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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

Cállame con un beso (38 page)

BOOK: Cállame con un beso
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No solo eso. Lentamente, ella se inclina sobre él y, sin que este lo evite, le besa en los labios, dejando el sabor a café impregnado en su boca.

Aquello no estaba en sus planes.

El ahora es difícil de descifrar, pero mucho más lo que pasará entre ellos. Sin embargo, todo se iba a aclarar muy deprisa.

Capítulo 56

Ese mismo martes de principios de diciembre, hace un año, en un lugar de la ciudad

Han pasado más de dos horas desde que se marchó del Manhattan. Paula está a punto de sufrir un ataque cardiaco. ¿Qué habrá pasado entre Álex y Abril?

Él lo tenía muy claro. Así lo ha estado comentando durante toda la semana. Hacer lo lógico: romper aquella relación o lo que quisiera que fuera lo que estaban teniendo. Es lo normal. Un hijo, un marido… ¡Qué locura! Y qué mal ha actuado ella por no contarle nada.

Aquella mujer no le gusta nada. Álex debería tener mucho mejor gusto a la hora de elegir pareja. Por ejemplo…, ¡ella!

¿Lo llama y le pregunta qué tal ha ido? No. Sería un error. Lo presionaría. Si quiere algo, ya llamará él.

Venga, tiene que hacer algo para no pensar más en el escritor. ¿Estudiar? No. ¿Llamar a Diana? No. ¿Y si ve un rato la televisión? Tampoco. Lo mejor es tumbarse y escuchar un poco de música. ¡Pero nada de baladas de amor!

Enciende su portátil y busca una canción que no sea romántica y que tampoco tenga una melodía dulzona. Elige un tema de La Fuga,
Mundo raro
, y sube al máximo el volumen. Se echa sobre la cama y se tapa con la almohada. A ver si así logra eliminar un rato a Álex de su cabeza.

Transcurren uno, dos, tres minutos. ¡Imposible! Se da la vuelta y golpea repetidas veces con la cabeza el colchón.

¿Qué demonios estarán haciendo? Ya ha pasado mucho tiempo, tendrían que haber terminado de hablar. ¿Es que no va a contárselo?

Su móvil luce sobre una mesita de la habitación. Tentador. ¿Lo llama?

Seguramente, no se encontrará bien y querrá estar solo. Tranquilo. Él es así. Aunque daría lo que fuera por hablar con Álex ahora mismo.

Tiene la música tan alta que no escucha que llaman a la puerta de su dormitorio. Por ello se lleva un gran susto cuando su madre entra gritando. La chica se levanta de la cama, se dirige hacia el ordenador y pulsa el
stop
del reproductor.

—¿Quieres dejarnos sordos a todos? —exclama Mercedes, enfadada.

—Perdona, perdona… Ya la he quitado.

—Si es que… te van a estallar los oídos cualquier día.

—Vale, ya. ¿Qué pasa? No habrás venido a mandarme limpiar el cuarto… Está todo ordenado.

—Ja. No te lo crees ni tú. Pero no es eso.

—¿Ah, no?

—No. Es que ha venido un chico que pregunta por ti. Es… aquel muchacho tan guapo, el que tenía esa sonrisa tan bonita. El escritor.

¡Álex! ¡Ha ido a verla! Paula se pone muy nerviosa. Eso significa que ya ha terminado de hablar con Abril. ¿Qué habrá pasado?

—Dile que suba.

—Mejor baja tú.

—Tienes razón. El cuarto está bastante desordenado —admite mirando a su alrededor.

—La madre que… Menos mal que por fin lo reconoces.

—Aunque está menos desordenado de lo que tú dices.

—Ya, ya… Anda, baja, y no le hagas esperar más.

—Voy… Ah, mamá, una cosa.

—¿Qué?

—¿Estoy bien? —le pregunta retocándose el pelo con las manos y estirando un poco el suéter azul que lleva puesto.

