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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

Cállame con un beso (43 page)

BOOK: Cállame con un beso
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—Buena elección.

—Tonto. ¡La has hecho tú!

—Por eso es buena.

Intercambian miradas divertidas. Álex también ha cambiado desde marzo. Ahora parece que tiene algo más de seguridad en lo que dice y hace.

—¿Y las galletas y las chucherías? —pregunta Paula, mordiéndose el labio.

—¿No te gustan?

—Sí, sí que me gustan. Pero engordan. Y como habrás podido comprobar…, he ganado unos kilillos desde la última vez que me viste en marzo.

—Yo te veo mejor que nunca.

Y acompaña sus palabras con un beso en la mejilla. Paula se pone colorada y le devuelve el beso. De nuevo se dan la mano y caminan hasta una de las cajas. Pagan y salen del Opencor.

—¿Y ahora? ¿Al hotel?

—Si tú quieres.

—¿No te parece un poco extraño coger una habitación solo para cenar?

—No. Es divertido, cómodo y podremos estar tranquilos los dos solos para hablar.

Hablar. Bueno. Suspira y se da por vencida.

—Entremos entonces. Aunque sigo pensando que es exagerado y que te vas a gastar mucho dinero innecesariamente.

—Seguro que, al final de la noche, hasta me habrá parecido barato.

Y juntos suben la escalera que lleva hasta la puerta giratoria del hotel en el que no solo van a disfrutar de una cena en compañía.

Capítulo 64

Hace un año, una noche de diciembre, en un lugar de la ciudad

La habitación es más grande de lo que habían imaginado. Más propia de cuatro que de tres estrellas. Paula y Álex se quitan los abrigos y echan una ojeada a todo el interior, curiosos.

—Tenemos bañera —apunta el joven entrando en el cuarto de baño.

—Una pena que no la vayamos a utilizar.

—¿No?

—No.

—Después de cenar, podríamos darnos un baño juntos.

—Sigue soñando, escritor.

La chica sonríe y se sienta en la cama. Continúa nerviosa, aunque las bromas y las preciosas sonrisas de Álex le transmiten algo de confianza y de tranquilidad. Coge la bolsa donde está la comida y saca una de las latas de Coca-Cola. La abre y da un sorbo.

—¿Ya has empezado sin mí? —pregunta él saliendo del cuarto de baño y sentándose a su lado.

—Solo ha sido un pequeño trago. Tenía sed.

—¿Me das la mía?

—Claro.

Paula vuelve a meter la mano en la bolsa, alcanza la otra bebida y se la entrega. Sus manos se rozan y ella se estremece. Rápidamente, se aparta. Están juntos, en la soledad de la habitación de un hotel, sentados uno al lado del otro en una cama de matrimonio…

¿Cómo ha llegado hasta ahí? ¡Ahhhh!

—Esto no está nada mal… —comenta Álex mientras abre la lata.

—No. Es bastante grande.

—Me refería a estar aquí contigo —le aclara el chico bebiendo a continuación.

—Ah.

—¿Tú no estás bien?

—¿Yo? Sí.

Esa afirmación la hace en voz baja y sonrojándose. ¿Qué le pasa? ¿Por qué continúa tan nerviosa? Es él, el tío del que se ha pillado. ¡Fuera nervios! ¿No habría firmado hace unas horas estar donde se encuentra ahora? ¡Por supuesto! Pero aun así…

—¿Me pasas el sándwich de pollo, por favor?

Paula se inclina, busca otra vez dentro de la bolsa y saca de ella los dos sándwiches. Le pasa a Álex el suyo y luego le quita la envoltura al de salmón. Da un pequeño mordisco y respira hondo. No comprende a qué vienen esos nervios. Desde que le propuso lo del hotel, está muy tensa. Tal vez se deba a que hace mucho tiempo que no está a solas con alguien por quien realmente siente algo. La intimidad con él la asusta. No es como estar con un cualquiera con el propósito de intercambiar unos cuantos besos. Es más, mucho más. Ni Álex es un cualquiera ni sus besos son algo para pasar el tiempo.

