Está sentada en un sillón, con las piernas recogidas, tapada con una manta. Tiene en una mano el trozo de la carcasa de móvil que se encontró por la noche. Lo observa detenidamente, de un lado y de otro. Cada vez está más segura de que pertenece a su teléfono. Prácticamente está convencida al cien por cien. A Miriam le gustaría hablar del tema con Fabián, pero cree que este se molestará mucho si se lo menciona.
Apenas ha dormido pensando en lo que habrá podido pasar para que aquel pedazo de plástico llegara hasta allí y dónde estará el resto del móvil. Alguien lo ha roto, eso parece claro. Pero ¿por qué?
Solo hay tres posibles culpables: su novio, Ricky o Laura. Uno de ellos ha tenido que ser. Y a pesar de que le duele admitirlo, no puede descartar a ninguno de los tres.
Sin móvil está aislada del mundo. En aquel lugar tan apartado de la ciudad, incomunicada. Sus padres estarán muy preocupados por ella. Tampoco quería eso. Ellos ya habrán escarmentado. Está muy bien viviendo con Fabián, haciendo lo que quiere y con la persona de quien está enamorada, pero por primera vez en mucho tiempo echa de menos el cariño de su familia. Hasta extraña al pesado de Mario.
—¿Qué haces?
La voz llega desde la cama de matrimonio. Rápidamente, en un acto reflejo, guarda el trozo de carcasa bajo la manta y mira hacia donde está su novio.
—Nada. Intentando recuperarme de la resaca de anoche.
—¿Aún te duele la cabeza?
—Sí, bastante.
—Es que te pillas unos ciegos… No sabes beber.
—Ya.
Está nerviosa, y más cuando Fabián se pone de pie y se dirige hacia ella. Solo lleva un pantalón largo con el que ha dormido esta noche. Va sin camiseta. Se le marcan todos los músculos del abdomen. Miriam lo observa inquieta.
—¿Quieres que…? Para desayunar, no estaría mal.
—¿Te has levantado excitado?
—Un poco. ¿Tú no?
—Bueno…
El chico le agarra la mano derecha y se la coloca en su abdomen para que lo acaricie. Ella no hace nada por evitarlo y, suavemente, desliza sus dedos por sus músculos. Fabián la guía ahora hacia su pecho. A continuación le coge la otra mano y la invita a que le acaricie el cuerpo con las dos. La chica acepta sin remisión. Cierra los ojos y se deja llevar. Pero en ese instante, con un rápido movimiento, el joven le arrebata la manta y captura el trozo de carcasa que ella guardaba debajo.
—¡Mío! —grita. Y observa curioso aquel trozo de plástico—. ¿Qué coño es esto?
—No lo sé.
—¿No lo sabes? ¿Y por qué lo tenías debajo de la manta?
Eso va a ser difícil de explicar. ¿Cómo le dice que no quería que él lo viera? Se va a enfadar mucho si le cuenta la verdad. De todas maneras, se va a enfadar igual. Está muy tensa y le cuesta pensar.
—No lo sé. Me lo encontré por ahí…
—Por ahí, ¿por dónde?
—Fuera. En la parte trasera de la nave.
—Vaya… ¿Y no sabes qué es?
—Ni idea. No lo sé.
—Parece de un móvil, ¿no? —comenta el joven en un tono de voz que hace que la chica sienta escalofríos.
—Puede ser.
—Mmm… Déjame adivinar. Piensas que este trozo es de tu móvil desaparecido. Por eso te lo has guardado. ¿Me equivoco?
Con cada palabra que Fabián suelta, Miriam siente más pánico. ¿Por qué tiene miedo de él? ¿No es su novio? Debería de estar tranquila, hablar con él con total confianza…, pero no es así. Al contrario.
—Bueno, es una posibilidad. Es del mismo color que la carcasa del mío.
—Ya. Del mismo color.
—Sí.
—Y si es de tu móvil, ¿dónde está el resto?
