Cállame con un beso (19 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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—¿Y eso qué significa?

—¡Ay,
Paola
,
Paola!
¿Pero es que no entiendes nada de nada? Tiene que venir tu amiga la italiana para explicártelo todo…
Mamma mia!
—exclama, mirando hacia el techo del pasillo—. Pues ahora ese tío intentará conquistarte en lugar de molestarte. ¡Los hombres funcionan así! Son simples. Él antes te quería, pero también te odiaba por no poder tenerte y sobre todo porque tú no te dabas cuenta de sus sentimientos. Eso les molesta a los tíos muchísimo. Pero ahora que tú ya sabes que él te quiere, cambiará. Jugará sus cartas de otra manera. ¿Comprendes ya?

—No.

—¿En tu país no se dice eso de que los que se pelean se desean? ¿Ni que del odio al amor hay un paso?

—Sí, aunque es al revés —la corrige—. Pero no es nuestro caso.


Mamma mia! Mamma mia!
—exclama Valentina, fuera de sí—. Tu amiga italiana se desespera,
Paola
.

Su expresividad saca una sonrisa a Paula. Esta no para de mover las manos arriba y abajo, y de cambiar el tono de voz, terminando las frases en agudos muy pronunciados.

—Es que mi amiga la italiana vive en una fantasía permanente. Cree cosas que solo a ella se le pueden ocurrir.

—¿Qué dices? ¿Me estás llamando loca? ¿Crees que lo estoy?

—No. Bueno, solo un poco.

—¡Ah! Sí es verdad que me estoy volviendo loca contigo. Por tu culpa, española. ¿Cómo puedes no entender a los hombres?

—¿Tú los entiendes?

Valentina por un segundo se queda en silencio inmóvil, pero enseguida sonríe pícara y suspira.

—Son muy simples. Como un semáforo de dos colores. Pero a veces me cuesta comprenderlos también. Es que son unos capullos.

Las dos se miran muy serias, pero estallan en una carcajada. Luego se abrazan y se dan un beso.

—Muchas gracias por preocuparte por mí, Valen.

—De nada,
Paola
, de nada. Y ya verás como tengo razón y a partir de ahora el capullo de Luca Valor es más amable contigo.

Paula duda de que eso sea lo que pase, aunque tal vez esté en lo cierto. Pero por si acaso se equivoca, debe hablar con Robert Hanson muy seriamente. Las chicas se despiden con otro abrazo. La italiana se marcha a la biblioteca a estudiar y Paula tiene una conversación pendiente. Sin dudarlo ni un momento más, se dirige hacia el despacho del director con la esperanza de encontrarlo allí y de que no esté demasiado ocupado.

Al llegar ante la puerta del despacho, toma aire y llama.

—¡Pase, está abierta! —gritan desde dentro.

La joven obedece. A pesar de que está algo nerviosa, va decidida a poner las cosas claras. Robert Hanson se levanta de su sillón en cuanto ve a Paula entrar en la habitación. Luce un impecable traje negro y una corbata azul oscura con rayitas blancas: muy elegante, como siempre.

—Buenas tardes, señor.

—Hola, señorita García. Siéntese —dice sonriente mientras regresa detrás de la mesa de su despacho—. ¿Cómo se encuentra?

La chica toma asiento y frunce el ceño.

—¿Usted qué cree?

—Parece enfadada. ¿No van bien las cosas?

—No. Van muy mal.

—Vaya…, cuánto lo siento.

—No creo que lo sienta demasiado. Usted ya sabía lo que pasaría.

El hombre se quita las gafas que se le han empañado y las limpia con un pequeño trapito gris que tiene sobre la mesa. Se las coloca de nuevo y sigue hablando.

—¿Qué es lo que sabía yo que pasaría? ¿Qué ha sucedido?

—Su sobrino es insoportable. Y es imposible convivir con él.

—Bueno, me ha asustado. Creí que era algo más grave —indica sonriente—. Pero eso sí que lo sabía. Por eso le pedí a usted ese gran favor.

—Pues no puedo seguir haciéndole ese favor.

—¿Ha hecho algo Luca que la haya vuelto a molestar?

—¿Algo? No ha parado.

La chica le explica a Robert Hanson todo lo que ha pasado durante el día, las constantes bromas con las que su sobrino no ha dejado de fastidiarla.

—Eso que usted me cuenta no dejan de ser chiquilladas.

—¿Chiquilladas? ¿Me está hablando en serio?

Paula está indignada. ¿Ahora su tío lo defiende?

—Señorita García, usted casi le deja sin un ojo. Según los médicos estuvo muy cerca de que eso sucediera.

—Fue sin querer.

—Ya lo sé, pero eso no significa que lo que hizo estuviera bien. Usted le lanzó un trozo de hielo a la cara.

—¡Porque él lleva tres meses provocándome! No sé cuántas veces lo he repetido ya. ¿O es que usted cree que reacciono así siempre?

—Por supuesto que no.

Las palabras del director de la residencia están hiriendo a la chica que no comprende aquel cambio de actitud. El día anterior fue él mismo quien la disculpó y responsabilizó a Luca Valor de lo que había ocurrido.