Está tan preocupada por lo que puede pasar cuando terminen de cenar que no se da cuenta de que un trozo de salmón embadurnado de mayonesa está a punto de caer sobre su suéter azul. No lo ve hasta que lo tiene encima de la ropa.

—¡Mierda!

—¿Qué te ha pasado?

—Me he manchado.

Malhumorada, se incorpora y se dirige hacia la silla en la que ha dejado su abrigo. De un bolsillo saca un paquete de pañuelos y trata de limpiar la mancha. Es inútil, lo está empeorando.

—Será mejor que le eches un poco de agua.

—¡Qué rabia…! Es mi favorito.

—¿Por eso te lo has puesto hoy?

—Eh…

La chica se pone colorada y se niega a mirarle. ¡Sí, es por eso! Suspira. ¿Qué le pasa?

Entra en el baño e intenta quitar la mancha con una toalla mojada. Se da cuenta de que es más sencillo, y seguramente más efectivo, hacerlo sin el suéter puesto. No lleva nada debajo, solo el sujetador. Entorna la puerta y se lo quita. Vuelve a empapar la toalla con agua y frota la zona donde cayó el trozo de sándwich.

—¿Cómo va tu lucha contra el salmón?

La puerta se abre de par en par y se encuentra con los ojos de Álex que la observan muy sorprendido. Instintivamente, deja caer el suéter al lavabo, donde el agua sigue corriendo, y se tapa el pecho cruzando los brazos.

—¡Cierra! —grita dándose la vuelta.

—Lo siento. No sabía que…

—¡Que cierres y te vayas!

El joven le hace caso y regresa a la cama. Paula saca el suéter azul del lavabo. ¿Eso que oye es una risa? ¡Qué estúpido! Se mira en el espejo y observa cómo tiene las mejillas de enrojecidas. Su cara parece una manzana. Y el corazón le va muy deprisa. Qué situación tan violenta. Lo ha hecho a propósito. ¡Seguro!

Ya no hay solo una mancha. El cerco de agua es ¡enorme! Estira el suéter y comprueba que casi toda la parte de abajo está más oscura y húmeda que el resto. ¡Qué mal! No puede ponérselo así. Tendrá que esperar a que se seque. Pero no va a estar metida en el cuarto de baño hasta entonces. Piensa un instante. No le queda otro remedio. Se envuelve en una toalla y, tras mirarse otra vez en el espejo para asegurarse que no se le ve nada que no se le tenga que ver, sale del cuarto de baño.

Álex la contempla sonriente.

—Al final, ¿te has dado un baño tú sola?

—No.

—Puedes quitarte la toalla, ¿eh? Estamos en confianza —señala el chico, que casi ha terminado su sándwich—. Además, ya he visto lo que hay debajo.

—No voy a quitarme nada.

Ahora sí. Las mejillas le van a estallar. ¡Qué cruel es! Si sabe que está pasando una vergüenza horrible…, ¿por qué se burla de ella?

—¿Qué tal tu suéter?

—Mal. Está secándose. Se me ha mojado todo cuando has entrado.

—¿De verdad? Perdona.

—¡Maldito sándwich de salmón! No tenía que haberte hecho caso. Con el vegetal seguro que no me hubiera manchado. Ay…

—Bueno, no te preocupes. Solo es una mancha.

—Ya.

La chica se sienta en la cama con cuidado para que la toalla no se le caiga. Recupera su sándwich de salmón después de maldecirlo y le da un gran bocado. Luego bebe un trago de Coca-Cola.

—¿Todo va bien? ¿En serio?

—Que sí…

Miente. Y él lo sabe.