—No lo sé.
—¿Qué piensas que ha pasado con él? ¿Que alguien te lo ha cogido y lo ha roto?
—No lo sé —repite.
—Es lo más probable, ¿no? —dice caminando hacia la cama de matrimonio en la que se sienta.
—Sí. Es… lo más… probable —contesta, titubeando.
—¿Y crees que he sido yo quien se ha cargado tu teléfono?
La chica resopla y, asustada, se tapa de nuevo con la manta hasta el cuello. Ahora sí que desearía estar con sus padres, en su casa…, escuchando música, viendo la tele o simplemente sin hacer nada, tumbada en su cama, pero protegida por los suyos.
—¿Por qué… ibas tú a hacer eso?
—Para que no tengas contacto con nadie y solo puedas hablar conmigo.
Aquellas palabras de Fabián terminan de hundir a Miriam, que siente como si le hubieran disparado una bala en la sien. Pero, tras un silencio de unos pocos segundos, el joven suelta una gran carcajada.
—¿Qué…?
—¿Te has creído lo que te he dicho? —pregunta, poniéndose otra vez de pie y acercándose hasta ella—. ¡Seguro que ha sido esa indeseable de Laura la que ha jodido tu móvil!
—¿Cómo?
—¡Te tendrá que comprar uno nuevo! ¡Si no, le obligaré a su novio a que lo haga!
—¿Crees que ha sido ella?
—¡Claro! Ricky no haría algo así, porque lo mataría si me enterase, y yo… ¡No voy a robarte y romperte el móvil! ¿Para qué? No tiene ni pies ni cabeza. ¡No soy tan estúpido de cargarme el móvil de mi novia para tarde o temprano tener que comprarle otro! Y ahora que sabemos que el móvil está roto en alguna parte, alguien lo ha tenido que robar y romper. Y Laura es la única que ha pasado por aquí desde que llegaste hasta que perdiste tu teléfono. Es ella la culpable de todo.
Sí. Eso tiene mucho sentido. ¿Cómo pudo creer por un solo instante que fue su novio quien lo hizo? ¡Fue esa zorra! Si ya lo sabía ella desde el primer momento… ¡Fue como venganza por haberla tirado de la cama de matrimonio cuando dormía con él!
—La gente está muy loca… ¿Y ahora, qué hago yo sin teléfono?
Los ojos celestes de Fabián se clavan en los suyos. Miriam se estremece cuando se da cuenta. Y del miedo, el pánico y la tensión, ha pasado a otro tipo de sensaciones. ¡Cómo le gusta que la mire así!
—Ya lo solucionaremos —susurra, mientras le acaricia el pelo—. ¿Quieres que nos demos juntos una ducha de agua bien caliente?
La chica asiente con la cabeza. Siente sus labios en el cuello y sus manos en el pecho, presionando suavemente el contorno de su sujetador.
—¿No vas a dejar nada para la ducha? —pregunta, jadeando, nerviosa.
—Claro… —contesta y le da un beso en los labios para separarse luego de ella—. Ve tú primero, que yo tengo que hacer una cosa antes. Calienta la caseta.
—¿Qué tienes que hacer?
—Sorpresa.
Un nuevo beso en la boca; tras darle una palmada en el culo, Miriam sale de la nave. Fabián maldice en voz baja cuando se queda solo y corre hacia donde está su móvil. Lo coge enrabietado y marca un número. Después de varios «bips» una voz medio dormida responde.
—¿Sí?
—Estúpido. Te dejaste un trozo de móvil sin recoger…
—¿Fabián? ¿Qué pasa?
—¿Estás sordo o qué?
—Es que ayer me acosté muy tarde y…
—¡Me da lo mismo a la hora que te durmieras! ¡Eres un capullo! Por tu culpa Miriam sabe que le han quitado su teléfono y está roto. No miraste bien y te dejaste un pedazo de carcasa en el suelo. He tenido que culpar a Laura de ello.
