Cállame con un beso (11 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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¡Aquello tiene que ser un sueño! ¡Le está pidiendo que vaya esta tarde al Manhattan para ayudarle en algo! ¡Él! ¡A ella!

Relee el mensaje varias veces. Ni siquiera tiene en cuenta que, si no se da prisa, no llegará a la primera clase. ¡Pero qué más da eso ahora!

Respira hondo y contesta.

«¡Claro! No tengo nada que hacer. Estaré encantada de echarte una mano en lo que quieras. A las cinco nos vemos».

Y pulsa el
enter.
Repasa varias veces lo que ha puesto y descubre que le falta algo. Lleva el cursor con el ratón hacia el espacio disponible para escribir y completa el mensaje.

«
Un besazo
».

Capítulo 14

Esa mañana de diciembre, en un lugar de Londres


¡Paola!
¡Despierta! ¡Despierta!

¿Qué son esos gritos?

Paula abre los ojos poco a poco y ve a Valentina sentada al borde de su cama.

—¿Qué pasa?

—¿No vas a ir a clase hoy tampoco? —pregunta la italiana, que ya se ha vestido.

La chica mira el reloj. Son más de las nueve de la mañana. Bosteza y vuelve a cerrar los ojos.

—No —contesta en voz baja y se gira para el otro lado, hacia la ventana.

—Bueno, como tú quieras. Pero me parece muy mal. Yo sí que voy a ir. ¡Los exámenes están ya aquí!
Ciao!

Y, tras coger su carpeta, sale del cuarto.

La persiana está levantada. Entra bastante luz en la habitación y molesta a Paula, que vuelve a cambiar de postura. No le apetece nada ir a clase ahora. Y aunque fuera, no se enteraría de nada. Le duele mucho la cabeza y también los ojos.

Anoche lloró muchísimo después de ver el vídeo que Álex le hizo. Por una parte, se alegraba, porque era una prueba más de lo enamorado que su novio está de ella. Pero, por otra, sentía que algo no iba bien. Su corazón y su cabeza no decían lo mismo. O a lo mejor sí decían lo mismo, pero hablaban en diferente idioma. Y eso le preocupa. Le preocupa extremadamente.

Ni siquiera le respondió al
email
. Álex debe pensar que le pasa algo. La conoce bien. Y ella a él. Seguro que estará intentando autoconvencerse a sí mismo de que no hay ningún problema, pero en el fondo sabe que algo sucede.

Y lo que ocurre, nada más y nada menos, es que tiene dudas. No de su amor, ni de lo que siente por él. Lo quiere. Lo ama más que a nada. Pero Valentina está en lo cierto. Las relaciones a distancia terminan haciendo demasiado daño. Ella lo experimentó ayer cuando sintió muy adentro cada palabra que aparecía en el vídeo. Se convirtió en un puñal que se iba clavando despacito en su pecho. Era una dedicatoria de amor y de entrega preciosa, pero la hirió más que la alivió. Lo nota en su interior.

Y sí, ahora, en Navidades, se verán. Estarán juntos todo el tiempo que puedan, porque Álex tiene que terminar
Dime una palabra
. Pero ¿y luego? Probablemente no vuelvan a verse hasta el verano. ¿Sería capaz de soportar seis meses más de dolor? ¿Y él? Que ella esté tan lejos y no puedan llevar una relación normal le estará perjudicando a la hora de escribir. Más tarde vendrán las firmas, las presentaciones, las seguidoras. Y los celos. Confía en él, cien por cien, pero no le gusta que otras le tiren los tejos. Y estando tan lejos, lo pasará todavía peor.

Uff. Qué complicado es todo.

De todas formas, debe mandarle un correo a Álex para darle las gracias por el vídeo y decirle todo lo que le quiere.

Se levanta de la cama y enciende su ordenador.