Se han besado, han caminado por la calle de la mano, se han dicho cuánto se gustan y, en cambio, hay algo que no termina de funcionar. Si no, no es normal que le tiemblen las rodillas cuando lo tiene tan cerca. No lo comprende.

—Paula.

Escucha su nombre y se gira hacia él. Cómo no, Álex está sonriéndole. Aquel chico parece sacado de una de esas fotografías de muestra. Ella compraría un marco con su imagen solo para poder ver su rostro mientras sonríe.

—¿Qué?

—Relájate.

¿Tanto se le nota? Debe estar quedando como una cría, mostrándose incapaz de enfrentarse a aquella situación. No es tan extraño que una pareja esté a solas en la habitación de un hotel. Pero ellos ni siquiera son novios aún.

—No sé qué me pasa. Estoy nerviosa.

—¿Es por mí?

—Es por… todo.

—¿Por todo?

—Sí. Esta situación es rara. Hace nada, unas horas, ni siquiera sabías que me gustabas y te estabas acostando con otra que no era yo. Y de repente, me veo aquí, en una habitación de hotel, con mis sentimientos desbordados, sentados juntos en una cama de matrimonio… Me cuesta asimilarlo.

Deja a un lado el sándwich y la Coca-Cola. Se pone de pie y camina por el cuarto. El joven la observa sentado. Ya ha terminado de comer y da el último sorbo a su lata de refresco.

—Entiendo.

—Si es que… ¡hasta me has visto en sujetador!

—¡Eso ha sido un accidente!

Paula se recoge el pelo con las manos e, instantes después, lo vuelve a soltar. Le cae por los hombros algo enmarañado. Mira a Álex, sonríe y sabe que le quiere. Está convencida de eso. Pero tal vez deban hacer las cosas de otra manera.

—¿No crees que vamos demasiado deprisa?

—¿Por estar aquí los dos solos?

—Por eso y por lo demás.

—Si te soy sincero, no creo que importe mucho si vamos lentos o rápidos.

—¿No te importa?

—No. Simplemente hemos hecho lo que nos ha apetecido. Y lo que no quieras hacer, no te preocupes, que no lo harás. Confía en mí.

—Si en ti sí que confío. Pero es que no puedo controlar mis nervios… —reconoce bajando la cabeza.

—Eso es porque piensas más de lo que deberías. En todo caso, el que tendría que estar más tenso y más nervioso sería yo.

—¿Tú?

—Sí. Recuerda que tengo a otra persona que cree que ahora mismo estoy en mi casa pensando en ella.

Tiene razón. Está dándole más vueltas a la cabeza de la cuenta. Es una noche para dejarse llevar y no pensar tanto. Ella está allí, con él, porque los dos lo han decidido, ¿qué más quiere?

—Es verdad. No hay motivos para estar así.

—Ningún motivo.

Álex también se levanta de la cama y camina hacia la esquina de la habitación donde está Paula. Se miran a los ojos. La chica se sonroja cuando el joven escritor la abraza por la cintura.

—¿Por qué tendría que estar nerviosa? —pregunta en voz baja, temblorosa.

—Por nada —murmura él en su oído.

—Es una tontería.

—Sí. Lo es.

—Y no voy a hacer nada que no quiera hacer.

Las últimas palabras de Paula son casi inaudibles, un susurro que se pierde en la habitación de aquel hotel. Una mano del chico abandona su cintura y escala hasta su barbilla. La acaricia suavemente. Después le roza la mejilla y la frente. Ella traga saliva. Escucha cada vez que respiran. Cierra los ojos y la toalla cae al suelo.

El joven se queda perplejo. Ella, inmóvil. Los ojos de ambos, inevitablemente, van hacia el mismo lugar.

—Lo siento —dice Álex, que reacciona por fin.

