—Y si me quiere tanto, ¿por qué no hace algo para que no le odie?
—¡No entiendes nada!
—¡No!
—¡Pues espabila!
—¡Estás loca!
Las dos chicas no se han dado cuenta de que han levantado la voz demasiado y que los que están sentados en las mesas de alrededor las observan.
—No grites tanto… —susurra Paula, sonriendo—. Al final, todos van a escuchar tu descabellada idea.
—¿
Descabequé
?
—Des-ca-be-lla-da.
—¿Y eso qué es? Mi español tiene un límite…
—Eso es que estás mal de la cabeza.
—¡Já! Ya me dirás después de esta semana que vais a pasar juntitos quién es la que está mal de la cabeza. Y ese tío es un capullo, pero está muy bueno. A ver si vas a caer en sus garras.
La italiana mira hacia la mesa donde Luca come con sus amigos y, cuando este se fija en ella, le hace el gesto del dedo corazón hacia arriba.
—Te olvidas de que yo tengo novio.
—Tienes una relación a distancia.
—Tengo novio.
—Vale, vale… No voy a discutir más contigo sobre eso. Tiempo al tiempo.
—Tengo novio —repite por tercera vez.
Álex. Cómo le gustaría estar con él ahora mismo. Nombrarle es como autoconvencerse de que deben estar juntos. De repente, lo echa muchísimo de menos. Tanto que se disculpa ante Valentina y, sin terminar de comer, sube corriendo a su habitación. Tal vez esté conectado a Internet.
Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad
Asoma su cabeza por encima de la carta solo para mirarlo. ¡Qué guapo es! ¿Estará en un sueño? ¡Ay, no, no es un sueño! Pandora se acaba de dar un golpe con la pata de la mesa en la espinilla que parecía de lo más real.
¡Está comiendo con Alejandro Oyola Azurmendi! ¡En la misma mesa! Y es él quien la ha invitado. ¡Esto es mejor que el último capítulo de
Ranma
!
Es cierto que han hablado varias veces en el Manhattan, pero esta es una situación totalmente distinta: ellos dos a solas, frente a frente.
¿Qué querrá? Siente mucha curiosidad. Y todos esos globos, ¿para qué serán? ¡Nada menos que cien! ¿Algún cumpleaños? Qué tontería, ¿cómo va a ser para un cumpleaños?
—¿Te has decidido ya? —pregunta el chico sin dejar de examinar el menú—. Todo tiene muy buena pinta.
Hace rato que lo sabe. Todo tendrá muy buena pinta… para alguien que coma carne. No cree que haya muchos platos en aquel restaurante que no la tengan como ingrediente. Así que lasaña vegetal.
—Sí, todo debe estar muy bueno —responde, intentando disimular.
Quizá si se entera que no come carne, se lleve una impresión aún más extraña de ella. Y no es plan. Bastante tuvo ya ayer con la canción de
Glee
.
—Creo que pediré…
ravioli
a la boloñesa. ¿Y tú?
—No lo sé. Tal vez lasaña vegetal.
—¡Genial! He dudado entre eso y los
ravioli
.
Será cosa del destino. Aunque al final se ha decidido por lo otro. El destino no tiene por qué influir en los gustos culinarios de la gente. Tampoco Cupido debe andar por esa labor.
—Pues lasaña, entonces.
—Y yo,
ravioli
. Y si quieres te doy un poco para que los pruebes.
Asiente con la cabeza. Aunque Pandora no tiene intención de probarlos. La salsa boloñesa lleva carne.
¡Que vergüenza le da cada vez que la mira a los ojos! La chica sonríe y juega nerviosa con la servilleta que se ha colocado en el regazo. Álex llama al camarero. Es un treintañero con entradas bastante pronunciadas, gordito y con andares muy amanerados. El delantal le queda pequeño.
—¿Ya habéis decidido, jovenzuelos? —les pregunta alegremente.
—Sí —afirma el escritor con una sonrisa—. Ella quiere lasaña vegetal.
—Genial elección.
—Y yo quiero
ravioli
a la boloñesa.
—Fenomenal —comenta mientras apunta en una pequeña libreta—. ¿Algo para picar antes?
Los chicos se miran entre sí. Rápidamente, Álex echa un vistazo a la carta.
—¿Quieres que pidamos una ensalada mixta para los dos?
Pandora piensa deprisa. Eso no lleva carne. Puede que atún, pero con dejarlo a un lado bastará. Lo de compartir un plato con él le hace ilusión.
—Bien —acepta la chica.
—Pues una ensalada mixta para los dos.
—Estupendo, ricuras. ¿Y de beber? ¿Un vinito? ¿Sangría?
Álex le hace un gesto a Pandora, que enseguida mueve la cabeza de un lado para otro nerviosa. ¡Nunca ha probado el alcohol!
—Mejor, agua —contesta ella, apurada. Está segura de que si hoy fuera su primera experiencia, terminaría cantando encima de la mesa algún tema de Yuna Ito o de Mika Nakashima.
—Agua para los dos —indica el joven, ante la atenta mirada del camarero que sonríe.
