—Se lo pedimos a nuestros padres.
—No creo que estén por la labor de darnos dinero para eso. Además, ¿qué negocio podríamos montar?
—Pues, por ejemplo, una tienda de animales. ¿Qué te parece?
El chico sonríe y le da un beso en la mejilla. ¡Eso sería lo último que haría! Los bichos no son lo suyo. Tal vez, por ese motivo, su novia lo ha mencionado. ¡Cómo le gusta hacerle rabiar y llevarle la contraria…!
—Creo que lo mejor es que sigamos estudiando. Y cuando acabemos…
—Cuando acabemos, nos casamos —completa la frase Diana, interrumpiéndole.
—¿Ya?
—¿Cómo que «ya»?
—Si todo fuera bien, terminaríamos dentro de tres años y medio. Tendríamos veintidós o veintitrés. ¿No seríamos muy jóvenes?
La chica se para y lo mira arrugando la frente. ¿No se acuerda de que se prometieron en junio del año pasado? Y aunque hace tiempo que no sale el tema, creía que los planes seguían siendo esos.
—¿Qué pasa? ¿Ya no quieres que nos casemos?
—¡Claro que quiero! —exclama, intentando sonreír.
—Pues no lo parece.
—¿Cómo que no? ¿Por qué dices eso?
Diana se escapa del abrazo de Mario y resopla.
—«¿No seríamos muy jóvenes?», «¿no seríamos muy jóvenes?»… —dice, tratando de imitar la voz del chico.
—Venga, no te enfades. Es cierto, cuando terminemos la carrera seremos muy jóvenes.
—Eso no lo decías el año pasado cuando me lo propusiste —protesta cabizbaja—. He dejado de gustarte, ¿verdad?
—¡No! No digas eso, Diana. Si estás preciosa —señala, buscando su mirada—. No te enfades.
Y se acerca a ella, que se muestra distante al principio. Sin embargo, acaba sucumbiendo. Se deja atrapar de nuevo por los brazos de su novio y luego recibe su boca con agrado. Se piden perdón con un beso.
—¿Me quieres? —pregunta la chica, a quien le brillan los ojos.
—Claro.
—¿Mucho?
—Mucho.
—¿Cuánto de mucho?
—Mmmm. Tres.
—¿Solo tres?
—Tres es muchísimo. Y es tu número preferido. ¿Qué más quieres?
—Bueno, si tres es mucho…, vale.
Los dos sonríen y se dan un gran abrazo. Y otro beso pequeño. Luego siguen andando lentamente hacia el bus. Una chica morena de la clase de Mario pasa en ese instante al lado de la pareja y saluda al chico, que hace lo mismo, pero con timidez.
—Así que me quieres mucho —comenta Diana, hablando entre dientes y sin quitar ojo a la joven con la que acaban de cruzarse—. Y a esa también, ¿no?
—¿A esa? ¿A Claudia?
—Ah, Claudia, se llama así… Te has puesto rojo cuando la has saludado. Es guapa.
Sí que es muy guapa. Hay solo cinco chicas en su clase y Claudia es la más guapa de todas con diferencia. Ya se fijó en ella el primer día que entró en la Universidad.
—Tú eres mucho más guapa.
—Ya, ya, ya. ¿Y de qué la conoces?
Ahora es Mario el que se detiene y mira a los ojos a Diana. Esta vez no sonríe.
—Va conmigo a clase.
—¿Estáis juntos en clase? —pregunta Diana en voz baja—. ¿No sería esa la morenaza que iba a ir ayer a tu casa a estudiar?
—¿Qué? —Mario no comprende a que se refiere, pero enseguida lo recuerda—. ¡Eso fue una broma!
—¿Y no pensabas en ella mientras me lo decías?
—¡No!
—Qué casualidad…
—¿Otra vez vamos a empezar con eso?
—Es que… ¡Uff!
—¿Qué pasa?
—Pues que es muy guapa. Y va contigo a clase.
—¿Y…?
