No parece un mal chico y se gana la vida bien, de manera decente. Y a pesar de que no le hace gracia que su hija salga con tíos, visto lo visto, y con la cantidad de indeseables que hay en el mundo, a este por lo menos lo tiene controlado. Si mete la pata con ella, aunque Paula no se lo diga…, seguro que aparecería publicado en alguna página de Internet.
Una mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad
—Dame un beso más.
—Vamos, Diana, me tengo que ir.
—Solo uno.
El chico no se niega y la complace. El último. En los labios, cortito. Llevan quince minutos en su habitación entre caricias, besos y achuchones de todo tipo. Sin embargo, Mario tiene la cabeza puesta en otro sitio. ¿Se habrá ido ya Claudia de su casa? ¡Eso espera!
—Bueno, ahora sí, me voy a duchar.
—Bien. ¿Me dejas tu ordenador mientras te espero? —pregunta Diana, que se ha levantado ágilmente de la cama.
—Claro.
El joven abre su armario y elige rápidamente la ropa que se va a poner. En ese momento, recibe un SMS en el móvil. Corre hacia donde está su teléfono y lo lee con atención. Su novia, que ya ha encendido el PC, se gira hacia él y lo mira expectante.
—¿Es de tu hermana?
—No, no. Es uno de esos mensajes de promoción. Qué pesados.
—Ah. Pensaba que podía ser Miriam.
—No es ella. Yo también me había hecho ilusiones —comenta, dirigiéndose con el móvil y la ropa en la mano hacia la puerta—. Me ducho y vuelvo enseguida.
—Vale, cariño. Te echaré de menos.
Mario sale de la habitación y camina hasta el cuarto de baño. Deja allí la ropa y baja a toda velocidad hacia la cocina.
«Sigo aquí en tu casa. Me da miedo salir, no vaya a ser que me encuentre con tus padres o con tu novia. Además, me apetece verte antes de irme. Ven, por favor». Aquel SMS le ha puesto más nervioso de lo que estaba. Quedaron en que nada de mensajes vía móvil. Entra, pero no la ve. ¿Dónde se ha metido? Aquello no puede estar pasando. Es una chica preciosa, muy inteligente, simpática…, pero en este asunto no está teniendo dos dedos de frente.
En voz baja, la llama.
—Estoy aquí —susurra una voz procedente de un cuarto al otro lado de la cocina, que la familia Parra usa como despensa.
El chico resopla y va hacia allí. Claudia se asoma por la rendija de la puerta, sonriente. Le abre y lo invita a pasar.
—¿Tú sabes la que se puede liar si te ve alguien aquí?
—Ya lo sé.
—Si Diana se entera de esto, me mata.
—Y con razón.
La muchacha intenta no reírse, pero no puede evitarlo. A ella le parece divertida la situación. Y aunque no le gusta ver a Mario enfadado y con tanto estrés, le resulta muy cómico lo que está pasando.
—Claudia, tienes que irte.
—¿Está ella arriba?
—Sí.
—¿Os habéis liado mientras yo estaba aquí?
El chico empieza a desesperarse. ¿A qué viene aquella pregunta?
—Debes irte ya. Vamos.
—Pero ¿os habéis liado?
—¡Sí! —exclama Mario, alzando la voz—. ¡Nos hemos liado! Es mi novia, es normal que nos liemos.
—Jo, qué suerte.
—¿Suerte? Tú podrías enrollarte con el tío que quisieras.
—Eso no es verdad.
La sonrisa de Claudia desaparece y sus ojos se tornan tristes. Abre la puerta de la despensa y sale de ella, pero no de la cocina. Da un brinco y se sienta en la encimera.
—¿Qué estás haciendo? ¡Por favor, que nos van a pillar!
—¿Qué tiene esa chica para que te enamoraras de ella?
—¿Cómo?
—Es guapa, eso sí. Y la admiro por todo lo que ha pasado. Sin embargo, no me termina de encajar contigo.
Mario no puede más. No conocía esa faceta de su compañera de clase. Hasta ahora nunca había sido tan insistente. Debe hacer algo. Si no consigue que se vaya, terminarán descubriéndola allí.
—Claudia, te lo pido por favor. Cuando llegues a tu casa, si quieres hablamos por el MSN. Pero tienes que irte inmediatamente.
—Dame un beso y me voy —suelta de repente ante el asombro del joven.
—¿Qué? ¿Un beso?
—Sí. Si me das un beso en la boca, prometo que me marcharé.
Parece increíble que una chica como aquella le esté pidiendo un beso a él. Ni en sus sueños habría imaginado algo así. En cambio, no puede ni quiere hacerlo. Él tiene novia, a la que quiere y sobre todo respeta. Claudia le gusta, le atrae…, pero a Diana es a quien ama.
—No puedo hacerlo.
—Solo es un besito de nada. Hasta los amigos se dan besos entre ellos.
—Yo no hago eso.
Ni ella tampoco. Prometió que no se entrometería en su relación. Sin embargo, se muere por probar sus labios. Y aunque no se sienta nada bien con lo que está pidiéndole, necesita besarle y experimentar lo que tantas veces deseó.