—Estupendísimo, parejita. Sois geniales.
Y, dando media vuelta, se aleja hasta la cocina.
—Qué tipo tan curioso… —señala Álex echándose hacia atrás en la silla.
—Sí.
Les ha llamado «parejita». ¿De verdad parecen una pareja de novios? No. Seguramente creerá que son hermanos. O primos. Algo así. Es imposible que alguien en su sano juicio piense que existe una relación entre ellos.
—Bueno, ¿tienes alguna idea de lo que vamos a hacer luego?
—¿Qué?
Pandora abre los ojos como platos. ¿Hacer luego? ¿Hacer qué?
—Para lo que te he pedido ayuda. ¿No te imaginas qué puede ser?
¡Ah, eso! ¡Qué susto! Su cabeza por un momento se había ido por un sitio equivocado. Está demasiado nerviosa para enterarse de las cosas a la primera. Tiene que tranquilizarse. Solo es un chico. Un chico como otro cualquiera.
¡No! ¡Eso no es verdad! ¡Es su escritor favorito y el chico del que está locamente enamorada! Quiere gritar o hacer alguna locura. Pero de momento solo le salen monosílabos.
—No.
El camarero regresa con una botella de agua en una mano y el plato con la ensalada mixta en la otra.
—Aquí tenéis, jóvenes. Lechuguita fresca. ¡Qué chicos más guapos y más sanos! —exclama mientras deja sobre la mesa la ensalada y sirve la bebida.
A continuación, saca un mechero de un bolsillo de su delantal rojo y enciende una vela pequeñita de color naranja que adorna la mesa.
—Gracias.
—Las que tú tienes, joven.
El camarero chasquea la lengua y vuelve a retirarse hacia la parte trasera del restaurante.
La llama de la velita se balancea de un lado a otro. Pandora la mira embobada. No quiere que aquella comida termine nunca.
—Entonces tampoco tienes ni idea de por qué he comprado los globos, claro —insiste Álex.
—No, no lo sé.
—Pues te vas a quedar sin saberlo hasta dentro de un rato. —El chico se ríe y comienza a aliñar la ensalada. Primero el aceite—. ¿Le echo vinagre?
—Bueno.
No le gusta mucho, pero lo tolera.
El escritor no pone demasiado al comprobar que a su acompañante no debe agradarle mucho. Y al final, un poquito de sal. Lo mueve bien y le sirve a Pandora.
—¿Más?
—No, no. Así está bien.
La chica sonríe. No sabe cuánto podrá comer. Su garganta está como cerrada y su estómago es una centrifugadora. Espera a que Álex también se sirva y a continuación pincha un trocito de tomate.
—Gracias por venir a echarme una mano, Pandora —suelta de repente, mientras se lleva a la boca el tenedor cargado con lechuga.
—De nada.
—Creo que eres la persona perfecta para ayudarme.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Porque tú eres una gran seguidora de
Tras la pared
. Y, además, veo la emoción con la que vives cualquier cosa que tiene que ver con los libros.
—Es que me encanta leer.
—Y a mí me encanta la gente que lee.
Al oír eso, se pone colorada. Si hace una fácil regla de tres, la conclusión es que… ¿le encanta ella?
—Es que leer me ayuda mucho.
En momentos de soledad, que son la mayoría, excepto cuando va a clase o está en el Manhattan, es su gran vía de escape de la realidad. Los libros, los cómics y todas las series que ve en su ordenador. Le gusta sumergirse en otras historias que no son la suya y vivirlas como si estuviera dentro de ellas. Sentirse un personaje más.
—Es una de las pasiones más bonitas que existen.
—Sí.
—¿Y qué viste en
Tras la pared
para que te gustara tanto?
Una pregunta muy difícil. Pandora piensa un instante antes de contestar. ¡Es que son tantas cosas!
—Mmm… Es un libro precioso. La historia de amor y desamor entre Julián y Nadia me dejó sin pestañear. Y la forma en que está escrito me parece muy ingeniosa.
—Vaya, muchas gracias.
—Es la verdad.
—Tú, que me ves con buenos ojos.
Con los mejores ojos: los de una chica tremendamente enamorada. Pero no es solo eso. Alejandro es un escritor magnífico. Pero… ¡uff! Cuando sonríe es imposible no quedarse atontada. ¿Cómo sería la vida compartida minuto a minuto con él? Feliz. Muy feliz. Su novia es la persona más afortunada del planeta.
—Algún día me gustaría escribir como tú —confiesa.
Se le ha escapado, y se sonroja al darse cuenta de lo que ha reconocido.
—¿Sí? ¿También escribes?
—Bueno…, sí. Más o menos. Pero no novelas como las tuyas. Relatos pequeños y pensamientos.
—Así empecé yo.
—Ya lo sé. Lo leí en una entrevista que te hicieron.
Álex suelta una carcajada y vuelve a pinchar en la ensalada. Luego observa a aquella curiosa jovencita. Sigue creyendo que es muy rara, pero le gusta. Al menos, aquellos momentos con Pandora le están sirviendo para desconectar un poco de todo.
