Brenda le entrega a cada uno un trapo. Luego le da a Paula una fregona y un cubo lleno de agua, y a Luca, un limpiacristales.
—¡La escoba, el recogedor y todo lo demás lo tenéis dentro del cuarto de baño de chicos! —vuelve a gritar la mujer.
—Bien, señora. Gracias.
La jefa de las limpiadoras de la residencia suelta una palabra malsonante y se marcha a otro lugar. Tiene más gente a la que chillar.
—¿Por qué le haces la pelota? —pregunta la chica, desconcertada.
—No le hago la pelota. Pero es mejor llevarse bien con ella. Además, creo que compartimos una misma pasión.
—¿Qué pasión?
—No te aguantamos.
Paula mueve la cabeza de un lado para el otro. Coge el cubo de agua y la fregona y entra en el cuarto de baño masculino. Luca la imita, y se marcha directamente a los espejos. Echa limpiacristales y saluda sonriente a la chica que se refleja en ellos. Esta gira la cabeza y mira hacia otro lado.
¿Por qué no se quedó en España?
Empieza a limpiar el suelo desganada.
Aquello va a ser una pesadilla y no sabe hasta dónde va a poder sobrellevarla.
Ese día de diciembre, en un lugar de la ciudad
Hoy le cuesta concentrarse. Solo ha escrito una página en toda la mañana. Eso, hace un par de meses, no hubiera estado del todo mal. Pero es que Álex ha encarado la recta final de
Dime una palabra
y necesita ir más deprisa para cumplir los plazos que tiene pactados con la editorial.
Sin embargo, no se preocupa demasiado. Ya sabe cómo funcionan las cosas. Es cuestión de rachas, de concentrarse y esperar. Mientras, paciencia.
Gran parte de culpa de su desconcentración es de aquel
email
que ha recibido de Paula. Ha tardado en llegar más de lo que imaginaba. Y sí, su novia le da las gracias por el vídeo y por todo lo que hace por ella. No debería alarmarse. Pero hay algo que no le termina de gustar. Álex tiene la impresión de que su chica lo está pasando peor de lo que intenta hacerle creer. Le viene a la mente la última conversación por MSN, en la que Paula tuvo que apartar la cámara para que no la viera llorar. Por eso hizo ese vídeo. Para recordarle que la quiere aunque estén lejos y que piensa en ella constantemente.
Cuando decidió aceptar la beca en Londres, ninguno de los dos tuvo dudas acerca de su futuro como pareja. Se querían y eso era lo que realmente importaba. Un amor por encima de la distancia, capaz de enfrentarse a la dificultad de no verse en varios meses. En cambio, semana a semana, Paula se ha ido encontrando más triste. Él lo nota. La conoce bien, tanto como para saber que está sufriendo demasiado.
La respuesta a su correo electrónico es una prueba de ello, aunque ella haya tratado de ocultarlo.
Entonces, ¿qué es lo mejor? ¿Cortar? No se imagina ya la vida sin ella. Pero no quiere que sufra. Él también lo está pasando mal. Sin embargo, lo controla mejor. No es lo mismo estar fuera de tu casa, en un país que no es el tuyo, que vivir en tu ciudad, rodeado de lo que te es familiar. Es lógico que Paula esté peor que él.
La situación es complicada y le afecta. Pero debe continuar con su trabajo.
Entra en su Twitter y lee los tres últimos comentarios que le han escrito. Son tres chicas que le felicitan por su primera novela.
@Estersinh3: @Alexoyola Tú pusiste la ilusión, el esfuerzo y las letras. Nosotros abrimos los ojos y soñamos con tus historias. Gracias.
@Missmimi94: @Alexoyola Ha sido como vivir y despertar de un emocionante sueño. Gracias por este gran libro, gracias por esta gran historia.
@Marymosby: @Alexoyola Me has enseñado que los sueños se pueden hacer realidad si luchas con el corazón, ojalá llegues aún más alto.
Responde a cada una. Le encanta hacerlo. Ya acumula más de cuatro mil seguidores en Twitter. El contacto que tiene Álex con los lectores de su libro es fundamental para él. Ellos acuden a sus firmas, no paran de dejarle comentarios en las redes sociales y le ayudan a promocionar la novela recomendándola a otras personas. Sus ánimos en los malos momentos son los que le dan fuerza para seguir adelante.
Un golpe de aire frío se introduce en el Manhattan. Alguien ha abierto la puerta y se dirige a la mesa en la que el escritor está sentado. El chico se sorprende cuando la ve, pero sonríe abiertamente.
—¡Hola, Pandora! —exclama y mira el reloj—. ¡Qué pronto has venido!
Quedan cuatro horas para las cinco, pero allí está ya ella, sonriendo tímidamente, con los ojos pintados de negro y una coleta alta.
—Hola —responde, sonrojándose—. Es que… hoy he salido antes del instituto. Y como me pillaba de camino…
No le quiere decir que se ha saltado las dos últimas clases para ir al bibliocafé. Ya no soportaba más la incertidumbre por saber qué es lo que quiere Alejandro de ella. ¡Que tu escritor favorito te pida ayuda no pasa todos los días!
