Cállame con un beso (21 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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—¿Se lo ha tragado de verdad?

—Por completo.

—Increíble. ¡Aunque te has arriesgado demasiado!

—Ha merecido la pena.

Los dos siguen caminando por el sendero comentando entre risas lo que acaba de pasar. No conocía esa faceta de Álex. Está claro que nunca dejará de sorprenderla.

Poco a poco se van adentrando en una zona boscosa donde la luz es más tenue y los árboles con los que se encuentran, muy altos y frondosos. El camino se estrecha y se hace más incómodo.

—¿Falta mucho para llegar?

—No, ya casi estamos.

La chica resopla; está cansada. Y la bolsa con las botellas cada vez le pesa más.

—¿Has venido muchas veces por aquí?

—No, un par de veces solo.

—¿Hace mucho tiempo?

—Bastante. Yo era un niño. Pero cuando se me ocurrió esta idea, fue el lugar que me vino a la cabeza.

—Espero que sepas volver, porque yo hace tiempo que perdí el norte.

—Pues ahora que lo dices…

La joven se frena en seco. Se observan uno a otro muy serios. ¿Se han perdido? Pero es una falsa alarma, ya que Álex sonríe al instante y continúa caminando.

—Qué capullo…

—Lo siento, solo quería ver cómo reaccionabas.

—Muy gracioso. No te recordaba con tanto humor.

—¡Ah! Pero ¿me recordabas de alguna forma?

Claro que se acordaba de él. ¡Cómo iba a olvidarlo! Solo fueron unos días los que disfrutaron juntos, pero de gran intensidad. Álex le hizo dudar acerca de sus sentimientos hacia Ángel. Y aquellas dudas no permitieron que Paula pudiese decidirse por uno o por otro. Desde entonces está sola.

—Eres tonto, ¿eh?

Tanto andar y tanto hablar le han provocado ganas de fumar. Es curioso, pero durante toda la tarde que lleva con él, hasta ese momento no le había apetecido. La chica se detiene y saca un cigarro y el mechero de su chaqueta.

—¿Qué haces? —pregunta Álex, extrañado—. ¿Desde cuándo fumas?

—Desde hace unos meses. ¿No te lo había dicho?

—No.

—Pues ya lo sabes.

Paula enciende el cigarrillo y se dirige hasta él para continuar.

—Apágalo —ordena el joven en un tono poco agradable.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta que fume?

—No, no me gusta. Aunque eso ya es cosa tuya —responde, sin sonreír—. Pero aquí es peligroso fumar.

La chica mira a su alrededor. Tiene razón. No es el lugar idóneo para encender un cigarro. Le pide disculpas y lo apaga pisándolo.

—No solo he cambiado de color del pelo.

—Ya veo. Aunque prefiero que seas rubia a que fumes.

—Es un mal vicio.

—El peor de todos.

—Hay cosas más graves. Además, no estoy tan enganchada.

—No me lo creo.

Vuelve a frenarse y lo mira por encima del hombro.

—Puedo dejarlo cuando quiera.

—Sigo sin creerte.

—Si el chico del que me enamore me pide que lo deje, lo dejaré.

—Lo dices como si fuera fácil. Y estamos hablando de una adicción.

—Ya. Pero el amor es la mayor de las adicciones. Haría un esfuerzo por la persona que quiero.

¿Habrá captado la indirecta? Si ellos estuvieran juntos y él se lo pidiera, está convencida de que lograría dejar de fumar.

—¡Hemos llegado! —exclama de repente Álex, subiéndose a una roca.

—¿Aquí es? No veo…

Pero al acudir junto al chico, descubre lo que antes en el tren su amigo le había contado. Debajo de ellos se extiende un río enorme adornado unos metros más adelante por una gran cascada. Se queda sin palabras.

—¿Te gusta?

—¡Sí! ¡Esto es precioso! Impresiona.

—Sí. Aunque llevaba mucho tiempo sin venir, lo recordaba de esta manera.

La joven respira hondo y contempla encantada aquel lugar digno de cualquier escena de película.

—Es un sitio maravilloso. No me extraña que hayas querido venir aquí.

—Ya te dije que fue el primer sitio que me vino a la cabeza. Pero ahora hay que darse prisa, que nos queda poca luz y tenemos que volver antes de que anochezca —indica Álex, quitándose la mochila y dejándola en el suelo—. Ve cogiendo las botellitas de las bolsas.

—Vale.

Entre los dos van sacando las botellas de zumo, que ya no están vacías. Todas tienen un papelito dentro con una frase y una dirección de Twitter que Álex y Paula se han encargado de escribir en el trayecto hasta allí. Un mensaje en cada botella.

Hablan de
Tras la pared
, del destino y de la posibilidad de que más gente conozca la historia de aquel libro de una manera romántica y distinta.

La chica es la primera en lanzar una de las botellas al río. Aplaude contenta cuando esta cae al agua y la corriente la desplaza lentamente por el cauce. Así, una tras otra, hasta finalizar con todo el arsenal que han llevado.

—¿Nunca te han dicho que eres muy especial? —le pregunta Paula después de arrojar al río la última botella.