—Nada. Que me da rabia.
—¿Te da rabia? ¿Por qué?
—Porque seguro que la miras mucho.
El chico se frota los ojos cansado. Su novia es una celosa irremediable. Suspira.
En ese momento, suena su teléfono. Casi es lo mejor que podía suceder. Mete la mano en el bolsillo y saca el móvil. Su madre.
—¿Mamá?
—¡Mario! ¡Miriam se ha ido de casa!
—¿Qué dices?
—¡Que ha cogido sus cosas y se ha marchado!
Las palabras de su madre llegan entre lágrimas. Está muy nerviosa.
—Pero ¿cuándo?
—No lo sé. Acabo de volver del trabajo. He subido a su habitación y no estaba. Ha dejado el armario abierto. Se ha llevado una maleta y mucha ropa.
—¿La has llamado a su móvil?
—Sí, pero no lo coge —responde la madre sollozando—. ¿Adónde habrá ido?
No tiene ni idea. Al final, su hermana ha cumplido con la amenaza que hizo anoche.
Diana observa a su novio muy preocupado. No sabe qué está pasando, pero no parece nada bueno.
—Mamá, no te preocupes. Seguro que todo se arregla. ¿Has llamado a papá?
—Sí. Viene para acá.
—Bien. Yo voy también para casa. Ahora nos vemos. Y tranquila.
El chico intenta mostrarse calmado, aunque la verdad es que aquello no le gusta nada. Miriam ha perdido completamente el rumbo y esto es lo que ya lo confirma definitivamente.
Cuelga el móvil y se pasa las manos por la cabeza.
—¿Qué te ha dicho tu madre? —pregunta inmediatamente Diana.
—Miriam se ha ido de casa.
—¿Qué? ¿Se ha ido?
—Sí. Ha recogido sus cosas y se ha marchado.
—Vaya…
—Mi madre está muy nerviosa.
—Normal.
—Esta chica va a acabar mal.
—No seas pesimista. Todo irá bien. Ya verás.
Diana le acaricia el pelo y suspira. Intenta animarlo. Aunque, realmente, piensa como él. Es increíble que su amiga haya elegido ese camino y haya cambiado tanto su forma de ser.
—Démonos prisa. A ver si llegamos a casa lo antes posible.
—Vale.
La pareja acelera el paso bajo el frío, que cada vez es más intenso. Ninguno de los dos dice nada mientras van hacia la parada.
—Mierda… —se lamenta Mario.
Al final de la calle, ve cómo el autobús que tienen que coger está a punto de irse. Agarra con fuerza de la mano a Diana y juntos corren hasta él, cuesta abajo, a toda velocidad, pero no llegan a tiempo: ya se ha puesto en marcha. Sin embargo, el conductor detiene el vehículo y abre la puerta al observarlos por el espejo retrovisor.
Los chicos suben y le dan las gracias.
Agotados, se sientan al final, que es el único sitio donde quedan dos lugares libres. Diana, en el pasillo; Mario, en la ventanilla. Ella le coge la mano y la besa. Él la mira a los ojos.
—Perdona. Sé que soy una celosa. Siempre te estoy dando problemas. Y bastante tienes tú con la carrera, tu hermana… Siento fastidiarte tantas veces —reconoce avergonzada.
—No digas eso. No es verdad.
—Bueno, procuraré portarme mejor.
—Yo también.
El chico aprieta su mano y le da un nuevo beso en la mejilla. Ella se acurruca contra su hombro y cierra los ojos.
—No me dejes nunca, cariño —susurra.
—No lo haré.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Mario mira por la ventana del bus hacia ninguna parte. Siente la mano de Diana apretando más la suya. Sabe que la quiere muchísimo. Eso no ha cambiado en todo este tiempo. Pero el amor es distinto a todo lo demás. Las promesas de hoy son recuerdos mañana. Y en ese momento de su vida no sabe si podrá cumplir todas las promesas que le unen a la persona que tiene a su lado.
