Cállame con un beso (8 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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La mujer sonríe. Es su estado natural. Sonríe siempre. Pase lo que pase. Incluso en los peores momentos, Abril no aparca aquella sonrisa. Forma parte de su trabajo. Aunque a veces no es del todo sincera.

—Más o menos.

—¿Final sorprendente?

—Espero que sí, que os sorprenda.

—¿Y habrá tercera parte? —pregunta, curiosa.

Álex se encoge de hombros. En la editorial no le han dicho nada acerca de si puede dejar otra vez el final abierto como en
Tras la pared
. Lo que ha pensado daría para una tercera novela. Aunque todavía tiene muchas dudas.

—Ya veremos. Puede que sí o puede que no.

—¡Qué enigmático te pones! ¿Te haces el interesante conmigo?

—¡No! No es que me haga el interesante, es que no tengo nada cerrado todavía.

El niño tira de la mano de su madre con más fuerza y se queja alzando la voz. Quiere irse ya. Y si él ha decidido que quiere marcharse, es imposible llevarle la contraria.

—Bueno, nos vamos antes de que me quede sin brazo. Mañana intentaré pasarme por la tarde después del trabajo. ¡Adiós!

—¡Adiós!

La mujer vuelve a sonreír y, antes de poner el pie en la calle, le da un beso al escritor en la mejilla. Luego, a trompicones, sale del local junto a su hijo.

Tranquilidad. Y silencio. Ya no queda nadie dentro del recinto. Álex respira y camina lentamente hasta la barra donde Sergio hace caja. El camarero cuenta las ganancias del día. No son abundantes. El bibliocafé no va mal, aunque es un negocio complicado de rentabilizar. Sin embargo, ahora eso es lo que menos le importa.

—¿Cierras tú? —le pregunta a su empleado mientras alcanza su abrigo.

—Sí, jefe. No hay problema.

Álex le obsequia una sonrisa y se despide de él. Se pone el abrigo y abre la puerta. Antes de salir a la calle, lo abrocha hasta arriba y se coloca unos guantes negros que guardaba en los bolsillos laterales. Hace mucho frío y su respiración se convierte en vapor a cada paso que da. El invierno empieza a hacer acto de presencia en la ciudad.

Apenas ve a gente andando por la calle. Solo pasan por su lado coches y autobuses. Espera en un semáforo a que el disco cambie de color. Cierra los ojos un instante y, sin saber el motivo, la nostalgia le invade. Echa de menos algo. A alguien para ser exactos. Piensa en Paula. ¿Qué estará haciendo ahora?

Verde. Ya puede pasar.

Cruza la calle. Está desierta. Solo divisa a un hombre que toca el saxofón en una esquina, a lo lejos, en la misma acera. Suena bien. Reconoce la melodía. Es una versión muy particular del
Hero
de Mariah Carey. Cuanto más se acerca a él, más nostalgia siente. Y más echa de menos a su chica. Recuerda sus manos, su pelo. Le encanta acariciarle el pelo cuando están tumbados juntos. Introducir la mano en su melena y desaparecer en ella, alborotándola. Paula suele entonces protestar, gimiendo como una niña pequeña. Y él la hace rabiar. Pero siempre terminan arreglándolo con un gran beso.

Sus labios. Su boca. ¡Cuánto le apetece un beso!

Camina por caminar. Lento, pensativo, algo triste.

La echa muchísimo de menos.

El saxofonista es un hombre mayor, provisto de una espesa barba blanca. Está muy delgado y porta una boina de cuadros para tapar su incipiente falta de pelo. Toca fenomenal. Álex se para frente a él y busca una moneda en su cartera. Saca un euro, que deja cuidadosamente en una cajita de metal que ya contiene algún que otro céntimo. Pocos, insuficientes. El hombre hace un gesto con la cabeza en señal de agradecimiento aunque sin dejar de hacer sonar el saxo. El escritor le devuelve el saludo y continúa caminando.

La música va apagándose hasta ser totalmente inaudible.

La melancolía es más fuerte.

Cómo le gustaría estar ahora mismo con ella. Un beso… Se muere un por un beso de su boca.

Desesperación. Y sigue caminando solo en la fría noche de la ciudad.

Entonces cae en la cuenta. Quizá ya… ¿Habrá visto Paula lo que le ha dejado en su correo electrónico?

Hace un año y un mes, un día de noviembre, en un lugar de la ciudad

—¿Hola?

Álex da un brinco sobre su taburete. Se encuentra delante el rostro sonriente de Abril, que agita la mano intentando llamar la atención del chico. Estaba distraído.

—Hola.

—No te has enterado de nada de lo que te he dicho, ¿verdad?

—Pues… no. Lo siento.

—¡Ay! ¿Dónde tienes la cabeza, escritor? No me digas que el éxito ya se te ha subido a la cabeza.

Esa tarde noche ha sido increíble. No esperaba que tanta gente acudiera a la firma en la librería. Ni en sus mejores sueños. Y menos con lo complicadas que se pusieron las cosas hace unos meses. Sin embargo, la aparición de Paula ha situado todo lo demás en segundo plano.