La mujer la observa y sonríe. Ella siempre está bien. Tiene una hija guapísima, aunque desde hace unos meses le preocupa su relación con los chicos. No le ha contado mucho, pero por lo que se ha enterado y ha descubierto, sabe que Paula ha salido con varios desde el verano. Confía en ella, aunque no deja de tener diecisiete años y a esa edad se hacen ciertas locuras y alguna que otra tontería sin pensar. Solo espera que reflexione y tenga cabeza para las cosas importantes.

—Sí, preciosa.

—Gracias.

Y con una sonrisa salen las dos de la habitación. La chica continúa revisando su ropa y tocándose el pelo por la escalera hasta que llega abajo y entra en el salón. Allí está él, sentado en uno de los sofás. La ve y se pone de pie.

Uno camina al encuentro del otro y, cuando están frente a frente, se dan dos besos en la mejilla.

—Bueno, os dejo, que tengo que preparar la cena —indica Mercedes—. ¿Te quedas a cenar?

—No, muchas gracias.

—Bueno, en otra ocasión. Encantada de volver a verte.

—Igualmente, señora.

La mujer se despide de la pareja con la mano y entra en la cocina. Cuando abandona el salón, los chicos se miran algo indecisos.

—¿Nos sentamos? —pregunta Paula, ansiosa por obtener respuestas cuanto antes.

—Mejor damos un paseo. ¿Quieres?

—Vale.

—Pues vamos.

La chica da un grito para avisar a su madre de que se va a dar una vuelta y, junto a Álex, sale de la casa. Es de noche y sopla un poco de viento. El invierno está próximo y, cuando anochece, la temperatura ya empieza a ser bastante baja en esa zona de la ciudad.

—Hace frío, tenía que haber cogido un abrigo.

—¿Quieres mi cazadora?

—No, no te preocupes.

Pero el joven no le hace caso y se la quita.

—Toma. Creo que tú la necesitas más que yo.

—Que no, de verdad.

Sin embargo, Álex desoye las palabras de Paula y le entrega la cazadora. Esta termina aceptándola y se la pone. Le está grande, pero le gusta llevar ropa suya. Es una sensación increíble. Además, huele a él, a la esencia que normalmente usa. Y le encanta.

Mientras caminan buscando un lugar donde sentarse, no hablan mucho. A los dos les viene el mismo recuerdo a la mente. Hace ocho meses recorrían ese mismo camino. También hacía frío, pero por aquel entonces el invierno se iba. Ahora tiene intención de regresar muy pronto. No hay ni luna ni estrellas, como en aquella noche oscura de marzo. Siguen avanzando por la calle desierta hasta que lo ven. Los dos se detienen y se miran. Es el banco junto a la fuente que no funciona, donde se sentaron aquel día en el que Álex le confesó lo que sentía.

Todo se repite, como en un extraño
déjà vu
.

—¿Allí? —pregunta el escritor, señalándolo.

—Bien.

Sin embargo, a pesar de las coincidencias y los recuerdos, hoy las cosas son muy diferentes. No habrá declaraciones de amor ni confesiones a la luz de las farolas. Simplemente, charlarán. Hablarán de lo que ha sucedido en el Manhattan y nada más. En cambio, Paula siente un hormigueo insistente en su estómago. ¿Y si se le vuelve a declarar? Tal vez haya roto con aquella mujer y se haya dado cuenta de que por quien siente algo de verdad es por ella.

Como en aquella ocasión, la chica se sienta en el centro del banco y el chico en el lado izquierdo. Parece relajado. Ella, tensa.

—Abril va a dejar a su marido —suelta de repente Álex.

—¿Cómo?

—Que va a separarse de él. Dice que ya es hora de terminar con su matrimonio.

¿Y qué? A ella le importa muy poco lo que aquella mujer haga con su vida. Lo que le importa es lo que piense Álex. No le habrá comido la cabeza para que…

—¿Y entonces? ¿Eso significa que… vais a seguir juntos?