Una tarde de diciembre, en un lugar de Londres
Está exhausta. Se ha pasado una hora limpiando los cuartos de baño de la residencia. Ni a su habitación le había dedicado nunca tanto tiempo: ni a la de Inglaterra ni a la de España. Pero ha habido algo peor que eso para Paula. Lo más duro ha sido tener que aguantar a ese idiota de Luca Valor. El sobrino del señor Hanson no ha parado de fastidiarla. Le ha tirado agua encima, echado limpiacristales, no ha dejado de meterse con ella… ¡Si hasta la ha amenazado con las escobillas!
—¿Ha hecho eso de verdad? —le pregunta Valentina, que acaba de llegar de clase.
—Sí. Eso ha hecho el muy… ¡insoportable!
—
Mamma mia!
La italiana termina soltando una carcajada. Ha intentado reprimirse, pero ha sido imposible. Se imagina a Luca Valor persiguiendo a Paula por los baños con la escobilla en la mano. ¡Es para partirse de risa!
—¡Oye, no te rías, que no tiene ninguna gracia! —protesta enfadada.
—Perdona, perdona…
Sin embargo, es inútil. La italiana se tumba en la cama, con un tremendo ataque de risa. Paula se encoge de hombros y se resigna. Su amiga está loca.
Enciende el ordenador antes de ir a comer para examinar su correo y comprobar si le ha escrito alguien en las redes sociales. Nada. Tampoco Álex. Bueno, luego por la tarde intentará hablar con él.
Desde que vio el vídeo no deja de darle vueltas a lo mismo: ¿qué es lo mejor para ambos?
—¿Te vienes a comer o te vas a quedar ahí riéndote todo el día? —le pregunta a su compañera de cuarto.
—Es un capullo, pero lo de la escobilla ha tenido su gracia —reconoce Valentina mientras se incorpora.
—No ha tenido nada de gracia. Y sí, es un gran capullo.
Las dos entran en el cuarto de baño y se miran a la vez al espejo. Se retocan un poco los ojos y los labios, y se peinan. Listas. Cogen el tique de la comida y salen juntas de la habitación.
—¿Te encuentras mejor? —le pregunta Valentina mientras bajan las escaleras—. Ayer lloraste mucho.
—Sí, estoy un poco mejor.
—Estás sufriendo por tu novio, ¿verdad?
—No es un buen momento para mí. Todo es muy complicado.
—Es por la distancia,
Paola
. Las relaciones y la maldita distancia. No son compatibles.
Las chicas llegan al comedor. Cada una coge una bandeja y se ponen al final de la cola para el bufé libre.
—No sé qué hacer. Las cosas son muy difíciles.
Más que nunca. ¿Qué pensaría Álex si le dijera que tiene dudas sobre si continuar con su relación? Seguro que se sorprendería mucho. Él siempre es tan atento con ella… Y demuestra que la quiere, que está enamorado. Sin embargo, afrontar otros seis meses tan lejos de él la supera.
—¿Qué cosas son difíciles? —pregunta una voz en español a la espalda de las dos chicas que se giran al escucharla.
Luca Valor se ajusta bien el parche en el ojo izquierdo y sonríe.
—Déjanos en paz, capullo —suelta Valentina en cuanto lo ve—. ¿Por qué no te compras un loro y una pata de palo, y te vas en busca del tesoro?
El chico responde con una sonora risa.
—Hola,
italianini
. Qué simpática eres siempre —le dice en italiano, y enseguida se fija en Paula—. Hola, españolita, nos lo hemos pasado bien esta mañana, ¿eh?
—¿No has oído? Déjanos en paz.
—¿Qué vas a hacer? ¿Tirarme otro cubito de hielo?
—No nos des ideas —comenta Valentina, que empieza a enfadarse.
Paula y su compañera de habitación llegan por fin al comienzo del bufé. Ponen sus bandejas en la barra y cogen cubiertos y un trozo de pan cada una. Luego empiezan a elegir la comida.