Lo primero que aparece en la barra de herramientas es el MSN. Entra, pero no está conectado. Mejor. Ahora mismo le sería muy difícil hablar con él. Necesita un poco de tiempo para ordenar sus ideas. Además, por la
cam
reflejaría en su rostro todo lo que está sintiendo en ese momento. Él lo averiguaría en cuanto la viera. Así que lo cierra rápidamente y va a su cuenta de Hotmail. Relee el
email
de ayer y siente un escalofrío por todo el cuerpo. Pone el vídeo pero pulsa el
stop
a los veinte segundos. No aguanta más. Es imposible. De nuevo, ganas de llorar, de tumbarse en la cama y taparse la cara con la almohada. La sensación de ahogo y de añoranza es increíble. Sin embargo, en esta ocasión, respira profundamente, saca fuerzas de alguna parte y contesta.

Le da las gracias por todo, por estar ahí, por animarla, por ser el mejor novio del mundo. Por quererla. Y le confiesa lo enamorada que está de él.

Envía el
email
y enseguida apaga el ordenador.

Se echa otra vez sobre la cama. Boca abajo. Sin fuerzas. Triste. Los sentimientos se imponen por fin y, sin soportarlo más, empieza a llorar desconsolada. Las lágrimas no cesan. Tampoco intenta remediarlo. Y es que a su mente van y vienen recuerdos imposibles de borrar.

Hace un año y algo, una tarde de finales de noviembre, en un lugar de la ciudad

¿Ya ha pasado una semana? Cuenta los días con los dedos y lo confirma. ¡Sí! ¡Siete días ya! ¡No la ha llamado! ¡Qué capullo! Prometió que lo haría… ¿O no lo prometió? Da lo mismo, se lo dijo y punto. Debería haber cumplido su palabra.

¿Y si la vio más gorda? Es que lo está. Esos kilitos de más… Pero son solo tres o cuatro. O tal vez no le gusta su pelo rubio. Eso es. Seguro que Álex odia a las rubias como ella. A las teñidas. Pero no está tan mal, ¿no?

Paula se mira en un pequeño espejito de maquillaje. Un perfil, el otro, de frente. Bien. No está nada mal. Esa pintura de ojos le favorece.

¿Y si lo llama ella? ¡No! ¡Nunca! ¿Cómo va a llamarlo ella? Si él lo dijo, él es el que tiene que llamar.

Pero… es que se muere de ganas de hablar con él.

Qué tonta. Juguetea con la tarjeta que le dio. Allí está su número, pidiéndole a gritos que lo marque. No, no, no. Que llame él.

¡Dios, qué susto! ¡Suena el teléfono a todo volumen! La banda sonora de Skins parece hecha para sintonía de móvil. ¿Quién será? Uff. ¿Otra vez ese…? No se cansa, ¿eh? No lo coge, pero la llamada se repite. Enfadada, descuelga y grita.

—¡Te he dicho ya mil veces que no me llames más! ¡Que me dejes tranquila!

Silencio al otro lado del aparato unos segundos. Luego, una risilla nerviosa. Y al final, una voz masculina poco varonil.

—Tú tienes la culpa.

—¡Que me olvides! —exclama otra vez la chica, muy alterada.

—No haberme dado plantón. Eres una…

Pero al chico de la llamada no le da tiempo a insultarla. Paula cuelga antes.

Resopla e intenta calmarse. Sin embargo, de nuevo la sintonía de Skins a todo volumen.

—¡Que me dejes en paz, capullo! —grita muy nerviosa y cuelga inmediatamente.

¿¡Qué demonios tiene que hacer para que el calvito se olvide de ella!? Vale, le dio plantón: lo hizo mal y ya le pidió perdón varias veces. Pero de ahí a estar todos los días llamándola e insultándola por teléfono… ¿Y ese chico tiene diecinueve años? ¡Menos mal que al final pasó de él! ¡Que de eso hace ya una semana! ¿No tiene más ligues cibernéticos o qué?

Nunca más una cita a ciegas… ¡Nunca más! Ya ha escarmentado con este. Si es que al final tenía que pasar algo así.