—Ah. Me alegro que hayas venido entonces —comenta Álex sonriendo. Sabe que miente, aunque disimula—. ¿Quieres sentarte?
—Vale.
La chica, nerviosa, se sitúa enfrente. En la misma mesa. No se atreve a mirarle a los ojos, aunque siente que él sí la está observando. ¡Qué vergüenza! Ninguno de los dos dice nada. Pandora por fin se anima a mirarlo. Álex cierra su portátil y le sonríe.
—Te invito a comer.
—¿Cómo?
—En lugar de hacer lo que tengo pensado esta tarde, podríamos irnos ya. Pero antes hay que comer, ¿no?
—Sí…, sí. Hay que comer.
Se ha quedado de piedra. ¡Increíble! Alejandro Oyola la está invitando a comer. ¡A ella!
—Igual tienes que avisar en casa.
—¿El qué?
—A tus padres. Decirles que no vas a comer hoy. A ver si no te van a dejar…
—Ah, sí, es verdad. Tengo que avisarlos.
Está tan sorprendida que no consigue pensar. No reacciona. En esos instantes, está viviendo en una nube y no logra bajar de ella. El chico le sonríe y ella le corresponde, o lo intenta. Porque aquello no se parece demasiado a una sonrisa. En cualquier caso, se levanta de la silla y se aleja de la mesa en la que está sentada. Saca el móvil de su mochila y llama. Contestan al tercer «bip».
—¿Pandora?
—Hola, mamá.
—¿Qué haces que no estás en clase?
Su voz no suena muy agradable.
—Es que… un profesor no ha venido.
—¡Menudo instituto en el que estás! —grita enfadada—. Si ya le decía yo a tu padre que lo mejor era que fueras a un internado. Así, seguro que, además, se te quitaban todas las tonterías.
La chica no responde inmediatamente. Su madre nunca ha sido un apoyo. Y su padre todavía menos. Ninguno de los dos la entiende.
—Bueno.
—¿Y para qué me has llamado? Luego te quedas sin saldo y nos pides dinero. ¡Y estamos en crisis!
—Es que me quedo a comer en la cafetería del instituto.
—¿Y eso?
—Tengo que hacer un trabajo con unas compañeras de clase y nos quedamos todas aquí —miente. Jamás comería con ninguna de sus compañeras. Al menos, voluntariamente.
—¿Un trabajo? ¿Compañeras? ¿Qué compañeras?
¿Tan complicado es para su madre dejar de hacer preguntas? No es una niña pequeña.
—No las conoces, mamá.
—¿Ni a sus padres? —insiste la mujer—. Pues no me gusta nada de nada.
—Venga, mamá, es un trabajo en grupo. No voy a ser yo la única que no se quede a comer.
—Pues comes en casa y luego vuelves al instituto.
Pandora resopla. Su madre es insoportable. La trata como si fuera una cría de siete años. Siempre está diciéndole lo que tiene y no tiene que hacer.
—No voy a volver a casa y luego regresar al instituto, mamá. Si voy a casa, suspenderé el trabajo porque no pienso volverme otra vez. Es más de media hora andando.
Silencio. La palabra
suspender
ha aparecido en la conversación. Su hija no puede suspender nada. Los estudios son lo primero.
—¿Y a qué hora vuelves, entonces?
—Ni idea, mamá. Luego tengo clases de inglés.
—Es verdad.
Desde septiembre, Pandora da inglés en una academia. O eso fue lo que le contó a su madre. En realidad, es la excusa perfecta para escaparse al Manhattan. De otra forma, sería imposible salir de casa. Además, el dinero que le dan para pagar las clases se lo guarda ella en cómics y otras cosas.
—Pero en cuanto termine, me voy para casa. No te preocupes.
—Bueno —se resigna la mujer—. ¿Llevas dinero?
—Sí.
—Ten mucho cuidado.
—Que sí, mamá.
—Y no te entretengas luego, que se hace de noche muy pronto. Directa a casa.
—Adiós, mamá.
La chica cuelga antes de seguir escuchando las advertencias de su madre. No es normal que tenga que dar tantas explicaciones. Guarda el móvil en la mochila y se dirige otra vez hasta la mesa en la que Álex espera. ¡Al final lo ha conseguido y pasará la tarde con él!
—¿Algún problema? —le pregunta el escritor cuando llega.
—No, no. Ninguno. Ya he avisado de que me quedo a comer contigo —señala, temblorosa.
—Espero que a tus padres no les importe.
—No. Están de acuerdo.
—Genial. Lo pasarás bien hoy —comenta, mientras se pone de pie—. Espera, voy a avisar a Joel de que nos vamos.
Álex camina hasta donde está el camarero y, tras una breve charla con él, regresa hasta el lugar en el que Pandora tiembla de emoción.
—Ya nos podemos ir.
—Vale.
A la chica hasta le cuesta andar. ¡Está histérica!