El chico se aparta un poco para agacharse y recogerla. Sin embargo, las manos de Paula lo frenan y le ayudan a incorporarse. No permite que coja la toalla, que sigue tirada en la alfombra de la habitación. Vence a la vergüenza de que la vea casi desnuda porque quiere hacerlo. Se abraza a él con fuerza, apretando su pecho contra el suyo, y lo besa en los labios. Una vez, dos. Tres. Diez, veinte, cincuenta veces. Lentamente. Sintiéndose únicos, como si solo existieran ellos.

Los dos avanzan a ciegas hasta la cama donde se dejan caer. Ella, encima de él. Apartan la bolsa y lo que queda de la cena, que también cae al suelo, y se tumban sobre el colchón. Interrumpen la cascada de besos para mirarse y sonreír.

—¿Sigues pensando que no vamos muy deprisa?

—Ahora mismo no estoy para pensar.

—¿No? ¿Y para qué estás?

Álex se da la vuelta y se sitúa encima de Paula.

Sus ojos color miel brillan como nunca lo han hecho con él. Siente que el cuerpo se le acelera con el tacto de su piel. La observa y comprueba una vez más lo preciosa que es aquella chica con la que soñó tantas veces. La que le inspiró en sus palabras y la que también le hizo sufrir como nunca. Le da un nuevo beso en los labios y después le contesta a la pregunta.

—Para todo lo que tú quieras que esté.

—Entonces… te haré caso y no pensaré en nada más. Solo en ti y en mí.

Y compartiendo sus cinco sentidos, en aquella fría noche de diciembre, Paula y Álex se dejaron llevar hasta donde sus cuerpos desearon llevarlos.

Capítulo 65

Una mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad

No debería ir porque hoy no le toca. ¡Pero es que cómo va a pasar un día sin ver a su querido escritor!

Y eso que hace un frío… ¡Brrrrr! Y además se acostó a las tantas leyendo, hasta que el sueño la venció, lo que Alejandro le había enviado por
email
de
Dime una palabra
. ¡Tiene que contarle lo que ha sentido con la segunda parte de
Tras la pared!
Es increíble cómo escribe ese chico, la cantidad de sensaciones que transmite. Te hace introducirte en la historia de tal manera que parece que formes parte de ella, como si fueras un personaje más. Julián, el protagonista, le encanta. Es su preferido. Y no hay duda de que aquel escritor en la ficción posee muchas cosas de su creador en la vida real.

¡Qué emocionante es leer una novela antes de que salga publicada!

Está siendo su semana. ¿Cuánto hacía que no se sentía así? No lo recuerda. Pandora está muy contenta. ¡Contentísima! Esta vez ni le ha tenido que mentir a su madre cuando le ha dicho adónde iba.

—Mamá, me voy al Manhattan.

—¿No descansabas hoy?

—Sí, pero voy a dar una vuelta por allí por si Alejandro necesita algo.

—Está bien, pero vuelve antes de la hora de comer, que tu padre hará paella. ¡No te retrases!

Odia la paella, pero qué más da. Desde que comenzó a trabajar en el bibliocafé, en su casa la tratan de otra manera. Apenas discuten, no se meten tanto en sus cosas y hasta se interesan más por ella. Ni siquiera la critican por ver esos «dibujos animados raros de japoneses». Y es que parece que a sus padres les ha impresionado bastante eso de que sea amiga de un escritor famoso. Quizá la niña ya no sea tan niña.

Hay zonas de la calzada que están heladas. Debe andarse con cuidado porque ella es propensa a todo tipo de caídas tontas. De todas maneras, ya está cerca del local en el que trabaja. Tiene planes. Si no hay nada que hacer, se sentará un rato a leer y a observar de reojo a Alejandro mientras escribe. Espera que hoy se encuentre un poco mejor que estos días. Eso es lo único que rompe su momentánea felicidad total.

Tal vez debería intentar acercarse a él y averiguar qué le pasa. A lo mejor ella puede ayudarle en algo. Es una experta en desamores y otras cuestiones relacionadas con el pesimismo y los ánimos por los suelos.

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