—Pues…

—Eres muy especial, Álex —dice sonriendo—. Por si acaso no te lo habían dicho nunca.

Se acerca hasta el escritor, que en ese instante se cuelga la mochila, y le da un beso en la mejilla. Este se sonroja y siente una punzada en su interior. No es el único al que le pasa. A Paula le hubiera gustado apuntar con sus labios más al centro de su rostro. Pero todo llegará tarde o temprano.

Capítulo 30

Una noche de diciembre, en un lugar de la ciudad

—Me tengo que ir ya. Ha sido una conversación muy agradable.

—Es verdad. Muchas gracias por escucharme.

—Siento mucho lo de tu hermana, aunque estoy segura que todo irá bien. Ya lo verás.

—Eso espero.

—Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme.

—Gracias de nuevo. Eres un cielo.

Ella sonríe al otro lado de la pantalla. ¿Cómo puede ser tan guapa?

—Adiós, Mario. A ver si luego te puedes conectar un rato.

—Lo intentaré, pero no sé si podré. Hasta luego.

—Inténtalo.
Ciao.

Y un icono de un lacasito dándole un beso a otro en la cara.

El chico la mira por última vez antes de que sus
cams
se desconecten. Ya está, ha dejado de verla. Suspira y cierra la sesión del MSN.

—¡Hola, cariño! —El grito llega desde la entrada de su habitación—. ¿A qué no sabes con quién he hablado?

Mario se gira sorprendido y observa cómo Diana entra en el cuarto. Un minuto antes y…

El chico se levanta y le da un beso en los labios. Hace una hora que su novia se fue a su casa a cambiarse de ropa y a ver a su madre. No esperaba que regresara tan pronto.

—No. ¿Con quién?

—Con Cristian Pozuelo.

—Ah… —Piensa un instante, y nada—. No caigo.

—¡El novio de Gloria! ¡La chica de mi clase!

Llevaba toda la tarde intentando comunicarse con ella a través de las redes sociales, pero hasta hace un rato no había aparecido por Tuenti. Diana le dejó un mensaje explicándole que necesitaba hablar con ella y con Cristian. Esta le respondió amablemente y le dio su dirección de MSN y la de su novio. Y, tras agregarlos, los tres entablaron una conversación compartida en el Messenger.

—¿Y qué te ha dicho?

—Ella es una tía majísima, pero él me da muy mala espina. Es uno de estos tíos que se lo tiene muy creído y que te habla con una prepotencia…

—Pero ¿qué te ha dicho?

—Pues le he preguntado por tu hermana, directamente. Y cree que sí, que es la novia de Fabián Fontana.

Aquellas palabras de Diana hacen un doble efecto sobre Mario. Por una parte, se alegra de saber que van por el camino adecuado, pero, por otra, se lamenta de que Miriam esté saliendo con ese tipo. Intuye que aquella historia será más complicada de lo que imaginan.

—¿Y ella está con él ahora?

—Eso no lo sabe.

—Vaya…

—Pero hay algo más.

—¿Sí? ¿Te ha dicho dónde vive Fabián?

—No, él no. Se ha negado, aunque se lo he preguntado mil veces. Pero… Gloria sí me lo ha contado.

—¿Sí?

Una sonrisa ilumina el rostro de la chica. A pesar de que le insistió mucho a Cristian para que le revelara el lugar en el que su amigo vivía, este no quiso decirle nada. Sin embargo, una vez que se acabó la conversación en el MSN, Gloria le mandó un privado por Tuenti en el que le contaba dónde vivía Fabián. Ella fue una vez allí a una fiesta con su novio.

—Sí. Por lo visto, este chico es un buen elemento. Se ha adueñado de una nave enorme que está en las afueras, pero en un sitio por el que no pasan ni autobuses.

Por eso Miriam regresó ayer a casa en taxi. El chico le da vueltas a la cabeza. Está muy preocupado. Aquel asunto tiene muy mala pinta.

—¿Y cómo vamos a ir hasta allí?

—¿Vamos a ir?

—Claro.

—¿Ahora?

—Sí —afirma Mario muy serio—. Mi hermana hasta ha desconectado el móvil. Mis padres necesitan saber que está bien.

—Pero es de noche ya. ¿Por qué no esperamos a mañana y vamos con ellos?

—¡No! Es mejor que ellos no sepan nada de esto.

—¿Por qué?

—Están muy nerviosos y, si van allí y ven algo que no les guste, pueden ponerse peor. Además, a mis padres, Miriam no creo que les haga demasiado caso. Este asunto lo tenemos que arreglar nosotros.

—Mmm… Como tú quieras. Aunque creo que es mejor que vayamos con ellos.

—Ni siquiera sabemos seguro que mi hermana esté allí, Diana.

—Ya.

El chico vuelve a besar a su novia en los labios. Luego la mira a los ojos y sonríe.

—Podemos ir en tu moto.

—¿Qué? ¿En mi moto?

Cuando Diana alcanzó su peso ideal, después de muchos meses peleando contra la bulimia, su madre decidió hacerle un regalo. Ella pidió una vespa 125 LX en granate con el sillón beige. Deseo concedido.