Y de nuevo, esa melodía: «ni, ni ni ni, niiiii…». Skins.

Descuelga fuera de sí y grita lo más alto que puede.

—¡Mira, estúpido! ¡Me has tocado demasiado los ovarios! ¡La próxima vez que me llames voy a avisar a la policía, que mi tío es…!

—¿Paula?

Esa voz… no es la del calvito. Comprueba rápidamente el número de teléfono y lo compara con el de la tarjeta que tiene en la mano.

—¡Álex! ¡Perdona!

Se muere de vergüenza. Está roja como no recuerda haber estado nunca antes. Solo se puede comparar a aquella vez en la que Ángel le mandó rosas a clase…

—Menudo recibimiento. Siento no haberte llamado antes… —señala irónicamente con una sonrisa al otro lado del móvil.

—No, no era por ti. ¡Lo siento! ¡Tienes que perdonarme!

No sabe dónde meterse. Una semana esperando a que la llame y, cuando lo hace, le suelta todo eso.

—¿Tienes un tío policía? No lo sabía.

—No, no, es mentira. La verdad es que nadie de mi familia trabaja en… ¡Joder, qué lío! Es complicado de explicar.

Quiere que la tierra se la trague, aunque solo sea un ratito. Sin embargo, el escritor suelta una gran carcajada.

—No te preocupes. Si quieres podemos quedar y así me lo aclaras todo.

—No sabes cuánto lo siento, de verdad.

—¿Algún admirador pesado?

—Más o menos.

—Es que eres irresistible para todos los hombres.

—Venga, no te burles de mí.

—¿Llamarás a tu tío el policía si lo hago?

—Puede ser.

Otra sonora risa de Álex. Eso la tranquiliza. Y le gusta. Le gusta mucho que se ría. ¡Qué bien que esté hablando con él y quiera quedar! Paula también sonríe y se relaja.

—Me alegro de oírte de nuevo —comenta, contento.

—Bueno, te has hecho rogar. Pensaba que ya no me llamabas.

—He tenido una semana movidita. Perdona.

—¿Alguna admiradora pesada?

—Pues…

Touché.
Por su titubeo, diría que ha dado en el clavo. ¿Y si Álex tiene novia? En la presentación del libro no quiso contar nada de su vida personal. Y luego, en la conversación que mantuvieron, tampoco quedó claro. O, al menos, no lo recuerda.

De todas maneras, qué más da, si no hay nada entre ellos…

—Así que tienes algo por ahí, ¿eh?

—¡Qué va!

¡Los hombres no saben mentir! Su voz no ha sonado nada sincera. Y le fastidia, no que no le cuente la verdad, sino que tenga novia. Qué rabia. ¿Por qué le molesta tanto?

—Entonces, ¿quieres que quedemos? —Mejor cambiar de tema.

—Sí. Y si no te importa… ¿me ayudas con una cosa que se me ha ocurrido?

—¿Como lo de los cuadernillos?

—¡Anda, te acuerdas de eso!

—¡Claro que me acuerdo! ¡Fue genial!

Y casi se besan. Eso también lo recuerda. En la FNAC. Aquel libro cayó y sus caras terminaron muy cerca la una de la otra.

—Pues es algo así.

—¡Ah, qué bien! Será divertido.

¡Genial! ¿Qué se le habrá ocurrido ahora? Ese chico es una caja de sorpresas. Aunque en esta ocasión no cree que la aventura dé para tanto. Una pena, porque ella ahora no tiene novio. Ni siente nada por nadie. ¿Sería un buen momento para empezar algo con Álex?

—Pues si estás libre mañana por la tarde…

—¿Mañana? Espera que miro mi agenda. —Sonríe para sí y responde alegre—. Bien, te haré un hueco. ¿Dónde quedamos?

El chico no responde inmediatamente. Piensa un momento y finalmente le contesta con una respuesta que Paula podía haber imaginado, aunque hasta ese instante no lo había tenido en cuenta.

