Read Campos de fresas Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Juvenil, Relato

Campos de fresas (12 page)

BOOK: Campos de fresas
10.52Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Por fin.

—¿Dónde estás? —quiso saber.

Capítulo 57
Blancas: Alfil x g7

Al entrar en la habitación de Luciana, Loreto apenas si pudo dar unos pasos. El choque, al ver la imagen de su amiga postrada en la cama, fue brutal. Norma, a su lado, hizo un ademán como de ir a sostenerla, extendiendo una mano y pensando que en su estado de debilidad el impacto tal vez fuese excesivo. Pero Loreto logró sobreponerse.

—¡Oh, hija! —exclamó Esther Salas al verla.

Se levantó y fue hacia ella. Luis Salas también se puso en pie. Loreto, sin embargo, no tenía ojos más que para Luciana. El mazazo aún expandía ondas paralizantes a todo su cuerpo, a pesar de que Norma ya la había advertido de lo que iba a encontrarse.

La madre de su amiga la abrazó, pero no sintió nada. El padre le dio un beso en la mejilla, pero tampoco sintió nada. A través de los ojos le llegaba la crudeza de una realidad superior a sus fuerzas. Era el único puente con un exterior que de pronto la bloqueó.

El efecto apenas duró unos segundos, mientras hablaba, casi sin darse cuenta, con los padres de ella.

—Ya ves, hija.

—¿Tú cómo estás?

—Si es que estas cosas…

Después, Norma logró arrastrar a su padre y a su madre fuera de la habitación, comprendiendo que si seguían allí, hablándole, aturdiéndola, acabarían todos llorando de nuevo.

Loreto se quedó sola con el cuerpo de su amiga.

El cuerpo.

Tardó en sentarse en la silla, junto a la cama. Y lo hizo por debilidad, más que por el hecho consciente de estar más cerca de ella, porque sintió cómo las piernas se le doblaban. Finalmente, buscó su mano libre, aquella en cuyo brazo no había ninguna aguja clavada en la carne, y se la cogió con toda la ternura del mundo, igual que si temiera despertarla.

—Luciana… —susurró.

Esperó unos segundos. La inmovilidad de la enferma le pareció aterradora. En otras circunstancias hubiera sido un juego, ella se habría hecho la dormida y, de pronto, le habría saltado encima haciéndole cosquillas. Ahora no era un juego. Luciana flotaba en una dimensión desconocida.

—Por favor, no te vayas —suplicó muy débilmente—. No me dejes sola ahora. Por favor…

Le acarició los dedos, uno a uno. Luciana tenía las manos más bonitas que jamás había visto. Cuando jugaba al ajedrez, más que mover las piezas del tablero, las acariciaba. Y lo sabía. Siempre se las había cuidado mucho. Las uñas perfectamente cortadas eran la mejor prueba de ello.

La mano de Luciana, entre las suyas, con los dedos deformes por los ácidos estomacales, destacaba como una obra de arte en medio de un horror.

—Sin ti no lo conseguiré, ¿sabes? —Loreto cerró los ojos y se dejó arrastrar por el dolor—. Quiero que sepas que hoy no he vomitado. ¿Qué te parece? No he vomitado, y lo he hecho por ti, créeme. Por ti. Pero ahora no voy a poder seguir si tú te vas, si me dejas. Luciana, ¡Luciana!, por favor… Hagamos un pacto, ¿vale? Un pacto. Yo comeré, aunque estalle, aunque me convierta en la mujer más gorda del mundo, y no volveré a vomitar, pero tú tienes que seguir viviendo para estar a mi lado… Luciana, ¿me oyes? Vuelve. No te mueras, vuelve, ¡vuelve! Lo he hecho por ti, Luciana, por ti, por ti…

Capítulo 58
Negras: Caballo e8 - Blancas: Alfil h8

Te sienta tan bien este conjunto, Loreto. Me alegro de que te lo hayas puesto. Y con unos kilos de más, estarás arrebatadora, preciosa. Javier caerá rendido a tus pies. ¿Recuerdas el día que lo compramos? ¡Qué locura! Fue verlo, entrar, probártelo y ¡zas! El dinero de la escapada de fin de semana convertido en arte sobre ti.