—Perdona. Es que me he despistado un poco. Hay mucho jaleo aquí.

Es cierto. La gente llena el local donde Abril y él están celebrando con una cerveza el éxito de la presentación de
Tras la pared
.

—Te decía que ha sido una suerte que te encontráramos. La editorial está muy contenta contigo.

—Sí. Yo también estoy muy contento con vosotros. Me siento muy afortunado. Un privilegiado.

—Eres un afortunado, Álex. Pero nosotros también. Y pensar que si tu anterior editorial no hubiera desaparecido, nos habríamos quedado sin tu libro y sin ti…

—Ya.

Los malos momentos vuelan hasta su cabeza.

Hace unos meses, en pleno verano, cuando todo estaba preparado y cerrado para que
Tras la pared
se publicara, la pequeña editorial que tenía los derechos de la novela quebró. Cosas de la crisis. Ni siquiera bastó que Katia ayudara en la promoción de la historia. Nada impidió que el lanzamiento del libro se quedara en punto muerto. El golpe para Álex fue tremendo. Además, Irene ya no vivía con él. Después de aquel día en el que discutieron y el chico le confesó que nunca sentiría nada por ella, desapareció. Solo regresó a su casa para recoger sus cosas. Así que Álex tampoco tenía a nadie que se encargara de lo que hasta ese instante se había ocupado ella.

—¿No crees que el destino es muy sabio? —pregunta la mujer después de dar un sorbo a su cerveza.

—¿A qué te refieres?

—Pues a que ahora, en este mismo momento, en este minuto de tu vida, tú y yo estemos juntos.

Álex no comprende qué quiere decir. Sí lo entiende, claro. No ha bebido tanto. Pero no sabe adónde quiere ir a parar. Abril da otro trago a su botellín y muestra de nuevo otra de sus preciosas sonrisas.

—El destino es el destino —indica el joven, sin reflexionar demasiado lo que dice.

—Claro. Pero es sabio. Muy sabio —insiste ella—. Mira la cantidad de casualidades que se han tenido que dar para que tú hoy estés aquí conmigo celebrando que tu novela va camino de convertirse en un
best seller
.

En eso tiene razón. Si la anterior editorial no hubiera quebrado, si él no hubiera decidido vender su casa en las afueras de su ciudad, si no hubiera buscado un piso de alquiler en el centro y si su casera, Alexandra, no hubiera sido una de las jefas de su nueva editorial…, quizá hoy estaría perdido en un camino sin salida.

—Aún me queda mucho por delante. Tengo muchísimas cosas que aprender.

—Claro. Y todos. Pero si un tío con…, ¿cuántos años tienes?, ¿veintitrés, verdad?

—Sí.

—Fíjate, si es que eres un yogurín… —comenta, antes de beber otra vez y continuar—. Si eres un tío que con veintitrés años ya ha sido capaz de publicar una novela y atraer a un gran número de seguidores…, imagina el futuro que tienes por delante. Maravilloso.

Lo que relata Abril le llena de satisfacción y de orgullo. En cambio, a Álex no le gusta hablar del futuro. Bastante tiene con el presente. Para él no existe nada más. El pasado pasó y el futuro nadie sabe cómo será. El presente, el día a día, es lo que cuenta, no ve más allá.

Sin responderle a la mujer, bebe un trago de cerveza. La observa y termina sonriendo.

Ella también lo mira. Es un chico realmente guapo. Y es indudable que siente una fuerte atracción física por él.

Durante unos segundos no hablan. Mueven sus cabezas despacio, arriba y abajo, al son de la música que suena en aquel local. ¿Es un tema de Coldplay? Eso parece.

—¿Nos vamos? —pregunta por fin el chico después de dar el último sorbo a su botellín.

—Vale. Pero voy primero un momento al baño.

—De acuerdo, yo también tengo que ir.

De nuevo sonrisas.

Los dos se levantan a la vez del taburete y se dirigen juntos al final del local donde están los lavabos. El de chicos a la izquierda, el de chicas a la derecha. Ambos están libres. Se miran una vez más y sonríen. Entran y cierran prácticamente al mismo tiempo, como si estuvieran sincronizados.

Aquel sitio es muy pequeño. Un cubículo estrecho y poco cuidado. Álex apenas tiene espacio para mirarse al espejo. Se ve cansado. Ojeroso. Demasiadas emociones en tan poco tiempo. Pero todo ha valido la pena. Abre el grifo y se lava las manos. Luego se moja levemente el cuello. Y después la frente.

Ha visto a Paula.

No se la quita de la cabeza. Es imposible. ¿Cómo puede dejar de pensar en ella? Y ha estado muy simpática. Algo cambiada. Menos delgada, con otro color de pelo. Pero tan guapa como su recuerdo guardaba. ¿La llamará?

Toc, toc.

¿Están llamando a la puerta? Eso es lo que parece. Cierra el grifo para asegurarse.

Toc, toc.

Sí, llaman a la puerta.

—¡Un momento! ¡Está ocupado! —grita lo más alto que puede.