—¿Cómo que la has culpado? No te entiendo.
El joven resopla desesperado. Tiene un amigo que no solo es un inútil, sino que además algunas veces parece tonto.
—Da igual. Ya te lo explicaré después. Ahora lo que tienes que hacer es comprar un móvil para Miriam y venir aquí.
—¿Qué? ¿No dijiste que no querías que fuera?
—Ya, pero las cosas han cambiado. Compra un móvil y tráemelo cuanto antes.
—Pero si es domingo… Estará todo cerrado.
—Apáñatelas como puedas. No haber metido la pata.
—Joder…
—Ah…, y no hagas planes para esta tarde, porque te vas a quedar con ella en la nave.
—¿Y eso? ¿Vas a ir a ver al tío de las joyas?
—Sí. Hay que acelerar esto porque no sé cuánto tiempo voy a poder retener a Miriam aquí. A pesar de que ha colado lo de que el móvil se lo ha roto Laura, no creo que se fíe de nosotros del todo.
—Bueno, a ver si puedo comprar un teléfono en algún sitio.
—Más te vale. Hay que ganar tiempo de alguna manera.
—Vale.
—Date prisa y no la fastidies de nuevo.
Y le cuelga sin despedirse.
Ese idiota no sirve para nada.
La situación cada vez se complica más, pero no tiene nada que temer. Él está acostumbrado a salir de cualquier problema que se le presente por muy difícil que sea. Solo debe vender las joyas de la abuela de Miriam, hacerse con el dinero y luego deshacerse de la chica. Seguro que todo sale bien, como siempre.
Sin embargo, pronto comprobará que hay varias personas que no están dispuestas a que en esta ocasión se salga con la suya.
Esa mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad
Es domingo y Mario ya está despierto, aunque todavía bosteza muerto de sueño. Diana le ha llamado hace un rato y le ha dicho que va para allá.
La noche ha sido larga y la madrugada aún más. No se ha dormido hasta las seis.
Conecta la tostadora y mete en ella dos rebanadas de pan de molde. Al mismo tiempo calienta leche en el microondas. Un pitido, poco después, anuncia que está lista. El chico saca el vaso y echa dos cucharadas de Cola Cao en él. Luego, otras dos de azúcar, y lo remueve desganado. Un nuevo bostezo. Las tostadas saltan, las recoge con cuidado para no quemarse y las pone en un plato. Mantequilla y mermelada de melocotón. Lo coloca todo en una bandeja y se dirige con ella al salón.
Se sienta en el sofá y, mientras unta el pan, enciende la televisión. Busca en los canales de la TDT hasta que se detiene en Teledeporte. Están dando carreras de caballos. Sonríe tristemente al recordar cómo su hermana se metió con él aquel día en el que se lo encontró viéndolas: «Bonita manera de pasar el domingo por la mañana. ¿Te levantas siempre para esto…?».
Miriam siempre ha sido tan incordiante… Pero no puede negar que la echa un poco de menos. Se pregunta qué estará haciendo ahora en la nave de aquel tipo. Nada bueno, seguro. ¿Por qué ha elegido tan mal? Ella y él se han criado juntos, han tenido las mismas oportunidades y las mismas obligaciones. En cambio, han tomado direcciones totalmente opuestas.
¡Qué poca cabeza hay que tener para ser la novia de Fabián Fontana! ¿Qué le habrá contado para que no respondiera al mensaje que le envió Diana hablándole del incidente de la navaja? Seguramente le habrá dicho que mentían o que la están intentando manipular para ponerla en contra de él. Y la idiota se lo habrá creído. Aun así le preocupa que su hermana no haya podido contestar el SMS por alguna otra razón. Por eso piensa que lo mejor es regresar a aquel sitio y que sea lo que Dios quiera. Al menos ya van preparados y no les va a pillar por sorpresa nada de lo que se vayan a encontrar.