—Eso… parece.

La chica se muerde el labio e intenta que no se le note lo mucho que le afecta lo que acaba de oír. ¿Está hablando en serio?

—No lo entiendo.

—¿El qué?

—Que después de una semana diciendo que lo vuestro no va a ningún lado, te baste un ratito con ella para cambiar de opinión.

—Ya lo sé.

—¿Lo sabes? —pregunta alzando la voz—. Esa mujer está jugando contigo, Álex.

El joven la observa confuso. Parece enfadada. ¿Le está echando la bronca?

—No sé, Paula. No sé si Abril está jugando conmigo. Yo creo que de verdad le gusto.

—¡Tiene marido y un niño! —grita.

—Pero va a separarse de él. Y el pequeño, pues… no sé. Habrá que adaptarse.

—¿Adaptarse? Te puedes adaptar a tener un perro, un gatito, un pájaro…, ¡un coyote! Pero… ¡un niño! ¡Vas a ser el padrastro de un crío!

Está muy alterada. Jadea cuando termina de hablar y mira hacia otro lado moviendo la cabeza negativamente. ¿Cómo prefiere estar con esa tía que es madre de un hijo en lugar de estar con ella? Quizá, entre otras cosas, porque no le ha dicho lo que siente por él.

—Es pronto para decir que voy a ser el padrastro de ese niño. Nos estamos conociendo todavía. Pero, si se da el caso y las cosas avanzan, tendré que asumir esa responsabilidad.

—¿Estás seguro de que quieres asumirla?

—No estoy seguro de nada, Paula. No sé si Abril y yo llegaremos muy lejos. Solo sé que… ¡uff! Es difícil para mí todo esto.

¿Difícil? Él no sabe lo que está pasando, lo que está sufriendo ahora mismo. No, no tiene ni idea.

—¿Te has acostado con ella?

—¿Qué?

—Esta tarde. ¿Os habéis acostado?

El chico agacha la cabeza y se frota la barbilla con la mano.

—Sí.

—Lo sabía.

—¿Y qué? ¿Qué más te da que me haya acostado con ella?

—Lo que tienes con Abril solo es sexo —comenta Paula susurrando.

En realidad le cuesta hablar, casi tanto como retener sus lágrimas. El chico la observa. No entiende su reacción. Parece que se va a echar a llorar en cualquier momento.

—No creo que solo sea sexo. Si fuera solo eso, no dejaría a su marido.

—Bah…

—No sé si lo nuestro saldrá adelante, pero tengo que arriesgarme para poder saberlo.

—Esto me da una rabia…

—¿El qué?

No es posible poner diques al mar. Finalmente se da por vencida y deja que sus ojos se inunden. Se pasa las manos por la cara y se limpia. Dibuja una sonrisa amarga y un hilo de voz destapa sus sentimientos:

—Me da rabia porque ella no te quiere… y yo sí.

¿Ha escuchado bien? Ha dicho que… No puede ser. ¿Le ha dicho que le quiere?

—¿Cómo que tú sí?

—Joder, ¿con lo inteligente que eres y no lo comprendes? —pregunta Paula, soltando toda la energía de la que dispone—. ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Te quiero!

Con la cantidad de veces que deseó escuchar aquellas dos palabras de su boca y, tanto tiempo después, cuando por fin aparecen, se queda boquiabierto.

—Yo… no sé qué decir. Esto me ha cogido totalmente desprevenido.

Los dos suspiran al mismo tiempo. Paula intenta mirarle a los ojos, pero él lo evita. La chica, entonces, se aproxima más. Y le coge la mano. Y esta vez sí, logra que también él la mire.

—Sé lo que estás pensando.

—¿Lo sabes?

—Sí, que soy una idiota.

—No estaba pensando eso.

—Pues deberías pensarlo.

—¿Por qué?