Sin embargo, no ha puesto el cerrojo. Álex contempla cómo se gira el pomo y la puerta se abre. El joven trata de evitarlo con el pie, pero ya es tarde. La persona que quiere entrar ya tiene una pierna en el interior del baño.

Esos zapatos…

—¡Cuidado!

Es una voz femenina. Familiar. Abril.

El escritor, extrañado, abre la puerta y la mujer pasa. Si para una persona había poco espacio, para dos… Es un milagro que quepan ambos. Aunque están muy cerca el uno del otro. Casi se tocan.

—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo? —pregunta el chico, sorprendido.

—No. Todo… bien —contesta ella, titubeante.

La mujer cierra la puerta del baño con la espalda. ¿Ha sido queriendo o sin querer? Mira fijamente a Álex a los ojos. Cierra los suyos y se aventura a buscar su boca. Y la encuentra.

El escritor recibe sus labios atónito. Son tres o cuatro segundos muy raros. No entiende muy bien qué está sucediendo. Finalmente, se aparta y respira agitado.

En ese instante, alguien intenta abrir la puerta del cuarto de baño. Sin embargo, Abril se echa contra ella y bloquea la entrada. Luego pone el cerrojo. Resopla y mira de nuevo a Álex. Su expresión comparte la culpabilidad y el deseo.

—Lo siento —comienza a decir—. Bueno, no lo siento. Lo deseaba.

El chico no reacciona. ¡Una de las jefas de la editorial le ha besado! ¿Cuántos años le saca? ¿Nueve? ¿Diez? ¡Aquello es una locura!

—Yo… no sé qué decir —murmura, tartamudeando.

—Si quieres, abro otra vez la puerta y nos vamos. Pero lo que más me apetece ahora mismo es…

Y sin poder controlar un nuevo impulso se cuelga de su cuello y vuelve a besarle. Intensamente. Chocando sus cuerpos. En cambio, en esta ocasión, Álex no solo se deja llevar: abraza por la cintura con fuerza a Abril y responde a sus besos.

Besos y más besos. Caricias sin control. Y algo más. Entonces el límite de espacio ya no importa tanto. Compenetrados. Unidos. Comparten el deseo.

Y de una manera apasionada, ambos viven el momento, el presente, sin tener en cuenta el futuro. El futuro que dentro del bolso de Abril se confunde en las fotos de un niño y un marido de los que Álex no tiene noticia alguna.

Capítulo 11

Una noche de diciembre, en un lugar de Londres

Se acerca a la máquina de comida y observa lo que queda. A esas horas de la noche ya no hay ni sándwiches ni chocolatinas. Si quiere comer algo, tendrá que ser frutos secos o patatas. Y es que, con todo el jaleo que se ha formado antes, Paula no ha cenado. Sin embargo, nada de lo que ve le apetece. Resopla. Parece que esa noche todo sale mal.

¡En menudo lío se ha metido por una rabieta! Aunque fue una reacción espontánea. No lo pensó: salió así, sin más. Y aquel cubito de hielo viajó a toda velocidad desde su mano al ojo de Luca Valor. ¡El hijo de un embajador! ¡El sobrino del director de la residencia de estudiantes! Qué callado lo tenían… Y es lógico. Ese tipo de datos es mejor llevarlos en privado, si no todo el mundo juzgaría al chico por quien es. Y tal como es… ¡podría hasta ocasionar un conflicto diplomático entre países!

Sonríe malévola al pensarlo, pero solloza examinando de nuevo aquellos cacahuetes que deben llevar allí meses y meses. ¡Quiere una chocolatina!

Cuando Robert Hanson le explicó que su hermana era la madre de Luca y que lo inscribieron allí para tenerlo más controlado, le pidió que, por favor, no dijera nada a nadie. Que fuera un secreto entre ellos.

—¿Nadie más lo sabe?

—No. Solo el director de la universidad y su secretaria, que es quien gestiona su expediente personalmente. Son gente de confianza.

—¿Sus profesores tampoco están enterados?

—No. Ninguno. No queremos que tenga un trato académico especial, para bien o para mal, por ser quien es.

El secreto llega hasta tal extremo que tío y sobrino hablan entre ellos delante de los estudiantes o del personal del centro dejando a un lado cualquier trato familiar.

—¿Y quiere que yo cambie el carácter de Luca?

—Sí.

—No creo que pueda hacer eso.

—Puede intentarlo.

—Es imposible.

¿Cómo iba ella a conseguir eso? ¡Ni en una semana ni en un año! ¡Ni en un siglo! Aquello no tiene sentido… De todas maneras, le tranquiliza saber que lo que el señor Hanson le ha impuesto no es un castigo en la máxima expresión de la palabra. Es, más bien, una petición forzosa.

—Usted inténtelo esta semana. Si no consigue nada, olvidaré lo del cubito de hielo y no tendrá que soportar más a Luca —señala el hombre, impaciente—. Solo una semana, por favor. Inténtelo.

Nada. Por mucho que mira a través del cristal de la máquina de comida ninguna de aquellas bolsitas le agrada. Tendrá que esperar al desayuno. Aunque, ahora que lo piensa, ¿no había comprado Valentina un par de sándwiches vegetales? Quizá le haya sobrado uno…

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