Cállame con un beso (36 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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Y es que en ocasiones la vida puede ser maravillosa… y otras no tanto. Pronto, Pandora volverá a comprobarlo.

Capítulo 53

Esa noche de diciembre, en un lugar alejado de la ciudad

—No, no sé nada de ese tío. Se suponía que me tenía que haber llamado en estos días.

—¿Lo has llamado tú?

—Claro. Mil veces, pero no me coge el teléfono.

Fabián está preocupado. Había quedado con alguien para que le comprara las joyas de la abuela de Miriam la semana que viene. Tenía que ponerse en contacto con él en los días siguientes para confirmarlo. Sin embargo, ese tipo no lo ha hecho. Y ni siquiera responde sus llamadas.

—Habrá que ir pensando en otro comprador.

—No es tan fácil colocar joyas robadas, Ricky. Y este nos daba diez mil euros. Habrá que seguir insistiendo. O podría ir a hacerle una visita.

—¿Sabes dónde vive?

—No, solo tengo su teléfono, pero puedo conseguir su dirección fácilmente. Solo hay un problema.

—¿Cuál?

—Miriam.

—¿Miriam?

—Sí. No quiero que se quede aquí sola por si le da por irse a su casa o algo por el estilo. Tenemos que retenerla aquí incomunicada hasta que vendamos las joyas.

—Puedo quedarme yo con ella.

—No creo que sea una buena idea.

—¿Por qué?

—Desde que se peleó con Laura, está muy nerviosa. Es mejor que no vengáis por aquí de momento.

—Podría ir yo solo, sin Laura. Con quien tiene el problema es con ella.

—Creo que con el paso de los días ya sospecha de los dos. No solo de tu novia —indica Fabián mientras enciende un cigarro.

El joven camina de un lado para otro por los alrededores de la nave. El frío no le inquieta. No quiere que Miriam escuche aquella conversación telefónica con Ricky. Lleva tres días muy alterada por la desaparición de su móvil.

—Entonces, ¿cómo vas a hacer para hablar con el tío ese?

—Tal vez me la lleve conmigo. Aunque me da miedo que nos encontremos con algún conocido de ella y la fastidiemos.

—Sigo pensando que podría quedarme con la chica.

En ese instante se abre la puerta principal de la nave y Miriam sale de ella. Va muy abrigada. Tiene los ojos hinchados y camina dando tumbos.

—Oye, Ricky, te cuelgo, que viene esta. Ya hablamos. Adiós.

Fabián cuelga rápidamente y se guarda el teléfono en el bolsillo del pantalón. Su novia se dirige hasta él. Lleva una sonrisa poco natural.

—Hola, cariño —dice lanzándose a sus brazos.

—¿Qué haces? Estás borracha.

—No, solo… un poco contenta.

—Ya, ya, contenta. Te has bebido tu sola media botella de ron.

—No es verdad.

La chica intenta besarle pero el joven se aparta y la empuja a un lado para que se aleje de él.

—¡Quita! Te huele el aliento a alcohol.

—¿No me quieres dar un beso?

—No.

—¿Por qué? Soy tu novia…, me quieres.

—¡No me hagas soltar algo que no quieres oír! —exclama—. Si no eres capaz de controlarte, no deberías beber. Y si bebes, luego no esperes que sea tu niñera.

—Si estoy bien…, de verdad.

—¡Tú qué vas a estar bien!

Y pasando por su lado, sin mirarla a la cara, entra en la nave dejándola allí. Completamente sola.

—¡Cariño, no te vayas! —grita, desesperada.

Fabián no le hace caso. Miriam insiste, pero el joven continúa sin responder. Desconsolada, se sienta en una vieja silla que hay en el pórtico. Está mareada y tiene mucho frío. Se abraza a sí misma y se frota las manos para intentar entrar en calor. No puede ir con él, ahora no.

