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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

Cállame con un beso (18 page)

BOOK: Cállame con un beso
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La chica se encoge de hombros y obedece.

—¿Así…? —pregunta cuando termina.

Álex asiente y recupera la hoja que Pandora ha transformado en un delgado cilindro de papel. Enseguida lo introduce en uno de los globos. Uno azul. Lo infla y hace un nudo. Por último, escribe con mucho cuidado sobre él, con el rotulador negro, la dirección de su Twitter: @alexoyola.

Se levanta, camina unos pasos hacia la escalera que antes han subido y deja escapar el globo que poco a poco se va volando hacia el cielo nublado de la ciudad.

Así que a eso se refería con lo del enlace y el destino.

—¿Qué te parece la idea, Panda?

Esta no responde inmediatamente. Sonríe y observa al chico entusiasmada. ¿Qué le va a parecer? Brillante, ingeniosa, divertida. ¿Por qué ella no es lo suficiente buena para estar con él toda la vida y ayudarle en cientos de cosas como esa?

—Me encanta.

—¿Sí? Entonces, manos a la obra. ¡Hay noventa y ocho globos más! —exclama el escritor, sentándose en el banco.

—No sé si mis pulmones darán para tanto.

—Si quieres, tú escribes las notitas y yo los inflo y pongo la dirección del Twitter en el globo.

Está quedando como una blandengue. Es delicada, no tiene preparación física, pero para llenar de aire unos cuantos globos…

—¡No! Yo también quiero inflarlos —protesta Pandora, alcanzando uno naranja de la bolsa.

Empieza a soplar con fuerza y el globo se llena de aire muy deprisa.

—Muy bien hecho. Pero te recomiendo que, antes de inflarlo, escribas la nota y la metas en el globo, porque si no lo tendrás más difícil.

La chica se muere de vergüenza. ¡Qué tonta! Ha puesto demasiado énfasis en demostrarle que ella también puede hacerlo bien y rápido. Por lo menos, no lo ha cerrado con un nudo. Deja salir el aire del globo y arranca una hojita de la libreta de colores.

—¿En todas las notas pongo lo mismo?

—No hace falta. Si se te van ocurriendo otras frases, puedes ir modificando el mensaje. Lo único que sí tiene que aparecer de alguna manera es «Tras la pared».

—Vale.

Pandora piensa un instante. Se le ha ocurrido algo. Destapa el rotulador azul y escribe en el papelito. A continuación lo lía y, mientras sonríe satisfecha, lo introduce en un globo rojo.

—¿Qué has puesto que estás tan contenta?

—Nada.

—¿Te da vergüenza decírmelo?

—Sí, un poco.

El chico se aproxima hasta ella. El corazón de Pandora se acelera. Está demasiado cerca. ¡No!

—Va, sin miedo. ¿Qué has puesto?

—No te gustará.

—Eso ya lo veremos. A ver, dime. ¿Qué has escrito?

—«Aparecí
Tras la pared
. Firmado: el destino».

—¡Ey! Eso está muy bien. ¿No decías que no tenías imaginación?

—Habrá sido suerte.

La chica infla el globo rojo y escribe, con cuidado para no explotarlo, el Twitter de Álex. Está emocionada como una niña pequeña. ¡Pero si solo es un globo con un papelito dentro!

Se levanta y se dirige a la escalera. Unas finísimas gotas de lluvia están cayendo sobre ella. Pero hace demasiado frío y las gotas en segundos se transforman en copitos de nieve. Pandora mira al cielo y cierra los ojos. Siente frío en su frente cuando uno de esos copos se detiene encima de su nariz para desaparecer enseguida. La chica vuelve a abrir los ojos y contempla la ciudad desde aquel alto. Se ve muy bonita. Hacia allí impulsa el globo rojo con su frase dentro. Este serpentea con el viento y poco a poco se aleja del parque.

Ahora es el turno del destino.

Capítulo 25

Esa tarde de diciembre, en un lugar de Londres

—¡Daos prisa, que no tenemos todo el día! ¿O es que queréis que se nos junte con la hora de la cena?

Los gritos de Margaret sacuden las paredes de la cocina. En cambio, Paula continúa fregando los platos de la comida sin inmutarse. Ha decidido que la mejor manera para pasar aquel mal trago es ponerse los cascos y subir la música al máximo de volumen. Menos mal que le dio por llevarse su MP4 en el bolsillo.

De vez en cuando mira de reojo a Luca para comprobar si este planea alguna nueva trastada. Ya le ha salpicado varias veces con el agua y hasta ha intentado echarle lavavajillas en los zapatos simulando que se le caía. Por suerte, no acertó y se ganó la bronca de la cocinera por ser tan torpe. Que nadie sepa realmente quién es ese chico hace que no tenga un trato especial. Seguro que si Margaret, Daisy o Brenda conocieran que es el sobrino del director de la residencia, la cosa cambiaría radicalmente.

—¿Qué estás escuchando? —le pregunta su compañero de castigo, arrebatándole uno de los auriculares.

—¡Ey! ¿Qué haces? ¡Devuélvemelo!