—No te creas demasiado lo que digo en las entrevistas.
—¿No? ¿Por qué?
—Muchas veces contesto lo primero que se me viene a la cabeza —señala—. Cuando son datos exactos, no, claro. Las fechas, de qué va el libro…, cosas así. Pero cuando me preguntan por temas en los que hay que pensar más y decir por qué hice esto o aquello, o en quién me inspiré para algo, respondo lo que me sale en ese instante.
—Ah, no lo sabía.
—Es que no estoy acostumbrado a los medios y, por mi carácter, no creo que me acostumbre nunca. Así que me pongo un poco nervioso y me cuesta soltarme en las entrevistas.
No lo hubiera imaginado nunca. Todas las veces que escuchó a Alejandro en la radio o leyó algo suyo en la prensa parecía muy seguro de sí mismo.
Aquel chico no deja de asombrarla. Incluso en ese momento, cuando sonríe y tiene un trocito de lechuga entre los dientes. A Pandora entonces le entran unas ganas enormes de reír. ¿Qué hace? ¿Se lo dice?
Álex no sabe qué pasa. Ha cambiado la expresión de su cara. Parecía muy tensa y, de repente, se ha relajado. Es como si estuviese conteniendo la risa. Definitivamente, aquella muchacha es muy rara.
—¿Qué tal va, chavales? —pregunta el camarero, que se detiene delante de la mesa de los chicos—. ¿Cómo va esa ensaladita?
—Muy bien, gracias —contesta el escritor.
Sin embargo, el hombre abandona su felicidad permanente un segundo. Se agacha, abre la boca y señala con un dedo su dentadura.
—Guapo, tienes un trozo de lechuga incrustado entre las paletas —suelta—. Eso sí, sigues estando igual de bueno. Enhorabuena, chiqui. Tienes un novio de diez.
Y se retira una vez más hasta el fondo del restaurante, caminando de esa manera tan característica.
Sorprendido y avergonzado, Álex coge su servilleta y se limpia el trocito de lechuga. Así que era eso por lo que Pandora sonreía. No lo habría imaginado, como tampoco que su acompañante en la mesa se riera a carcajadas al marcharse el camarero. El chico la observa y también ríe. Es la primera vez desde que la conoce que la ve así. Definitivamente, es una chica muy peculiar.
Esa tarde de diciembre, en un lugar de Londres
Ha subido las escaleras lo más deprisa que ha podido. Paula llega a su habitación y rápidamente enciende el ordenador. Tiene unas ganas inmensas de hablar con Álex. Pero deberá contener las lágrimas que está deseando soltar. No quiere que la vea llorar más.
Como siempre, su PC tarda más de la cuenta en iniciar la sesión. Cuando por fin lo hace, lanza una exclamación victoriosa y enseguida entra en su MSN. Mira y remira todos los contactos que están conectados, pero él no aparece entre ellos. Suspira. ¿Y si le manda un SMS? Sale muy caro y no dispone de mucho saldo en el móvil. Además, posiblemente esté comiendo ahora. En España es una hora más. Esperará un rato a ver si su novio se conecta.
Busca una canción en su archivo de música. Elige
Quiero recordarte
de Preciados.
Pasan unos minutos. Se pone de pie y se sienta constantemente. Abre y cierra el Messenger varias veces. Nada. Álex no viene. Sin embargo, en su pantalla se ilumina una lucecita naranja que también la ilusiona. Clica en ella y sonríe.
—¡Hola, Paula! ¿Cómo estás?
—Hola, Diana. Bien, ¿y tú?
Hacía unos días que no hablaban. En los últimos meses cada vez tienen menos contacto entre ellas; de todas las Sugus, es con la única que mantiene relación. Cristina desapareció hace tiempo, cuando se cambió de instituto, y de Miriam solo sabe lo que ella le cuenta.
—Pues regular.
—¿Y eso? ¿Qué ocurre?
—Te escribo desde el ordenador de Mario. Él está ahora abajo hablando con sus padres porque Miriam se ha ido de casa sin decir nada a nadie.
—¿Cómo? ¿Adónde?
La noticia sorprende muchísimo a Paula. Alguna vez Diana le había contado que su amiga ya no era la misma de siempre. Pero no imaginaba que las cosas estuvieran tan mal como para eso.
—No lo sabemos.
—¿La habéis llamado al móvil?
—Sí, varias veces, pero no lo coge.
—Mmm…
—Su madre es la que peor lo está pasando.
—Imagino que no tiene que ser fácil para ella. ¿Y qué ha pasado para que Miriam haya hecho algo así?
—No me he enterado muy bien. Discutió con sus padres y con Mario anoche. De todas formas, ya llevaba unos meses muy rara.
Paula recuerda que, ya antes del verano, su amiga empezó a complicarse la vida. Repitió primero de Bachiller y dejó el instituto antes del final de curso. Sus amistades cambiaron y las Sugus terminaron por separarse del todo después de que Cris se cambiara de centro. Solo Paula y Diana estaban ya en la misma clase. Y aunque al principio seguían quedando las tres, poco a poco la hermana de Mario también se fue distanciando.