¿Por qué la trata así? No es justo. Ella hace todo lo posible porque no se moleste, pero él siempre termina enfadado. ¿Tan mala es? Desde que llegó allí no han parado de tener una bronca tras otra. Por mil causas diferentes.

¿Qué le pasa ahora? ¿Qué ha hecho? Solo ha bebido un poquito y se ha fumado un porro. No está tan mal como dice.

Cierra los ojos y resopla.

Pero a pesar de todo…, le quiere. Está muy enamorada. Todos esos momentos malos son compensados luego con cada sonrisa, cada beso, cada caricia que Fabián le obsequia. Cuando la mira con esos ojos celestes, quiere que el tiempo se detenga. Él la está mirando a ella. Es una privilegiada, una gran afortunada. Cuántas chicas querrían estar en su lugar.

Sonríe.

Y siente nauseas. ¡Maldito ron! Se inclina y tose. Varias veces. Le apetece vomitar. Pero no puede hacerlo allí. Su novio se enfadaría mucho.

Se levanta a duras penas de la silla y camina hacia la caseta donde tienen el baño. Las arcadas son cada vez más fuertes. No sabe si conseguirá llegar hasta allí. No, no lo consigue. Unos metros antes, flexiona su cuerpo y expulsa todo lo que su estómago retenía de la comida y de la cena. Las lágrimas del esfuerzo se confunden con las de la rabia por no haber logrado su propósito. Fabián la recriminará luego por su torpeza.

Termina. Se siente algo mejor, aunque el mareo permanece. También le duele la tripa. Se seca los ojos mojados con la manga del abrigo y entra en la caseta, arrastrando los zapatos. Abre el grifo del agua fría y bebe un poco. Luego el de la caliente. Se lava la cara y la boca. Y se mira al pequeño espejo que hay colgado en la pared. ¡Menuda pinta tiene! Así es imposible que él la quiera. Está hecha un adefesio. Sin maquillar, despeinada, con la ropa manchada… No le extraña que le grite y le diga esas cosas. No es digna del mejor tío con el que ha estado en su vida. Por lo menos, la sigue dejando vivir con él.

Miriam sale del baño con el paso más firme. El agua caliente que se ha echado en la cara le ha servido para espabilarla un poco. Pasa por delante de donde antes vomitó. Tiene que recoger aquello antes de que su novio lo vea. El cubo y la fregona…, ¿dónde están? Recuerda haberlos visto en la parte trasera de la nave. Se dirige hacia allí y comprueba que estaba en lo cierto. Qué pereza le da ponerse a limpiar ahora. Aunque debe hacerlo inmediatamente.

Pero… ¿qué es aquello? Detrás del cubo hay algo. Se agacha a recogerlo y lo examina cuidadosamente. ¡Es un trozo de la carcasa de un móvil! El color coincide con el de su teléfono, que desapareció hace tres días y que todavía no ha encontrado. ¡No puede ser! ¿Qué hace eso allí? Estaba convencida de que esa tía se lo había robado. Pero, ahora… Es muy extraño. Tal vez sea solo una coincidencia. Aunque juraría que aquel trozo de plástico pertenece a su móvil.

Hace tres días, una noche de diciembre, en ese mismo lugar

La noche se ha calmado y ahora ya no llueve en aquel sitio alejado de la ciudad. Laura y Miriam están dormidas y Ricky se fuma un cigarro en uno de los sillones de la nave. Fabián se acerca hasta el chico de la cabeza rapada, muy serio.

—No podemos permitir que Miriam se entere de lo que ha pasado.

—¿Cómo?

—No creo que esos dos regresen por aquí. Pero seguro que su hermano la llama o le manda un mensaje al móvil, si es que no lo ha hecho ya.

—¿Y qué hacemos? ¿Le quitamos el móvil?

—Estaba pensando justo en eso —le confirma con una sonrisa—. Aunque no sé dónde lo tiene. Ayúdame a buscarlo.