Pero Luca no tiene intención de hacerle caso y esquiva la mano de Paula que intenta quitárselo. El sobrino del señor Hanson se coloca el auricular en una oreja y arruga la frente.

—¿Qué es esta música?

Suena
Take it off
de Kesha.

—¡Que me lo des! —exclama la chica quitándose los guantes con los que está fregando.

—¿Esto es lo que sueles oír, españolita?

—¡Y a ti qué te importa!

—Si gritas de esa manera, enfadarás más a Margaret. Así que es mejor que te lo tomes con más calma.

Paula respira hondo y amenaza con la mirada al chico, que sonríe divertido. Una vez más ha conseguido sacar de sus casillas a la «chica perfecta».

—Luca, no estoy para más bromas.

—Claro, lo tuyo no son las bromas, prefieres dejar tuerta a la gente.

—La culpa fue tuya por… todo. Empezaste tú.

—¿Y qué más da quién empezara?

—Devuélvemelo ahora mismo.

Empieza a ponerse nerviosa, pero no puede alzar demasiado la voz, si no las cocineras se acabarán enterando de la discusión. No quiere estar lavando platos hasta el desayuno.

—Tengo que recomendarte algunos grupos mejores que este para que mejores tu cultura musical.

—En serio, dámelo. Por favor.

—Hay una banda
indie
buenísima, que seguro que te encantará.

La chica intenta recuperarlo de nuevo, pero falla. No se da por vencida y lo prueba una segunda vez. Se lanza sobre él, pero este hábilmente se zafa echándose hacia atrás. Sin embargo, su movimiento es tan brusco que, al tirar con tanta fuerza, saca el MP4 del bolsillo trasero del pantalón de Paula y el otro auricular sale despedido de la oreja de ella.

—¡Joder! ¡Me has hecho daño en el oído!

Entre la confusión y el grito de dolor de la chica, el aparato se queda colgando en el aire. Luca se da cuenta y, antes de que Paula lo alcance, es él quien lo agarra.

—¡Mío! —dice, mientras se coloca el otro auricular.

—¡Capullo!

—¿Cómo funciona esto? A ver…

—¡Eres un estúpido! ¡Devuélvemelo!

Sin embargo, Luca no deja de sonreír e ignora completamente a Paula.

Tanto ruido llama por fin la atención de Margaret, que se acerca hasta los dos chicos. Con sus habituales formas toscas se dirige a ellos:

—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué hacéis tanto jaleo? ¡Aquí estáis para trabajar, no para pelearos como una vulgar parejita de novios!

—¡Me ha quitado mi MP4! —exclama Paula, muy nerviosa, llevándose la mano a la oreja dolorida.

—Me lo ha prestado —comenta el chico, sonriendo y toqueteando el volumen del reproductor para bajarlo y escuchar lo que dicen.

—¡No es verdad! ¡Me lo has quitado!

Margaret resopla y pone las dos manos sobre la encimera.

—Me da lo mismo de quien sea ese cacharro y lo que hagáis con él. Lo que quiero es que estos platos estén limpios en cinco minutos o vais a estar aquí hasta la cena de año nuevo. ¡Y ni un solo grito más! ¿Entendido?

Luca asiente con la cabeza y Paula la mira desconsolada. Hay poco más que hacer.

La cocinera suelta un insulto en voz baja y se retira hacia el almacén donde está ordenando los últimos pedidos que han llegado al centro.

—¿Ves lo que has conseguido? Ya la has enfadado —señala Luca, sonriente y volviendo a subir el volumen de la música.

Paula se frota los ojos, luego se toca la frente con las dos manos. Le duele la cabeza. Aquello no puede estar pasando. Se siente impotente, sin ganas ni fuerzas para seguir en Londres. Quiere volver a su casa, en España, con su familia, sus amigos. Con su novio. Álex no se imagina lo mal que lo está pasando allí. Si lo supiera, la rescataría de aquel sitio en el que está viviendo un mal sueño. Cabizbaja, vuelve a ponerse los guantes y continúa fregando los platos. ¿Por qué le está pasando aquello? Ella no le ha hecho nada malo a nadie. Solo quería disfrutar un año en Londres, aprender inglés, vivir una experiencia que le sirviera para el futuro. Pero se siente sola, abatida y humillada por aquel tipo que le está haciendo la vida imposible.

Sin remediarlo, una lágrima se le derrama por la mejilla y se pierde entre los platos que todavía quedan por fregar. Cierra los ojos e intenta evitar que caigan más. Pero aquel remedio es todavía peor. Sus mejillas se iluminan cada vez más, bañadas por sus ojos.

—Joder… —murmura, y con el brazo intenta secarse las lágrimas.

Luca la observa mientras escucha un tema de Owl City,
Vanilla Twilight
. ¿Está llorando? No, no puede estar llorando por una tontería así. Se acerca un poco más a Paula con la excusa de coger un plato para secarlo. Sí, está llorando. Contempla cómo en su barbilla baila una lágrima a punto de resbalar y caer. Aspira su aroma. Huele a vainilla. Nunca se había dado cuenta. Le gusta.

