinero? ¿Y eso…?

Mario regresa hasta donde están conversando. Trae un billete de veinte y otro de cinco que le entrega a Miriam.

—Toma. Dale los dos euros de propina al hombre por esperar.

—Tampoco ha esperado tanto.

Y, sin ni siquiera dar las gracias, sale de la casa. Paga los veintitrés euros, recupera su carné de identidad y regresa. Se ha quedado con la vuelta, nada de propina. ¿Por qué iba a dársela? Ese hombre solo cumple con su trabajo. Y si el contador del taxi marca eso, pues eso es lo que hay que pagarle.

Su hermano y Diana la están esperando en el recibidor de la casa. Pero Miriam evita cualquier diálogo con ellos y camina todo lo deprisa que sus tacones le permiten hacia la escalera que lleva hasta su habitación.

—¡Miriam!, ¿adónde vas? —pregunta Mario, sorprendido por la actitud de su hermana.

—¡A mi cama! Quiero dormir un rato. No me molestéis, ¿vale? Estoy muerta.

Y, sin más, recorre el pasillo de la primera planta y entra en su cuarto. Deja el bolso sobre una mesa y se desnuda. Está agotada. Es lunes por la tarde, ¿no? Sí, eso es. Aunque para ella desde hace tiempo todos los días de la semana son parecidos.

Cuando se pone el pijama, se dirige de nuevo hasta donde ha dejado el bolso y lo abre. Saca el móvil y una pequeña bolsita de plástico. Se la lleva a la nariz y aspira con fuerza. Le encanta el aroma que desprende. Luego la agita y logra que toda la hierba quede en la parte de abajo. Aún le queda bastante. Satisfecha, dobla el paquetito transparente y lo guarda en el primer cajón de su cómoda, debajo de toda la ropa interior. De momento no necesitará los treinta euros.

Le pesan los párpados y siente arcadas. No puede más. Coge su teléfono y se mete en la cama. Es curioso, pero no tiene frío a pesar de que casi están bajo cero. Sin embargo, se tapa con todas las sábanas y las mantas disponibles. Se coloca boca arriba y busca en el móvil un número. Es el de la última persona con quien ha hablado. Lo hizo mientras estaba en el taxi. Pulsa la tecla verde del aparato y espera a que contesten.

—¿Miriam?

—Hola, ya estoy en casa.

—¡Ah! Muy bien.

—Te echo de menos.

Silencio al otro lado de la línea.

—Bueno, nos acabamos de ver. Y ya me llamaste antes. No seas tan pesada —responde el chico al que Miriam está llamando.

—Lo siento.

Su voz se entrecorta. No debería de haberle llamado. Tiene razón: es una pesada.

—Además, estaba a punto de quedarme dormido.

—De verdad, perdona. No te llamaré más.

—Deberías descansar tú también. Llevas tres días sin dormir.

—Lo sé. Estoy en la cama —comenta, mientras se gira hacia su derecha y se acurruca—. Me lo he pasado muy bien. ¿Tú no?

Otra vez silencio.

—Miriam: vete ya a dormir, anda. Mañana hablamos.

—Vale. Perdóname de nuevo.

—Está bien. Adiós.

—Adiós.

Los dos cuelgan. Miriam se da la vuelta y deja el teléfono al otro lado de la cama. Introduce una mano debajo de la almohada y se pone la otra en la mejilla. Cierra los ojos y suspira. Todo le da vueltas. En la oscuridad surgen numerosas circunferencias rojas que le fastidian. Ya le ha pasado otras veces. Solo se irán cuando se duerma, algo que no tardará en suceder. Es normal, después de tres días sin parar de beber, de bailar y de fumar. Aquellas pastillas que él le dio también han contribuido a su estado actual.

¿Ha perdido el control de su vida? No. Sabe perfectamente lo que hace. Simplemente, se quiere divertir. Tiene diecinueve años: es joven. Si no lo hace ahora, ¿cuándo lo va a hacer? Es lo que él le dice una y otra vez.

Qué suerte tiene de que sea su novio. Y es que no podría tener a alguien mejor a su lado. Fabián es el hombre perfecto para ella.

Esa tarde de diciembre, en el mismo lugar de la ciudad

Oyen cómo se cierra la puerta de la habitación de Miriam y caminan hasta el salón. Mario se sienta en el sofá. Está realmente preocupado por su hermana. Lleva un tiempo totalmente descontrolada: aparece por casa cuando quiere, sin avisar de que no pasará la noche allí. Vale, ya tiene diecinueve años, no es una niña. Pero si es mayor para una cosa, lo es para todas. Ni estudia, ni trabaja, ni parece que tenga intención de hacerlo. Lo de los cursos y los módulos tampoco es para ella.