—Porque realmente soy una idiota, una estúpida, una caprichosa, una niñata que aún no ha madurado y que no está a la altura del chico más maravilloso del mundo. Todo eso deberías pensarlo porque es la única verdad. Hace unos meses, te dije mirándote a los ojos que no sentía nada por ti. Y no era verdad. Estaba confusa. Tú me habías confundido. Pero no era cierto que no me gustases… Me gustabas mucho, pero también Ángel. Y él había llegado antes… Al final, ni uno ni otro, porque soy tan idiota que separo de mi lado a la gente que realmente merece la pena. ¡Una gran idiota! Uff… Y resulta que el destino me ha dado otra oportunidad. Te encuentro de casualidad cuando más necesito encontrarte, cuando mi vida es un caos absoluto. Sin embargo, mala pata…, tú tienes novia. O lo que sea. Tendría que olvidarme de ti, intentar ser solamente tu amiga, no sentir nada… Pero no, voy y me enamoro, recupero parte de los sentimientos que ya tenía. Solo que esta vez mi corazón no está dividido: está libre. ¡Totalmente libre! Y tú vas y logras ocuparlo con tu increíble personalidad y esa… sonrisa maravillosa. ¡Soy estúpida! ¡Soy una estúpida! No quiero volver a estar mal por un tío, no quiero…, no quiero… ¡Dios, qué mal!… Por favor, no dejes que hable más. ¡Joder! No dejes… que diga más tonterías y… cállame con un beso.

Y un segundo más tarde, sin necesidad de genios ni de lámparas mágicas, en la oscuridad de una noche que no tiene ni luna ni estrellas, Álex cumple el deseo de Paula, que siente los labios del chico al que ama unidos a los suyos.

Capítulo 57

Después del beso, hace un año, aquella noche de principios de diciembre, en un lugar de la ciudad

Son unos segundos maravillosos. Indescriptibles. De ciencia- ficción.

El chico es el primero que se aparta y la mira a los ojos, que le brillan como si tuviera luz en las pupilas. Continúa con las mejillas empapadas y el rímel se le ha corrido por toda la cara. Álex saca un pañuelo de papel del bolsillo de su cazadora y la limpia lentamente.

—¿Por qué… me has besado? —pregunta Paula muy confusa.

—Es lo que me has pedido, ¿no?

—Sí, pero…

—«Cállame con un beso», has dicho. Y yo he obedecido.

El joven sonríe y sigue secando sus lágrimas. Pasa el pañuelo por su barbilla, donde se aloja la última.

—¿Ha sido un beso por lástima?

—No. Ha sido para que dejaras de decir tonterías y no te insultaras más a ti misma. Si no te besaba, corría el riesgo de que estuvieras toda la noche diciendo que eres una idiota y una estúpida.

—Es que lo soy.

—Tal vez.

—Ah, muchas gracias, hombre.

—Nunca estás conforme con nada, ¿verdad?

—Por lo que se ve…, no.

Paula se encoge de hombros y por fin también sonríe. Pero no sabe cómo actuar. Le apetece mucho volver a besarle y luego apoyar la cabeza en su pecho y escuchar cómo late su corazón. Pero no cree que daba hacerlo.

—¿De verdad me quieres? —pregunta Álex, a quien, al contrario que a ella, el beso le ha calmado.

—Un poco.

—¿Solo un poco?

—Tirando a bastante.

—Entonces es menos de lo que yo te quería a ti.

—Pero es bastante, bastante, bastante.

—Sigue siendo menos.

La chica arruga la frente y abrocha y desabrocha un botón de la cazadora.

—Lo que importa es el presente. Y ahora mismo, en este instante, yo soy la que te quiere a ti, mientras tú estás pillado de otra.

—Pillado, pillado…

—Lo que sea. Tienes una relación con otra que no soy yo.

—Tú me rechazaste primero.

—Excusas.

Álex se ríe y guarda el pañuelo en el bolsillo del pantalón.

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