—Oye, españolita… —dice al tiempo que se quita uno de los auriculares de la oreja. Su tono de voz es diferente al que suele utilizar con ella.

—¿Qué quieres ahora?

La chica se gira hacia él y ambos se miran. El rostro de Paula está lleno de gotitas que se deslizan por su cara.

—Verás…

En ese momento, la puerta de la cocina se abre. No es ninguna de las cocineras, ni tampoco Brenda, la mujer de la limpieza.


¡Paola!
Me voy a estudiar a la biblioteca. Me han dicho que estabas aquí fre… —Valentina entonces ve a su amiga y se sorprende. Tiene el rostro lleno de lágrimas—. ¿Qué te ha pasado?

—Nada, nada —se apresura a contestar.

Luca se echa ligeramente hacia atrás y se quita el otro auricular.

—¿Cómo que nada? ¡Estás llorando!

—Shhhh.

—Has sido tú, ¿verdad? —pregunta señalando al chico—. ¡Tú la has hecho llorar!

—Déjame en paz,
italianini
. Eres muy pesada.

—¿Qué le has hecho?

Paula agarra a Valentina por un brazo e intenta calmarla. La italiana está fuera de sí.

—No grites, que no quiero que Margaret se vuelva a enfadar con nosotros —señala Paula, tranquilizándola.

—¿Qué te ha hecho este capullo? —insiste.

—Nada. No te preocupes. Solo ha sido una broma.

—¿Otra? ¿Qué ha sido esta vez?

—Le he quitado su estúpido MP4 —responde Luca lanzándole el reproductor a Valentina.

La chica lo atrapa y le insulta en italiano.

—Eres un indeseable.

—Venga, déjalo ya, Valen. No merece la pena.

—¿Por qué no la dejas en paz? Si tanto te gusta, demuéstraselo de otra manera, no fastidiándola todo el tiempo.

Paula y Luca escuchan el comentario perplejos. ¿Han oído bien lo que acaba de soltar Valentina?

—¿Gustarme? ¿La españolita perfecta?

—¡Claro! ¡Reconócelo de una vez! —grita la italiana—. Y sí, es perfecta.
Paola
es tan perfecta que tú no le llegas ni a la altura de los zapatos. Y por eso no eres capaz de admitir que te gusta.

—Estás loca —susurra el chico apartando la mirada.

—Yo estaré loca, pero tú estás enamorado de esta chica.

—Bah… No sabes lo que dices.

Paula no comparte lo que su compañera está diciendo, pero tampoco tiene fuerzas para pararla.

—Valen, olvídalo. No sigas…

—¿Es que no tienes lo que hay que tener para decirle a mi amiga que estás loco por ella?

Los gritos de Valentina cada vez son mayores. Paula teme que en cualquier momento aparezca Margaret.

—No tienes ni idea de nada,
italianini
.

—¿Y tú sí, capullo creído?

Luca no responde. Nadie le había hecho frente de esa forma. Está nervioso y le cuesta reaccionar.

—Venga, Valen. Vayámonos de aquí. —La joven se quita los guantes y los deja dentro del fregadero—. Termina tú con esto, por favor.

Y tomando a su compañera de habitación por el brazo, salen de la cocina.

Todavía sigue respirándose el aroma a vainilla.

El chico se pone los guantes y coge uno de los pocos platos que quedan por lavar. Abre el grifo del agua caliente y lo enjuaga.

Ha sentido algo dentro de él que pensaba que simplemente eran imaginaciones suyas. ¿De verdad aquella chica le gusta?

Capítulo 26

Minutos después, ese día de diciembre, en un lugar de Londres

Las dos chicas caminan por uno de los pasillos de la residencia. Llegan a la zona principal donde Valentina, con efusividad, saluda en italiano a George, el conserje de guardia. Paula apenas levanta la cabeza para sonreírle. Continúan andando, dejando atrás la sala de estudios y la habitación en la que está la fotocopiadora y la máquina de refrescos.

—No deberías de haberle dicho eso a Luca —comenta la española en voz baja.

—¿El qué?

—Eso que le has dicho.

—¿Que tú le gustas?

—Sí.

Valentina resopla y pasa una mano por detrás de Paula hasta su hombro derecho, abrazándola.

—Es que ese tío está enamorado de ti. ¿No lo notas?

—No. No he notado nada.

—Pues yo sí.

—De todas formas, aunque fuera verdad, que no lo es, habría sido mejor no decirle nada. Ahora todavía será más insoportable.

La italiana mueve la cabeza de un lado para otro y gesticula con las manos.

—¡No lo comprendes,
Paola
! ¡No lo comprendes!

—Pues no.

—Lo que hará ese chico cuando estés con él es tratarte con más respeto.

—No lo creo.

—Ya lo verás. Confía en mí.

—¿Por qué estás tan segura? —pregunta desconcertada.

Las chicas se detienen delante de la puerta del despacho del director del centro.

—Pues porque ahora Luca Valor ya sabe que lo sabes.

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