Lástima que eso fuese poco antes de que empezases a caer en picado.

Loreto.

¿Qué estás haciendo aquí?

Claro que te escucho, pero aunque me gustaría, no puedo moverme, ni abrazarte, ni darte un beso, ni decirte lo contenta que estoy. Entiéndelo, Loreto: si me muevo, sentiré el dolor, y no sé si estoy preparada para eso. ¡Dios…!, me alegro de que me hables de vivir, pero tal vez si conocieras esto dieses el paso. No sé.

Todo es tan extraño, tan relativo aquí.

Os oigo a todos, os veo a todos, pero es como si hubiese una distancia de millones de kilómetros. En cambio, los sentimientos están cerca. Son como una ola de calor constante. Cada voz, cada caricia, cada mirada, cae sobre mí como un manto de ternura. Y creo que es esa ternura la que me retiene, ¿no es curioso? No quiero hacer daño a nadie, y menos a quien me quiere. Así que la ternura me ata a este lado del camino mientras la paz me llama al otro.

Bien, puede que me quede aquí para siempre, en esta tierra de nadie.

Una partida de ajedrez sin fin, sin ganador ni perdedor. Tablas eternas.

Háblame, Loreto, háblame.

No has vomitado. ¡Bien! Es una magnífica noticia. Un primer paso importante. Ahora el siguiente te costará menos, seguro. Esta noche tampoco vas a vomitar, ¿vale? Esta noche darás el segundo. Por mí, de acuerdo. Pero también por ti. Ánimo, Loreto, ¡ánimo! No has vomitado, y da igual el motivo: eso es que quieres salir del pozo, y vivir.

Loreto, no dejes mi mano.

¿Me escuchas? Sí, sé que lo haces, hemos abierto una puerta.

¿Y Eloy? ¿Sabes dónde está Eloy?

Loreto, Loreto…

Capítulo 59
Negras: f6

Poli García entró en el bar, se detuvo en la misma puerta, y miró en dirección a la barra. El único camarero era Victorino, y no le hizo ningún gesto, así que acabó de traspasar el umbral y caminó unos pasos, no en dirección a la barra, sino hacia una de las mesas ubicadas en la parte posterior. Se sentó en una de las sillas de plástico, y se apoyó con cansancio sobre el mármol de la mesa, circular y castigado por miles de partidas de dominó. Tener mesas con la superficie de mármol y sillas de plástico era un antagonismo muy propio de Alejandro Castro. El muy…

Esperó casi cinco minutos. Se le hicieron eternos. Acabó llamando a Victorino para que le trajera una cerveza. El camarero no dijo nada, ni antes, ni durante ni después de servírsela. No hacía falta. Se la dejó sobre la mesa, con el pequeño
ticket
de la consumición al lado. Pero sí desapareció unos segundos por la puerta de atrás, para regresar al instante, tal cual, manteniendo su mutismo. Poli cogió el
ticket
maquinalmente. En la parte superior estaba escrito el nombre del local: Bar Restaurante La Perla. Muy adecuado, pensó.

Jugó con él, enrollándolo, matando el tiempo de espera.

Alejandro Castro acabó asomando la cabeza por la misma puerta, miró hacia él y le hizo un leve gesto. No tenía cara de buenos amigos, más bien de todo lo contrario. Poli se levantó con la intención de ir tras él. Le detuvo la voz de Victorino.

—¡Eh, tú, paga!

Poli le lanzó una mirada de ira. Era un desgraciado. No tenía agallas más que para ser camarero.

—¿Qué pasa? Tengo que volver a salir, ¿no?

—Mira, esto no es gratis, y tú eres capaz de irte por la puerta de atrás, así que…

Todavía llevaba el
ticket
en la mano, pero no miró el importe. Sacó dos monedas de cien pesetas y una de veinticinco y las dejó en el plato. El
ticket
se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. Fue otro gesto maquinal. Lo único que quería era pasar de Victorino, hablar con Castro y largarse de allí cuanto antes.