—¿Piensas en tu hermana? —le pregunta Diana, que se acomoda a su lado.

—Sí. Es que…

El chico mueve la cabeza de un lado para otro. Sin palabras. No solo está sufriendo por Miriam: sobre todo lo pasa mal por sus padres. Ya no saben qué hacer para que su hija demuestre un poco de interés por algo que no sea salir.

—Es que tu hermana ha perdido el rumbo. Lo sé, cariño.

—¿Solo el rumbo…? ¿Adónde va? ¿Qué hace cuando no está en casa?

—Creo que los dos sabemos la respuesta.

—¿Los dos? Los dos, no.

Diana mira a su novio entristecida. Ella imagina a qué se dedica Miriam cuando sale por las noches y no vuelve a casa a dormir. Además, ha oído rumores de cierto chico con el que sale. Quizá Mario deba conocer lo que escuchó el otro día.

—¿Sabes quién es Fabián Fontana?

—No.

—Mmm… ¿Nunca has escuchado hablar de él?

—Ya te he dicho que no —responde Mario, algo molesto—. ¿Quién es ese?

—Pues… cómo decirlo… Digamos que es… un tío peligroso.

—¿Peligroso…?

—Sí, bastante peligroso. O eso es lo que dicen.

—¿Y qué tiene que ver ese Fabián con mi hermana?

De nuevo otra mirada triste de Diana hacia Mario. Tal vez no le debería haber contado nada. Pero ya que ha empezado…

—Es su novio, cariño.

—¿Qué? ¿Mi hermana tiene novio?

—Ese es el rumor. Aunque, por lo que he oído, el tal Fabián ese no es hombre de una sola mujer.

—¿Hombre? ¿Cuántos años tiene?


Veintibastantes
o treinta y pocos. No lo sé exactamente.

La expresión del chico se endurece aún más. De la extrañeza por lo que Diana le está contando, pasa al miedo. ¿Miriam con un tío mayor y que dicen que es peligroso…? Debe tratarse de un error.

—¿Y tú cómo te has enterado de todo esto?

—Ya te he dicho que lo he oído.

—¿A quién?

—A un amigo de este chico. Su novia va a mi clase. Por lo visto son del mismo grupito —comenta Diana, arqueando las cejas—. Pero no sé mucho más.

La chica nota la preocupación en los ojos de su novio. Hace ya varios meses que Miriam se ha convertido en un problema para su familia. Entra y sale cuando quiere, sin explicar con quién va. Ya no comparten secretos, ni se cuentan nada la una a la otra. Si los rumores son ciertos y va con esa clase de gente, intuye que, además, estará metida en líos.

—Tengo que hablar con ella —señala, poniéndose en pie de nuevo.

—¡No! —exclama Diana, sujetándole de un brazo y tirando de él hacia abajo—. Ahora no es el momento.

—¿Cómo que no es el momento?

Mario cae otra vez en el sofá. Su novia le coge de la mano y se la acaricia. Intenta serenarle.

—Deja que descanse. Seguramente llevará mucho tiempo sin dormir.

—Pero es que…

—Hazme caso. Si quieres hablar con ella, es mejor que lo hagas cuando se despierte.

—Es que, cuando se despierte, seguramente se volverá a ir.

—Pues tendrás que estar atento —indica Diana, con una sonrisa.

El chico resopla. Sabe que tiene razón.

—Está bien, te haré caso —murmura.

Diana sonríe y se aproxima todavía más a él. Le pone una pierna sobre la suya y lo abraza con intensidad. Luego, un beso en la mejilla y otro en los labios. Sigue enamoradísima de él. Ya llevan más de un año y medio juntos y, aunque han pasado momentos muy malos, su relación está completamente consolidada.

—Eso, tú obedécele a tu chica, que te irá mucho mejor —le indica después de los besos.

—¿Desde cuándo eres la parte sensata de la pareja?

—Desde que comenzamos a salir.

Los dos se miran muy serios, hasta que Mario sonríe y se inclina sobre ella. La rodea con sus brazos y la besa una vez más.

Dulcemente, la acuesta en el sofá, como muchas otras veces lo ha hecho. Los besos son más intensos y también las caricias. Los zapatos caen al suelo y, con ellos, la ropa que sobra. Olvidándose de todo, se entregan el uno al otro. Se quieren. De eso ya no tienen ninguna duda. Aunque el amor entre dos no es completo si existen terceras personas.

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