—Vale —dice incorporándose.

—Desde que lo desconectó esta tarde, no lo veo. Seguramente lo ha guardado en alguna parte.

—Yo tampoco lo he visto.

—Tú ocúpate de su maleta y yo me encargo de mirar si lo lleva encima. Como estaba tan colocada, igual se ha quedado dormida con él dentro del pantalón.

Ricky asiente con la cabeza y, mientras busca entre las cosas de la chica, Fabián se acerca hasta donde duerme. La registra con cuidado para no despertarla.

—Lo tengo —indica Ricky en voz baja, mostrándoselo desde lejos.

Su amigo alza el pulgar en señal de conformidad y se acerca hasta él. Sin hacer ruido salen juntos de la nave para hablar. Caminan hasta la parte de atrás para que nadie les vea en el caso de que alguna de las dos chicas se despierte y salga de la nave.

—Quiero que te deshagas de él —le ordena Fabián.

—Vale.

Y, sin más, Ricky lanza con fuerza el móvil contra el suelo. El teléfono se parte en varios trozos que quedan esparcidos por todas partes.

—¡Idiota, así no! Te decía que te deshicieras de él llevándotelo lejos de aquí —le comenta muy enfadado.

—¡Pues haber especificado!

—Eres tonto. Si hubiera querido romperlo, lo podría haber hecho yo mismo, ¿no crees?

—Yo qué sé.

—Hay que recoger todo esto para que Miriam no lo vea… ¡Es que menudo capullo estás hecho! Hazlo tú mientras yo vigilo que no viene nadie.

—¿Por qué yo?

—Porque tú eres el gilipollas que ha metido la pata.

El rapado se frota la nariz nervioso y comienza a reunir las piezas del móvil. Cuando cree que las tiene todas, se las entrega a Fabián.

—¿Ya?

—Sí.

—¿Están todas las piezas? ¿Lo has revisado bien?

—Perfectamente. Mira, ahí tienes la tarjeta también.

—Vale. Lo voy a meter todo en una bolsa y te la llevas ahora. Tírala lo más lejos que puedas de aquí. No quiero problemas.

—Muy bien. Ese teléfono está hecho puré, no creo que nos pueda dar ningún problema más.

Capítulo 54

Esa noche de diciembre, en un lugar de Londres

No se han hablado desde que llegó a la habitación. Paula saludó a Valentina, con normalidad, cuando subió al cuarto después de limpiar la sala de informática. Pero esta no respondió. Le preguntó que si estaba enfadada con ella y tampoco dijo nada. Así que ahora cada una estudia en un extremo de la habitación, en silencio.

Que no le contara qué y cómo sabía lo del pasado de Luca Valor ha sido sin duda lo que ha molestado a su amiga. La italiana lleva varios días arropándola, cuidándola, escuchando sus problemas y animándola. La ha decepcionado por no confiar en ella. Pero le prometió a Robert Hanson que no iba a decir nada y lo piensa cumplir. Aunque, por otra parte, no quiere estar mal con su compañera de habitación.

Aquella situación es muy incómoda.

—Venga, Valen…., no seas así. No puedo decirte algo que prometí no contar. Entiéndeme, por favor.

Pero la chica no contesta. Muy seria, continúa leyendo unos apuntes que tiene sobre la cama. Está tumbada, con las piernas juntas, balanceando sus pies arriba y abajo. Paula, en el otro lado del cuarto, la observa desde el escritorio. Al no recibir respuesta, se gira de nuevo y mira la pantalla del ordenador. Está apagado. Resopla, murmura algo no muy bueno sobre la cabezonería de Valentina y lo enciende. Estos últimos días apenas les ha prestado atención a sus cuentas en las redes sociales y mucho menos al MSN. No quería arriesgarse a encontrar a Álex conectado.