—¿Qué te parece en el sitio donde nos conocimos?

Ella sonríe al otro lado del móvil. Sensaciones, recuerdos, emociones. Muchos sentimientos acumulados.

—¿A las cuatro?

—A las cuatro.

—No te retrases.

—No te preocupes. Yo soy puntual.

Nuevas sonrisas. Nuevas ilusiones. Nuevas esperanzas. ¿Es el principio de una nueva etapa?

—Pues entonces hasta mañana a las cuatro, Álex.

—Hasta mañana a las cuatro, Paula.

—Adiós.

—Adiós.

La chica cierra los ojos y suspira un instante antes de colgar. Sonríe y, finalmente, pulsa el botón rojo de su teléfono. Se siente bien. Es como si una máquina del tiempo le diera una segunda oportunidad. Y esta vez puede que elija mejor.

Capítulo 15

Una mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad

¿Se han ido ya todos?

Su padre, sí, y su madre, cree que también. Ninguno de los dos piensa realmente que cumpla su amenaza. Solo falta Mario. ¿A qué hora entrará hoy en la universidad?

Se ha pasado casi toda la noche despierta, planeando cómo y cuándo hacerlo. Miriam quiere irse de casa lo antes posible.

Sus padres han entrado varias veces en la habitación durante la noche y ella o se ha negado a hablar o se ha hecho la dormida. No está dispuesta a aguantar más. Ya no es ninguna niña pequeña. Tiene diecinueve años.

Solo hay un problema: ¿de dónde va a sacar dinero para sobrevivir? Aunque tiene una idea que puede servir para salir adelante unas cuantas semanas.

—¿Sigues durmiendo? —pregunta su hermano desde el umbral de la puerta, que ha abierto sigilosamente.

Miriam no responde. Tal vez así Mario se vaya a clase y la deje por fin sola. Sin embargo, el chico no sale del cuarto, sino que entra y cierra la puerta. Camina lentamente hasta la cama de su hermana y acerca su cara a la de ella. Y le sopla.

—¡¿Pero qué haces?! —exclama, molesta.

—¡Sabía que no estabas dormida!

—¿Y qué? ¡No tienes derecho a escupirme en la cara! ¡Esté dormida o no!

—¿Escupir? ¡No te he escupido! Solo te he soplado un poco.

—¡Pues era aire lleno de saliva! ¡No sé cómo lo ves!

—Eres una quejica.

Mario aguanta la risa como puede y va hacia el interruptor. Enciende la luz ante las protestas de su hermana, que cada vez está más enfadada.

—¡No estoy para bromas! ¡Apaga la luz y sal de mi cuarto!

—¿Me echas?

—¿Qué hiciste tú ayer? ¡Lo mismo!

—Bueno, yo venía en son de paz. Quería hacer las paces contigo.

Ahora quiere hacer las paces, después de todo lo de ayer por la noche. Miriam no está dispuesta a dar su brazo a torcer, pero quizá si le da lo que quiere, se vaya antes.

—Muy bien. Todo olvidado.

—¿De verdad?

—De verdad.

—¿Así de fácil?

—Que sí, pesado.

—¿Dónde está el truco?

—¿Qué truco?

—El truco del perdón.

—¡Joder! No me vuelvas loca. Aquí el listo eres tú.

Mario vuelve hasta la cama de su hermana y se sienta en el colchón a su lado.

—No, va. En serio. No quiero estar mal contigo.

—Ya te he dicho varias veces que está todo olvidado.

Los dos se miran a los ojos. Aguantan. Hasta que él se rinde.

—Bien. Eso espero, hermana. Y si tienes cualquier problema, ya sabes que puedes contar conmigo.

—OK. Lo mismo digo.

Hace unos meses se hubieran dado un abrazo o, al menos, Miriam se lo habría intentado dar. Ahora, simplemente, sonríen los dos tímidamente.

—Bueno, me voy a la universidad. ¿Vas a hacer algo esta mañana?

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