El escritor le abre la puerta y Pandora pasa delante; luego le da las gracias. Qué amable es siempre. ¡Un caballero! Si ella encontrara a alguien como Alejandro… No. Realmente lo que a ella le gustaría es estar con él, no con otro parecido. Ser su pareja. Pero eso es imposible. Además, ya tiene novia. La vio un día. Y era guapísima, la chica perfecta que un chico como él merece.
—¿Qué tipo de comida te gusta? —le pregunta mientras caminan.
—Me da igual.
No es verdad. Nunca come carne. Tampoco es que sea vegetariana por vocación. Simplemente, la idea de comerse un animal que antes estuvo vivo le revuelve el estómago.
—¿Comida japonesa?
—Bueno…
A pesar de que ama todo lo que tiene que ver con Japón, el
sushi
lo detesta.
—Tu cara me lo ha dicho todo —señala Álex riendo—. No te preocupes, vamos a ir a un restaurante italiano que hay aquí cerca. ¿La pasta sí te gusta, verdad?
—¿La pasta?
Pandora asiente con la cabeza y se sonroja. Pedirá una lasaña vegetal.
Los chicos siguen caminando, sin hablar mucho. Álex de vez en cuando le pregunta cosas sobre sus estudios y su familia, y ella se limita a responder con monosílabos. Al final de aquella calle está el italiano.
—¡Ah! ¡Un momento! Tenemos que cruzar al otro lado —dice el escritor parándose en un semáforo—. Tengo que comprar una cosa.
Pone una mano en la espalda de Pandora y la guía para que se dé prisa. La chica siente un escalofrío. Los dos corren a la acera contraria.
—Es en esa tienda —indica el chico, señalando un establecimiento donde venden gominolas.
Pandora no comprende nada. ¿Para qué quiere Alejandro chucherías? ¿Y antes de comer? Es muy extraño. La pareja entra. No hay nadie en la tienda, solo una guapa dependienta con una visera negra que sonríe al verlos.
—Hola, ¿puedo ayudarles? —pregunta, demasiado amable.
Solo le ha faltado guiñarle el ojo y pedirle el número de teléfono.
—Hola, pues sí. Quería comprar globos. ¿Tienes?
—Sí. ¿Cuántos quieres?
—Cien.
¡Cien globos!
Las dos chicas se asombran cuando escuchan al escritor. Ninguna de las dos esperaba que pidiera algo así, y mucho menos en esa cantidad. ¿Qué tiene pensado hacer Álex con tantos globos? En unos minutos, Pandora tendrá la respuesta.
Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad
Allí está ella esperándole una vez más. Cada día lo hace. Normalmente porque Diana sale antes de clase que Mario.
El chico la ve apoyada en una pared, cerca de la puerta de entrada, mientras recorre el pasillo de su Facultad. Va muy abrigada. Sopla sobre sus manos, a pesar de que lleva guantes, unos blancos que él le regaló en las Navidades pasadas. Está seria y se agita por el frío. «Qué guapa», piensa. Lo está más que nunca. Se ha convertido en una universitaria preciosa. Los dieciocho años le han sentado fenomenal. Nadie diría que hace unos meses reposaba en la cama de un hospital luchando contra la bulimia.
En cuanto Diana se da cuenta de que su novio se acerca hacia ella, le cambia la cara. Sonríe como una niña pequeña. Hasta se le pasa el frío. Él la ha ayudado tanto en este tiempo que no hay nada con lo que pudiera pagárselo.
Cómo cambian las cosas. Hace más de año y medio que salen juntos. Antes jamás hubiera imaginado que se pillaría tanto de un tío, ¡ella, que era totalmente contraria a tener pareja! Nunca se había enamorado. Sin embargo, ahora no podría, ni sabría, vivir sin él.
—Hola —lo saluda cariñosa cuando está frente a él. Y le da un beso cortito en los labios.
—Hola. ¿Qué tal las clases? —pregunta Mario después del beso.
La chica no contesta. Prefiere hacer primero otra cosa. Se cuelga de su cuello, rodeándole con sus brazos y vuelve a besarle. En esta ocasión, más intensamente. Mario se deja llevar. Siente el tacto de los guantes, acariciándole, dándole calor en la nuca. Y disfruta del dulce sabor de sus labios.
Cuando el beso termina, empiezan a caminar de la mano.
—Pues regular. Me aburro un poco. Y te echo de menos.
—Es normal que te aburras. Es mucha materia de golpe, profesores nuevos que te hablan en chino… Estamos empezando. Hay que adaptarse.
—¿Sí? ¿A ti también te pasa?
No. No le pasa. Él no se aburre nada en clase. Las matemáticas le apasionan y cada día aprende algo. En cambio, Diana ha elegido ADE y no termina de ubicarse.
—Claro —miente—. Muchísimo.
—¿Y me echas de menos?
—Por supuesto que te echo de menos.
—Pues ya está. Dejemos la Universidad y montemos un negocio juntos —comenta la chica abrazándolo por la cintura.
Los dos salen del Campus. El frío es muy intenso y da la impresión de que en cualquier instante va a comenzar a nevar.
Mario le sigue el juego a su chica.