Entra en sus páginas de Tuenti, Facebook y Twitter, y tampoco encuentra novedades importantes: ni privados ni peticiones de amistad ni comentarios, solo publicidad para unirse a grupos o solicitudes para colaborar en alguno de aquellos juegos en los que nunca ha participado. ¡Cómo han cambiado las cosas! Poca gente en España se acuerda de ella desde que está en Londres, y en Inglaterra casi no ha hecho amigos.

Ha pasado a ser prácticamente invisible. Y para colmo se pelea con Valentina y corta con el chico del que está enamorada. Hay algo que no está haciendo bien. Si no, no puede explicarse cómo ha llegado a aquella situación. Se siente abatida y necesita una palabra amable. Pero no hay nadie que pueda consolarla.

Quizá en el Messenger… Pero le da miedo entrar. Sin embargo, la tentación en ese instante puede con ella. Cuando le da a «iniciar sesión» se pone las manos en la cara y se arrepiente inmediatamente de lo que ha hecho. Mira de reojo, haciéndose hueco entre sus dedos índice y corazón de la mano derecha. ¡Qué inconsciente! Y si él está conectado, ¿qué le dice? ¿Le habla? ¿No le habla?

Los muñequitos verde y azul del MSN continúan girando. ¿Cancela el inicio? ¿Es lo que debe hacer? Demasiado tarde. La página con sus contactos de Hotmail ya se ha abierto.

Nerviosa, temblando, echa un rápido vistazo a la gente que está disponible. No aparece Álex. Tampoco en los «no disponibles». ¡Qué sensación tan extraña…! Su dirección está entre los «no conectados» en ese momento. Suspira y, en cierta manera, agradece que las cosas sean así.

¿Qué ha hecho? ¿Por qué ha actuado de esa forma? Imagina que una parte de ella quiere volver a hablar con su exnovio. Pero eso sería mucho peor, porque las conclusiones serían las mismas. Esto es lo mejor que ha podido ocurrirle.

O tal vez se ha sentido tan sola que necesitaba hablar con alguien conocido. Es muy triste sentirse así. De nuevo se gira y mira a Valentina. Sigue estudiando.

—Valen, de verdad que siento no poder contarte nada. ¿Por qué no lo olvidamos? No me gusta estar así contigo.

En esta ocasión la italiana no pasa de las palabras de Paula. También mira hacia ella cuando termina de hablar. Su expresión no es demasiado amable. Alza el dedo corazón de la mano derecha y suelta un taco en italiano. Luego continúa leyendo los apuntes que tiene encima de la cama.

La española se da por aludida, da media vuelta y regresa al ordenador. Por lo visto, hasta mañana no habrá nada que hacer.

Lo mejor es irse a dormir. Entra en el MSN otra vez para cerrarlo, pero una lucecita naranja ilumina la barra de herramientas de su portátil. ¡Diana! Siente una gran alegría cuando abre la conversación y se encuentra con su saludo.

—¡Hola! ¿Cómo está la sugus de
fish & chips
?

La pregunta va acompañada de un icono guiñando un ojo.

—¡Hola! No me gusta demasiado el
fish & chips.
Prefiero seguir siendo la sugus de piña. Me dejas, ¿no?

—Claro. Tú siempre serás la sugus de piña y yo la de manzana.

Ahora es Paula la que le envía un lacasito amarillo besando a otro. De repente se ha puesto muy contenta y vuelve a sonreír. Su amiga ha aparecido en el momento oportuno.

—Es muy tarde, ¿estás en casa de Mario?

—No. Estoy ya en la mía.

—Ah, OK. Por cierto, ¿cómo está Miriam? ¿Ha vuelto ya a casa?

—No, sigue sin volver.

—Vaya…. Pero ¿sabéis donde está?

—Es una historia complicada.

Durante cinco minutos, Diana le cuenta a Paula todo lo que ha pasado en los últimos días. Escribe sin parar ante la sorpresa de su amiga, que no puede creerse lo que está leyendo.

—¡Qué follón!

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