—Sí. ¿Sabes llegar hasta ese lugar?

—Me parece que sí —responde Diana, dubitativa—. Pero es de noche, y ya sabes que no me gusta conducir de noche.

—¿Y no puedes hacer hoy una excepción?

La chica suspira. Quiere contentar a su novio, aunque ir de noche hasta ese lugar en la moto no le hace ninguna gracia. Además, ha nevado por la tarde y la carretera tiene que estar muy peligrosa.

—¿Por qué no esperamos a mañana, cariño? —pregunta Diana, abrazándole—. Si quieres, no les decimos nada a tus padres.

Pero Mario no está de acuerdo. Se zafa de sus brazos y se sienta molesto frente al ordenador.

—Pues iré yo solo como pueda.

—¿Qué?

—No voy a esperar a mañana, Diana. Aunque tenga que pedir un taxi.

—¿Un taxi? ¡Te saldrá por una fortuna ida y vuelta!

—¿Y qué quieres que haga? No puedo quedarme aquí sentado sin hacer nada.

Entra en Google y busca el teléfono de Teletaxi.

La chica se acerca por detrás y le pone una mano en el hombro. Se siente un poco culpable. Se propuso ayudarle en todo lo que fuera y, a las primeras de cambio, se echa para atrás.

—Bueno, va, yo te llevo.

—Déjalo. Te entiendo: no te gusta conducir de noche.

—Que no, iremos en mi vespa.

El joven levanta la cabeza y la observa. Diana está sonriendo. No le gusta presionarla de esa forma. Pero, si no va a aquella nave esa noche, no podrá dormir tranquilo. Sus padres lo están pasando mal y no hay indicios de que Miriam vaya a ponerse en contacto con ellos de momento. Debe actuar.

Le regala un nuevo beso como disculpa y también como agradecimiento.

—¿Estás segura?

—No, pero no me queda otra. En un concurso de cabezotas quedaríamos empatados.

—¿Entonces?

—Alguno tiene que ceder. Me toca a mí —se resigna—. El dinero que te ibas a gastar en el taxi guárdalo para hacerme un regalo.

—Pues será un regalo caro.

—Mejor.

Otro beso más. Y un te quiero.

—Cojo mi abrigo y nos vamos —indica el chico levantándose de la silla.

—¿Qué le vas a decir a tus padres?

—Que esta noche ceno en tu casa. Me ha invitado tu madre.

—¿Mi madre? Está en casa de su novio.

—Ya, pero ellos no lo saben.

Mario abre el armario y saca un abrigo azul, que se abrocha hasta arriba. Hace mucho frío hoy. Diana también sube la cremallera del suyo. Se acerca a la ventana y mira por ella. Menos mal que no está lloviendo ni nevando. Llevar la moto de noche le da un poco de miedo, pero si las condiciones son peligrosas, el asunto se complicaría todavía más.

—¿Estás listo?

—Sí, vamos.

Los chicos salen de la habitación. Bajan por la escalera y entran en la cocina donde la madre de Mario está preparando la cena. Le cuentan que Débora le ha invitado esta noche y que luego estudiarán un rato en casa de Diana. La mujer acepta. No está bien por lo de su hija mayor, pero sonríe y se despide de la pareja.

—Pobre. Qué mal lo está pasando.

—¿Comprendes ahora por qué tengo que hablar con mi hermana cuanto antes?

—Sí.

¿Cómo Miriam puede actuar de esa forma? No lo entiende. Aunque cada persona es diferente. Ella también pasó una mala época. Son cosas que no controlas, que las haces porque salen así. Te metes poco a poco, casi sin darte cuenta, y luego es muy difícil salir.

La pareja camina hasta la casa de Diana. Las luces están apagadas. No hay nadie. Mientras Mario espera fuera junto a la moto, la chica sube rápidamente a su habitación. En menos de un minuto baja con las llaves y los cascos. Le entrega uno a su novio y se montan en la vespa.

—No vayas muy deprisa, ¿eh?

—No te preocupes, que esto no corre demasiado.

Arranca.

No está lloviendo, pero la carretera está mojada. Las ruedas patinan y a Diana le cuesta controlar la moto con el peso de su chico detrás. Que sea de noche cerrada tampoco ayuda.

—¿Va todo bien? —grita Mario después de un frenazo algo brusco antes de llegar a un paso de cebra.

—Sí —miente la chica—. Todo perfecto.

Está muy nerviosa. Pero no va a decirle nada. Con eso solo le preocuparía más. Tiene que intentar calmarse para no sufrir ningún percance. Sí, debe calmarse; si no, podrían sufrir un accidente.

Capítulo 31

Esa noche de diciembre, en un lugar de Londres

La cena ha sido tranquila. Paula y Valentina no han tenido ningún problema con Luca esta vez. Entre otras cosas, porque el chico del parche no ha bajado al comedor.

Tampoco Margaret le ha dicho nada a la española. Se cruzó con ella en varias ocasiones y temió que le pidiera que se pasara por la cocina a lavar los platos cuando terminara. Pero no ha sido así. El señor Hanson ya ha debido de informarle del nuevo trato. Solo dos horas al día de castigo.

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