—No me has dicho todavía qué cosas son tan difíciles, españolita —insiste Luca, al que también le ha llegado su turno.
—Olvídame ya.
—Tengo este parche y no veo nada por el ojo, ¿crees que puedo olvidarme de ti?
—Pues deberías.
—Acostúmbrate a estar conmigo. Nos queda toda la semana juntos.
—Por desgracia —murmura Paula—. Pero el tiempo que no nos obliguen a estar el uno con el otro, intenta alejarte de mí lo máximo posible.
El chico sonríe. Alcanza un cucharón y se sirve algo parecido a un revuelto de verduras hervidas. Pero lo hace de una manera poco sutil y salpica a Paula en un brazo.
—¡Uy! Lo siento —dice, de forma burlona—. Es que con un solo ojo no controlo bien lo que hago.
—Eres un… ¡Mira cómo me has puesto!
Valentina sujeta a Paula del brazo que no se ha manchado y con una servilleta le limpia el otro. Las dos caminan rápidamente hacia delante.
—Pasa de él. Te está provocando.
—¿Por qué no me deja tranquila?
—Tengo una teoría.
—¿Cuál?
—Ahora te la cuento.
Las chicas terminan de servirse la comida sin perder de vista todos los movimientos de Luca y se sientan en una mesa del final del comedor. El chico lo hace en otra acompañando a tres amigos que ya estaban allí. De momento, no hay peligro. De todas formas, Paula revisa su asiento para no volver a caer en la broma del «patito». Valentina hace lo mismo. Vía libre.
—Lo odio. ¡Lo odio! —exclama, desesperada. El jersey que se ha puesto para comer tiene una gran mancha en el brazo derecho.
—Te comprendo. Debes estar de él más que harta. Aunque tú has sido la que ha dado más fuerte.
—¡Fue un impulso!
—No te preocupes. Se lo tiene merecido.
Valentina sonríe. Se levanta y regresa con dos Coca-Colas que saca de la máquina de refrescos.
—Gracias.
—Yo lo que creo… es que a ese chico le gustas.
—¿Qué?
—A Luca Valor le gustas.
—¿Cómo le voy a gustar?
Imposible. Su compañera no sabe lo que dice.
—Para mí está muy claro. Se nota en cómo te mira.
—¿Con un ojo?
La italiana suelta una carcajada y da un sorbo a su refresco.
—Hasta con un solo ojo se ve que ese tío está loco por ti.
—Que no, Valen. Que te equivocas. ¿Cómo le voy a gustar a un chico que desde el primer día me está molestando?
—¡Por eso mismo! Pero es tan torpe que, en lugar de darte cariño y pedirte que lo beses, te persigue con la escobilla del váter.
¡No lo quiere recordar otra vez! Qué mal lo ha pasado.
—Pues tiene una manera muy extraña de demostrar su amor.
—Creo que le has roto los esquemas.
—¿Cómo? No te entiendo.
Un nuevo sorbo de Coca-Cola. Valentina se inclina sobre su silla y habla en tono más bajo.
—Ese capullo el año pasado hizo lo que quiso con las chicas de la residencia. Se lio con todo lo que pudo. Pero nunca se hizo novio de ninguna.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Todo —señala con una gran sonrisa—. Cuando tú apareciste, se pilló de ti. ¡Estás realmente buena! Y molestarte y fastidiarte continuamente es solo para no admitirlo.
—Esa teoría es de locos.
—¡Qué va,
Paola
! Es una teoría muy posible. A Luca Valor le daba miedo enamorarse de ti, pero no ha conseguido evitarlo.
Paula mastica el trozo de carne que se acaba de meter en la boca. Poco hecha. Puag. Aparta el filete y pincha una hoja de lechuga demasiado aliñada. Eso que piensa Valentina es una película de ciencia-ficción. Si le gustara a ese chico, lo habría sabido. Aunque ya le pasó con Mario y también con Álex, cuando lo conoció. ¿Será que ella no tiene ese sexto sentido que dicen que poseen todas las mujeres?