—Pues póngame otro castigo.

—Eso no es posible.

—¿Cómo que no? ¡Claro que es posible!

—Si revisa los estatutos de nuestro centro, comprobará que la agresión física de un alumno a otro significa la expulsión inmediata de la residencia. Como, además, nuestros centros tienen un acuerdo y dependemos de su Universidad, tendríamos que trasladarles a ellos lo sucedido.

—¿Qué me quiere decir? ¿Que si no hago lo que me dice me echará?

El hombre se coloca una mano en la barbilla y tarda en responder. Observa a Paula, que tiene el rostro desencajado.

—No, señorita García. No quiero echarla.

—¿Entonces? Lo que me ha dicho ha sonado como una amenaza: o hago lo que usted me dice o me expulsa.

—Prefiero hacer las cosas por las buenas.

—Y yo. Pero con su sobrino es una misión imposible.

El hombre resopla. Abre el cajón de su mesa y saca un papel. Se lo enseña a Paula, que lo lee en voz baja. Está en un inglés muy técnico, pero comprende la esencia del documento. ¡Menuda sorpresa!

—¿Luca es adoptado? —pregunta revisando el folio por si no lo ha entendido bien.

—Sí. Con diez años, mi hermana y mi cuñado lo adoptaron de un centro de menores.

—¿Y sus padres biológicos?

—Ahora, muertos. Pero estuvieron viviendo con él hasta los ocho años y pico. ¿Y sabe dónde estaba el centro en el que fue a parar?

—No.

—En España.

Paula se queda boquiabierta. Así que aquel chico es español. Por eso sabe tan bien el idioma. Todo lo que gira en torno a él resulta que es un misterio. Además, observando más detenidamente la ficha que Robert Hanson le ha pasado, descubre que su verdadero nombre es Lucas Roldán y no Luca Valor, como se le conoce ahora.

—Vaya…

—Su infancia no fue nada fácil. Sufrió maltratos, se metió en mil peleas… y le aseguro que ha mejorado mucho, pero le quedan secuelas de aquellos años tan complicados. Afortunadamente, salió de aquello. Su padre aprovechó que estaba de embajador en España y, gracias a unos contactos, lograron su adopción rápidamente. Luego lo destinaron a Londres. Aunque aquí las cosas tampoco han sido fáciles.

Ese es el motivo por el que es tan… insoportable. Pero de todas formas, ella no deja de ser una víctima. El chico le da muchísima pena, pero la que está sufriendo ahora su comportamiento es ella.

—Eso que me cuenta es muy triste y me sirve para comprender algunas cosas, pero sigo pensando que Luca y yo somos incompatibles y que él seguirá molestándome todo lo que pueda.

—Haga un esfuerzo, señorita García.

—Pero ¿por qué yo?

—Porque usted es española como él, simpática, comprensiva y tiene buenas intenciones. Es la persona perfecta para ayudar a que mi sobrino sea más amable, menos grosero, más cariñoso. Que se preocupe por otras cosas y deje de hacer bromas pesadas. Sé que es un buen chico y muy inteligente. Pero necesita alguien como usted que le guíe.

Paula resopla y se lleva las manos a la sien. Aquello que le está pidiendo el señor Hanson es una auténtica quimera. Pero suena a desesperación. Imagina lo mal que lo tiene que estar pasando la familia de Luca.

Uff.

—Solo hasta el domingo.

—Muy bien —comenta satisfecho y sonriente el hombre—. Solo hasta el domingo.

—El domingo, pase lo que pase, me liberará de todo. ¿Me da su palabra?

—Tiene mi palabra.

El hombre estira su brazo para sellar el acuerdo verbal con la joven. Paula hace lo mismo y estrechan sus manos.

—Ah, otra cosa…

—¿Sí?

—Tengo mucho que estudiar y, si me dedico tanto tiempo a limpiar, suspenderé. Un par de horas al día de castigo. ¿Vale?

—Vale. Acepto. Avisaré a Brenda y a Margaret.

—Gracias.

Paula se pone de pie. Al final ha sido una buena idea la de acudir al despacho de Robert Hanson y dialogar con él.

El hombre se despide de la chica, que sale por la puerta más aliviada. Él también lo está. Aunque hay algo que tal vez debería haberle comentado a Paula. El principal motivo por el que le ha asignado aquella misión a esa joven es porque está completamente seguro de que su sobrino está enamorado de ella.

Ahora solo falta que los días pasen y que las cosas sigan su camino lógico. ¡Qué mejor manera de que cambie que encontrando una novia que le quiera!

Capítulo 27

Una tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad

La nieve continúa cayendo en el parque. Lo lleva haciendo de manera intermitente desde que Álex y Pandora comenzaron a inflar los globos, pero no nieva de una forma intensa, sino suave, delicadamente. Como en una de esas bolitas de cristal que se agitan y caen los copos lentamente sobre un paisaje idílico. Eso ha permitido que los chicos puedan continuar con su tarea.