Se metió por la puerta del fondo del local y fue tras los pasos del dueño del tinglado. Allí había un pasillo que daba al almacén, a la cocina, a los retretes y, finalmente, en la parte posterior, a un par de despachos. Uno tenía la puerta abierta. Entró. Alejandro Castro ya lo esperaba, sentado detrás de la mesa de su despacho. La cerró y cubrió la breve distancia que lo separaba de la única silla libre frente a la mesa.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le espetó sin contemplaciones el hombre.

A Poli García no le gustó su tono.

—Esa cría está en coma —le dijo.

El otro valoró debidamente la información, pero sin pestañear.

—¿Y qué? —acabó diciendo.

—¿Sabes lo que eso significa? —se movió inquieto en la silla el camello—. ¡Van a remover cielo y tierra por su culpa!

—Oye, tú, tranquilo —Alejandro Castro le apuntó con un dedo—. Cada día mueren drogatas, y una docena de chicos y chicas sufren comas etílicos o golpes de calor o lo que sea. Y no pasa nada. Nunca pasa nada.

—¡Esto es diferente!

—No grites, Poli.

—Esto es diferente —repitió cambiando la voz aunque no el nerviosismo—. Sé de qué va. Era una cría, ya sabes, quince, dieciséis o diecisiete años. Los periódicos van a meter bulla, y la policía montará una de las suyas. ¡Ya me están buscando!

—¿Cómo que te están buscando?

—He ido a mi pensión y la dueña me ha dicho que uno que conozco, Vicente Espinós, andaba tras de mí.

—Será una casualidad.

—¡Y una leche, casualidad!

—Te han detenido otras veces por camello, así que…

—Mira, Castro, yo me abro. He venido a devolverte las pastillas y a liquidar.

Sacó un montón de billetes de mil, dos mil y cinco mil de un bolsillo, y un paquetito del otro. Lo puso todo sobre la mesa. Alejandro Castro cogió el dinero. No tocó el paquetito.

—Recógelo —ordenó.

—¿Qué?

—Recógelo y sal a vender. No me jodas, Poli.

—¡No puedo!

—Acaba eso —señaló el paquetito—, y luego, si quieres, desapareces unos días.

—Castro…

Al traficante se le acabaron de endurecer las facciones.

—Poli, me estoy hartando de ti. Anoche Pepe vendió el doble que tú. El doble, y sin chorradas. ¿Cuánto me debes? ¿Lo tienes? Yo también tengo mis problemas, y mis obligaciones. Y he de cumplir con otros, porque esto es una cadena, ¿te enteras? No puedo parar el negocio ni cerrar sólo porque una cría tenga un mal viaje.

Si tienes miedo, véndelo todo esta noche, que para eso es sábado, y mañana desapareces unos días. Pero precisamente porque es sábado, no vas a dejarlo hoy, ni a dejarme colgado a mí. ¿Lo has entendido?

Lo había entendido, pero seguía sin gustarle.

—Esto es un mal rollo —rezongó.

—Las dos piernas rotas o tu cadáver en una cuneta son un mal rollo —le aclaró Alejandro Castro.

Poli recogió el paquete y se lo guardó de nuevo en bolsillo. Apretó las mandíbulas al hacerlo.

—Si me cogen… —suspiró.

—Si te cogen, sabes que te mandamos un abogado. Pero salvo que lo hagan con una pastilla igual a la que tomó esa cría encima, no van a poder tocarte un pelo. Por eso tienes que acabar hoy con lo que te queda y en paz. Yo tengo quince kilos aquí, cincuenta mil pastillas, ya te lo he dicho antes. Y no voy a tirarlas por el retrete. Así que tranquilo, ¿eh?

Poli se puso en pie.

Estaba de todo menos tranquilo.

Capítulo 60
Blancas: Torre x h6

Mariano Zapata entró en el despacho con una amplia sonrisa en su rostro, sin llamar. Gaspar Valls levantó la cabeza y le lanzó una mirada fugaz, con los ojos arqueados, antes de volver a examinar las pruebas que tenía delante.