En el amor luchas contra todo, hasta contra ti mismo.
—Un beso y me voy.
Parece que no tiene otro remedio. El chico se acerca hasta ella y suspira. Se coloca entre sus piernas y la mira a los ojos. Solo ha besado a dos chicas en su vida, Paula y Diana. La primera fue un error que cometió, la segunda es con la única que ha mantenido una relación, que ahora pone en peligro. Claudia es increíblemente guapa y su cuerpo es espectacular. Pero aquel beso es como morder la manzana del paraíso.
—¿Seguro que te irás? —pregunta, desorientado por las circunstancias.
—Segurísimo.
—¿Me lo prometes?
—Prometido.
Mario cierra los ojos y se inclina sobre ella. La joven, sorprendida, rodea su cuello con las manos y ladea ligeramente la cabeza para que sus bocas se encuentren en el camino. Sentada en aquella encimera siente cómo su deseo se hace realidad. Aquel deseo que pidió justo en el instante en el que lo vio por primera vez. ¡Cuánto necesitaba ese beso!
Solo son unos segundos, pero los suficientes para que ambos se den cuenta de muchas cosas. El chico se echa hacia detrás, se aparta de su lado y se seca los labios con el dedo pulgar.
—Y ahora… ¿puedes irte de mi casa, por favor?
—Sí. Cumpliré con lo que te he prometido —responde con una sonrisa.
Lo que le ha obligado a hacer no está nada bien. Pero Claudia es feliz. Aquel regalo no podrá olvidarlo jamás. De un saltito baja de la encimera y, asegurándose de que nadie la ve, sale corriendo de la cocina hacia la entrada. Él la sigue de cerca. La chica abre con cuidado la puerta para no hacer ruido y se aleja de la casa, despidiéndose de Mario con la mano y un beso al aire. Este cierra y, rápidamente, se dirige hacia la escalera. Se supone que ahora mismo está duchándose. Sube y entra en el cuarto de baño. Parece que Diana continúa en la habitación y no se ha enterado de nada de lo que ha sucedido.
Se desnuda y se mete dentro de la mampara. El agua caliente le cae a chorros de la cabeza a los pies. No se encuentra bien. Y es que no puede estar satisfecho por haber besado a otra chica, pese a la situación límite en la que se encontraba.
¿La ha besado por eso, realmente?
Sabe la respuesta.
Hace un año, una noche de diciembre, en un lugar de la ciudad
Después de coger el abrigo y de despedirse de sus padres, Paula sale de su casa prometiéndoles volver pronto. A su lado camina sonriente Álex. Está guapísimo con esa cazadora, la misma que antes le prestó para que no pasara frío.
¿Le da la mano? No, aún no tiene derecho a eso.
¡Es que ni siquiera son novios!
Las cosas están pasando demasiado deprisa. Hace un rato se lamentaba porque el escritor le había contado que se había acostado con Abril y, además, había decidido continuar la relación con ella. Y, de repente, todo da un giro de ciento ochenta grados. Ella le confiesa lo que siente, se besan y ahora… se marchan juntos a cenar, ¡con el permiso de sus padres!
Ella es una chica normal, pero cada día de su vida amorosa es como un capítulo de Física o química, o Sensación de vivir… ¿Alguna productora se animaría a hacer una película de sus experiencias? Los últimos nueve meses podrían dar para una trilogía.
—¿Adónde vamos?
—Mmm… No lo sé.
—¿No lo sabes?
—Pues no. Lo de invitarte a cenar me salió espontáneamente. Tu madre me puso un poco nervioso con lo de que me quedara en tu casa y fue lo primero que se me ocurrió. Pero, en realidad, no tenía nada pensado.
—¡Qué desastre…! —dice la joven agachando la cabeza y resoplando.
—Lo importante es que estamos juntos, ¿no?
Paula lo mira. Está sonriendo. Cómo le gusta verlo contento. Y tiene razón: lo importante es que están juntos. Desde que lo volvió a encontrar, había deseado eso. Estar junto a él, pasear a su lado… Aunque no puede negar que tiene hambre.
—Es verdad.
—¿No sabes de ningún sitio por aquí en el que podamos tomar algo?
—Es que… cenar fuera no es algo que haga habitualmente.
—Eso es buena señal.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Porque significa que no has salido con muchos chicos.
No sabe si son muchos o pocos, pero sí que no han sido de ese tipo de chicos que la llevarían a cenar por la noche a un restaurante. Los tíos con los que ha estado en los últimos meses han sido de quita y pon. Ella no les exigía nada, pero tampoco quería exigencias. Pasar el rato, divertirse, una copa… Una cena romántica no entraba en los planes ni de ellos ni tampoco de ella.
—Bueno…
—¿Con cuántos has estado desde que lo dejaste con Ángel?
—No lo sé.
—¿De verdad que no lo sabes? ¿O es que son tantos que has perdido la cuenta?
—¡Claro que llevo la cuenta! —exclama molesta—. ¿Por quién me has tomado?
—¿Y cuántos son?