Sin embargo, el frío ha aumentado desde hace unos minutos.

El escritor le ha preguntado varias veces a Pandora que si quería seguir. Ella le ha contestado siempre que sí. ¡Cómo no iba a querer! A pesar de que sus manos estaban heladas. Al final, le costaba sujetar el rotulador con firmeza y hacerle los nudos a los globos se estaba convirtiendo en una misión imposible. Apenas sentía los dedos.

—Este es el último —dice Álex escribiendo la dirección de su Twitter sobre un globo de color blanco.

Cuando acaba, se lo entrega a la chica que, sonriente, se acerca hasta la escalera y lo deja libre. Observa cómo se aleja volando hacia alguna parte de la ciudad. Se frota las manos y se sopla en ellas. Está muerta de frío, pero qué más da eso. Ha pasado el mejor día de su vida. Álex se acerca por detrás y le pone una mano en el hombro. Siente un escalofrío y no es precisamente por la temperatura que hace.

—Ya he recogido todo, ¿nos vamos? —le pregunta el escritor.

—Sí.

Aunque su corazón dice lo contrario: no, no quiere irse. Marcharse de aquel parque significará que todo aquello se acabó. Y que no volverán a vivir aquella experiencia única, especial. Juntos. ¿Cómo puede tener tanta imaginación? Compartir esa tarde con él será algo que jamás podrá olvidar. Espera que alguna vez se repita y cuente de nuevo con ella.

Empiezan a bajar la escalera infinita. Pandora está triste. ¿Y si compran más globos y vuelven? ¡Qué importan el frío o la nieve! O que anochezca. O que su madre le eche la bronca por llegar tarde a casa. ¡Qué más da todo si está con él!

—Estás tiritando —comenta Álex, que ve cómo la muchacha tiembla de frío.

—No es verdad.

—¿Cómo que no? A ver si vas a pillar un constipado por mi culpa.

—Que no. Estoy bien.

Pero es cierto que la chica está temblorosa.

—Espera un segundo.

Álex se detiene y deja la mochila en un escalón. A continuación, se quita el abrigo y se lo coloca por encima a Pandora.

—Gracias —dice la chica, azorada—. No hacía falta.

—¿Cómo que no? Estás muerta de frío.

—¿Y tú?

—Yo aguanto bien. No te preocupes.

Se ha quedado tan solo con una camiseta negra de manga larga. Nunca le ha gustado ir demasiado abrigado. Ni siquiera en días tan fríos como aquel.

El chico vuelve a colgarse la mochila y continúan bajando la escalera.

—Me he divertido mucho —afirma la chica, que poco a poco va entrando en calor.

—Me alegro. Yo también. Ha sido una tarde muy entretenida.

—¿Cómo se te ocurrió la idea?

—Fue por un sueño. Una pesadilla más bien —revela Álex—. Soñé que viajaba en un globo aerostático que perdía aire y se estrellaba en medio del desierto.

—Vaya…

—No te preocupes, que no moría.

—Menos mal.

El escritor ríe. La ingenuidad de Pandora le divierte. Habla poco. A veces, incluso, da la impresión de que está en su propio mundo, uno muy lejano al que solo ella tiene acceso. Pero posee algo que no sabe descifrar y que le gusta mucho. Está muy bien a su lado. Es una persona muy especial, tan particular que merecería un personaje en una de sus novelas.

Llegan al final de la escalera. Nieva con más fuerza.

—¡Mira, Panda! —exclama Álex, mientras caminan por la calle contigua.

—¿El qué?

—¡Allí!

—¿Dónde?

—¡Allí, junto al semáforo!

La chica mira hacia donde este señala. Una joven pareja de novios, cogidos de la mano, está a punto de cruzar por un paso de cebra. Ella lleva un globo amarillo debajo del brazo.

—¿Es uno de los nuestros?

—No lo sé. Seguramente sí. No creo que haya muchos locos por ahí sueltos repartiendo globos.

—Ya.

—¿Nos acercamos?

—Vale.

Los chicos se dan prisa por llegar al semáforo antes de que cambie de color. Y aunque a Pandora le cuesta muchísimo seguir el ritmo de Álex, lo consiguen y también cruzan a tiempo.

—¿Estás bien, Panda? —le pregunta viéndola sofocada. Tiene los mofletes muy colorados y sale mucho vaho por su boca.

—Sí…, sí… —responde jadeante—. Perfectamente.

Sonríe como puede y le pide que sigan caminando.

La pareja de novios está a poca distancia. Álex y Pandora se acercan hasta ellos sigilosamente.

—Me siento como un policía secreto persiguiendo a un sospechoso —comenta él en voz baja.

En cambio, ella se ve más como Sailor Moon persiguiendo a los malos.

Los dos llegan a la altura de la pareja y observan el globo que la chica lleva debajo del brazo. Sonríen al mismo tiempo. Los adelantan por la derecha y unos metros más adelante se detienen para volverlos a ver. No hay duda: es uno de sus globos.

—Qué bien haber visto a alguien que ha encontrado uno de los globos… —señala Pandora, muy contenta.

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