En cuanto a lo que me pides…, no creo que consiga que ella me responda o me haga caso, pero, como tú dices, por intentarlo no pasa nada. Ha pasado mucho tiempo desde aquello y si, además de conseguir que hablara con vosotros, me perdonara a mí, sería una doble buena noticia. Así que ahora le escribiré un SMS.
Ojalá algún día podamos volver a reunirnos las cuatro. Las Sugus marcaron mi adolescencia y no quiero tener un mal recuerdo final de nuestra preciosa etapa en el instituto.
¿Que te presente a mi novio? Jajajá. Algún día…
Un beso muy grande y me alegro de volver a hablar contigo. Si Miriam me responde, te lo diré enseguida.
Saluda a Mario de mi parte.
La sugus de limón.
• • •
Hola Miriam, soy Cris. He hablado con Diana. Están muy preocupados por ti. Ponte en contacto con tus padres cuanto antes, por favor. Ha pasado mucho tiempo pero imagino que aún me guardas rencor. Me encantaría que me perdonaras y que algún día volviéramos a ser amigas. Por ti, por mí, por Diana y por Paula. Un beso y, si puedes, respóndeme.
• • •
Hola otra vez, Cris. He hablado contigo en un día más que en año y medio.
Gracias por todo. Espero que Miriam te responda a ti, ya que de nosotros ha pasado.
Tenme informada con lo que sea.
Y a ver si no volvemos a perder el contacto.
¿Qué pasa con tu novio? ¡Cuánto misterio!
Un beso y gracias otra vez.
Una tarde de diciembre, en un lugar de Londres
Salen de la tienda en la que se han pasado quince minutos decidiendo qué bolígrafo tenía más aspecto de dar suerte. Finalmente, Valentina se ha decidido por uno de tinta azul, de color verde pistacho, con un perrito blanco dibujado en él.
—Has elegido el más feo de todos.
—¿Qué dices? ¡Es adorable!
La italiana sonríe mientras lo examina. Paula mueve la cabeza de un lado a otro.
—Es horroroso.
—¡Bah…! Los españoles no tenéis gusto para nada.
—No mezclemos el gusto de los españoles con mi opinión respecto a tu nuevo bolígrafo de la suerte. Mi opinión seguro que sería la misma aunque fuera alemana, turca o japonesa. ¡Ese boli es muy feo!
—
Paola
,
Paola
.., tú siempre tan simpática con tu amiga la italiana.
—Nuestra amistad corre peligro con ese bolígrafo de por medio.
—¡Ah, no hablas en serio!
—No lo dudes.
Las dos chicas continúan caminando por el centro de Londres mientras siguen intercambiado opiniones a cerca del polémico bolígrafo de la suerte.
El restaurante italiano al que quieren ir no está muy lejos. Han oído que la pasta que ponen allí es la mejor de toda la ciudad. Y después de soportar tantas semanas la comida que sirven en la residencia, una buena porción de pizza les sabrá a gloria.
—Aquí es —dice Valentina parándose delante de una puerta de cristal.
Zola es el nombre de aquel lugar, en honor a un jugador italiano de fútbol que jugó en el Chelsea londinense. No parece muy grande por fuera y cuando entran lo comprueban. Apenas dispone de ocho mesas para cuatro, pero en ese momento solo una de ellas está ocupada. El chico que se sienta en ella observa a las recién llegadas y las saluda con la mano.
—¡Imposible! —exclama la italiana frotándose los ojos incrédula.
—¡Luca Valor! ¿Qué haces aquí? —pregunta Paula.
—Pues lo mismo que vosotras. Comer.
El chico se levanta y le hace una indicación al camarero de que las chicas a las que estaba esperando ya han llegado. Luego se acerca hasta ellas y las invita a que se sienten en su mesa. Estas dudan un instante y se miran entre ellas, pero terminan aceptando.
—Con todos los sitios que hay en Londres y tienes que venir al que venimos nosotras. ¡Qué casualidad…! —indica Valentina, molesta.
—No quería cenar solo.
—Pero ¿cómo sabías que vendríamos a este? —pregunta Paula, desconcertada—. No te dije nada cuando hablamos en la habitación.
—Tú me dijiste que ibais a comer pizza —responde el chico sacudiendo una servilleta y colocándosela sobre el pantalón—. Este es el lugar donde hacen la mejor. Así que me decanté por venir aquí. De todas formas, estaba a punto de irme a otro restaurante al ver que no veníais.
Valentina y Paula se vuelven a mirar. Si hubieran tardado un poco más en elegir el bolígrafo, no se habrían encontrado con el pesado de Luca Valor.
—La verdad es que no entiendo qué pintas aquí con nosotras.
—Yo llegué primero. Puedes irte a otra mesa si quieres,
italianini
.
—Capullo.
El camarero se acerca y les entrega una carta a cada uno.
—Ya que estamos aquí los tres juntos, tengamos una cena tranquila —propone Paula, resignada.