—Muy contento vienes tú —le dijo.

El periodista no contestó. Puso sobre la mesa, frente a sus ojos, la fotografía de Luciana.

Incluso alguien tan experimentado y con tantos años de profesión a sus espaldas como Gaspar frunció el ceño.

—¡Coño! —exclamó.

Le fue imposible apartar los ojos de aquella imagen en los segundos que siguieron. Aun en su estado, ojos cerrados, boca abierta, llena de tubos y agujas, se advertían detalles importantes en ella, su juventud, su belleza, su extraña indefensión.

—¿Es de portada o no? —le retó Mariano Zapata.

Gaspar Valls levantó la cabeza.

—¿Tienes el permiso de los padres?

—No.

—Entonces, ¿nos la jugamos?

—Sí.

—Así, con dos pares de…

—Con lo que haga falta —el periodista apuntó la fotografía con el dedo índice de su mano derecha—. Esto es dinamita. Nos la van a quitar de las manos. Saldrá en toda España, y en el extranjero, ¿qué te apuestas?

—¿Y el texto?

—Me pongo a ello enseguida. Ya casi está. Antes quería ver cómo salían las fotos.

—¿Ella sigue en coma?

—Sí.

—¿Seguro?

—Bueno —no entendió su prevención—, lo estaba cuando le hice las fotografías.

—Antes de llevarlo a máquinas, asegúrate.

—¿Por qué? ¿Qué tiene que ver que pueda salir del coma?

—Vamos, Mariano, ¿y tú me lo preguntas? Es una cuestión de ética, nada más. Aquí aún tenemos un poco de eso. Si esa chica mañana está bien y salimos con esa foto en portada diciendo que está así… nos cubrimos de gloria. Si se pusiera bien, lo publicamos igual, pero dentro. La noticia sería distinta.

—No veo la diferencia —arguyó el periodista.

—No seas bestia, hombre —le reprochó su compañero, pero también su superior—. Sabes perfectamente lo que vende y lo que no, y lo que puede ir en portada y lo que no.

—¿Y si muere?

—Entonces es una gran exclusiva —reconoció Gaspar Valls—. Sólo que no querrás que esa infeliz la palme únicamente para tener esa exclusiva y una portada, ¿verdad?

—No, hombre, claro. Era una pregunta, nada más.

Lo observó de hito en hito, como si dudara de su afirmación.

—Tú llama al hospital antes, en el último minuto, y así nos curamos en salud.

—De acuerdo.

Hizo ademán de irse. Gaspar lo detuvo.

—¡Eh!, llévate eso —le tendió la fotografía aun sabiendo que tenía varias copias—. Quiero dormir esta noche.

—Impacta, ¿verdad?

—Ya lo creo que impacta —asintió Gaspar—. Y a ti te impactaría más si tuvieras hijos.

—Tener hijos, ¿para esto? —soltó un bufido de sarcasmo—. Hasta luego.

Salió por la puerta a buen paso.

Casi un minuto después Gaspar Valls seguía mirando esa puerta sin poder volver a concentrarse en el trabajo.

Capítulo 61
Negras: Torre x d4

Eloy repitió una y otra vez el número de teléfono que acababan de darle en información, e introdujo una moneda de cien pesetas por la ranura superior del aparato antes de marcarlo. Mientras lo hacía, no apartó los ojos del cruce donde había quedado con Cinta, Santi y Máximo. Aún era pronto para que apareciesen, pero se mantenía alerta por si acaso.

—Hospital Clínico, ¿dígame?

—La familia de Luciana Salas, por favor. No sé si sigue en la UCI o está ya en una habitación…

BOOK: Campos de fresas
10.52Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Mutiny by Julian Stockwin
Fault Line by Christa Desir
Mayan December by Brenda Cooper
Matt Archer: Monster Summer by Highley, Kendra C.
Omega Rising by Joshua Dalzelle
Organ Music by Margaret Mahy
Rabbit at rest by John Updike