—¿Para qué quieres saberlo?
—Curiosidad.
—¡Que más da! Eso pertenece a una etapa complicada de mi vida.
—¿Y ya no estás en esa etapa?
La chica lo mira y se sonroja. Es increíble lo que cambian las cosas en tan poco tiempo. El día que se reencontraron había tenido una cita a ciegas con alguien que conoció en Internet. De eso, apenas hace dos semanas. En cambio, tiene la impresión de que ha transcurrido un siglo y de que ella no era la misma persona que es ahora.
—No. Ya no. Ahora… quiero asentar la cabeza.
—¿Conmigo?
—Sí. Contigo.
¡Ya está! Ya se lo ha confesado. ¿Contento?
Álex sonríe. Se acerca a ella, rodeándola con una mano por la cintura y, después de cerrar los ojos, la besa. Paula también cierra los suyos y saborea sus labios. No se detienen, siguen caminando mientras continúa el beso, hasta que un ruidito hace que los ojos de la chica se abran de golpe y sus mejillas ardan de calor. ¡Pero si hace muchísimo frío!
—Mi tripa —admite después de separar su boca de la del chico.
¡Qué vergüenza! Nunca le había pasado algo así. Pero es que… ¡se muere de hambre!
—Creo que lo mejor es que busquemos un sitio para cenar —comenta aguantando la risa.
—Jo, perdona. Es que no he merendado.
—No te preocupes —dice él guiñándole un ojo—. Crucemos.
Los chicos atraviesan un paso de cebra que les lleva al otro lado de la calle. Allí hay un hotel de tres estrellas. Álex se detiene frente a él. Paula lo mira algo confusa.
—¿Quieres que cenemos en este hotel? No sé si tendrá restaurante.
—No es eso lo que se me ha ocurrido.
—¿No? ¿Entonces?
El joven señala un Opencor que está justo al lado.
—Podemos comprar la cena ahí y meternos en una habitación a comérnosla.
—¿En el hotel? ¿Cómo vamos a hacer eso? ¡Nos saldría carísimo!
—No te preocupes por ese tema.
—Claro que me preocupo. ¡No llevo tanto dinero encima!
—Es que no tienes que pagar nada, Paula —comenta, alegre—. Y no seas cabezota con este asunto. Hoy te invito yo a cenar. Ya lo harás tú otro día.
A la chica no le gusta eso de ir de invitada. Ella tiene su dinero, pero no va a discutir con él en la primera cita.
—Está bien, está bien. No protestaré.
—Muy bien.
—De todas maneras podríamos comprar algo de comer y de beber, y tomárnoslo luego sentados en algún banquito.
—Hace mucho frío. Ahí dentro estaríamos calentitos y tendríamos intimidad. Y además, estamos muy cerca de tu casa.
¿Intimidad? ¡¿Pero qué es lo que pretende hacer?! ¿No van solo a cenar y después para casa que mañana hay que madrugar?
—Pero… un hotel…, no sé.
—¿Te da miedo quedarte a solas conmigo en una habitación?
—¡Claro que no!
—Yo creo que algo de eso hay…
—¡No! ¿Por qué me iba a dar miedo estar a solas contigo en un hotel?
El chico sonríe, coge de la mano a Paula y la guía hasta la tienda.
—Primero elijamos nuestra cena.
—Bien.
Se ha puesto nerviosa. Es la primera vez que los dos van de la mano por la calle. Hacía mucho que no sentía ese cosquilleo.
La pareja entra en el Opencor.
—¿Qué quieres comer? ¿Un sándwich?
—Sí, algo así.
Los tienen delante, en una nevera colocada al inicio de la tienda en la que hay toda clase de bocadillos, emparedados y sándwiches. Paula se suelta de la mano del escritor y comienza a examinarlos. Lee las etiquetas con cuidado para no elegir uno que luego no le guste. Álex también busca otro, pero se decide rápido. Coge uno de ensalada de pollo.
—Ahora vengo, que veo que lo tuyo va para largo.
—Tonto.
El joven se aleja por uno de los pasillos y desaparece de la vista de Paula. Esta, mientras, continúa tomando aquella difícil decisión de la que depende su cena, aunque su pensamiento realmente está en el hotel de al lado. Sí que le da cierto respeto quedarse con él a solas. Pero ¿qué podría pasar? Además, ¿a qué viene tanto miedo? Nada de lo que pudieran hacer sería nuevo para ella. No es inexperta. Pero con él… nunca ha hecho nada. Apenas cuatro besos. ¿Es eso lo que la atemoriza? Ir demasiado rápido, dejarse llevar hasta el punto de… Debe tranquilizarse. Álex es un gran chico y no haría nada que ella no quisiera hacer.
¿Uno de salmón o uno vegetal? Uno en cada mano.
—Elige el de salmón —dice el escritor, arrebatándoselo—. El otro solo sabe a lechuga.
Álex ya ha regresado y lleva consigo dos latas frías de Coca- Cola. También ha cogido una caja de galletas de chocolate y dos bolsitas con gominolas.
—Vale, pues el de salmón.