Está segura de que eso va a ser muy complicado. Aquellos dos tienen mucho carácter y seguirán chocando una vez tras otra. Paciencia.
—Por mí, bien —señala el joven del parche.
—Está bien. Lo intentaré yo también. Pero no estoy de acuerdo con esto. Yo solo quería un trozo de pizza caliente.
—Pues te has arreglado mucho para solo querer eso,
italianini
.
—Déjame en paz, estúpido.
—Parad —interviene Paula, que sigue mirando el menú—. Dejadlo ya.
Pero no le hacen caso y la discusión continúa.
—Quizá sí sabías que venía y por eso has intentado ponerte guapa. Aunque por mucho que te pintes…
—Por mucho que me pinte…, ¿qué?
—Que seguirás igual. Y eso no es que sea demasiado bueno.
—Pues no me mires.
—Te tengo delante, no eres invisible.
—Barbarroja, olvídame. Si quieres fastidiarme, no lo vas a conseguir.
—No quiero fastidiarte. Quiero…
El camarero regresa antes de que Luca siga hablando. Les pregunta a los chicos en una extraña mezcla de italiano e inglés si ya han decidido. Cada uno le cuenta la pizza y la bebida que quiere. El hombre toma nota en una pequeña libreta y se aleja. Una vez que han pedido, Valentina se incorpora y coge a su amiga del brazo para que haga lo mismo.
—
Paola
, ¿puedes acompañarme al baño?
—No tengo ganas de…
—Vamos. Ahora.
La española accede extrañada y también se pone de pie. Las dos se dirigen a la esquina en la que está el cuarto de baño y entran en el de mujeres.
—¿Qué te pasa? —le pregunta Paula, que no entiende la actitud de su amiga.
—¿Cómo que qué me pasa? ¿Cómo que qué me pasa?
—Te veo tensa. Tranquilízate…
Valentina se enfurece. Abre el grifo del agua fría y se moja las manos. Luego salpica a Paula en la cara.
—¡No hagas eso!
—¡Es para que espabiles!
—¿Por qué lo dices?
—
Mamma mia
,
Paola
! ¿Es que nunca te enteras de nada?
—¡De tus mensajes en clave…, no!
La chica italiana hace un gesto con las manos y murmura algo en su idioma.
—A ver, te explico. ¿No te parece muy raro que ese idiota haya venido a buscarnos?
—Sí. Muy normal no es.
—¿Y por qué crees que ha venido?
—Ya lo ha dicho, porque tenía hambre.
—¡Claro! Pero ¿por qué aquí precisamente?
—Porque ponen la mejor pizza en Londres.
—¡Noooo! ¡Ha venido porque tú estás aquí! —exclama alborotada—. ¡Ese capullo está enamorado de ti y te persigue por toda la ciudad!
—Otra vez con eso…
Ahora es Paula la que abre el grifo del agua fría y salpica a su amiga.
—¡Para!
—¿A que molesta?
Valentina coge papel y se seca con él la cara y los brazos. A continuación se mira al espejo para comprobar que el maquillaje sigue intacto. Se peina con las manos y resopla.
—
Paola
, ¿tú no sientes nada por ese tío?
—¿Qué?
—Habéis pasado mucho tiempo juntos esta semana y, según me cuentas, ya no es tan desagradable contigo. Eso es porque le gustas, tal como te he repetido mil veces. Pero ¿a ti te gusta él?
—Claro que no.
—¿Estás convencida?
—Sí.
—Mmm… Eso lo dice tu boca, pero no estoy tan segura de que tus ojos digan lo mismo.
—Valen…, estás equivocada —comenta tranquila—. Si mis ojos hablaran, comprobarías que lo que realmente dicen es que sigo enamorada de Álex.
—¿No puedes olvidarte de él?
—No.
Su sonrisa se vuelve triste y sus ojos se humedecen cuando responde. Su amiga se da cuenta y la abraza.
—Ay,
Paola
, ¡cuánto daño te está haciendo ese escritor!
—Él no me ha hecho nada, Valen. Álex es un cielo —comenta, más calmada—. Son las circunstancias de la vida las que han jugado en contra nuestra. Pero tengo que hacer lo posible por seguir adelante sin él. No me queda más remedio.
Media hora más tarde, un día de diciembre, en un lugar de Londres
El que dijo que en Zola hacían la mejor pizza de todo Londres estaba en lo cierto. Eso es lo que piensan Paula y Valentina cuando acaban de cenar. Están llenas, a pesar de que ninguna ha logrado terminarse todas las porciones.
—¿Y de postre?
La pregunta del camarero sorprende a las chicas, que no pueden comer nada más. Tampoco Luca se ha quedado con hambre. Piden la cuenta y esperan que el hombre se la traiga.
Al final la cena no ha resultado tan mal como se presumía al comienzo. El chico ha dejado de provocar a la italiana y ella tampoco le ha buscado las cosquillas a él. Paula los observaba de reojo a los dos, implorando para que no montaran más numeritos como el de antes. Sin duda las pizzas han tenido que ver, manteniéndoles muy ocupados.