El timbre de la casa suena. Sus padres aún están arriba y no le puede pedir a nadie más que abra la puerta por él. De todas formas, sabe que es su novia.
Se levanta, algo molesto, camina hasta la entrada y abre.
—Hola. ¿Qué tal?
La voz de aquella chica suena débil, tímida, como si se sintiera culpable de estar delante de él. Mario no parece muy feliz de verla, pero es que aquel no es el mejor momento ni el mejor lugar para que… ¡Claudia le haga una visita!
—Hola, ¿qué haces aquí?
—He venido a verte. No podía dormir más. ¿Puedo pasar?
El joven la agarra de una mano y la mete en la casa rápidamente. Lo único que faltaba es que Diana llegara y la viera allí.
—Mi novia está a punto de llegar —dice el chico, muy nervioso.
—Ah. Vaya… Es que… anoche fue muy bonito —comenta, bajando la mirada y rizándose el pelo con los dedos—. Nunca me había quedado hasta tan tarde hablando con alguien por el MSN.
—Sí, estuvo bien.
—Tienes ojeras.
—Tú… no.
No miente. Aunque los dos se durmieron más o menos sobre la misma hora, a él se le nota más que a ella. El secreto está en que ella lleva el maquillaje justo para que no se le note y, al mismo tiempo, no parezca que va pintada como una puerta. Claudia está espectacular, como cada día en la universidad o delante de la pequeña cámara de su ordenador.
—Lo siento, pero es que no puedes quedarte. Está al…
—Tenía que verte —le interrumpe—. No podía esperar a esta noche o a mañana.
—Claudia… —dice él, suspirando—. Tienes que marcharte.
La chica sonríe. Lo sabe y lo comprende. Mario nunca le ha dado esperanzas de que entre ambos pueda haber algo más que una buena amistad, pero a veces se comporta como si le gustara. Como si quisiera, pero no pudiera… En ese caso, ¿qué tendría que hacer? ¿Esperarle?
—Está bien, ya me voy.
Se acerca hasta él y le da un beso en la mejilla. Sin embargo, sus labios no se despegan de su rostro inmediatamente y, sin que el chico lo espere, desliza su boca hasta encontrar la suya. O casi. Mario se aparta a tiempo para no recibir el beso de Claudia donde ella pretendía.
—Pero…
—Lo siento, lo siento… No era mi intención molestarte. Es que me apetecía muchísimo y… me he dejado llevar.
—Tengo novia, Claudia. No puedo hacerlo. Perdóname.
Novia que en ese mismo instante llama a la puerta de su casa. El timbre suena y asusta a la pareja que se sobresalta.
—¡Madre mía! ¿Es ella? —pregunta la joven abriendo mucho los ojos.
—¡Sí! ¡Joder, qué lío! Como te pille aquí, me mata.
—¿Y qué hacemos?
El timbre suena una vez más y la madre de Mario le grita desde el piso de arriba a su hijo para que abra la puerta.
—Escóndete en la cocina. ¡Deprisa! Y cuando la suba a mi cuarto, te vas rápidamente. ¿Has entendido?
—Sí.
—¿Seguro? Mira que esto es algo serio…
—Que sí, que sí, seguro. ¡Hasta luego!
Si no fuera porque la situación es tan delicada, el chico juraría que Claudia se está divirtiendo con aquello. Si hasta sonríe cuando camina deprisa hacia la otra habitación.
Toma aire y, antes de que Diana llame otra vez al timbre, abre.
—Pensaba que no había nadie —comenta la chica cuando lo tiene enfrente.
Se dan un beso en los labios y entran juntos en la casa.
—Es que estaba desayunando.
—¿Sí? ¿Qué desayunabas?
—Un Cola Cao y unas tostadas con mantequilla y mermelada.
—Qué raro… No sabes ni a uno ni a otro.
Es verdad. ¡Si no ha desayunado todavía! Entran en el salón y allí continúa la bandeja tal y como la preparó hace ya un rato. Fallo.