La conversación con Valentina en el baño le ha hecho pensar. Quizá su amiga esté en lo cierto. Puede que le guste a aquel chico. Si no, ¿qué hace él allí? ¿Y por qué ha ido a buscarlas? Además, en los últimos días se ha producido un cambio radical en él. Ya no la molesta ni la insulta. Es otra persona completamente distinta a la de estos tres últimos meses.
—Aquí tienen.
El camarero llega de nuevo a la mesa con un platito en el que va un pequeño sobre con la cuenta dentro. Es Luca el que lo coge y examina su contenido.
—¿Cuánto es? —pregunta Valentina tratando de mirar también.
Pero el chico no responde. Saca su cartera de un bolsillo y pone cincuenta libras sobre el platito.
—¿Qué haces, Luca? —interviene Paula.
—Nada. Pago yo.
—No voy a dejar que pagues mi parte —indica la española, molesta.
—Ah, pues yo no tengo inconveniente —asegura Valentina sonriente—. Así, por lo menos, nos compensas por todas las molestias que has causado.
El joven sonríe y aguanta la acometida. De nuevo un comentario hiriente de su parte. Pero no va a contestarle de la misma manera. Se propuso ser amable y lo tiene que conseguir. Si no, no tendrá nada que hacer. Antes debió contenerse un poco y no atacarla. Le costará, pero con fuerza de voluntad y pensando las cosas antes de decirlas, logrará ser agradable con las dos.
—Tienes razón,
italianini
. Yo me he acoplado a vuestra cena y es justo que yo pague las pizzas.
—No es justo —insiste Paula—. Dime cuánto tengo que poner yo.
—Nada.
—Luca, no seas cabezota. ¿Cuánto es mi parte?
—Mañana me invitas a un café en la residencia y estamos en paz.
Valentina mira a su amiga y silba. ¿Qué más pruebas quiere de que aquel tipo está pillado de ella?
—Creo que lo que has pagado tú equivale a más de un café.
—Bueno, pues a un café y un cruasán.
La chica suspira y se da por vencida.
Enseguida el camarero vuelve a por el platito con las cincuenta libras y regresa a los pocos segundos con la vuelta. Luca la recoge y deja unas monedas de propina.
—¿Nos vamos? —pregunta la italiana, que está algo decepcionada por no haber conocido a ningún camarero guapo.
—Sí. Necesito andar un poco para bajar todo lo que he comido —reconoce Paula después de dar un último sorbo a su vaso de agua.
Los tres se levantan y, tras despedirse del personal de Zola, abandonan el restaurante. Es noche cerrada en Londres. No llueve, pero hace mucho frío.
Caminan por la ciudad hasta la residencia de estudiantes. No conversan demasiado entre ellos, aunque Valentina no deja de echar miraditas y hacer insinuaciones a Paula sobre Luca Valor. El joven, tras cruzar antes un semáforo, se adelanta unos pasos. Las chicas se quedan atrás a propósito. Lo siguen a poca distancia, aunque a la suficiente para que no las oiga.
—¿No está mal que le dejemos solo?
—Claro que no. Está acostumbrado a estar solo.
—Pobre…
—De pobre, nada. Aunque… ha venido por ti esta noche. Y sé que es un idiota, más que un idiota, pero si te enrollas con él, quizá te olvides del escritor —susurra Valentina.
—No voy a enrollarme con él.
—¿Por qué no? —pregunta alzando un poco más la voz—. Parece que ya os lleváis más o menos bien. Y no está nada mal. Mira qué culo tiene.
Las dos chicas miran hacia delante y se fijan en su pantalón vaquero. Luego sonríen entre ellas.
—No voy a liarme con nadie.
—Tú le gustas. Aprovéchalo.
—Eso no estaría nada bien.
—Es lo que suelen hacer ellos, ¿no?
—Sí. Y nosotras siempre los criticamos por eso. No voy a hacer yo lo mismo… Además, que no quiero tener nada con nadie… ¡No insistas!
El grito final de Paula llama la atención de Luca, que se detiene y mira hacia atrás. Las chicas se dan cuenta y, sonrientes, lo saludan con la mano. Este se encoge de hombros y sigue caminando.
—No lo soporto… —admite Valentina, hablando entre dientes.
—No es tan mal chico después de todo.
—Eso lo dices porque ahora no te molesta. Pero recuerda los tres meses que has pasado por su culpa.
—¿Y entonces por qué me dices que me líe con él?
—¿Cómo que por qué? ¡Porque está bueno y necesitas olvidar tus penas!
—¡Eso no tiene sentido!
—¡Al contrario! Tiene muchísimo sentido… —señala la italiana haciendo aspavientos con las manos—. Así, cuando lo utilices, no tendrás remordimientos porque es un capullo.
—¿Me lo estás diciendo en serio?